Un país cansado del sectarismo
Nuria Tesón
Bagdad | Mayo 2018
Navegar las calles de Bagdad es, en algunos barrios, naufragar en un laberinto que recorre vías encajonadas en enormes muros de hormigón; puestos de vigilancia y controles de policía cada pocos metros; accesos controlados o vetados con alambre de espino… Un par de helicópteros militares se recortan de vez en cuando en el cielo dejando oír el tu-tu-tu-tu-tu que a muchos les traería a la cabeza una escena de Apocalypse Now, o, más actual, de Green Zone: distrito protegido. Al volver la vista al suelo, sin embargo, donde las casas son bajas y dejan asomar verdes hojas de palmera o al contemplar los puentes sobre el Tigris, parece que nada perturbara la paz de la ciudad de Las Mil y Una Noches.
Pero cada uno de esos barrios ocres, aquellos que rodean la inaccesible Zona Verde, o los que se levantan entre los alcázares de Saddam Hussein, tiene una historia que contar. El de Al Amiriya habla del levantamiento suní, de familias enteras de chiíes abandonándolo todo y huyendo. Habla de violencia y sufrimiento. Habla de sectarización.
Sadr no utilizaba eslóganes religiosos y promovía una agenda nacionalista antiiraní
El sábado 12 de mayo, los ciudadanos de Iraq acudieron a las urnas para votar un nuevo Parlamento que habrá de elegir primer ministro. El clérigo chií Muqtada Sadr ha sorprendido colocándose como ganador: obutvo 54 escaños, según los resultados oficiales difundidos una semana más tarde. Muy lejos de una mayoría en un Parlamento de 329 asientos, pero aún así, todo un triunfo para el relativamente joven teólogo – tiene 44 años – que en 2004 dirigió una de las fuerzas armadas más serias a las que se tuvieron que enfrentar las tropas estadounidenses en Iraq.
Aquello queda lejos: Sadr disolvió el Ejército del Mahdi en 2008, en 2017 viajó a Arabia Saudí y Emiratos y ahora ha formado coalición con el Partido Comunista iraquí, que fue aliado de Estados Unidos en la primera época de la ocupación. Su campaña no utilizaba eslóganes religiosos y promovía una agenda de nacionalismo iraquí moderado y antiiraní. Su fuerza se llama Alianza de los que marchan hacia la reforma, aunque se suele llamar, más breve, Sairun: Los que marchan.
También los demás nombres en las papeletas son viejos conocidos. Haidar al Abadi, primer ministro desde 2014, que mantiene un extraño equilibrio siendo cercano a Estados Unidos e Irán, quedó tercero, con 42 diputados, con su coalición Nasr (Victoria). No parece haber rentabilizado su victoria contra el Estado Islámico (Daesh). Se le adelantó, con 47 escaños, la coalición Fatah (Conquista) del general Hadi al Amiri, el hombre de Teherán, que lideró las milicias que combatieron al Daesh. A un lejano cuarto lugar – 25 asientos – fue relegado el ex primer ministro Nuri al Maliki, el antiguo hombre de Irán, que se queda sin opciones de volver al poder que mantuvo de 2006 a 2014. Su coalición se llama Daula al Qanun: Estado de derecho.
“Se unirán y cerrarán un pacto, pero, como siempre, el pueblo no obtendrá nada»
A esto se añaden los dos bloques kurdos, el KDP de Nechirvan Barzani, que reina en Erbil, y el PUK, dominante en Suleimanía. Los últimos tres ‘grandes’ son el Hikma (Sabiduría) partido heredero del bloque chií Consejo Supremo Islámico de Iraq (ISCI, antes SCIRI), con 21 escaños, el Wifaq (Acuerdo) del ex primer ministro Iyad Allawi, que ahora forma parte de Wataniya (la Nacional), con 19, y finalmente la alianza de Osama Nuyaifi y su hermano Athil Nuyaifi, antiguo gobernador de Mosul, que concurre bajo el nombre de Muttahidun (Unificadores) y obtiene 14. Otros 64 escaños se reparten entre 28 partidos que han alcanzado entre 1 y 6 diputados.
Pero podrían pasar semanas o meses antes de que los políticos se pongan de acuerdo y consigan formar Gobierno, para alcanzar una mayoría, situada en los 165 escaños, hace falta una coalición de como mínimo cuatro partidos, cinco si uno de los tres mayores queda en la oposición. Mohamed, un joven médico que prefiere no dar su apellido y que susurra al criticar al Gobierno, explica que la victoria está comprada de antemano. “Se unirán y cerrarán un pacto, pero, como siempre, el pueblo no obtendrá nada”.
