Del infierno africano a la jaula israelí
Carmen Rengel
Tel Aviv | Enero 2014
Israel acaba de asistir a la mayor movilización social de extranjeros en su territorio, la de los demandantes de asilo que ven cómo el Gobierno les impide siquiera demostrar que son refugiados, que huyen de la guerra y la persecución, que no son una amenaza para su economía sino población necesitada de auxilio. Se les trata como “infiltrados”, “ilegales” a los que se confina en cárceles. Casi 35.000 africanos se concentraron la pasada semana en la plaza Isaac Rabin de Tel Aviv, donde fue asesinado el primer ministro laborista, y otros 10.000 se manifestaron hace cuatro días ante la Knesset, el Parlamento, en Jerusalén. Su petición es sencilla: “dejen de tratarnos como a delincuentes, porque somos solamente lo que un día ustedes, los judíos, fueron: refugiados, humanos que escapan del horror”, en palabras de Joseph Mates, de Costa de Marfil, informático de 26 años, que aprieta en la dolorosa memoria para arrancar un poco de justicia a ésta, su nación de acogida forzosa.
El calvario de los refugiados africanos en Israel comienza hace mucho, muy lejos. En Eritrea o en Sudán, de donde proceden la mayoría de los manifestantes de estos días. Los inmigrantes cruzaron a pie por la egipcia Península del Sinaí, sometidos a mafias de beduinos a los que pagaban entre 1.000 y 3.000 euros por el trayecto hacia la libertad. Unos 65.000 entraron en Israel entre los años 2006 y 2012, aunque ahora el flujo se ha detenido por un motivo doble: la revolución egipcia y los cambios que de ella se derivaron, con nuevas campañas del Gobierno en el Sinaí en busca de islamistas y de beduinos que los amparen; y el muro que Tel Aviv ha levantado en la frontera, 230 kilómetros blindados.
65.000 inmigrantes africanos entraron clandestinamente en Israel entre 2006 y 2012
No entran más, pero el problema de los refugiados que llevan años peleado por su futuro persiste, se ha enquistado día a día, en una mezcla de desesperación por la falta de reconocimiento de su situación, la carencia absoluta de servicios esenciales como la educación o la sanidad –que no se piden siquiera por miedo a la deportación- y el odio, el racismo azuzado desde la ultraderecha, que ha convertido a los inmigrantes en la diana de los violentos, especialmente en el sur de Tel Aviv, donde se concentran casi la mitad de los que buscan asilo. “Son infiltrados por entidades humanitarias antisionistas”, se lee en uno de los carteles colocados en el barrio de HaTikva –esperanza, en hebreo, el nombre con el que se conoce el himno nacional-, donde más incidentes interraciales se han producido en los dos últimos años.
Denegación de asilo
El Gobierno alega que los motivos de su emigración son puramente económicos y que pone en peligro la naturaleza judía de Israel, que reivindica como estado de un único pueblo y credo. Actualmente hay unos 53.000 africanos solicitantes de asilo en Israel. Según datos aportados por el diario Haaretz, 1.800 han logrado formalizar sus peticiones, de las que sólo 250 han sido examinadas y ni una sola aprobada.
“Lo nuestro es una llamada desesperada de ayuda, tanto a los israelíes como a la comunidad internacional. Somos conscientes de que es difícil para el Ejecutivo atender a todas las personas que buscan refugio aquí, pero nuestros hermanos que han escapado a otros lugares encuentran una acogida mucho mejor, nada que ver con la humillación y el duro trato que nos dispensa Israel. Nos ven como una amenaza porque no somos judíos”, explica John Charaa, un eritreo que colabora con la Línea Caliente para Refugiados e Inmigrantes, una de las mayores organizaciones que defienden los derechos de los extranjeros en el país.
Su colega, la israelí Orit Maron, portavoz de la ONG Assaf Refugees, incide en que el recelo a estos inmigrantes es “religioso”, porque los solicitantes de asilo son en su mayoría musulmanes y, algunos, cristianos, muy practicantes, y de “desequilibrio racial”, ya que el objetivo esencial del Ejecutivo es el de impedir que estos africanos acaben teniendo reconocido su derecho a la protección de Israel y puedan traerse consigo a sus familiares, aún en zonas en conflicto. El anterior ministro del Interior, Eli Yishai, llegó a definir a los refugiados como un “cáncer” para Israel, recuerda.
