Claudio Magris
«Espero que Italia deje de ser un estado»
Darío Menor
Roma | Diciembre 2014
Claudio Magris (Trieste, 1939) representa una de las grandes conciencias literarias y culturales que tiene hoy Italia. Germanista, intelectual y novelista, su nombre ha estado en varias ocasiones en las quinielas de posibles ganadores del Nobel de literatura. No le faltan en cualquier caso galardones, como el Príncipe de Asturias de las Letras, recibido en 2004, o el FIL de Literatura en Lenguas Romances, que le entregaron este año en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (México).
Europeísta ferviente, Magris apuesta por una unión federal en la que los países europeos se disuelvan y queden como regiones. Para ello propone poner fin a los nacionalismos utilizando la fórmula de las tradicionales muñecas rusas, las “matrioskas”, en las que “una identidad está dentro de otra”, sin negarse las unas a las otras. Pensando así no extraña que sienta “como una herida” el intento de ruptura de una parte de Cataluña. “No veo por qué deba separarse de España”, reconoce Magris en conversación telefónica. Llegan ahora a nuestro país tres libros suyos: El Conde y otros relatos (Sexto Piso), La literatura es mi venganza (Anagrama), en el que comparte páginas con Mario Vargas Llosa, y Stadelmann (Alfabia).
En muchas de sus obras está presente el concepto de “Mitteleuropa” para evocar el legado cultural del Imperio austrohúngaro. ¿Qué queda de esa tradición en la Europa contemporánea?
«Estamos en una auténtica Cuarta Guerra Mundial, pero no se entiende quién lucha contra quién»
Cuando se dice “Mitteleuropa” se indica no sólo una realidad geográfica, la Europa Central, sino también una civilización formada por muchos países con tradiciones y lenguas diversas, pero que de una alguna manera estaban conectados por algo común, por dos elementos supranacionales: el elemento judío y la lengua alemana, que era el esperanto de entonces. Esta variada unidad se debía a la pertenencia durante siglos al Imperio habsbúrgico. No es por tanto una idea, sino que indica un cierto paisaje cultural muy importante, pero que tampoco debe ser exageradamente idealizado. Desarrolló una cultura supranacional, con una gran sensibilidad hacia el fin de la vieja Europa que se vislumbraba entonces. Tampoco hay que hacer un cliché. Indica una especia de continente cultural en el que uno se reconoce, con sus virtudes y sus defectos.
Pese a que la historia europea en los últimos 60 años está marcada por la paz, la democracia y el desarrollo económico, vivimos hoy un momento de pesimismo general. ¿Dónde encuentra sus raíces?
El problema es muy complejo. Estos años han sido de paz para nosotros, pero hubo una Tercera Guerra Mundial que ganó Occidente contra el mundo soviético. Dejó 45 millones de muertos entre 1945 y 1989. Para nuestra fortuna egoísta no nos han caído a nosotros en Europa. Ahora nos encontramos en una auténtica Cuarta Guerra Mundial, pues por todo el mundo estallan focos violentos. Pero no se entiende quién lucha contra quién. La situación en Israel es terrible, pero es la única clara. En los otros lugares no se entiende. Asad es enemigo de Occidente pero luego se le pide permiso para dejar pasar los aviones para ayudar a los “peshmerga”. Estamos en una situación tremenda.
¿Y cómo lo lleva Europa?
«Que existan leyes distintas en Italia o en Holanda es como si las hubiera entre Florencia y Bolonia»
Por lo que respecta a Europa, yo soy un patriota europeo. Nuestro único futuro posible es el de un Estado europeo, federalista y descentralizado, en el que se conviertan en regiones los Estados de hoy, como España, Italia o Francia. Hoy los problemas son europeos. Piense en la inmigración, por ejemplo: es un problema de todos. Que existen leyes distintas en Italia o en Holanda es como si hubiera leyes diversas entre Florencia y Bolonia. No lo veré, porque soy demasiado viejo y la situación es muy difícil, pero mi sueño es poder votar por un presidente del Gobierno que pueda llamarse Rossi, Gutiérrez, Schmidt o Du Pont.
¿Y cree que ese momento llegará?
Ahora, por desgracia, Europa está en un momento difícil. No sólo se debe a la crisis económica, sino también al tremendo renacer de “micronacionalismos”. Gracias a Dios han caído los muros ideológicos, pero por todos lados se crean muros de pequeñas o más grandes identidades nacionales. Son micronacionalismos que excluyen a los otros. Es tremendo. Podremos hacer algo cuando entendamos finalmente que nuestra identidad nacional es como una matrioska. Yo soy triestino, no napolitano, y hablo el dialecto triestino. Pero esto no va contra el hecho de ser italiano o europeo.
Hoy en Europa hay sin embargo multitud de tendencias identitarias contrarias.
Sí. Son tendencias contrarias durísimas. A mi juicio, son negativas y al final, suicidas. Pero no me gusta el pesimismo complaciente. Como Gramsci, creo en el pesimismo de la razón, es decir, en ver las cosas que van mal, y en el optimismo de la voluntad, en actuar para que vayan mejor. La deriva populista está en parte motivada por la crisis económica, por el hecho de que, por desgracia, el capitalismo financiero de tipo anglosajón parece haber vencido, al menos hasta ahora, al capitalismo de tipo renano. Éste se sustenta en la producción, en el largo plazo, y no en el hecho de vender millones de acciones antes de haberlas comprado, basándose en que la hora de Tokio no es la misma que la de Fráncfort.
Hablando de nacionalismos resulta obligado preguntarle por la cuestión catalana. ¿Cómo la ve?
