Entrevista

Francisco Ferrer Lerín

«El ecologismo ha sido sustituido por el animalismo, más rentable»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 20 minutos
Francisco Ferrer Lerín (Formentor, Sep 018) | © Alejandro Luque / M’Sur

Formentor | Septiembre 2018

Para mucha gente, durante mucho tiempo, Francisco Ferrer Lerín ha sido más un personaje que un ser de carne y hueso. Muchos lo descubrieron en las páginas del Diario de un hombre humillado, de Félix de Azúa; otros en Bartleby y compañía, de Enrique Vila-Matas o, en Paseos con mi madre, de Javier Pérez Andújar. Lo cierto es que su perfil parecía demasiado excesivo para ser verosímil: poeta, ornitólogo, pionero del ecologismo, jugador profesional de póker y hasta espía son algunas de las vidas que se le atribuyen.

Nacido en Barcelona en 1942, Lerín vive desde hace unos años en Jaca (Huesca), donde se convirtió en experto en aves carroñeras. Es Premio de la Crítica en 2009 por su poemario Fámulo. MSur fue a entrevistarlo a Mallorca, donde participó en las Converses Literàries de Formentor. Gafas negras, chaqueta campestre, verbo ágil y entusiasta, parece encantado con haberse convertido, al cabo de los años, en autor de culto. La semana pasada, la sala de exposiciones del Rectorado de la Universidad de Málaga inauguró una muestra dedicada a su figura.

Siempre se ha dicho que se quedó a las puertas de entrar en la antología de los Novísimos. ¿Fue así?

No exactamente. Yo nací en el 42, empecé a escribir muy joven y aproximadamente en el 58 o 59 ya tengo mis poemas preparados, y en el 62 o 63 se publica mi primer libro, mucho antes de los Novísimos. Últimamente, uno de los marbetes tremendos que me han colocado es el de “padre nutricio de la secta novísima”, lo que no deja de ser divertido. Pero no sé hasta qué punto refleja la realidad, porque no veo que influyera en ellos. Además, cuando se crean los Novísimos que no es una idea de Castellet, sino de uno de los componentes del grupo, yo ya no vivía en Barcelona, me fui en el año 68 y ya no volví.

¿Le traumatizó de algún modo no entrar en aquella liga?

Muchas veces me lo han preguntado, ¿No hubiera querido usted estar en los Novísimos? ¿No tiene una especie de mala conciencia de no haber estado más tiempo allí, lo que le hubiera permitido saltar a la fama? Ninguna de esas sensaciones las he tenido, porque luego estuve 33 años sin escribir. Fue una agrafía totalmente voluntaria, por circunstancias de la vida. Todo eso ha venido después, cuando he dado el salto a la fama, a partir de 2005 o por ahí.

Buenos, hay novísimos de los que no se acuerda nadie, y en cambio su obra está viva.

¡Claro! En la nómina de los Nueve Novísimos había alguno que estaba ahí metido con calzador, no eran propiamente poetas algunos de ellos. No es que hubiera consignas, supongo, pero había una afinidad política. Yo nunca he estado en una militancia activa de este tipo. Soy militante en temas ambientales, pero en lo que es la política directa, la política tradicional, convencional de partido, yo nunca he estado.

Luego usted puso fácil el chiste con la transición de la poesía a la ornitología. ¿Pasó de un nido de buitres a otro?

«Lo dejé todo y me fui al Pirineo aragonés, como ornitólogo de campo especialista en aves necrófagas»

Desde niño yo me he sentido muy atraído por la naturaleza y los animales. He sido siempre muy lector, mi padre tenía una biblioteca importante, con manuales de Historia Natural heredados de su abuelo, libros alemanes que yo no entendía, pero las láminas me subyugaban. Y como éramos una familia burguesa, veraneábamos, unos veraneos de tres meses, y ahí empecé a familiarizarme con los animales salvajes pero más próximos, reptiles y anfibios, que son más manejables. Entro en el mundo de la ornitología más tarde, durante el servicio militar. Me di cuenta a principios-mediados de los 60, cuando España pugnaba por salir del subdesarrollo, cuando todo el mundo tenía un coche 600, que todavía había plataformas de dos metros sesenta de envergadura, volando sobre nuestras cabezas a la búsqueda de carroña. Eso me dejó totalmente descolocado. Lo dejé todo y me fui al Pirineo aragonés, como becario, a Jaca, como ornitólogo de campo especialista en aves necrófagas. Fue una cruzada de años para tratar de recuperar a todas estas aves que debido a la mecanización del campo estaban en peligro de extinción, cosa que ya no es así.

