Artes

Ebbaba Hameida

M'Sur
M'Sur
· 11 minutos
Hameida Ebbaba
Ebbaba Hameida | © María Navarro Sorolla/Península Ed.

El desierto. La guerra. El exilio.

Tres palabras que definen la vida de los saharauis. El desierto está ahí siempre, desde tiempos inmemoriales. La guerra llegó después. Llegó en 1975 y aún no se ha ido, aunque se transformó de una guerra de asaltos y combates en una de trincheras, de desgaste, de aguante: cincuenta años lleva ahora una parte del pueblo saharaui recluido en los campamentos de Tinduf en la hamada argelina, en el exilio.

Pero a este exilio en el desierto se ha añadido otro: el de niños y niñas saharauis enviados a Europa —a España sobre todo— para estudiar, para curarse de una enfermedad, para conocer otro mundo. Más que un exilio era un alivio, una manera de respirar aire fresco lejos de un horizonte de arenas estériles. Era, así se planteó, una manera de formar una nueva generación de saharauis, con educación moderna, fluidos en varios idiomas, capaces de impulsar la causa de su pueblo, una vez que regresaran.

¿Regresar al desierto? Es obvio que más de un joven, más de una joven, criada en una familia de acogida europea, educada en un colegio europeo, se lo planteara. No porque el desierto sea incómodo, porque escasee la comida, porque falte agua para lavarse. Sino porque la causa de su pueblo, así se lo dijeron, no es solo política: ser saharaui, y especialmente ser mujer saharaui, es también una cuestión de honor, de moral, de fe, esta moral y ese honor que siempre pagan las mujeres. Una bandera de la libertad enarbolada sobre las cadenas de la mujer. ¿Regresar?

Tres voces invoca Ebbaba Hameida (Campamentos de Tinduf, 1992) en su novela, tres generaciones: la de Leila, beduina del Sáhara Occidental de antes, cuando aún era una vasta región apenas dominada en algunos puntos por España. La de Naima, joven saharaui nacida allá, pero criada en los campamentos, enfermera voluntariosa, luchadora por la causa, y Aisha, nacida como refugiada pero enviada desde niña a Italia, obligada a plantearse qué quiere decir ser saharaui, qué quiere decir honor, fe, libertad. No sorprenderá si en ella encontramos rasgos de la propia autora, educada en Italia y España, desde 2018 periodista de la cadena pública RTVE, doctorada en Periodismo en 2022: es un destino común a muchos cientos, a miles de jóvenes saharauis, es la voz de una generación que nos plantea la palabra libertad.

[Ilya U. Topper]

Ebbaba Hameida

Flores de papel

(Península, 2025)

Aisha

(…)

Tardes de cine y palomitas con las amigas, otras de shopping a la última moda y pizzerías. Te impresiona aún que una camiseta pueda costar cincuenta veces más que una barra de pan. Las fiestas de pijamas, los cumpleaños y los parques de atracciones. Los largos paseos en bicicleta te despejan la mente, como si el viento se llevase las malas vibraciones y nadie te dice cómo tienes que ser o estar, aunque tienes que prometerte no contárselo a las mujeres de tu familia, que suelen decir que montar en bicicleta hace perder la virginidad.

Suena el teléfono. Wanni bik, ¿cómo estás? Con su voz, un soplo de aire cálido roza tu pecho. La escuchas y la vida se estremece de nuévo, Te emociona. ¿Te estás cuidando? Sí, wanni bik. Estoy bien. Estudia y cuídate mucho. Aquí estamos todos bien, la abuela y las tías te mandan muchas oraciones. Madre, ¿qué tal los hermanos? Estamos todos bien. Aquí te esperan todos. Estudia y vuelve. Silencio. Hija, ¿rezas? Sabes que Alá te protege. Tienes que ser muy cuidadosa con los hombres, lo más importante en esta vida es el honor y el nombre de tu familia. Eres hija de una familia con buena reputación, nunca olvides quién eres. Que Alá te cuide, hija mía. Wanni bik. Tun, tun, tun. La llamada se corta.