«Es evidente que en el pasado Cataluña sufrió injusticias, pero esto no puede condicionarla ahora»
Cataluña ciertamente tiene una medida estatal, cultural y lingüística, pero no veo por qué deba separarse de España. Naturalmente debe tener su autonomía, sus peculiaridades, su lengua, que tiene la máxima dignidad. Pero ¿qué quiere decir separarse? ¿Qué van a hacer, tener un Ejército? Quiero mucho a Cataluña. Entré espiritualmente en España, que ha acogido mis libros con una generosidad increíble, partiendo de Cataluña. Pero no veo lo que significa ser un Estado. Yo espero que Italia deje de serlo, pero no porque no la ame, sino porque creo que nuestro futuro debe ser llegar a una identidad más grande. Deberíamos ser matrioskas, en las que nuestra identidad está dentro de otra identidad. Son identidades que no se niegan, sino que se comprenden. Es evidente que en el pasado Cataluña sufrió injusticias, pero esto no puede condicionarla ahora. Cataluña es un gran país, pero no veo lo que significa ser un Estado con embajadas y Ejército propio. No es porque Cataluña sea menos que el resto de España. Siento mucho lo que está pasando, lo siento como una herida porque amo tantísimo a Cataluña.
En un artículo en Corriere della Sera decía usted que el papa Bergoglio está cambiando la Iglesia “con un aire tranquilo de normalidad cotidiana que desarma en su nacimiento toda reacción”. ¿Por qué admira a Francisco? ¿Le resulta más fácil creer en Dios con él como Papa?
«Excepto unos pocos creyentes y ateos convencidos, todos a veces creemos en Dios y a veces no»
Excepto unos pocos creyentes convencidos y unos pocos ateos convencidos y enfadados, todos nosotros a veces creemos en Dios y a veces no. No siendo practicante, le digo que me reconozco en un bellísimo epitafio escrito en la tumba de un caballero inglés en la iglesia de St. Martin in the Fields en Trafalgar Square, en Londres. Empieza con una declaración de incerteza y de perplejidad, luego reconoce que nadie sabe el destino humano, y acaba diciendo “Domine Miserere Mei” [Señor, ten misericordia de mí]. No sé si resulta o no más fácil creer con este Papa, pero ciertamente Francisco está llevando a la Iglesia a ser un interlocutor extremadamente importante y vivo. Existe por desgracia un intolerable clericalismo totalitario y dogmático, al igual que un intolerable ateísmo agresivo. Recuerdo que en un convenio alguien le dijo de forma agresiva al obispo Bruno Forte que no creía en Dios. Forte le respondió en dialecto napolitano: “Chico, pues no sabes lo que te pierdes”. Por desgracia, a menudo la Iglesia es catastrófica al hablar.
Hablemos ahora de su país, Italia. ¿Cómo será recordada esta época?
Será recordada negativamente. He inventado una palabra imitando a Marx. Él hablaba de “lumpenproletariat” [proletariado harapiento]. No se reía de la pobreza, sino que hablaba de un proletariado tan oprimido que no tenía capacidad para tener conciencia de sí mismo. Por eso estaba disponible para operaciones reaccionarias o populistas. Hoy tenemos una “lumpenburguesía”. No es ya una clase universal, sino general. Ha perdido el sentido fuerte y digno de vivir. Hay muchas cosas positivas, pero creo que será una época negativa. Hay un estilo de vivir, antes que de hacer política, que me resulta un poco preocupante.
¿Con este tipo de burguesía es más fácil de entender la explosión de corrupción que sufren países como Italia o España?
«Hoy tenemos una «lumpenburguesía» que ha perdido el sentido fuerte y digno de vivir»
No hay que idealizar el pasado. Aunque haya dicho antes eso, yo estoy contento de vivir en esta época. Se han hecho progresos enormes. Hay categorías enteras de personas a las que ni siquiera se les reconocía el derecho a la dignidad. No es lo mismo ser madre soltera hoy que hace 50 años. Es sólo un ejemplo entre tantos. En cuanto a la corrupción, existía ya en el pasado. Ha habido un crecimiento, motivado en parte por el crecimiento social. Ha cambiado el sentido de que estas cosas sean malas. Ya no se avergüenzan de ellas. La idea de moral estaba antes muy alta, pero hoy ha caído hasta la hipocresía. No es que quiera defenderla, pues es algo horrible, pero la hipocresía, como se ha dicho, es el homenaje que el vicio le hace a la virtud. Si fuera antisemita, por ejemplo, pero no dijera estas ideas por miedo a crearme un daño o una mala fama, sería una pésima señal para mí, pero una buena señal para la sociedad. Querría decir que vivo en una sociedad en la que el antisemitismo es inaceptable. Si, en cambio, puedo mostrar ese antisemitismo tranquilamente, sin tener miedo a recibir crítica alguna, quiere decir que vivo en una sociedad que ha perdido también el sentido del bien y del mal.
«Hay que poner a marinar a la industria cultural»
“La novela cuenta la verdad de la vida también -sobre todo a veces- mostrando y narrando las vicisitudes de personajes que no encuentran esa verdad”. Son las palabras de Claudio Magris en La literatura es mi venganza (Anagrama), donde junto a Mario Vargas Llosa explora la capacidad de la novela como inductora del cambio social y cultural. El intelectual italiano reivindica la libertad del lector frente a la “desproporción de la oferta”, que cada vez resulta “más tiránica al decirte lo que debes leer”. “Hay que leer lo que nos interesa y nos gusta, no porque se nos ordene comprar este o aquel libro”. Cita la respuesta que ofrece cada vez que alguien le pregunta la razón para no leer a un escritor superventas como Dan Brown: “Primero hace falta un motivo para hacer una cosa, no para no hacerla. Y segundo, ¿por qué nadie me pregunta por qué no he leído Una criatura gentil, de Dostoyevski, por ejemplo? Hay que poner a marinar a la industria cultural”.
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