Las medidas de seguridad eran férreas durante los comicios: aeropuertos y pasos fronterizos cerrados y toque de queda y prohibición de circular a cualquier vehículo no autorizado. Algo ya demasiado común. Quizás fuera uno de los motivos de la baja participación: de en torno al 45%, algo que ha perjudicado a Abadi.
La influencia que tienen los diferentes actores extranjeros en Iraq ha sido fundamental para explicar el rechazo de muchos ciudadanos a participar en el proceso electoral a pesar de su deseo de avanzar. Mahmud (nombre supuesto), es un farmacéutico musulmán suní de 33 años que coincide en que Abadi (perteneciente a la mayoría chií), debería seguir como primer ministro. Pero no ha ido a votar. “Iraq no tiene control sobre sí mismo. La influencia de Irán, de Arabia Saudí, de Estados Unidos, es total. Abadi es como el director de una empresa al que el propietario, cualquiera de nuestros vecinos, puede despedir”, explica el farmacéutico. Pero reconoce que necesitan ayuda: “Eso lo tiene claro todo el mundo en Iraq”.
“Iraq no tiene control sobre sí mismo. La influencia de Irán, de Arabia Saudí y EEUU es total»
Quien quiera que sea el ganador, tendrá tres meses para forma Gobierno. Algunos creen que se sabrá después del mes de ramadán, que termina a mediados de junio, aunque otros no son tan optimistas. Si Abadi logra los apoyos necesarios, tendrá que seguir manteniendo buenas relaciones con Washington (de quién recibe apoyo) y Teherán (que respalda a muchos de sus aliados políticos), algo que el presidente estadounidense, Donald Trump, no ha puesto nada fácil con su reciente decisión de abandonar el pacto nuclear.
“Antes había bloques políticos fuertes que lograron tener muchos votos, pero este año eso no va a ocurrir. Está todo muy fragmentado dentro de los propios grupos que ya están en el Parlamento. Además la influencia de Irán en Iraq es cada vez menor a causa de las circunstancias actuales, con la posición de Irán bloqueada por el mundo, amenazada por EE UU. Esto afectará a Iraq y al resultado de las elecciones”, argumenta el analista político Faidel al Badrani. Considera sin embargo que “todas las posibilidades están abiertas en la actualidad”. Incluso que Hadi al Amiri, líder de las milicias Hashd Al Shabi, las Unidades de Movilización Popular, podría ser respaldado por Estados Unidos.
Estados Unidos querrá limitar la influencia de Maliki y al Amiri, el líder de la agrupación política paramilitar, como demasiado cercanos a Irán. Teherán, por su parte, buscará retener y expandir su influencia. Los kurdos están muy debilitados por su fragmentación política, escasez de dinero y la pérdida de Kirkuk, pero aún tendrán un papel importante en la formación de un nuevo gobierno.
¿Qué quieren los iraquíes?
Yussuf Ahmad y su esposa votaron en un colegio de Al Amiriya. Él es un iraquí alto y grueso, de nariz ancha y recta con el pelo rizado y gris, un mostacho tupido y los ojos marrones enmarcados en cejas como escobones. Tiene dos hijos y cinco hijas y se enorgullece de que dos de ellas sean ingenieras. “Para ellos lo que quiero es que se acabe la sectarización y el tribalismo de una vez por todos. No quiero ver más violencia. La historia, la cultura, los recursos del pueblo iraquí son ricos, su naturaleza es de convivencia”.
“Los iraquíes desconfían de su clase política pero tenemos esperanza de que las cosas cambien”
Para Badrani, experiodista y doctor en Comunicación, estas elecciones son otro paso en el proceso para conseguir la aspiración de muchos iraquíes, el ‘dawla madanía’, un Estado verdaderamente civil, donde las leyes se aplican a los ciudadanos por igual, y no se instauren bloques determinados por la categoría religiosa, étnica o tribal.
Porque los iraquíes están exhaustos. No es sólo que gran parte del país, sobre todo en el norte, haya quedado reducido a escombros (harán falta unos 100.000 millones de dólares para reconstruirlo), ni que las infraestructuras o los servicios básicos no funcionen; ni los cortes de electricidad o de agua, ni la incomodidad de las calles cortadas y la omnipresencia de hombres armados, policía, ejército, milicias… Su agotamiento va más allá.
Es un cansancio emocional acumulado en tres lustros de conflicto y que se refleja en los rostros de los iraquíes de cualquier edad que discuten en los cafés de Bagdad. Ya sea en el histórico Shabandar de la calle Muttanabi, o en el izquierdista Al Ridhan del barrio de Karrada, donde un suicida mató a casi 400 personas hace dos años. Cualquier espacio es bueno para mirar al futuro y los iraquíes lo hacen con exigencias, con hartazgo, con críticas… pero con esperanza. “Los iraquíes desconfían de su clase política pero tenemos esperanza de que las cosas cambien”, detalla Badrani.
