Confieso que he viajado
Ilya U. Topper
Jordi Esteva
El impulso nómada
Género: Ensayo
Editorial: Galaxia Gutenberg
Año: 2021
Páginas: 496
Precio: 22,50 €
ISBN: 978-84-18807-48-0
Idioma original: español
Desde la portada nos mira. Poco más de veinte años, guapo, moreno, mediterráneo, muy mediterráneo. Podría ser egipcio, iraquí o palestino. Pero es catalán. De El Figaró, pueblo a una treintena de kilómetros al norte de Barcelona. Y de bona casa, como dicen allí. Estudios en un colegio de curas, como debe ser, vacaciones en la playa, un futuro decente. Solo que el chico, al que le gusta mirar el cielo estrellado de noche y soñar con países lejanos, no quiere un futuro decente. Quiero irse.
Jordi Esteva tiene quince años en el sesenta y seis, y aunque falte una década para que España se lance al cambio, la cosmopolita Barcelona ya empieza a leer a Jack Kerouac, a escuchar a Jimi Hendrix, a fumar hachís e incluso a viajar a Marruecos o, en 1970, al festival de la Isla de Wight, es decir a las fuentes de las cosas. El mundo está revolucionándose, y aunque quizás no se note aún en grandes partes de España, a Barcelona siempre han llegado aires de París, y ahora llegan de Norteamérica. On the road es el nuevo lema.
Jordi Esteva no se limita a descubir mundos interiores: también quiere descubrir el exterior, observa, piensa
Tiene 21 años Jordi Esteva (Barcelona, 1951), cuando se va on the road, con un viejo landrover de su padre y con su amiga Marta Sentís, ni dos años mayor que él. Los dos cruzan Marruecos, Argelia, Túnez, Libia, Egipto, Siria, Líbano, Turquía y lo que falta de Europa para dar la vuelta al Mediterráneo (da envidia escribirlo: hace muchas décadas que esto ya no se puede hacer). Marta se va a Nueva York a trabajar con la ONU, pero Jordi Esteva ya está enganchado a la carretera: en 1973 sale en el mismo landrover, esta vez con tres amigos, haciendo lo que los hippies de todo el mundo conocen como el trail, la ruta por tierra a través de Turquía, Irán, Afganistán y Pakistán hasta la India. La India, y por supuesto Katmandú, destino y objeto de un peregrinaje en el que no se sabe si pesa más el humo del sándalo en los templos hindúes o el de los canutos liados durante el viaje. Y quien dice canutos, dice ácido y mescalina: hay muchas maneras de tener un viaje.
Jordi Esteva se diferencia de gran parte de aquella caterva hippy de los setenta en que, pese a participar en la onda general, no se limita a descubir mundos interiores. También quiere descubrir el exterior. Observa. Piensa. En su segundo viaje a la India se lleva una cámara de fotos, registra, documenta. Otra temporada en Barcelona, y ya sale de nuevo: pasará meses en Sudán…
Es la mitad de una autobiografía: cubre solo los primeros treinta años de la vida del personaje
El libro es una sucesión de viajes, sí. Las breves temporadas en Barcelona en medio están solo bosquejadas con unas pocas frases sueltas, trazando los contornos de la vida de farándula que los hijos de bona casa vivían en aquellos años alocados, precursores de lo que sería luego la movida de los ochenta. No es lo que importa aquí. Si bien a su infancia le dedica el escritor sus cien redondas páginas, recordando minuciosamente. Siempre me he preguntado por qué es un rasgo típico de las autobiografías darle a la infancia ese espacio digamos desproporcionado. Quizás, pienso, porque una autobiografía es la única obra en la que un autor puede dejar para la posteridad lo que nadie más que él sabe, lo que no suele contar nunca, lo que no compartió con nadie. Todo lo demás sí: las vivencias de adulto las compartió con otros, parecen menos personales, más del montón, no tan suyas. La posteridad, desde luego, lo juzgará al revés: miles y miles de niños se han criado en El Figaró y pueblos semejantes en condiciones muy similares a las del niño Jordi, y muchos habrán soñado cosas parecidas. Es a partir de los veinte años, cuando Jordi agarra, coge y recorre mundo, de Argelia a India, Sudán y Yemen, es cuando realmente forja su persona, adquiere un perfil inconfundible, uno que deja impronta, uno que lo convierte en Jordi Esteva.
He dicho que es una autobiografía, pero no es del todo cierto. Es la mitad de una autobiografía: cubre solo los primeros treinta años de la vida del personaje. Dividida en tres fases: las cien páginas de la infancia en Cataluña, las 150 de los grandes viajes alrededor del Mediterráneo, a la India, a Sudán —aquí se ha dejado prácticamente fuera la estancia en Yemen para no duplicar: esta parte está ya contada en Los árabes del mar (2009), nos advierte el autor— y los casi 250, toda la segunda mitad del libro, que tratan de Egipto.
