Günter Wallraff
«El término islamofobia es un argumento mordaza»
Andrés Mourenza
Estambul | Octubre 2017 | Con Ilya U. Topper
Desprende humildad. Mira continuamente hacia abajo, medita respuestas, hace garabatos… pero cuando responde lo hace con gran pasión. El rostro ya anciano de Günter Wallraff (Burscheid, 1942) probablemente el periodista más famoso de Alemania, muestra marcas, pero su mirada sigue siendo brillante, y cada cierto tiempo esboza una sonrisa pícara de niño que acaba de robar una golosina.
Wallraff ha venido a Estambul para encontrarse con familiares y compañeros de periodistas y activistas turcos que llevan años en el punto de mira de los tribunales. Como Ahmet Şık, un reportero encarcelado en Silivri, o Eren Keskin, abogada de derechos humanos en libertad provisional. Los poderes cada vez más amplios del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, reducen el espacio de libertad cada vez más, opina el periodista. Promete volver a finales de octubre para el proceso contra el diario Cumhuriyet. Pero esta vez ha llegado sin avisar a la prensa y celebra su 75 cumpleaños con una dorada a la plancha y una copa de vino blanco en un modesto restaurante de pescado a orillas del Cuerno de Oro, rodeado del griterío de las gaviotas.
Dicen que siempre busca maneras diferentes de celebrar sus cumpleaños.
«En mi casa había una fiesta organizada para mi 75 cumpleaños, pero me escapé»
En las fechas más señaladas, sí. Al cumplir cincuenta, me fui con unas familias vietnamitas que habían sobrevivido al pogromo de Rostock en Alemania. No les conté que era mi cumpleaños, pero organicé una especie de fiesta para ellos. Cuando hice 60, me llegó el pago de un seguro de vida que no me hacía falta, y me fui a Afganistán a fundar un colegio para niñas. Para el septuagésimoquinto no tenía nada pensado, porque jamás me habría imaginado llegar a viejo. En mi casa había una fiesta organizada por mi editorial, pero me escapé. Quería darle algún tipo de sentido a todo esto.
Y pensó en Turquía.
Hay un premio que lleva mi nombre, el Günter Wallraff del periodismo crítico y de crítica periodística, que se otorga cada año, y este año fue para Ahmet Şık. Şık es para mí un modelo, porque sabe a lo que se arriesga cuando hace periodismo, sabe que puede ir a la cárcel y lo asume. Pero este viaje se lo debo también a la comunidad turca de Alemania. Para ellos sigo siendo una persona importante; me siguen abranzando por la calle cuando me ven porque yo fui quien mostró [en el libro Cabeza de turco (1985)] las humillaciones a las que se veían sometidos. Muchos de ellos aprendieron alemán gracias a ese libro, muy difundido en la comunidad turca.
¿Y su deber ahora con ellos?
Lo que quiero es mostrarles qué pasa con este hombre [Erdogan], al que algunos turcos de Alemania consideran su líder, su Mesías, pero que está metiendo en la cárcel a mis colegas. Tengo que mostrarles lo que está pasando aquí para que se pongan a pensar, a reflexionar. También organizo colectas para los colegas que están aquí presos. Son modelos para mí. Junto a personas como Fabrizio Gatti, que cuando era estudiante se fijaba en mis reportajes, y ahora sus reportajes son de tal maestría que son un modelo para mi: acompaña a refugiados por el desierto, arriesgando su vida. En México, Lydia Cacho investiga el tráfico de mujeres. En Francia, Florence Aubenard aplica mi método para investigar las condiciones laborales y luego también fue secuestrada en Iraq…
¿Por dónde va Turquía?
«Algún día habría que darle a Erdogan un premio de fomento de la literatura política»
Me temo que está evolucionando hacia un régimen islamofascista, aunque afortunadamente hay una gran parte de la sociedad que se resiste a esto. Pero el encarcelamiento de tantos periodistas y defensores de derechos humanos es preocupante y se puede comparar con una toma de rehenes. Por otra parte, esto ha hecho que ahora estemos mucho más atentos a los libros de muchos autores comprometidos con las libertades: el Gobierno turco los está promocionando de forma involuntaria con su persecución. Algún día habría que darle a Erdogan un premio de fomento de la literatura política.