Estas elecciones están llamadas a intentar curar las profundas divisiones del país. Las de los tres principales grupos étnicos y religiosos de Iraq, la mayoría de musulmanes chiíes y las minoría suní y kurda, divisiones sectarias arraigadas 15 años después de la caída de Saddam Hussein. Muchos, como este jubilado de 67 años, consideran que Abadi es el hombre adecuado para cumplir ese deseo de la mayoría de pasar la página de la violencia y esa sectarización.
“Matrimonios mixtos, barrios mixtos”: el odio sectario no está en la naturaleza de los iraquíes
La utilización del concepto sectarización frente al de sectarismo en el caso de Iraq se ajusta a la definición de Nader Hashemi y Danny Postel en su obra Sectarianization; Mapping the New Politics of the Middle East. Para los autores, sectarismo hace referencia a nociones tradicionales de ‘secta’, la palabra utilizada en el inglés de Oriente Próximo para designar las diferentes confesiones y ramas religiosas, a la que todo el mundo pertenece por nacimiento, al margen de la voluntad individual y al margen de sus convicciones espirituales o sus prácticas religiosas. Un término convertido en un comodín válido para explicar todo. El concepto de sectarización, en cambio, describe un proceso creado por actores políticos que persiguen su objetivo a través de una movilización popular en torno a elementos marcadores de identidad, basados precisamente en la pertenencia a una ‘secta’ determinada.
Pero Yussuf Ahmad reitera que ese odio sectario no está en la naturaleza de los iraquíes. “Matrimonios mixtos, barrios mixtos”, dice a modo de ejemplo.
“Las políticas que siguió Maliki tras la invasión, abandonando algunas partes de Iraq, son la razón por la que Daesh entró en el país. Todo el mundo está de acuerdo en que el terreno estaba abonado para que algo así sucediera”, explica Badrani. “Los suníes fueron marginados por el Gobierno y alejados por el Gobierno. Para Daesh era muy fácil reclutarlos y aprovecharse de ellos. “Cuando Abadi llegó al poder hace cuatro años, el Gobierno empezó a impartir cierta justicia, cierta racionalidad que ha podido reequilibrar el país y recuperar lo perdido en la época anterior”, puntualiza.
Superar el sectarismo
Después de cuatro años de guerra con los islamistas el vencedor de los comicios deberá impulsar una economía decadente, equilibrar los intereses con fuerzas extranjeras y mantener la frágil unidad del país frente a las tensiones sectarias y separatistas. Abadi aún suena como favorito a convertirse en primer ministro. Los iraquíes le ven como el hombre que puede acabar con la sectarización.
“No defiendo a Abadi, ni soy de su partido ni soy político, pero en la Universidad veo a diario a mis alumnos que representan a todas las partes del pueblo iraquí y tengo que mirar por el interés de mi país”, explica Badrani. “Abadi sigue estando atado por muchos desafíos por parte de los partidos locales, por las presiones exteriores…”.
«Ahora hemos dejado atrás el sectarismo, que huele siempre a sangre”
Conseguir una sociedad civil es para el analista el objetivo, pero el reto es ¿cómo implementarla? Badrani considera que igual que los medios de comunicación tuvieron su papel con un discurso de odio, deberán tenerlo en el acercamiento. “La sectarización y el tribalismo son enfermedades muy antiguas, pero la experiencia del sufrimiento del pasado hacen que las mentes de las nuevas generaciones estén más predispuestas, sean más activas y se enfoquen en actividades civiles, trabajo civil. Eso es elegir un estado civil”.
La familia de Bassem, chií, tuvo que huir del barrio suní de Al Amiriya a Kirkuk. Mahmud, suní, recuerda que llevaba siempre escondido el carnet en su calcetín. “Si te paraban en un control y tu nombre no era el de la parte adecuada, te llevaban y…” Recuerda la noche en la que le ocurrió, cómo se llevaron a otros dos chavales. Él se libró.
“El deseo y la realidad son cosas diferentes. Pero ya hemos empezado a caminar en la dirección adecuada para lograr el ‘dawla el madania’. Sectarización significaba matar al otro y acabar con él”, recuerda Badrani. «Ahora hemos dejado atrás el sectarismo, que huele siempre a sangre”. Así lo desean y creen muchos iraquíes como Mahmud: “No puedes imaginar lo que es cuando tu vecino quiere matarte. Antes estaba enfadado. Ahora he perdonado. He perdonado a todo el mundo”.
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