Entrevista

Ara Malikian

«El violín será un instrumento imprescindible en el flamenco»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 8 minutos
Ara Malikian | Foto de promoción
Ara Malikian | Foto de promoción

Desgreñado como un rockero, con la caja del violín siempre arrimada al mentón y una gran sonrisa, ése es el estado habitual de Ara Malikian (Beirut, 1968), el artista que asombra una y otra vez al público infantil en el espacio Pizzicato de La 2 de Televisión española.

Procedente de una familia armenia, Malikian obtuvo muy joven becas para estudiar en Hannover y Londres, y después de foguearse en el circuito de concursos desarrolló una amplia trayectoria como solista en sinfónicas como las de Tokio, Bamberg, Portugal o Madrid. Los flamencos, por su parte, lo descubrieron a raíz de sus colaboraciones con el guitarrista José Luis Montón, y para la crítica se trata de un verdadero revolucionario de lo jondo. No obstante, sus inquietudes le llevan una y otra vez a saltar de Paganini a Gardel y de la música klezmer a Extremoduro.

Así es Malikian: para muchos, un culo de mal asiento; para otros, por el contrario un oído prodigioso capaz de hallar acomodo en cualquier medio.

Habiendo tocado tanto y en tantas formaciones, ¿imaginó alguna vez que el éxito pudiera llegarle de la mano del público infantil?
La verdad es que en ningún momento pensé que pudiera llegar a ser famoso. Para mí siempre lo importante ha sido disfrutar con lo que hago, y si tenían que reconocerme, que fuera por eso. El trabajo con los niños vino por casualidad, pero una vez empezado vi que había un mundo por descubrir y he aprendido muchísimo con ellos. Intento desarrollar un trabajo pedagógico, sobre todo dirigido a despertar el amor por la música y ponerlos en contacto con otras culturas. Y que ellos mismos se animen a tocar.

¿Están los niños hoy alejados de la música?
Bueno, yo vengo de lo clásico, y siempre me ha puesto triste comprobar que cada vez hay menos gente joven en los conciertos. Hay que mimar a ese público para que venga, romper la barrera invisible que los separa de la música. El público clásico no debe ser estirado y arrogante, como todavía se piensa. Pero también debemos cambiar los músicos…

¿Y recuerda cómo era la infancia del niño Ara en Beirut?
Recuerdo sobre todo que empezar en la música era muy diferente a hoy, mi padre era muy severo y me obligaba a practicar durante horas. ¡Hoy no se me ocurriría obligar a un niño así! Los conservatorios deben buscar nuevos métodos de enseñanza, orientar su didáctica como un juego. Y la situación en el Líbano tampoco tenía comparación con la que vive mi público actualmente…

¿Recuerda qué se oía en casa?
Mi padre me ponía mucha música clásica, hasta que dejé Líbano con 15 años y empecé a meterme en otras cosas, ya en Alemania… Pero también es verdad que mi padre tocaba música oriental y armenia, música zíngara, y eso también me acompañó en mi carrera, me abrió el oído a muchas otras cosas.

¿Vivían en armonía en su barrio, o los niños se peleaban en pandillas de armenios contra maronitas o suníes?
¡No, no! Claro que nos peleábamos, como todos los niños, pero nunca en serio, y no éramos nada rencorosos. Y nos daba igual si uno era maronita, suní o armenio, las peleas eran por cosas de niños. En el Líbano se podía convivir perfectamente. Son los mayores los que no se ponen nunca de acuerdo, y los intereses políticos y económicos los que llevan a un país a la guerra. Los niños deberían ser nuestro ejemplo.