Egipto es para Jordi Esteva, así nos lo presenta, la experiencia iniciática de verdad, mucho más que la India. Es el país que consigue hacer suyo, en el que radicarán sus sueños. Y no es el Egipto del gran y tumultuoso Cairo, donde quizás aún se podría a llegar a ser uno más. No, el Egipto que busca para siempre Jordi Esteva son los oasis del desierto del Sáhara, allá a lo lejos en el horizonte, a cientos de kilómetros del Nilo, entre palmerales, casas de adobe y pozas frescas. El oasis se convierte en el país que un viajero hace suyo, íntimamente suyo, mucho más que aquel en el que nació, aunque por supuesto allí siempre será forastero. Quizás sea la única manera de ser viajero siempre, aún sin moverse de un lugar.
Nos hace partícipe de su difícil despertar a la sexualidad, difícil porque desde su adolescencia sabe que es homosexual
Jordi Esteva quizás no se habría vuelto a mover del lugar, si las autoridades de Egipto no lo hubieran expulsado por una absurda acusación de espionaje, poco más que una monumental pifia de los servicios secretos, pero de esas que estropean vidas. Y ahí se acaba el libro. Todo lo que pasó después de 1985 —por ejemplo sus siete años de redactor jefe de la revista Ajoblanco, y veinte de escritor de viajes, reportero y cineasta documentalista en medio mundo— se queda resumido en cinco páginas, preludio de una hermosa coda ubicada en 2020 que cierra el arco narrativo del libro como en las buenas novelas.
Lo de 2020 lo digo yo: no consta la fecha, y hay que estar muy atento para encontrar la indicación de que han pasado 35 años desde aquella expulsión del paraíso. Es un defecto de esta autobiografía: aunque los primeros viajes a la India aún permiten ubicarse en un año concreto, en el viaje a Sudán no hay manera, más allá de un momento indeterminado en la segunda mitad de los años 70. Quizás el autor pensara que al prescindir de fechas, la narración se acercara más a la novela, que siempre es un valor; a mí, como periodista, me hurta un dato valioso a la hora de conocer a través de Esteva el mundo que él vio, vivió y contó.
No lo contó tanto, hay que reconocer. Cuenta más de su vida interior y de sus sentimientos —es su derecho en una autobiografía— que sobre la vida de quienes lo rodean en El Cairo, más allá de lo que se puede calificar de coloridas instantáneas. Es sincero: nos hace partícipe de su difícil despertar a la sexualidad, difícil porque desde su adolescencia, quizás antes, sabe que es homosexual, algo mal visto en la España de los setenta —pasó incluso por la terapia del electrochoque— y por supuesto igualmente en Egipto. ¿Igualmente? Por supuesto, ser homosexual era algo medio clandestino en El Cairo, pero igualmente era medio clandestino todo sexo heterosexual.
No aprovecha el libro para acercarnos a las dinámicas sociales y la mentalidad del mundo homosexual de Egipto
Que a través de Impulso nómada sabremos muy, muy poco sobre la vida de las mujeres y los derechos de la mujer en los años ochenta en Egipto —y no se puede conocer una sociedad sin saber cómo es la vida de las mujeres, insisto— está en la naturaleza tanto de la propia sociedad egipcia, que aparta a las mujeres hasta cierto punto de la vida pública, como en la del autor: no necesita ir a su encuentro. Aunque ellos no tienen la culpa, el hechoes que conocemos las sociedades al sur del Mediterráneo sobre todo a través de escritores como Juan Goytisolo, Rafael Chirbes o Jordi Esteva, por no hablar de Paul Bowles, conocemos la parte de la sociedad local que da la espalda a las mujeres, y eso marca nuestra imagen más de lo deseable. Daría algo por leer un libro escrito por Marta Sentís, la gran amiga de Esteva —mi fiel escudera, la llama, aunque quizás en realidad ella fuera la hidalga— que vivió años con él en el Cairo.
Pero no es solo esto. Lo que más me sorprende es que Jordi Esteva tampoco aproveche este libro para acercarnos a los entresijos, las dinámicas sociales, la mentalidad del mundo homosexual de Egipto, más allá de algún episodio personal. Se plantea el asunto (pág. 172-173) y dedica exactamente media página a resumir, con acierto, la evolución de la homosexualidad en el mundo árabe-islámico, y dos frases a una conclusión imprescindible para entenderla: si no hubiera tanta represión sexual y segregación de mujeres y hombres, probablemente los hombres no follarían tanto entre ellos.
No lo dice con estas palabras, porque Jordi Esteva tiene un lenguaje bastante más cuidado que yo. Pero es eso. Y salvo que él escriba la segunda parte de su autobiografía y se atreva a colocar un espejo a aquellos fantasmas, nos quedaremos sin esa llave a la literatura de Goytisolo, Chirbes, Bowles y sus semejantes: la tragedia de haber buscado su libertad en la carencia de los demás. Con todo lo que ha escrito Jordi Esteva para contarnos mundos desconocidos, y lo bien que lo ha escrito, no dejo la esperanza de que este, el más íntimo, también nos lo cuente un día.
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© Ilya U. Topper | Abril 2024