Esa leyenda de que usted tenía que facilitarles la carroña, ¿es cierta?

Sí, fue así. Tenía un socio en el parque zoológico de Barcelona. Íbamos de madrugada por la parte de atrás del mercado de pescado, y robábamos las cabezas del caballo partidas que se suministraban a las fieras del zoo. El maletero –yo tenía un Renault R12– lo llenábamos completamente de cabezas y partíamos al Pirineo de Lérida.

Eso lo hace un artista contemporáneo en un museo, y arrasa…

¡Bueno, es que tú sabes que yo soy un artista contemporáneo! Precisamente en la exposición de Málaga están todas mis facetas de artista. Tengo una anécdota que otros se han atribuido, entre ellos el amigo Félix de Azúa, pero me ocurrió a mí: llegando al pirineo de madrugada, en los años de ETA, en una curva, me pararon en un control rutinario de la Guardia Civil, que resultó ser no tan rutinario. Me apuntaron con el subfusil y me hicieron bajar. “Abra el maletero”, me dicen, y yo. “Les quiero advertir…” “¡A la Guardia Civil no le advierte ni dios!”, me responden. Abro el maletero y… ¿pero qué es esto? Acabamos riendo, pero creo que nos asustamos todos, ellos y yo.

Y su condición de jugador de póker, ¿admite metáforas con la timba de la poesía española?

No, no, no hay metáforas en mi vida. Mira, Javier Marías, cuando vivía en Barcelona, me acompañó más de una vez a estas famosas carroñadas. Carroñada es un término que yo acuñé para designar este acto mágico, que es cuando sacas del coche la carroña, la dejas en el campo, no hay absolutamente nada y de pronto empiezas a ver unos puntitos, y en un momento se desploma literalmente el cielo. Javier venía conmigo y decía: “Ya entiendo, esto es que tú buscas la cifra, el simbolismo…” En absoluto, de simbolismo nada, es el placer que me produce alimentar a estos animales, un placer que se localiza aquí, en la rabadilla. Cuando ves bajar a esos animales, que es como ver aterrizar un avión, es un placer genésico, prácticamente sensual. Pero él siempre buscaba una metáfora.

¿Y jugar, fue un placer también?

«Nunca he sido dotado para el submarinismo, pero para el póker sí»

No es un placer. Aquellos fueron años difíciles para mí, porque yo procedo de una familia rica que se arruinó debido a la codicia de mi padre, que puso todo el patrimonio familiar en manos de Javier de la Rosa. Los primeros años, los bancos daban el 1, y este señor daba el 1,5 %. Y mi padre decía “mira, mira, yo no entiendo aún cómo la gente trabaja”. Hasta que un día le llamaron del banco y le dijeron: “Doctor Ferrer, su cuenta ha quedado a cero”. Y de la noche a la mañana fuimos pobres. El póker es algo que se me ha dado a mí. Nunca he sido dotado para el submarinismo, pero para el póker sí. Los años que viví en Jaca, al principio, en el casino principal de allí, había partidas importantes y yo jugaba.

¿Qué atributos definen, en su opinión, al buen jugador?

El buen jugador nace, como el escritor. Nunca he creído en las escuelas que imparten clases para aprender a escribir. El buen jugador se sienta en una mesa y de una mirada sabe exactamente lo que hay allí. Hay un dicho muy conocido: “Si en la primera media hora de partida no descubres quién es el pichón o pardillo, es que el pardillo eres tú”. Es todo el conocimiento de los jugadores, la experiencia… Es muy mecánico el juego, yo jugaba exclusivamente a una variedad de póker, que en Aragón se llama chiribito, que es el póker sintético.

Pero también tengo entendido que llegó a llamar a las casas para jugar, lo cual hoy parecería inimaginable, ¿no?

Eso fue en la época de [Leopoldo María] Panero. Barcelona actualmente es un desastre, una cosa provinciana, pero en aquella época estábamos todos allí, Panero, Javier Marías… Yo tenía una novia onubense que se llama Rinola Cornejo, que la saco en algún texto por ahí, y con Panero íbamos los tres por la calle, y Leopoldo llevaba siempre en la mano un mazo de naipes, y en la otra una botella de peppermint. Y claro, para no jugar en los portales de las casas, llamábamos y nos abrían la puerta. En la ciudad la gente está tan sola, tan aburrida, que cuando llamaban unos individuos jóvenes, trajeados, con corbata –eso era fundamental– pues nos abrían y nos poníamos a jugar en el comedor de la casa, y la señora nos servía un refresco. No lo hicimos mucho, tal vez lo hemos soñado. Pero estuvo muy bien.