Ha hecho un espectáculo de Cuentos armenios adaptados para niños. La mayoría de los cuentos armenios que nos llegan hablan del genocidio. ¿Es también el caso? ¿Está el genocidio entre sus obsesiones?
Absolutamente no. Soy, por supuesto, consciente del genocidio, entiendo que es un tema del que hay que hablar, una historia que hay que reconocer y luchar para que salga a relucir la verdad en la Historia, pero en mi espectáculo a los niños les cuento otras cosas. Son cuentos armenios que podrían ocurrir en España, Alemania o China. Son historias de la vida normal, y casi todos hablan de la búsqueda de la felicidad. Y eso lo buscamos todos en todas partes: salud, trabajo y amor.

¿Qué le une a un músico como Charles Aznavour, armenio de la diáspora como usted?
Por supuesto, lo considero un gran músico, ha sido uno de los grandes cantantes crooner de su época, y como armenio ha fomentado la información sobre nuestro pueblo. Me gusta mucho y lo respeto, quién sabe si habríamos acabado tocando juntos, de no ser porque pertenecemos a generaciones muy distintas.

¿Se siente un exiliado en Madrid, o su generación ya puede sentir como su propia casa ciudades como Madrid, Beirut o incluso Estambul?
No por ser armenio, pero creo que actualmente cualquiera puede aprender a vivir y a sentirse bien en cualquier lugar. Yo no busqué esta suerte, pero la tuve, las cosas fueron viniendo así. Y al cabo de un tiempo, en efecto, te sientes un poco de todas partes. Ahora estoy aquí, muy a gusto, pero sé que también me sentiría bien en otros lugares. Creo que está muy relacionado con los amigos que vayas haciendo aquí y allá.

Pero sueña, como otros compatriotas suyos, con volver a Armenia…
No, la verdad, no me siento de allí… Está en mi cultura, está en mi música, hablo el idioma, pero el país no me identifica. No por ser armenio quiero volver allí, no es suficiente motivo. Si algún día encuentro algo que me atraiga iré, pero el simple pretexto de que mis abuelos fueran de allí no basta.

Ha tocado usted clásica, flamenco, tango, jazz… ¿Ha sido más fácil tender puentes con unas que con otras?
No es fácil comparar, y la verdad es que en ninguna de estas músicas he pretendido ser un experto, sólo tocar a mi manera y aprender.Cada cosa en la que te metes te hace crecer. En el flamenco, por ejemplo, he intentado hacer las cosas como las entiendo yo, eso es lo bonito, que cada uno aporte lo suyo. Y si me pongo a hacer música celta, lo mismo, nunca intentaré imitar a los que saben.

Habrá tenido algún encontronazo con los puristas de lo jondo…
Ah, por supuesto, esos están por todas partes, abundan también en la clásica, el tango y el jazz. Pero no me interesan, lo importante para mí es escuchar y disfrutar. Si no sabes etiquetar, pero disfrutas, ¿qué más da? ¿Y para qué etiquetar tanto, si no disfrutas? Antes podía ponerme triste con las críticas, pero ya me acostumbré. Y ya no se meten conmigo.

¿Cree que el violín, que históricamente fue un instrumento muy gitano, se está perdiendo entre los músicos de esta etnia?
No, no, hay todavía muchos zíngaros tocando, yo creo que es un instrumentos imprescindible para ellos. Puede que en flamenco hubiera menos, pero de un tiempo a esta parte está volviendo a ser parte de esa música, y apuesto a que dentro de diez años será como el cajón, que ahora es impensable prescindir de él.

¿Hasta qué punto es subversivo unir música y humor?
No creo que sea nada revolucionario, son cosas bonitas que combinan muy bien. En el fondo, ambas son emociones, pero no creo que sea el primero ni el único que lo intenta. Para mí es una manera de vivir, prefiero entender las cosas de la vida con una sonrisa. Y reconozco que también la música clásica está necesitada de sonrisas. Se puede tocar bien sin poner cara de pescado muerto.

¿Sabe a qué estilo saltará la próxima vez?
Hay muchas cosas que me encantan, no sé, la música hindú, Sudamérica, África… Pero necesitaría mil vidas para hacer todo lo que quiero. Seguiré buscando, seguro.