Entrevista

Ioana Gruia

«El Mediterráneo es una comunidad cultural, pero también una aspiración»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 10 minutos

Ioana Gruia (Cádiz, Jul 2022) | © Nacho Frade / Feria del Libro Cádiz

Cádiz, Jul 2022

En un panorama literario como el español, en el que empieza a normalizarse la llamada extraterrirorialidad —escritores que adoptan la lengua española a pesar de que no es su lengua materna—, Ioana Gruia (Bucarest, 1978) ocupa un lugar destacado. Afincada en Granada desde finales de los años 90, la escritora ha venido configurando una estimable obra poética que incluye títulos como La luz que enciende el cuerpo (2021, premio Hermanos Argensola), Carrusel (2016, premio Emilio Alarcos) y El sol en la fruta (2011, premio Andalucía Joven de Poesía), así como las novelas El expediente Albertina (2016, premio Tiflos) y La vendedora de tiempo (2013).

Autora asimismo de ensayos sobre la poesía de Luis García Montero o la obra de Norman Manea, entre otros títulos, Gruia ha hecho recientemente su primera incursión en la narrativa breve con Las mujeres de Hopper, e indagado en sus raíces familiares en La mujer de rojo. Escenas de una película imaginaria. Bajo el sol preestival de Cádiz, accedió a compartir con MSur algunas de sus inquietudes, lecturas y formas de mirar el mundo.

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Esas mujeres de Hopper, que ya estaban en la portada de La luz que enciende el cuerpo, ¿quiénes son? ¿Qué simbolizan en su paso de la pintura a sus relatos?

La primera parte de La luz que enciende el cuerpo se titula justamente Las mujeres de Hopper. Hopper es un pintor que me habita por completo y sus mujeres también. Son misteriosas, enigmáticas, expectantes, de una inteligencia sensual o una sensualidad inteligente, como quieras. Parece que están esperando a que suceda algo extraordinario y ponen toda su ilusión en ello a la vez que asumen perfectamente la posibilidad del fracaso. Se trata de un difícil y delicado equilibrio entre la lucidez y los sueños. Aparte de las mujeres, envueltas en un halo erótico poderoso, he querido introducir como personajes a niñas, que viven con absoluta naturalidad lo fantástico, que se despiertan, abren la puerta de su casa y pueden saltar al mar o atisban la vida imaginaria de sus padres.

Las mujeres y los hombres hopperianos son también paradigmas de la soledad, ese mal de nuestro tiempo. ¿Hay algo de eso en su filiación hopperiana?

Uno de los procesos más complejos es la reinvención literaria de la propia infancia en otro idioma

Ay, mil gracias. Creo que la literatura nos permite construir figuraciones de lo que queremos ser a la vez que analizar lo que somos. Por mi parte, si me permites me autodefino como una «feminista con alma de bolero». Creo profundamente en el feminismo, en la bondad del deseo, en la intensidad erótica y amorosa como inseparable del respeto y la lucidez. Todo eso no es fácil. No es nada fácil de hecho…

Se habla mucho del relato como el género más difícil. ¿Exageran? ¿Le ha resultado un reto muy diferente al de un poemario o una novela?

Escribí estos relatos a lo largo de muchos años (entre 2006 y 2012 de hecho) y los dejé dormir. Adoro el género del cuento, pero me pasa lo mismo con la poesía y la novela. En el caso del relato, como decía Cortázar, exige ritmo, precisión e intensidad y no admite relleno (la poesía tampoco). Yo intento prestar mucha atención al tono y al consejo de Quiroga que recuerda Cortázar: «Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otra forma se obtiene la vida en el cuento». La noción de «pequeño ambiente» y la necesidad de obtener vida en un cuento me parece fundamental.

En obras anteriores como El expediente Albertina aborda (aunque desde la ficción) sus orígenes rumanos y la experiencia socialista. ¿Cree que esa huella está también en otros escritos de forma menos explícita? En otras palabras, ¿cómo le ha marcado literariamente lo vivido en sus años rumanos?

Yo viví en Bucarest hasta los dieciocho, cuando llego a Granada. Por lo tanto, mi infancia y mi adolescencia son rumanas por completo y alimentan por supuesto mi literatura, Aquí voy a aprovechar tu pregunta para decir que, cuando se escribe en una lengua distinta de la materna, uno de los procesos más complejos es la reinvención literaria de la propia infancia en otro idioma. Trasladar, en suma, un imaginario afectivo en una lengua a un imaginario afectivo escrito en otra.

¿Y cómo se hace eso, aparte de con dificultad?

Soy una escritora mediterránea en español nacida en el barrio gitano de Bucarest

Fui niña en los años ochenta, unos años muy duros en Rumanía por la dictadura, tanto a nivel político como económico. Recuerdo la escasez de todo tipo de productos, la ausencia de agua caliente o las colas kilométricas para conseguir alimentos. Yo adoraba los dulces pero en las tiendas estatales (no había comercios privados por supuesto) se encontraban muy pocos. Cuando llegué en 1997 a Granada, empecé al poco tiempo a escribir en español, sobre todo poesía, y no fue una experiencia difícil. Al menos yo no la viví así. Leía mucho en español, hablaba en español todos los días y poco a poco el oído «se me hizo» al español. El traslado de una lengua a otra fue en mi caso fluido y gozoso, por lo menos yo lo viví así.