Usted se disfrazó de turco en Alemania para mostrar los abusos en los ochenta. ¿De qué se disfrazaría hoy en Turquía?
Prefiero no decir nada de momento, porque si no… no me dejan volver a entrar (ríe). Voy a contar algo que tendría sentido hacer, pero que no voy a hacer. Por ejemplo, sería parte de una minoría cristiana en algún lugar de Turquía donde las iglesias se caen a cachos pero nadie las restaura; sería un kurdo que defiende la cultura kurda pero que no tenga nada que ver con el PKK… aunque eso no es algo fácil. Querría vivir el día a día de una minoría sexual y, aunque soy casi antialcohólico, solo casi, me iría a determinadas zonas a pedir un vaso de vino para ver si aún puedo disfrutar de ese derecho. O me iría a alguna zona donde aún hay armenios para ver cómo viven. O sería judío practicante.
En resumen, una lista de colectivos con menos derechos.
No sé cómo es, no tengo una opinión formada. Tal vez pensar que sean gente perseguida sea un prejuicio. Tengo capacidad de aprendizaje y me encanta que me enseñen que las cosas no son como yo pensaba. La realidad es siempre mucho más matizada de lo que uno se imaginaba. No está mal vivir esas cosas disfrazado para saber cómo son. Aunque desde luego lo más auténtico sería ser un preso político. Hubo quien dijo: «Hay momentos en los que el lugar más decente para una persona honrada es la cárcel”.
¿Quién dijo eso?
No recuerdo. Quizás fuera Aziz Nesin [escritor turco, 1915-1995]. Conozco a muchos artistas y escritores pero en mi vida he conocido dos en los que vida y obra era una unidad inseparable. Uno era Heinrich Böll y el otro Aziz Nesin. He estado muchas veces con Nesin. El atentado de Sivas [1993] iba contra él. Los escritores satíricos son la gente más amenazada de muerte, porque los fundamentalistas creen que poseen la verdad absoluta y no entienden de bromas, tienen una seriedad mortal, en sentido literal. Salman Rushdie vivió conmigo después de ser amenazado por sus escritos satíricos, al igual que el cantante iraní Sahin Najafi, también amenazado de muerte por una fetua.
Con Rushdie, usted se puso en el punto de mira de los fundamentalistas, pese a su defensa de los inmigrantes musulmanes.
«Dije que debatiéramos en la mezquita los Versos satánicos de Salman Rushdie»
Hace más de diez años, un miembro de la comunidad turca de Colonia me pidió durante una emisión en vivo en la televisión que me metiese en la Junta Directiva de una nueva mezquita. Le dije que bien, pero que a cambio debatiéramos en la mezquita los Versos satánicos de Salman Rushdie, amigo mío amenazado de muerte, que vivía en mi casa, y por cuyo libro han muerto personas. Y el turco me dijo ¿por qué no? Sigo creyendo que me lo decía sinceramente, pero al cabo de unas semanas, alguien debió de darle un toque, porque dijo de repente en público que Wallraff, al pedir que se debatiese Los versos satánicos en una mezquita había insultado los sentimientos de los musulmanes en todo el mundo. Y a partir de ahí recibí amenazas de muertes tan serias que la policía me puso vigilancia.
¿Le sorprendió?
Siempre se afirma que es en las pequeñas mezquitas de traspatio donde se difunden odio y adoctrinamiento, hasta los llamamientos a la guerra santa. Pero no es sólo así: hace tiempo que dije que en las grandes también ocurre. Como en esa misma mezquita turca de Colonia, que está en manos de DITIB, una asociación alemana que es un brazo del Diyanet [equivalente a un Ministerio de la Religión de Turquía]. Es un islam político, nada integrador. Al final se reveló que tienen espías para ver quién es anti-Erdogan y quien no. Me fui a echar un vistazo a su biblioteca, y sólo tienen libros de adoctrinamiento, nada de literatura mundial, nada de novelas.