Te empeñabas en hacer equilibrios, complacer a ambos lados y, sin embargo, sentias mucha envidia por aquella niña que hace años era capaz de diluirse en esta sociedad. Ahora ese automatismo no quería ponerse en marcha, estabas más despierta, cada paso te generaba más inestabilidad y cada conversación marcaba una huella en tu identidad. Ahora más atrevida, curiosa y, a la vez, aferrada a las mujeres del desierto.

El despertador suena cuando todavía es de noche. Sin abrir los ojos te vistes. Te pruebas la camiseta rosa con los vaqueros nuevos. En el espejo, te fijas en cómo resalta tu pecho, sonríes y te pintas los labios. ¡Mi hija irá al mejor liceo de Italia!, grita la mamma. Tomas una taza grande de Nesquik y das bocados a un trozo de bizcocho mientras preparas la mochila con libretas y agendas para estrenar.

En el autobús está Robi, la única cara conocida. Ella no va a ir al mismo centro de estudios, pero está cerca del tuyo, por lo que haréis casi elmismo trayecto por las mañanas. Bajas del autobús, llegas al tren, necesitas un billete. Vaffanculo, la máquinanio funciona. Corre, que vas tarde.

Lo consigues. Al llegar hay que caminar hasta que te topas con cien escalones dibujados en un paisaje verde. Te gustaría que se descolgara una cuerda del cielo para ayudarte a llegar arriba. Coges aliento, aprietas el abdomen y buscas fuerza para subir.

Autobús, tren y escalones. Autobús, tren y escalones. Un castigo diario, casi dos horas de viaje cada mañana. Todos los días tenías que obligarte a llegar hasta arriba. Todos los días tus piernas y aliento se enfrentaban a una especie de examen.

Ciao, me llamo Claudia ¿de dónde eres? Yo de Florencia. Se toca el pecho con orgullo. Me llamo Aisha, soy de Milán, bueno de Milán y de África. Soy africana e italiana, ¿me entiendes? No, ¡pero encantada! ¿Cuántos años tienes? Eres más pequeña, ¿no? No, a mí me toca este año comenzar el liceo ¿y a ti? Igual, ¿fumas? Solo de fiesta, hoy me duele la garganta. No pongas excusas, di que no quieres y ya está.

Llega la profesora de matemáticas, te pregunta de dónde eres. De Italia y de África. ¿De África? Yo estuve en Madagascar de viaje de novios y me encantó vuestra tierra. ¿Madagascar? Te preguntas si se refería a la película que viste en el cine. África tiene las mejores playas, sigue la maestra para toda la clase. Yo soy del desierto. ¿Del desierto? ¡Qué ocurrencia! Nadie es del desierto, carina, pero es verdad que el Sáhara es muy grande, va desde Marruecos hasta Egipto. No entiendes nada y solo quieres dejar de ser el centro de atención.

En la clase de literatura Clásica toca leer a Homero, la Odisea, los viajes de Ulises. Te fascina su hambre de ver el mundo, sus ganas de explorar islas cada vez más extrañas, pero lo que te conquista es su fe en la vuelta a casa.

Te encantaba saltar de un mundo a otro sin moverte de clase, como Ulises. Historia, Geografía e Inglés, jugar con las matemáticas o escuchar acerca de la mitología griega.

En el recreo te molesta que las conversaciones siempre giren en torno a los novios. En realidad, tienes curiosidad sobre aventuras ajenas, pero te da miedo que te pregunten. Y tú, ¿tienes novio? Al negarlo todos se ríen.

Un día, en en tu mesa de clase, te sorprenden unas palabras. «ltalia es para los italianos y no para los extranjeros de mierda.» Cada letra escrita en verde, rojo y blanco, emulando los colores de la bandera italiana. Lo vuelves a leer, otra vez, otra, hasta cinco veces. Nunca nadie te había definido como una «extranjera de mierda». ¿Es eso lo que eres? Aquella niña de la tripa hinchada que habías sido no hace tanto tiempo nunca tuvo que enfrentarse al racismo. Frente a aquel cartel te das cuenta de que vivías en una burbuja a la que ya no puedes volver.

