Joan Fontcuberta
«Intento llegar al grado cero de la escritura fotográfica»
Alejandro Luque
El Premio Nacional de Fotografía que recibió en 1998, y el Nacional de ensayo de 2001, consagraron a Joan Fontcuberta (Barcelona, 1955) como una de las sensibilidades más inquietas y rompedoras de la cultura española contemporánea. Méritos que, dicho sea de paso, ya habían aplaudido con anterioridad los jurados del premio David Octavious Hill de la Fotografische Akademie GDL de Alemania, o el del Chevalier de l’Ordre des Arts et des Lettres por el Ministerio de Cultura francés.
Pero más allá de medallas y galardones, Fontcuberta representa un laboratorio artístico en continua efervescencia y movimiento. Este martes se inaugura en el Canal de Isabel II una amplia exposición retrospectiva, Imago, ergo sum, que incluye series comprendidas entre 1984 y 2004, como Fauna (1987) Sputnik (1997), Karelia: Milagros & Co. (2002), La sirena del Tormes (2006) o Deconstructing Osama (2006), entre otras.
«Entendemos la ficción no como lo opuesto a la realidad, sino como una manera de estructural lo real»
La muestra, comisariada por Sema D’Acosta y diseñada por Sara González, incluirá sendas intervenciones en el Museo Nacional de Ciencias Naturales y en el Museo Nacional de Antropología. En medio del montaje, Fontcuberta concedió unos minutos a M’Sur para hablar -por teléfono- de este repaso a su producción y profundizar en su personalísima concepción del trabajo.
Llamarle fotógrafo, ¿es una reducción? ¿Se queda corta la palabra?
No, porque mi material de trabajo es la fotografía; lo que ocurre es que con este material podemos hacer muchas cosas. Lo importante no son los materiales, sino qué objetivo, qué horizontes tenemos. En ese sentido, lo que a mí me interesa es la reflexión sobre nuestra cultura visual. Si a eso se le llama ser artista, pues soy artista.
Representa usted la negación de ese lugar común, según el cual la fotografía siempre dice la verdad. ¿Pero podría contener la verdad de las mentiras, como dijo Vargas Llosa de la novela?
Efectivamente, estamos en un periodo en que más que nunca entendemos la ficción no como lo opuesto a la realidad, sino como una manera de entender y estructural lo real.
¿Diría que apuesta por una finalidad didáctica, o preventiva, contra las manipulaciones?
Así es. Soy hijo de la dictadura franquista, he estudiado Comunicación, he trabajado en periodismo y publicidad, y todo ese bagaje me ha hecho desconfiado. Esa reticencia a aceptar de forma tácita e inocente la información me ha llevado a un cuestionamiento crítico.
¿Miente más la imagen hoy que antaño?
Creo que la mentira es inherente a nuestra naturaleza humana. En estos momentos, las posibilidades de persuasión, de incidir en la opinión pública son más sutiles y sofisticadas. Aunque el público sea más consciente, tiene que seguir haciendo ese esfuerzo para desgranar lo que es grano de lo que es paja.
«Cómo hacer que el ciudadano reaccione de manera escéptica ante la avalancha de imágenes?»
En su obra es muy importante el concepto de libro. En época de locuras digitales, ¿no es ir un poco a contracorriente?
Hay contradicciones en lo que está sucediendo, sí. Tendemos a la desmaterialización de la imagen, pero al mismo nos aferramos a la materialidad del soporte, del libro en tanto que objeto. En el fondo somos un poco románticos respecto a eso. Son esas pulsiones culturales que nos dan que pensar: ¿por qué todavía nos siguen apasionando los libros?
¿Qué le sugiere la palabra sacrilegio, en el contexto de su obra?
Sacrilegio es un atentado contra algo que consideramos sagrado, y creo que debemos ser más humildes con la fotografía [risas]. Yo intento llegar a lo que podríamos llamar el grado cero de la escritura fotográfica, a las entrañas de lo que representa la imagen fotográfica. Esto a veces implica hacer saltar toda una serie de clichés y de prejuicios.
