Opinión

Generación Z impaciente

Soumaya Naamane Guessous
Soumaya Naamane Guessous
· 5 minutos
Opinion mgf

Octubre 2025

He sido profesora durante 36 años. He visto desfilar a generaciones de estudiantes, he seguido su evolución, su perfil, sus sueños. He asistido a una degradación progresiva de ciertos valores entre los más jóvenes: impaciencia para superar etapas, dificultad de aceptar el esfuerzo, dependencia mayor de las redes sociales que dictan sus actitudes.

Siempre críticos hacia el Gobierno, pero carentes de una verdadera cultura política, muchos rechazan incluso ejercer su derecho a voto, argumentando que «son todos ladrones» y que «nadie merece que se le vote». Esta postura negativa va acompañada de cierta pasividad y de un sentido de crítica amarga, a menudo tomado del lenguaje de las redes sociales, sin controlar siquiera la veracidad de las informaciones que se comparten.

Antes, los jóvenes manifestantes tenían un encuadre político, tenían asociaciones. Se reunían cara a cara, debatían, se organizaban alrededor de líderes capaces de darles formación. Hoy día, las redes sociales empujan más hacia la desobediencia impulsiva que a la reflexión ciudadana. Esta espontaneidad, alimentada por la viralidad informática, engendra una juventud rebelde, pero incapaz de analizar el contexto político y económico mundial.

Si bien los jóvenes lanzan fuertes reivindicaciones, raramente invierten esfuerzo en mejorar su situación

Sería injusto negar las causas profundas de este malestar. Esta generación sufre múltiples carencias: un sistema escolar frágil, un difícil acceso al mercado laboral, perspectivas sin sin salida, sin contar el peso de los padres, de los que a veces se tienen que hacer cargo, sin jubilación ni cobertura sanitaria, pese a los esfuerzos de Estado por ampliarla. Estas dificultades alimentan un sentimiento de exclusión y de injusticia.

Pero si bien los jóvenes lanzan fuertes reivindicaciones, raramente invierten esfuerzo en mejorar su situación. Los profesores son testigo de una falta de compromiso serio en los estudios. En el trabajo, los jefes lamentan su rechazo de implicarse totalmente, su exigencia de obtener todo rápidamente: salarios altos, comodidades materiales, reconocimiento inmediato. Muchos comparan sus esfuerzos con los de las estrellas de internet o del deporte, que llegan a la cima con tanta celeridad, y de ahí concluyen que no necesitan hacer los mismos sacrificios que sus mayores.

Su relación con la autoridad es problemática. Sea en la familia, en el colegio o en el trabajo, a menudos perciben toda norma como un abuso.

Aspiran a un consumo masivo. Pero sus ingresos no se adaptan a sus deseos. Las frustraciones se acumulan y aumentan la sensación de marginación e injusticia.

Otra característica de esta generación es su relación con el tiempo libre. Convierten el ocio en prioridad, ya sean estudiantes, trabajadores o desempleados. Pero el ocio sano, deporte, cultura, viajes, está fuera de su alcance financiero. El resultado: mucho tiempo libre mal empleado, una ociosidad que se convierte en «la madre de todos los vicios». La ausencia de estructuras accesibles para utilizar esta energía de forma sana alimenta un repliegue, una dependencia de la pantalla o derivas más peligrosas.

La Generación Z dispone de herramientas de comunicación inéditos y una apertura al mundo sin precedentes

Desde luego, sus reivindicaciones son legítimas: la educación y la sanidad deben progresar. Pero sin educación política ni ciudadana hay un riesgo real de derrapar. Sobre todo si una «mano invisible» atiza la revuelta.

Muchos esperan todo del Estado, adoptan una actitud de espectador más que de actor del cambio. Esta postura negativa alimenta una desconfianza peligrosa hacia toda institución.

La violencia, cuando estalla, no refleja el conjunto de esta generación, pero muestra hasta qué punto una protesta mal canalizada puede transformarse en caos. El Estado tiene la responsabilidad de escuchar a estos jóvenes, de responder a sus necesidades legítimas. Pero ellos deben comprender que un cambio duradero exige implicación, esfuerzo y paciencia.

Sin embargo, pese a todas estas contradicciones, no se debe reducir la Generación Z a sus defectos. Su energía, su creatividad, su sed de expresión representan una oportunidad para el país. Cierto, no ha conocido la educación política de generaciones anteriores, pero dispone de herramientas de comunicación inéditos, una apertura hacia el mundo sin precedentes y una capacidad de movilización que puede transformar la sociedad. A condición de que se les ofrezcan espacios de configuración y escucha. Los colegios, las universidades, los enseñantes, las asociaciones, los políticos, las redes sociales, las familias deben implicarse para encaminar este compromiso cívico.

Los jóvenes deben aprender que manifestarse y reivindicar es un derecho, pero que participar, votar, implicarse en proyectos colectivos es un deber.

El desafío de verdad no es solo calmar una generación revoltosa, sino llevarla a convertirse en agente de su propio futuro. Al renunciar al voto, al rechazar toda institución, los jóvenes se encierran en un círculo vicioso en el que su voz pierde peso. Si se comprometieran, en cambio, con las estructuras democráticas, por imperfectas que sean, pueden cambiar el rumbo de las cosas.

Esta generación, con sus excesos y su impaciencia, es también el espejo de un Marruecos en transformación. Su enfado nos recuerda que queda mucho por hacer en la enseñanza, la sanidad, el empleo, la justicia social. Pero su movilización, incluso caótica, es una nueva forma de sociedad civil. Se impone como un actor ineludible en el escenario nacional.

Ahora es tarea de todos transformar esta revuelta difusa en energía constructiva. Entonces, tal vez, esta juventud se convierta en una fuerza viva, capaz de llevar a Marruecos hacia un futuro más justo y más solidario.

·

© Soumaya Naamane Guessous | Primero publicado en Le360 · 3 Oct 2025 | Traducción del francés: Ilya U. Topper