Son muchos los escritores que han adoptado una lengua distinta de la materna para escribir. Le molesta que todavía se siga subrayando esa circunstancia en usted, como un rasgo exótico?

No, no me molesta, al fin y al cabo es verdad, soy una escritora en una lengua distinta de la mía materna. A veces sonrío cuando me dicen que hablo muy bien el español porque es como decirle a un músico que sabe leer las notas. Es verdad que más que al «exotismo» aspiro a la «normalización», aunque por supuesto que, como cualquier escritor, aspiro también a la «singularidad». Soy una escritora mediterránea en español nacida en el barrio gitano de Bucarest: una genealogía inventada que reivindico como propia.

Ya que menciona la mediterraneidad, hay mucha gente que vincula Rumanía más con la órbita soviética (que también tenía sus salidas al mediterráneo) que con el Mare nostrum. ¿Podemos sacarlos del error?

Bueno, querido, mi Mediterráneo es ficticio, pero no por eso menos verdadero. Es verdadero porque es inventado y en mi imaginario se vincula mucho con la música de los «lautari» gitanos y con un aroma a frutas tropicales que anhelé respirar en el Bucarest de mi infancia. De vez en cuando traían naranjas o limones y las colas eran interminables… De ahí quizá la construcción de un imaginario que para mí es tan importante y que siento como propio. Dicho eso, el mar me encanta, adoro caminar por la arena y bañarme, sueño con tener una casa en la playa, una habitación con vistas al mar en la que escribir. Por soñar que no quede.

Pero el mediterráneo no es solo agua. Es una comunidad cultural, que creo que también está en usted. ¿Cómo se manifiesta? Es decir, ¿se siente cerca de un turco, un balcánico, un egipcio o un marroquí?

La dictadura comunista rumana fue impuesta desde la Unión Soviética, y no el resultado de unas ilusiones colectivas

Claro, es una comunidad cultural pero también una aspiración. A mí me evoca belleza, sensualidad, sabiduría, aunque por desgracia desde hace tiempo se ha convertido también en cementerio de tantas personas que arriesgan su vida para huir de todo tipo de violencias. Me siento cerca no tanto de una nacionalidad concreta, sino de un modo de pensar y sentir, que comparten personas de todas las nacionalidades, un modo de pensar y sentir que reivindique la belleza, la bondad, la lucidez y el deseo de una vida hospitalaria.

Norman Manea y Mircea Cartarescu han «puesto de moda» la literatura rumana, abriendo la puerta a las Blandiana, a Tibuleac… ¿Qué influencia tiene usted de esos autores? ¿Ha bebido de otros compatriotas?

Son grandes autores. A mí me influyó sobre todo Norman Manea, cuya obra estudié también como investigadora. Y las huellas de otros escritores son, por supuesto, muchísimas.

¿Qué Le interesó más de Manea?

Manea es un ejemplo tanto a nivel ético como estético, que trata de manera magistral temas esenciales de la condición humana.

¿Y qué nombres no han llegado aún a España y deberíamos conocer, de la poesía o la narrativa rumanas?

Hay muchos autores excelentes en la literatura rumana, por ejemplo un gran poeta ya fallecido, Mircea Ivanescu, una poeta contemporánea muy importante, Magda Carneci, o una voz muy joven pero de una sorprendente madurez, Vasile Gribincea.

Para acabar la cuestión comunista, me ha hablado alguna vez de que no soporta la romantización de la pobreza. ¿Vivir la experiencia socialista la ha vacunado para siempre de utopías?

Las ilusiones colectivas son importantes, siempre que no desemboquen por supuesto en regímenes violentos, como fue el caso de la dictadura comunista de Rumanía. Yo diferencio obviamente entre aquel desastre a todos los niveles y el socialismo europeo occidental democrático. Reconozco tener una reserva epidérmica hacia las utopías; sin embargo, un buen equilibrio entre las esperanzas, la lucidez y la defensa siempre de la democracia me parece imprescindible. Habría que matizar algo además y precisar mejor, porque la dictadura comunista rumana fue por entero impuesta desde la Unión Soviética, y no el resultado de unas ilusiones colectivas…

¿Ha notado en sus últimas visitas, tras la invasión de Ucrania, el regreso de fantasmas escondidos?

No vivo allí, con lo cual no sé si mi análisis es certero. Sí he notado mucha preocupación, lógicamente.

Usted regresa habitualmente a Rumanía. ¿Qué es lo que más ha cambiado en un país en el que, supongo, ha cambiado todo?

Han cambiado muchas cosas, por supuesto, pero hay algo que me impacta de manera muy profunda y me da alegría: creo que la gente ha aprendido una desenvoltura, una relajación, una amabilidad vitalista que antes no eran muy frecuentes, sobre todo por la dureza de la vida. Se percibían una cierta aspereza, una crispación, una desconfianza producto de una dictadura que entrenó a muchos de los ciudadanos a vigilar a los demás. Toma muchos años para que esta crispación desaparezca y por suerte ya no se percibe.

© Alejandro Luque