Y nada de Aziz Nesin, imagino. ¿Como acabó aquello?
«Los fundamentalistas creen tener la verdad absoluta, y a los agnósticos nos instrumentalizan»
Seguí diciendo que si no querían hacer el debate en la mezquita, yo pagaría instalar una carpa en el patio. Pero nada. Y hay más ejemplos, tuve una experiencia, digamos, reveladora. Poco después de publicarse Cabeza de turco hubo periódicos alemanes diciendo que yo me quería convertir al islam [ríe]; no había nada que me interesase menos, acababa de darme de baja de la Iglesia. Pues otra comunidad islámica, la segunda mayor de Colonia, me invitó a una mezquita a dar una charla sobre religiones ante más de mil personas. Yo era muy inocente aún. Hablé del aspecto humano de islam y cristianismo, pero también de cómo se abusa de de las religiones. Luego me enteré de que el traductor no había traducido nada de mi crítica al islam, solo la que hacía al cristianismo. Mientras yo hablaba, exhibido como un tonto útil, un amigo mío hacía una encuesta entre los presentes, y todos, sin excepción, estaban a favor: a Rushdie había que matarlo.
¿Era una mezquita turca?
Sí, pero no solo había turcos allí, hubo gente de otros países también. Y desde entonces me fío un poco menos cuando hablan del diálogo de religiones. Los fundamentalistas creen tener la verdad absoluta, y a los agnósticos, a los que tenemos más dudas, nos instrumentalizan. Hay que tener cuidado con esto. Claro que entre los musulmanes hay gente de mente abierta, pero el islam política, que financia muchas mezquitas, transmite órdenes de arriba.
¿En Alemania?
En todas partes. Es como cuando iba a la URSS, antes de que me declarasen persona non grata, claro que había funcionarios que parecían de mente abierta y prometían reformas, pero al final te dabas cuenta de que estabas ante un muro. No estoy contra el diálogo, pero hay que saber que tienes enfrente a alguien con unas convicciones muy firmes.
¿Por qué en Europa, cuando se trata de debatir los problemas de los inmigrantes, se realiza el diálogo con representantes de las mezquitas?
Eso es un enorme error que se está cometiendo. Porque se les da margen de maniobra a quienes que representan todo lo contrario a los derechos de las mujeres y las minorías. Es tiene graves consecuencias y no beneficia en absoluto la convivencia. Hay que oponerse a esto desde muy pronto, con pedagogía y amor, porque si no, algún día tendremos una mezcla peligrosa y una sociedad paralela. Habría que hacerlo incluso por ley.
¿A dónde nos lleva este error?
«Son gente abierta pero cuando se trata del islam hay un veto a todo lo que sea pensar»
Lo estoy viendo: aumenta las simpatías por la AfD [el partido de la derecha alemana]. Porque los demás ceden demasiado, acaban abandonando los propios valores fundamentales. Lo veo en mis círculos, en los sindicatos, en las iglesias, en la SPD, entre Los Verdes, la izquierda… Son gente abierta; respaldan a los inmigrantes, pero cuando se trata del islam hay un veto a todo lo que sea pensar. Te acusan rápidamente de estar ayudando a la AfD y es al contrario, le ayudas si le permites que monopolicen ese tema. Nosotros, los que apoyamos la inmigración, los que nos tomamos en serio a la persona que viene como refugiada, somos los que tenemos que tratar estos temas en lugar de dejárselos a los que tienen discursos de odio.
Pero nos acusan de islamofobia…
Sí, y esto es un argumento mordaza, que acaba con todo debate. Propongo que durante unos años se deje de usar el término de islamofobia para primero permitir una discusión abierta.
Ahora se cree que si el enemigo critica el islam, nosotros no podemos hacerlo ¿no?