¿Y qué significa para usted la intoxicación informativa? Alguna vez ha dicho que la practica incluso como juego…
Sí, entiendo que hay una estrategia de infiltración, de intoxicación informativa. La propia ficción, el juego con el espectador, todos son formas de abordar un mismo problema: cómo hacer que el espectador, el ciudadano, reaccione de manera escéptica respecto a la avalancha de imágenes con que lo bombardeamos.
Una serie como Sirenas del Tormes me pareció un hermoso tributo a las supersticiones, que suenan a cosa remota pero ahí están, incluso con programas de televisión, ¿no?
Somos un saco de creencias, de supersticiones, de mitos, de fés. Todo compone un cierto imaginario contra el que cabe jugar, ¿no?. Mi trabajo precisamente propone trampas para que se dé cuenta de hasta qué punto estamos construyendo, o dando lo imaginario por verdadero.
¿Cuanto más inverosímil, mejor cuela?
No. Para que mejor cuele, hace falta una dosis sabia de verdad camuflada en la mentira. Para embaucar, siempre hay que dar elementos que sean reconocibles como reales.
Eso se dice también de las mentiras de pareja…
Sí, eso parece [risas].
¿Qué le animó a hacer una parodia de Osama Bin Laden, durante tanto tiempo la persona menos risible del mundo?
«Bin Laden de repente pasaba a ser el enemigo número uno: una construcción casi hollywoodiense»
Cuando ocurrieron los atentados del 11-S en Nueva York, la mayoría de la gente no habíamos oído hablar nunca de Bin Laden, y de repente pasaba a ser el enemigo número uno. Me pareció una construcción casi hollywoodiense, ¿por qué no iba a ser que los servicios de inteligencia hubiesen fabricado a un personaje que representase al malo de la película? Eso me llevó a la idea de imaginar que se descubría que esos cabecillas eran actores contratados para dar rostro a los maléficos talibanes en el teatro de la actualidad periodística y la política.
A día de hoy, esa hipótesis no se ha descartado del todo.
Bueno, el hecho de que Bin Laden terminase como dicen que terminó, refuerza esa especulación, sí, que yo propongo como ficticia [risas].
Algo diferente fueron sus Googlegramas, el de Abu Ghraib, por ejemplo…
Por un lado, era una serie que intentaba conectar la idea de internet con los mosaicos, el siglo XXI con la cultura de hace 3.000 años. Pero por otro, tocaba temas de actualidad, y a medida que la actualidad iba evolucionando y nos llevaba a nuevos desastres, mi obra lo iba reflejando.
En Miracles & Co, otra de sus series, me interesó el topless del pope. Dios y tetas, algo que tiene más relación de lo que parece, ¿no?
En ese proyecto había también toda una serie de referencias a las supersticiones, las ciencias ocultas, la parapsicología, todo ese bagaje de falsas interpretaciones de la realidad. Pero también con toda una serie de referencias históricas, por ejemplo la mujer barbuda, que aparece en los circos de atrocidades, los freaks, incluso en las pinturas clásicas, en las cortes con bufones… Pero hay también la voluntad de decir que la religión, como la política, la ciencia o los medios, no deja de ser otra plataforma autoritaria que impone ciertas realidades.
«La religión, como la política, la ciencia o los medios, no deja de ser otra plataforma autoritaria»
Diría que Cataluña, como elemento fotogénico, posee atributos muy diferentes a los de otros lugares de España o del Mediterráneo? ¿Ve usted esa especificidad?
Yo soy un fotógrafo más bien conceptual, me interesan más las ideas que los lugares. Y como tal encuentro inspiración en cualquier sitio. Acabo de terminar un proyecto en Asturias, del que estoy muy satisfecho y que expondré dentro de poco, en dos meses, y he encontrado paralelismos con otros muchos mundos. Para mí lo local deviene siempre universal.
Una vez le oí decir que se sentía a mitad de camino. A pesar de su veteranía, ¿sigue sintiendo que aprende? ¿No se siente de vuelta de muchas cosas?
Una de las cosas que me ha impulsado siempre a trabajar con la fotografía es la curiosidad; soy una persona ávida, una esponja con las cosas que desconozco. Uno de mis impulsos instintivos es explorar, experimentar. Por eso la fotografía ha sido un medio para mí idóneo, me ha permitido que mi vida sea una aventura en el aprendizaje.
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