El Gobierno, en la pasada legislatura, también comandada por el primer ministro Benjamín Netanyahu, decidió no conceder el estatus de asilo a estos desplazados, pese a que encajan plenamente en la figura contemplada por la Convención de Naciones Unidas para los Refugiados. Por contra, se ordenó una campana de detenciones contra aquellos africanos que no tuvieran papeles, se les arrestaba y se les llevaba a cárceles, sin juicio alguno. Se hacía en virtud de la llamada Ley Contra la Infiltración, que contemplaba la posibilidad de encerrar a uno de estos solicitantes de asilo hasta tres años sin ver a un juez. En algunos casos, el encierro se consideraba “indefinido”. “La ley establecía los tres años de prisión para quien entrase ilegalmente, sin importar en absoluto las razones del éxodo. Eso era irrelevante. Se cogió una ley de 1954, que se supone que era para lidiar con terroristas de países árabes, y se decidió adaptarla para dar cobertura legal a estas encarcelaciones largas del “diferente”. Te retenemos no porque hayas hecho nada malo, sino porque no queremos que atraigas a nadie más”, explica Maron.
Se modificó una ley de 1954 contra la infiltración de comandos palestinos para encarcelar a los africanos
La norma sólo afectaba a los africanos, pese a que el número de extranjeros sin papeles no africanos -en su inmensa mayoría procedentes de antiguas repúblicas soviéticas o del sureste asiático- es casi el doble que el de los solicitantes de asilo africanos, informa el analista Noam Sheiza. Estos otros inmigrantes no huyen de una amenaza para sus vidas, sino que buscan un destino mejor, con más posibilidades laborales, y son empleados regularmente en el sector de la ayuda a domicilio, el trabajo en el hogar o la estética y la hostelería.
Hace unos meses, la Corte Suprema de Israel falló en contra de esta ley, limitando a un año el encarcelamiento y obligando a que no se realizase en cárceles, como hasta ahora, sino en centros abiertos, ya que los internos no son delincuentes, privados por lógica de esa libertad de movimientos. Unos 200 inmigrantes que estaban en un centro en pleno desierto del Negev –el de Saharonim, pensado para retener a unos 16.000 inmigrantes, y donde ahora hay cerca de 2.000 detenidos- comenzaron hace dos semanas una marcha a Jerusalén, aprovechando este nuevo espacio abierto, y esa fue la raíz de la protestas. Los africanos cuentan con el apoyo de las Naciones Unidas. Walpurga Engelbrecht, representante de ACNUR, ha denunciado que los centros de internamiento de Israel son realmente de “detención”, que su política provoca “miedo” y “caos” entre una población “muy sensible” por las tragedias que arrastran desde sus países y que, por tanto, deben cambiarse los medios de atención.
El llamamiento internacional, público, de la ONU ha hecho que grupos de jueces israelíes estén elevando recursos para rebajar el contenido de la norma, pero por ahora son pasos que tienen apenas el apoyo de organizaciones de izquierdas, minoritarias.
«La opción era tomar el dinero y el billete, o aguardar la detención», asegura un refugiado sudanés
En el verano de 2012, Israel ya acometió una tanda de deportaciones, supuestamente voluntarias. “La opción era tomar el dinero y el billete de vuelta que te daban o aguardar la detención”, resume Bosow Ibrahim, un sudanés de 31 años, profesor, que decidió no volver a su tierra. “Por más que un juez israelí fuera allí y dijera que todo está en paz, que podíamos regresar, es incierto. La familia y amigos que me quedan cuentan la misma persecución y miedo de siempre”, denuncia. Países como Suecia están firmando acuerdos con Israel para llevarse a los africanos y protegerlos, pero los cupos son pequeños y apenas se han beneficiado de ellos varias decenas.
El problema sigue enquistado y los refugiados exigen respuestas. Sus protestas han callado estos días por la muerte de Ariel Sharon, pero prometen volver a la carga en breve. “Porque es justo, porque venimos del genocidio y la limpieza étnica, de las violaciones de mujeres y la persecución ideológica, porque queremos que Israel sea nuestro refugio, porque es su obligación como país desarrollado. Queremos que el mundo sepa lo que se está haciendo con nosotros”, concluye Mutasim Ali, treintañero de Darfur. No le queda vivo ni un solo miembro de su familia. El de vuelta es, para él, un camino borrado.
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