Es una forma de pensar en bloques. Es similar a lo que vivimos en la Guerra Fría cuando en la izquierda era tabú criticar los abusos de derechos humanos que tuviesen lugar en los países socialistas. Yo mismo actué mal, tuve ese tipo de actitud hasta que me invitaron a un viaje a la Unión Soviética en 1972 y ví cómo se trataba a los disidentes, cómo se les metía en psicquiátricos. Luego, cuando expulsaron al humorista Wolf Biermann de Alemania Oriental, lo acogí en mi casa, y a partir de entonces sí comencé a denunciar de forma alta y clara este tipo de vulneraciones de derechos.
¿Había un consenso en la izquierda de callarse?
La idea era que no se podía criticar este tipo de cosas porque facilitaría el discurso de la derecha que estaba apoyando a la dictura militar chilena, argentina o sudafricana. Como la derecha ya dominaba la prensa y el discurso público, no queríamos darle más argumentos. Pero eso fue un error. Y de los errores hay que aprender.
¿Es esa una de las razones de la derrota intelectual de la izquierda?
Todo lo que sea dogmatismo, todo lo que sea una idea demasiado rígida, va en contra de una sociedad abierta. Para mi, cuando Gorbachov inició su glasnost y su perestroika, fue una liberación, porque esa idea de asumir errores rompía el pensamiento de dos bandos. Y por eso el hecho de que fracasase tan horriblemente fue una tragedia.
Aparte del discurso contra el islam ¿qué le da alas a la AfD?
«La cúpula de AfD tiene un discurso nazi, pero el 60 % de sus votantes no comparte su ideología»
Este partido no es sólo un problema de Alemania Oriental, como se cree a menudo. AfD no es producto de división entre Este y Oeste, ha habido un aumento de votos tan alto en Baviera como en Sajonia. Es un problema de toda Alemania. En la cúpula de AfD sí que hay quien utiliza un discurso en la onda nacionalsocialista, pero los análisis electorales muestran que el 60 % de sus votantes no comparten su línea ideológica. Es en gran parte un voto de protesta. Son votantes que vienen del SPD, de la CDU e incluso de la izquierda. Se han pasado a la AfD porque no se ven representados por los partidos establecidos. Muchos de ellos son trabajadores en condiciones precarias.
¿Cómo habría que reaccionar ante el fenómeno?
Desde luego hay que criticar a los líderes y marcar límites que no deben traspasar. Pero no se puede tildar de nazis a todos sus votantes, que es lo que está pasando ahora mismo, porque eso solo los refuerza y los hace aún más extremistas. Hay que tratar de entenderlos y también debatir y tratar de buscar soluciones a los problemas que tienen o dicen tener. A esto ha contribuido el que el SPD llevara tanto tiempo en el Gobierno junto a la CDU: no había oposición. Por eso me parece muy sano que el SPD ahora renuncie al poder y pase a la oposición; una buena noticia para la democracia.
Hablando de precariedad… ¿Cómo ha visto cambiar el mercado laboral en Europa occidental desde que escribió Cabeza de turco hasta que publicó Con los perdedores del mejor de los mundos en 2009?
Los turcos ya no están “abajo del todo” [título del libro de 1985]; ahora están los del Este: rumanos, polacos y también alemanes que han estado en paro de larga duración. También los ancianos sometidos a una pobreza programada. A la vez, el abismo entre ricos y pobres se está ensanchando cada vez más. Ahora, el 50 % de la población sólo posee el 1 % de la riqueza y el 10 % superior posee casi dos tercios. Cada año, el Gobierno publica las cien mayores fortunas del país, que suelen ser fortunas familiares, heredadas de padres a hijos, con impuestos favorables… y no hacen más que multiplicarse. Hace diez años, el centésimo rico tenía 800 millones de euros, ahora tiene 1.500 millones. Es decir, el más pobre de los superricos ha duplicado su fortuna.
¿La política de impuestos contribuye a esto?
