De la desesperación al cainismo
Carmen Rengel
«La primavera palestina ha comenzado”, decía el 6 de septiembre pasado el presidente palestino Mahmud Abbas, durante su intervención en la Liga Árabe. Idéntica frase a la que pronunció el 25 de septiembre de 2011, ante la multitud que lo arropaba tras su discurso histórico en la Asamblea de Naciones Unidas, exigiendo el reconocimiento del Estado palestino. Ni entonces ni ahora dio en el clavo el sucesor de Yaser Arafat.
Las protestas ciudadanas de las últimas dos semanas en Cisjordania no buscan la caída de un dictador, no cargan contra un régimen anquilosado de décadas, devorador de los derechos humanos; no hay siquiera un Estado formal contra el que clamar. No es un movimiento liberador, cadenas fuera, ni aboga por una transición política histórica. Es una corriente que mezcla la desesperación por una subida general de precios inasumible para unos bolsillos ya vacíos con las peleas internas de la política palestina y la caída del primer ministro, el independiente Salam Fayyad, como objetivo deseable.
Tampoco se aguarda la Tercera Intifada, etiqueta de moda sobre todo entre la prensa norteamericana, porque el movimiento palestino arranca sin violencia, sin ataques, con gritos, huelgas y pancartas, y su diana está en casa, no es Israel y su ocupación. En todo caso, es una intrafada, en palabras de David Pollock, analista del Instituto Washington para Políticas de Oriente Próximo.
«La primavera palestina ha comenzado”, decía en septiembre el presidente palestino Mahmud Abbas
Lo que ha hecho levantarse a la calle es el incremento, a principios de septiembre, de los precios del gas y el petróleo, fundamentalmente, lo que ha repercutido en el coste del transporte de alimentos clave y del fuel para agricultura, elevando la cesta de la compra básica entre un 5 y un 15%, según datos de la Autoridad Nacional Palestina (ANP).
La subida es consecuencia del alza de impuestos previa impuesta en Israel. De allí proceden estos bienes esenciales, es el único exportador autorizado en virtud del llamado Protocolo de París (1994), que marca las relaciones comerciales y financieras entre los vecinos, un texto que la ciudadanía pide que se anule y que Fayyad ha prometido revisar. “Tenemos el clima del Golfo Pérsico, los precios de París y los salarios de Somalia”, resumía, enfadado, un taxista que quemaba el claxon en una caravana en Qalandia.
Llovía sobre mojado. En junio y julio, Fayyad ya ordenó subir los impuestos de renta, comercio y propiedades (en algunos casos, hasta un 10%), al tiempo que rebajaba la inversión pública (otro tanto). Consecuencia: impopularidad y quejas en una tierra con tasas de pobreza de hasta el 46% y un paro superior al 35% (casi 15 puntos más en la franja de Gaza). Los 160.000 funcionarios de la ANP cobraron su nómina de agosto a tres días del Ramadán, fiesta que obliga a notables gastos, y la del mes pasado aún están por recibirla, a la espera de una inyección de dinero que los salve. Un añadido doloroso: hasta la Unión Europea —gran protectora del primer ministro— lo criticó por refrenar las protestas con violencia policial. Agentes palestinos apaleando a civiles palestinos. Una estampa insólita.
Pero las protestas apenas tenían unas horas de ímpetu. En las comisarías los agentes fumaban y se contaban chistes, en las plazas principales grupos de cuatro o cinco chavales decían que “acampaban”, cuando aquello se parecía demasiado a una quedada de amigos entre pipas y narguiles… Algunos cooperantes internacionales llegaron a instruirlos sobre cómo hacer manifestaciones a la occidental. Nada hizo que la protesta cuajara y se mantuviera viva.
Todos contra Fayyad
El descontento funcionarial, los apuros domésticos y las quejas de los transportistas (los más directamente perjudicados) sirvieron de base para azuzar las críticas contra Fayyad, un hombre de confianza de EE UU, que no pertenece a Fatah, Hamás ni otro partido local, un tecnócrata que ha introducido la mano dura en la Administración y que ha logrado limpiarla parcialmente. Desde que llegó, en 2007, ha acometido la reducción de la corrupción y el nepotismo, el aumento de la transparencia, la mejora en seguridad y la puesta en marcha de infraestructuras, pasos reconocidos en auditorías occidentales que han llevado a la ONU, el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) a reconocer que Palestina tiene “instituciones sólidas” en las que basar un Estado.
Pese a esos logros, el crecimiento económico no llega. La Administración palestina adeuda 870 millones de dólares en préstamos bancarios y casi 400 más al sector privado, además de arrastrar 500 millones de déficit. Son datos del propio Fayyad. El FMI le acaba de denegar mil millones de dólares porque no es un Estado reconocido. La petición la hizo a través de Israel, a quien no conviene una ruina total de la ANP porque amenazaría su seguridad.
De hecho, Tel Aviv acaba de adelantar casi 50 millones de euros de la recaudación mensual de impuestos que el Gobierno hace en nombre de la ANP, un arma de presión ideal: en el último año, Israel ha bloqueado la entrega a Ramala de más de 100 millones de dólares, en represalia por el intento de reconocimiento como nación en la ONU. Hay 200 millones más paralizados por EEUU en concepto de cooperación por el mismo motivo. Washington llegó a retener casi 500.