En medio de esta biografía tan trepidante, he llegado a leer que fue usted espía. ¿Exageran?

«A mí siempre me han visto como un tipo al que se puede comprar con cierta facilidad»

Yo soy un superdotado, estuve en los Jesuitas de Barcelona, y allí había un departamento llamado paidométrico, donde a los niños pequeños que veían que despuntaban, y a los que luego quería captar la orden, les hacían unas pruebas mentales, y yo rompí todos los esquemas. Y parece que esta documentación la guardó alguien. Al cabo de los años, cuando se instaló en España IBM y demás, me hicieron unas pruebas y parece que los resultados fueron muy brillantes. Un buen día me llamaron de lo que entonces se llamaba una sociedad de prospectiva, que entonces estaba en Barcelona en la calle Porvenir. Me entrevistaron y me propusieron un negocio que consideré estrambótico en aquel momento. No se trataba de espiar, sino de colaborar con ellos en labores de prospección. Ellos prospectaban, sus clientes eran gobiernos y grandes multinacionales. Te ponían ejemplos como una marca de refrescos como Schweppes, que se equivocó en el lanzamiento en Europa de tal producto, que en Estados Unidos había ido muy bien y aquí no. Y por culpa de no prospectar el mercado, perdieron.

¿Y usted les sacaba las castañas del fuego?

A mí aquello en principio no me interesaba, pero luego por las cosas de la vida, tuve problemas de todo tipo, económicos y rozando lo judicial también… Y estos, que te van siguiendo todo el rato, porque lo del tercer ojo ya existía en aquellos años, volvieron a tentarme en el servicio militar. A mí siempre me han visto como un tipo al que se puede comprar con cierta facilidad, de modo que me propusieron participar en una serie de servicios en defensa de la patria, y yo piqué. Estuve contratado por estos servicios de prospección, ojo.

¿En qué consistían?

Bueno, no había llegado la democracia aún, pero yo ya sabía todo, lo que iba a pasar con Carrero Blanco y todo. Pero ante la llegada de la democracia, estaban muy preocupados, en Estados Unidos y en Europa, sobre qué podía pasar, por ejemplo, con el tema de las autonomías, que esto es lo que los militares siempre rechazaron de plano. Y el aborto, el divorcio… Ellos tenían unas fichas para unos sondeos que utilizaban personas que se infiltraban en determinados grupos. Pero esto venía traducido de Puerto Rico, y me dijeron: “Como es usted escritor, si los podría adaptar…” Y fui haciéndolo. Pero vamos, yo nunca estuve haciendo entrevistas para los militares, esta gente era muy hábil y estaba metida en todas partes.

¿Es así como pasa a convertirse en, como lo han rebautizado, “El Salinger del Pirineo”?

¡Las etiquetas! Ya lo decía Unamuno, en España, lo de estar etiquetado…

Más allá de la etiqueta, me preguntaba si desaparecer es también un camino para que lo quieran a uno.

Indudablemente, en mi biografía he explotado ese fenómeno, aunque ha acabado siendo una losa, porque yo quiero que se me valore y se hable de mi literatura, pero mira de qué estamos hablando nosotros: de los espías y los buitres leonados. No sé, me fui al Pirineo y pasé muchos años alejado de la escritura, y volví por un hecho absolutamente fortuito y azaroso.

¿Pero hubo cálculo o estrategia en su estrategia?

«Hubo seguidores durmientes que durante 33 años habían esperado a que yo regresara»

No. Esta agrafía de la que hablo, que la gente no se la cree, me tuvo 33 años apartado de la escritura, aunque sí escribiera para revistas científicas. Ni siquiera leía: piensa que yo vivía allí en Jaca, en condiciones de austeridad, como si fuera una especie de ermitaño. Me metí en una serie de negocios turbios, etcétera. Hasta que un día me llamaron desde el Instituto Francés, que habían organizado un ciclo sobre las pasiones literarias, por si yo quería hablar de la pasión en el juego. Fui, hablé de Dostoievski y demás, y cuando recogía los papeles, aparecieron como cuatro o cinco individuos. Yo tengo una memoria bastante especial y no recordaba haberlos visto durante la charla, ¿esta gente de dónde sale? Me asusté incluso. Miré rápidamente las manos para asegurarme de que no llevaran ninguna clase de objetos cortantes o punzantes, eché un vistazo por si veía al bedel, pero resultó que eran una especie de seguidores durmientes que durante 33 años habían estado esperando a que yo regresara. Vieron el anuncio en La Vanguardia, vinieron y me empezaron a abrazar y a besar, “Lerín, vuelve, Lerín vuelve…”

Hay en su leyenda, también, un incidente con un bedel… ¿qué ocurrió?