Vuelves a casa, te duele la cabeza y pides descansar un rato. ¡Vaya día! El dolor es insoportable. Figlía, ¿todo bien? Tienes mala cara. Sí, mamma, solo estoy cansada. Lo que ocurre en el liceo, se queda en el liceo, te dices. Buscas la soledad y hablarle al silencio. Abres el armario, te cubres con la melfa, la hueles y el desierto está ahí. Sus normas también.

El agua que cae del cielo despeja una cabeza aturullada. Abrazar tu cuerpo desnudo te apacigua. Por la noche toca ir al cumpleaños de Francesca, fiesta con las amigas del pueblo, ideal para olvidarse de la gente del liceo. ¿Quieres unos tacones? Venga, andiamo. La mamma no pregunta, pero le extraña el dolor de cabeza. Vais juntas al centro comercial. ¿Negros o marrones? No sé, antes quiero verlos. Espero no caerme. ¡Es verdad! Son tus primeros tacones. Bueno, hija, cuéntame, ¿hay algún novio en el radar? No, mamma. Quizá me guste algún chico del liceo. Mamma miaaa. Me haría feliz verte integrada. ¿Integrada?, le preguntas. Que fueras una más, figlia. No quiero que sufras por ser diferente. Está todo bien, tranquila.

Era agotador ser una más. Pediste llamar al Sáhara. No podías esperar su llamada. Necesitabas reafirmarte. Un hombro en el que apoyarte y una mano a la que agarrarte. No estabas dispuesta a resetear otra vez la vida en el Sáhara. Las voces del desierto te susurraban. Aguantar y armarte de paciencia. Allí la vida es resistencia. No tenían ni idea de tu vida en ltalia, pero estudia, estudia y estudia, aunque te machaquen.

Ragazze, he llegado. Qué ganas de veros. El liceo es odioso, hay mucha gente extraña. ¿Hay chicos guapos? Sí, hay un par que me gustan y yo creo que a ellos también. A ver a cuál eliges. Te ríes. Os reís todas. Venga, pasad, pasad, la fiesta de pijamas es en el sótano. Os servís una Coca-Cola y empezáis a poneros al día. He pedido unas pizzas. ¡Sí! Tenemos toda la noche para contarnos. Elisa tiene mucho de qué hablar. Mala, calla, calla y calla. No, ahora hablas. La acorraláis. Vaaaale, vale, os lo cuento. Ya lo he hecho. La miras con los ojos abiertos. Te quedas en shock. Aisha ¿pasa algo? No, no, que quiero que nos cuente cada detalle. Ay, chicas, duele, pero es taaaaaan bonito. Te pasas todo el rato atenta a cada palabra.

Te da curiosidad. Mucha curiosidad. Pero tú no puedes, ni debes. Tú nunca tocarás á’un hombre. Aisha, ¿de verdad que no te has liado con uno de esos chicos? Vuelve el dolor de cabeza, tu madre tumbada en la jaima y un monstruo metálico. Dicen que en Milán son guapííííísimos. La presión en el pechos, gusanos con tomate y la mamma en el cristal. Seguro que se lo tiene calladito, solo para ella. Te cuesta enfocar la vista. Por nosotros, por tu pueblo. Es cierto, en ese liceo además están todo el día besándose por los pasillos, me lo ha dicho mi prima. El corazón se acelera. El camino es recto, no te puedes desviar. ¡Va! ¡Cuenta! Estudia, estudia y aguanta. Dillo! Dillo! Se ríen todas y tú sientes que te caes, tu sonrisa no soporta más la presión. Vai! Vai! Vai! Está bien, se llama Marco.
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© Ebbaba Hameida (2025) | Muestra de lectura cedida por Península.

Ebbaba Hameida. Flores de papel. Península Ed. 280 páginas. 18,90 € ISBN: 978-84-1100-320-9 | Comprar.