La crisis económica mundial ha hecho que los donantes habituales tampoco estén cumpliendo con su compromiso con Palestina. De los 1.100 millones de dólares apalabrados para el presente año, han llegado poco más de 700. De todo ello acusa la calle al gestor más visible, Fayyad, de quien se han quemado efigies en Hebrón y Nablus. Abbas, más cerebro político de la ANP, ha aprovechado esa ira para posicionarse al lado de los manifestantes, calificando de “justa” su reivindicación y ofreciéndose para hacer “lo que sea necesario” para darles respuestas. Cero autocrítica. Como si de su cargo no dependiese también el bienestar de la gente. Toda la responsabilidad de los males de su pueblo son de Fayyad: ni siquiera citó en su intervención de El Cairo a Israel, el enemigo clásico.
Los servicios secretos israelíes han desvelado que hombres de peso en Fatah, como Mohamed Shtayyeh y Tawfik Tirami, han estado estas semanas alentando las principales manifestaciones, ahondando en ese aire de causa prefabricada. Visitaron asociaciones vecinales, campos de refugiados y universidades. También a familiares de presos, igualmente enfadados con la ANP, después de que en mayo firmase un acuerdo con Israel para mejorar las condiciones de vida de sus reclusos que hoy sólo se cumple parcialmente, con las detenciones administrativas prorrogándose sin cargos y sin juicio.
“Abbas se fue a India en mitad de las manifestaciones más potentes. Eso quiere decir que, contrariamente a lo que decía de palabra, de verdad le importan poco las quejas de la gente. Lo que le ocupa es Fayyad. Pero no se da cuenta de que si alienta las protestas pueden acabar por pedir también su cabeza. Hay que recordar que su mandado expiró oficialmente en enero de 2009, que ha fracasado en cerrar un Gobierno de unidad con Hamás y las demás milicias [reclamado también en manifestaciones en marzo de 2011, en Gaza y Cisjordania], que no ha desarrollado los Acuerdos de Oslo, no se ha impuesto para reivindicar los derechos de los palestinos contra los colonos y que ha seguido manteniendo un modelo de la ANP en beneficio propio, anquilosado, consolidando el status quo,alimentando la institucionalización clientelista de la cooperación”, denuncia el colaborador de la Universidad Hebrea de Jerusalén, analista de Oriente Medio, Jonathan Schanzer.
La lejanía, la distancia de la cúpula del pueblo es lo que asemeja a los palestinos, de todas las edades, con el movimiento global de indignados. A los de dentro importan poco, y menos a los de fuera: la comunidad internacional ha perdido interés en el conflicto palestino-israelí, centrados más en las primaveras árabes; las elecciones de EEUU ocupan a los líderes estadounidenses y la crisis económica, a los europeos; Israel se siente cómodo con los asentamientos, que le salen rentables, y ha llegado a un grado de seguridad notable gracias al muro y los checkpoints, con lo que los palestinos no son “el peligro”, ahora el demonio es Irán…
Abbas recuperará a final de mes su pelea en la ONU, aunque descafeinada y menos ambiciosa que el pasado año. La amenaza de veto de EEUU en el Consejo de Seguridad hizo que ni se votara su petición de reconocimiento como Estado. Ahora irán por la vía de consolación, la Asamblea General, donde sólo necesitan una mayoría simple para lograr el estatus de país observador, similar al del Vaticano, que tampoco es miembro de pleno derecho. Ya tienen garantizados 133 de los 193 votos en juego.
Pero el fuego se ha apagado. El ansia de la gente en su bienvenida de hace un año al lado de su Mukata, rodeado de banderas, por primera vez acogiéndolo como un rais (líder, palabra exclusiva hasta entonces para Yaser Arafat), la constancia de haber puesto contra las cuerdas a la Casa Blanca, de obligar al presidente Barak Obama a oponerse cuando él mismo, en el mismo marco, en 2010, abogó por el Estado palestino… Todo eso ha quedado diluido en estos meses. Se ha perdido el empuje común, la unión esperanzada del pueblo.
De momento, el plan B no convence. No ha habido ni una concentración a favor de este estatus de observador que, pese a no equipararse al de miembro, traería no pocos beneficios a la política palestina: incorporación a la mayoría de organismos de la ONU (Unicef, OMS, FAO…) ya con el reconocimiento implícito de Estado, y con posibilidad de firmar tratados internacionales y adherirse a estatutos como el de Roma, aceptando el Tribunal Penal Internacional. Así podría denunciar a ciudadanos israelíes por la muerte de civiles palestinos y por la ocupación de las colonias (medio millón de personas), que ya no estarían dentro de un “territorio” sino de un “país”.
Lejos de esa esperanza que puede unir de nuevo a la base y la cúpula política, una encuesta del Centro Palestino de Investigación de Políticas y Encuestas desvela que tres cuartos de los palestinos creen que las protestas de estos días continuarán y hasta se extenderán a Gaza, y dos tercios de ellos afirman que es “obligado” manifestarse ante las condiciones de vida que sufren. El proceso en la ONU y las elecciones locales previstas para octubre se entremezclan en este ambiente de rabia, cansancio y cainismo, y con los primeros parches de Fayyad: bajada de impuestos, establecimiento de un salario mínimo, apoyo al sector agrícola, llamamiento de ayuda a los “hermanos árabes”, pago de salarios públicos… Por ahora, es sólo morfina. Ni la calle ni sus opositores parecen contentos sin su cabeza.
© Carmen Rengel. Especial para MSur