Eso fue en Granada. Yo fui a hacer mi tesis doctoral en Lingüística catalana. Antes de nada pregunté en el departamento, qué tenían de biblioteca, y había allí un mueble rinconero con un solo libro, Gramática catalana para niños. ¿Y alumnos del curso pasado? Un alumno. Pero en aquel momento el único que me podía llevar mi tesis era un profesor de allí. Luego tuve un encuentro desgraciado con un bedel, pero bueno, eso no lo vamos a contar…

Azúa, Vila-Matas, Pérez Andújar… ¿Uno puede vivir también en los libros de los otros?

Sí, sí, es mucho más higiénico, como la masturbación es la forma más higiénica de relación sexual. Es algo parecido, es aséptico. Con Vila-Matas no tanto, pero con Félix somos muy amigos. A raíz del dossier que me dedicó la revista Ínsula, hemos repetido esa conversación y ya parecemos como siameses, pero es una fórmula agotada. Cualquier día compramos una berlingo y vamos por los pueblos…

Siendo usted un escritor muy del siglo XX, ha encontrado en el blog un cauce perfecto para expresarse. ¿Qué le ha visto a internet?

Es que soy muy moderno [risas]. He conformado en el blog un tipo de textos que uno de mis doctorandos, Antonio de Viñuares, ha definido como caso, que para mí es ideal por la extensión, por el ritmo inteno que tiene, por lo cerrado que es, y que tiene una fuerza poética importante. Cuento siempre que escribo porque de niño tuve un ruido en la cabeza cuando me acostaba. Era como una especie de rumor con una cadencia que me ha imprimido un ritmo determinado. Y yo dentro de la ornitología fui especialista también en las aves de bosque. Con éstas la identificación no es visual: no las ves, pero las oyes. Y yo tengo memoria auditiva. El problema que tengo con la música es que no la puedo simultanear con otras actividades. Esta gente que escribe o lee con la música… no puedo. Y me falta tiempo, tiempo para hacer cosas.

Entre unas cosas y otras, trabajó varios años con Carlos Barral…

Yo estuve en el centro de investigaciones de Jaca unos tres años. Cuando terminé con mi misión, que era la recuperación de muladares, y confeccionar la lista patrón de aves pirenaicas, que no se había hecho nunca, fue misión cumplida. Luego había un factor de tipo ideológico: estaba en manos del Opus Dei, y yo no soy precisamente una persona muy relacionada con la religión. Al mismo tiempo Carlos Barral deja Seix Barral, crea Barral Editores y me llama para el consejo de redacción. Y de allí salto a la editorial Salvat.

¿Hoy un editor así sería impensable?

Ya era impensable entonces. Tenía una cosa muy positiva, que no se ha valorado lo suficiente, y es su escritura como poeta. Era de lo mejorcito de su generación del 50, equiparable a Gil de Biedma, y sin embargo ha quedado como editor más o menos, el que tuvo unos meses Cien años de soledad sobre la mesa y no leyó… Todo eso es verdad, pero lo importante es lo otro. Ahora, como editor, desde un punto de vista mercantil, de hombre de negocios, aquello fue una ruina. Pero bueno, yo encantado.

Como pionero del ecologismo, ¿diría que ya nos hemos cargado el planeta?

«El animalismo es una fuente de ingresos enorme para las multinacionales»

El ecologismo ha sido sustituido por el animalismo. Para complacer las ansias de ternurismo de las clases medias. El ecologismo era mucho más salvaje, pero al sistema, al capital, no le convenía, porque no daba dinero. El animalismo es una fuente de ingresos enorme para las multinacionales, enorme: solo la comida para gatos y la comida para perros genera millones. En el ecologismo hay que salir al campo, te ensucias… En cambio con el animalismo, en tu casa de Madrid o Barcelona tienes unos gatitos, y ya. El ecologismo está todo por hacer, pero nos equivocamos sobre todo en una cosa: lo de las centrales nucleares. Habría que apostar por ellas.