«La sociedad de clases en Alemania se está convirtiendo en una sociedad de castas»
Sí. Para las acciones en una empresa hay una tasa del 25 %, mientras que un trabajador paga mucho más impuestos sobre su salario. Y eso ha contribuido a que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres más numerosos. Esto también explica el mayor auge de AfD en el este: ahí no había herencias y por tanto menos acumulación de capitales como en el oeste. La clase media está afectada, hay cada vez más miedo de deslizarse hacia abajo que de ascender hacia arriba.
¿Las clases desclasadas y el fascismo, como dijo Hobsbawm?
No veo ese peligro en Alemania, porque la clase media que aún existe es abierta e ilustrada. Los verdes son un fenómeno ligado a la clase media. Hay un antimilitarismo y un pacifismo, un consenso amplio por buscar la paz y que Alemania no cause otra guerra. Lo que sí veo peligrosos es que la sociedad de clases en Alemania se está convirtiendo en una sociedad de castas, en el sentido de que los pobres y ricos están cada vez más aislados del resto y entre sí. No se casan los ricos con los pobres.
¿Alguna vez se casaban?
Sí: durante la época de Willy Brandt. Un hijo de una familia proletaria podía llegar a ser canciller de Alemania. A través de la educación se podía avanzar, subir de clase. Ahora no, el 80 % de los académicos son hijos de académicos.
¿Y por qué la educación ha dejado de ser un vía de ascenso social?
El sistema educativo ha dejado de cumplir su función por falta de medios y de interés. Ha llegado a un punto en que algunos padres llevan a sus hijos en coche a colegios muy distantes para que se relacionen con gente como ellos y no estén en colegios donde hay un 80 % de hijos de inmigrantes, donde en el patio se hable más turco que alemán. Eso no es bueno. Habría que poner cuotas quizás de 20 % de inmigrantes, para que se mezclen todos.
Los colegios con mayoría de alumnos inmigrantes tienen fama de ser conflictivos.
«En los colegios habría que poner cuotas de un 20 % de inmigrantes para que se mezclen todos»
Sí, y también suponen un problema para alumnos que vengan de familias musulmanas más liberales: pueden ser víctimas de mobbing por parte de otros alumnos para que cumplan, por ejemplo, con el ayuno en ramadán. Hay colegios en que los profesores no son respetados, se les llama putas a los profesoras. Donde uno de los mayores insultos es “judío” y si quieres reforzarlo aún más es “judío maricón”. Y al reves, si hay un colegio en el que la mayoría son alemanes y solo hay dos o tres inmigrantes, esos pueden sufrir mobbing de los alemanes.
¿En qué trabaja ahora?
He fundado una oficina llamado Work Watch y recibimos cartas y denuncias continuamente. Muchas quejas vienen de hospitales y de hogares de ancianos, porque a diferencia de Holanda o Suiza, estos hogares son inhumanos. Son empresas a cuyos accionistas les prometen un 18 % de ganancias. Ahorran en todo y el resultado es espantoso. Hemos metido ahí a varios de mi equipo de periodistas jóvenes como enfermero. Las empresas más grandes, Helios, Marseille, me han hecho el favor de abrir un juicio contra mí. Tengo la impresión de que ganaremos.
A usted le han llevado muchas veces a juicio. ¿Cómo lo ha vivido?
Me denunciaron adversarios poderosos. Lo que más me traumatizó fue el proceso del diario Bild, intentando prohibir mi libro. Al mismo tiempo me atacaban desde sus otros medios para destruirme y proyectaban en mí todo lo malo que podían imaginar. Enviaron tropas enteras de periodistas para tratar de averiguar todo sobre mí, incluso desde mi más temprana infancia. Pero la parte positiva es que después de cinco o seis años que logré resistir los procesos, el Tribunal Federal sí me dio la razón y con eso ha formulado una ‘ley Wallraff’ según la cual está permitido actuar de forma encubierta e incluso engañando, cuando hay una situación de gravedad social. Y gracias a ese proceso y a esa ley, ahora hay muchos jóvenes periodistas que pueden investigar como hacía yo.