Hemos pasado del “Nuclear no, gracias” a…

Los molinos aerogeneradores, que son la principal causa de mortandad de las grandes especies por las que hemos batallado. Las aspas giran a una velocidad vertiginosa, y los corta. El buitre no está programado para eso, y como están en los puntos donde sopla viento, es un desastre. Las centrales nucleares indudablemente generan residuos, pero esos residuos hay que almacenarlos y tratarlos, y algún día incluso los vamos a aprovechar. Y sobre todo, no modifican el paisaje. La carretera por ejemplo de Jaca a Navarra, que es un sitio precioso, paisajísticamente está muerto: unos molinos de unas alturas… que nunca se van a integrar en el paisaje. Y luego está el radicalismo en muchas cosas. La caza sin ir más lejos hay que mantenerla, no solo como creadora de puestos de trabajo, sino como reguladora. Para regular la población de jabalí no podemos soltar lobos. Porque el jabalí puede convivir quizá con tu familia y tus niños, pero el lobo no. Piensa que en este momento hay un exceso de lobos, pero no se puede decir, es un tabú.

También en el sur nos manifestábamos contra los campos de tiro, y acabaron resultando una barrera de protección contra los excesos del ladrillo. ¿Ha habido muchas paradojas de ese tipo?

Sí, la gran paradoja de este tipo fue el mayor campamento militar de Europa, San Gregorio en Zaragoza, que no sé cuántas hectáreas tiene. Gracias a él, la fauna en ese sitio es incomparable, y llega un momento en que se adaptan a las explosiones. Durante la Segunda Guerra Mundial, que fue una cosa tremenda, en el centro de Europa la población de águila calzada, águila culebrera y ratonero busardo se disparó, porque la gente no los mataba, ¡se mataban entre ellos! Todo esto es tan delicado…

¿Cómo se ve desde Jaca el hecho de que Barcelona se haya convertido en la ciudad de la guerra de las banderas? ¿Lo veía venir de alguna forma?

«Siempre se ha creído que el nacionalismo catalán luchaba contra Franco, ¡mentira!»

No diré que me fui de Barcelona por esto, pero el día que me fui de Barcelona, descansé. Piensa que soy de una familia catalana, con ramas que podría llamar hipercatalanas. Mi padre por ejemplo tenía un acento tan fuerte –porque al final todo se reduce al acento, no hay otra cosa– que cuando hablaba en castellano parecía que estaba hablando en catalán. Y dentro de mi familia había un sector localizado en Puigcerdá, que es lo que entonces se llamaba la seba…. Bueno, pues todo esto lo veo con preocupación, porque soy catalán, Barcelona ha sido mi ciudad durante muchos años, allí estaba mi casa, mis padres, pero actualmente no voy. Una cena con mis familiares o amigos acaba como el rosario de la aurora, al cincuenta por ciento… ahora. Dentro de quince años, ya no será al cincuenta por ciento.

¿Y qué habría que hacer?

Mientras no se recuperen las competencias en Educación, el lavado de cerebro que se está haciendo a los niños, el odio a España que se les está inculcando, ¡y el tema de la lengua! Esto va a desnivelar completamente. Es un peligro, una bomba que tenemos ahí. El PSOE, debido a su debilidad en este momento, es evidente que no lo va a resolver, y el PP, que ha tenido ocasión, no quiso. Hay un desconocimiento enorme dentro de España, incluso entre los intelectuales, respecto a Cataluña. Siempre se ha creído que el nacionalismo catalán luchaba contra Franco, ¡mentira! ¡Eran más franquistas que los otros! Pero no hablemos de esto, es una cosa que me duele.

Una última curiosidad: en los relatos de su último libro, Besos humanos, abunda la truculencia, lo desagradable… ¿A qué lo atribuye? ¿Una forma de epatar al lector burgués?

El barcelonés siempre quiere epatar al burgués, es como nuestra misión en la vida. Debido a mi ética ambiental desbordante, atribuyo los desastres del planeta a la explosión demográfica, somos demasiados. Y esto es un tema que ni la izquierda ni la derecha quieren afrontar nunca. El hecho de que podamos eliminar a algunas personas, ayuda.

Aunque sea literariamente…

¡No, no, ya me gustaría a mí que trascendiera lo literario!

© Alejandro Luque | Especial para M’Sur

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