Pero Bild sigue vendiendo…
Ha reducido su tono, aunque siga siendo criticable, ya no hace la incitación al odio que hacía antes. Y ha perdido tirada; tiene menos poder que antes. Además, muchos años después del juicio asumieron sus errores. Pude hablar con antiguos empleados que tenían mi teléfono pinchado y escuchaban mis conversaciones.
En 2003, cuando se le acusó de haber colaborado con la Stasi, sí que Bild volvió a la carga contra usted.
«Yo utilizaba los archivos de Alemania Oriental para investigar el pasado nazi de políticos»
El tema de la Stasi lo llevé a juicio y conseguí que no se permita ya llamarme colaborador de la Stasi. Lo que verdad es que de 1968 a 1971 yo utilizaba los archivos de Alemania Oriental para investigar el pasado nazi de empresarios y políticos alemanes. Para consultar esos archivos había que ir a la Alemania Oriental o a Varsovia. Yo no me imaginaba que eso lo organizaba la Stasi. Alguno de ellos dejó escrito que yo era un contacto. Pero también escribieron, literalmente: “A través de Wallraff no hemos conseguido información”, porque yo no les di nada. Y lo que se pretende de un agente es información. En todo caso gané el proceso y Bild puso fin a su campaña.
Hablando de escándalos: también le acusaron de que parte de sus libros, como el que narra la experiencia en Bild, no son de usted sino de uno o varios ‘negros’.
Tras la experiencia en Bild yo estaba bajo una enorme presión de tiempo, el diario ya había abierto juicio, y había que terminar el libro. Yo colaboraba con la revista [izquierdista] Konkret, y acepté la oferta de su redactor jefe, Hermann Gremliza, de dictarle algunas partes, para ganar tiempo. Las cosas más importantes las escribía yo, pero él luego lo editaba. Y lo que él escribía mientras yo le contaba, yo lo editaba luego. No quería figurar en el libro, porque no le parecía digno poner su nombre a un trabajo de ayuda. Años más tarde, cuando escribía Cabeza de turco, me ofreció volver a hacer la labor de edición, con un contrato por el que tendría ciertos derechos editoriales sobre el libro. Le dije que no, que esta vez yo tenía tiempo de sobra y lo iba a hacer solo. Y de repente tuve un enemigo.
Es decir, una pelea por dinero.
Más complicado. Yo tenía un contrato con la revista Der Spiegel para publicar excerptos del libro, pero le regalé a Gremliza un fragmento, que publicó con una enorme tirada. Pero él había trabajado antes en Der Spiegel y para él era un enemigo al que yo me había vendido.
Pero también hubo acusaciones respecto a Cabeza de turco.
«Que el libro más vendido desde la II Guerra Mundial fuera literatura obrera, eso no podía ser»
En aquel libro hubo un colaborador al que yo envié a investigar, pero solo por teléfono; no estaba en condiciones de plantarse a las siete de la mañana en el tajo. Por teléfono averiguaba datos sobre centrales nucleares para mí. Y ese luego intentaba chantajearme: si no me das ahora tanto, voy a usar todos los recursos publicitarios y jurídicos, habrá guerra… Yo cometí un error. Hubo colaboración de él, pero el libro lo viví yo, en primera persona.
Hubo bastante revuelo durante unos años.
Sí, también me atacaron porque usé el dinero para renovar toda una urbanización obrera. Fueron reporteros del Der Spiegel y de la televisión bávara, hablaron con los vecinos que tenían que dejar sus casas por las obras, y me acusaban de querer echarlos a todos. Siguen viviendo allí hasta hoy. Pero es que el libro no debería haber tenido tanta tirada. Que el libro más vendido desde la II Guerra Mundial fuera una pieza de literatura obrera, eso no podía ser.
Usted fue uno de los iniciadores del periodismo encubierto o infiltrado. Ahora esto triunfa mucho en TV pero quizás con un punto sensacionalista.
Para hacer bien este tipo de periodistamo hace falta tiempo. No basta con olisquear la situación un par de días: son necesarias semanas de infiltración, incluso meses. Por eso fundé una beca para que un periodista pueda dejar sus obligaciones durante un tiempo y dedicarse al cien por cien a estas investigaciones. Ahora tenemos a una joven infiltrada en un hogar de ancianos que está contándonos cosas horrorosas, unos maltratos espeluznantes… Su libro sobre este tema saldrá pronto.
Muchos códigos deontólogicos periodísticos están en contra de estas prácticas. ¿Cuáles son los límites que usted pone al periodismo encubierto?
«El límite absoluto es no meterse en la vida privada, en la intimidad de las personas»
El límite absoluto es no meterse en la vida privada, en la intimidad de las personas, aunque se trate del mayor canalla del mundo. Durante mi ejercicio me he enterado casualmente de datos sobre la vida privada de alguien al que estaba investigando y al que podría haber destruido con esto, pero jamás lo he usado. Cero. De eso no tengo derecho a informar.
Con todo, es un periodismo con sus reglas propias.
No solo es un método periodístico sino también de aprendizaje. Sabemos que los niños aprenden más cuando interpretan roles. Aunque sea temporalmente, si somos algo, eso nos cambia la perspectiva. De todos los roles que he interpretado un tiempo, siempre se me ha quedado algo, mi personalidad se ha ensanchado. De joven era muy introvertido y estos roles me ayudaron a adaptarme más, a ser más social y a ser más luchador. De algunos roles incluso sigo soñando.
Espero que no le haya quedado mucho de aquel reportero de Bild…
A eso iba. Hacer de reportero de Bild me dañó, como también lo de ser traficante de armas para Spínola. Eran como un lavado de cerebro voluntario. Era un problema. Por eso luego ya no elegía este tipo de roles.
¿Qué sueña como Ali?
Pesadillas de estar metido en medio del polvo, sin poder respirar, creyendo asfixiarme. Pero también sueños bonitos, de cercanía con los colegas, de estar dentro de una comunidad que se apoya mutuamente, de amigos que luego se han convertido en amigos de verdad. Ambas cosas están en los sueños que revivo como Ali. Una pesadilla recurrente cuando estaba en el rol de Bild, era que mi hija pequeña viniese a la redacción y me dijese ¡Günter! y me abrazase, y que todo el mundo me reconociese.
¿Pero no le reconocieron nunca?
«Para mí todo eso no es solo un método periodístico sino también una forma de encontrarme»
Una vez, cuando estaba en el rol del negro, fui a un concesionario de coches, y el vendedor, nada más sentarme, dijo: Señor Wallraff… Me reconoció por la voz. Sin embargo, cuando era Ali… A mi madre no le había contado exactamente lo que estaba haciendo para que no se preocupase. Un día que llegué a casa del trabajo disfrazado de Ali. Entré en la cocina y dije algo en mi alemán chapurreado y luego fui a cambiarme…. Cuando regresé a la cocina, ya normal, me dijo mi madre que aquel amigo mío que había pasado antes no le parecía de fiar, porque esos ojos oscuros eran de mala persona.
¿Hace falta un buen maquillador?
Eso es lo de menos. Lo puedo hacer yo mismo, es superficial, cambiar de pelo y de gafas. Lo que hace falta es adaptarse. Yo intento no llamar mucho la atención. Por eso la gente que me ve la primera vez se sorprende cuando ve que soy alto: en general piensan que soy pequeño. Y para mí todo eso no es solo un método periodístico sino también una forma de encontrarme. Quizás tenga que ver con mis miedos de infancia porque mi madre estuvo en coma durante cinco meses tras mi parto y estuve sin ella. A los cinco años, por falta de dinero, mis padres me metieron en un orfanato. Las monjas que nos cuidaban eran muy amables pero claro, aquello estaba lleno de huérfanos de la posguerra, todos vestíamos el mismo uniforme. No eramos nadie. Quizás de ahí venga mi idea de buscarme una identidad de poder controlarlo y jugar a quién quiero ser.
¿Y lo consiguió?
Hay una entrada en mi diario, que escribí con 17-18 años y dice así: «Yo soy mi propio maquillador. Cada día me coloco una nueva máscara hasta dar con la que coincida conmigo”.
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