Jorge Edwards
«Montaigne nos enseñó a prestar atención al presente»
Alejandro Luque
Que un libro sobre su experiencia como diplomático en la Cuba de Castro, Persona non grata (1973) el que colocó a Jorge Edwards en el centro del torbellino literario internacional. No obstante, su obra novelística, con títulos como Los convidados de piedra (1978), El museo de cera (1981), El anfitrión (1988) o El inútil de la familia (2004), así como algunos ensayos literarios como Adiós, poeta –dedicado a su amigo Pablo Neruda– le han deparado un lugar preponderante en el panorama de las letras hispanas, reconocido con el premio Cervantes en 2000, entre otros galardones.
Asociado al llamado boom latinoamericano por su amistad con Cortázar, Vargas Llosa y García Márquez, se exilió en España tras el golpe de Pinochet, y no regresó a su país hasta 1978. Actualmente embajador de su país en Francia, el último libro de Edwards, La muerte de Montaigne, es una apasionante revisión del pensador francés (1533-1592).
¿Qué puede enseñarnos Michel de Montaigne hoy?
Muchas cosas, pero sobre todo que prestemos atención al presente, y no soñemos demasiado con el futuro. En mi libro hablo de una visita de otro escritor, Azorín, a un convento franciscano, adonde acude con un libro en el bolsillo. Allí ve avisos sobre la muerte en los muros, pero cuando descansa en su celda saca el libro y lee: “Los campesinos de mi región no piensan nunca en la muerte, y cuando les toca su hora, mueren mejor que Aristóteles”. Ese libro son los Ensayos de Montaigne. Y su mensaje es lo contrario del marxismo, donde se vive un infierno de colas cotidianas, carencias, miedo, censura, represión, pero se piensa en el paraíso, en un futuro perfecto. Para Montaigne, los vicios del presente repercuten en el futuro.
¿Es Montaigne, como aparece en su libro, un precursor del intelectual a la contra, enfrentado al poder?
Al menos es un intelectual que no se pone nervioso ante el poder, o al menos no aspira al poder…
Me temo que no ha creado mucha escuela.
Él reflexiona con mucho sentido de la realidad; le dice a los príncipes, a los poderosos: “Eviten la guerra”. Y mira, hay algo que Montaigne y yo tenemos en común: nos gusta mucho París, y él tenía mucho miedo de que la guerra civil destruyera la ciudad. En la Matanza de San Bartolomé, una época que él no vivió, en la que tiraban a los tipos desde las torres al Sena, quemaban e incendiaban, Montaigne sintió muy agudamente que el fanatismo es peligroso, que puede destruir formas de belleza y de cultura que él, como hombre del Renacimiento, amaba.
Eso aun a riesgo de ser considerado, como dice su libro, güelfo para los gibelinos y gibelino para los güelfos. ¿Era su destino inevitable, buscarse enemistades por doquier?
Sí, y pocos amigos. ¡Pero buenos amigos! Supe lo que es eso cuando publiqué Persona non grata, porque me quedé exiliado: Pinochet censuró el libro, pero tampoco le gustó al exilio chileno. Me quedé solo. Pero también pensé que era la situación ideal de cualquier escritor, solo y bien acompañado. Porque estaba con Carlos Barral, Vargas Llosa y unos cuantos más. Si eres escritor de un bando determinado, tienes una cantidad de compromisos que no terminan nunca. Los bandos te usan.
¿Y cómo fue su posición frente a la Iglesia, que acabó metiéndole en el índice de libros prohibidos?
En efecto, entró, pero tarde, después de su muerte. Tuvo una actitud curiosa: le dice a Enrique de Navarra, que va a ser rey. “Mire, usted tiene que acercarse al centro. Si sigue como hugonote extremo, va a agudizar la guerra civil y va a destruir el país. De modo que hágase católico, pero liberal, moderado”. Y eso es lo que hace Enrique IV, quien proclama el Edicto de Nantes, un edicto de libertad religiosa. Cuando uno lo lee, cree que Montaigne es un pagano enormemente ilustrado. Y equilibrado. Admira a Séneca, a Plutarco; no habla nunca de Jesucristo. Cita a Virgilio, a Horacio. Es un humanismo anterior al Cristianismo. Y ama por encima de todo a Sócrates, porque éste, a diferencia de Platón, no se sometió a la dictadura, y predica como método de conocimiento el escepticismo.
¿Qué se perdió el Vaticano con la condena a Montaigne?
Perdió ese humanismo, y se metió en una situación inquisitorial que le hace mucho daño. En su Viaje a Italia, hay un cardenal que le reprocha que use expresiones populares obscenas. Él responde: “Es el lenguaje de los campesinos de mi tierra, me interesa mucho”. Y el otro le replica: “Pero usted hace el elogio de Juliano el Apóstata”. Y Montaigne explica que Juliano era un hombre sobrio, serio, que dividía su noche en tres partes: una para dormir, otra para leer y otra para escribir. No torturó a nadie, ni mató a nadie, pero se dejó seducir por las ideas. Y el cardenal quedó convencido. Pero cuando visitó al Papa, Montaigne tenía que besar su sandalia, pero parece que el Santo Padre aprovechó para darle una patadita.
Mientras solo fuera eso…
Claro, ¡lo malo hubiera sido que lo quemaran en la hoguera!
¿De qué modo influye en Montaigne su condición de descendiente de judíos conversos?
Eso es bastante interesante. Montaigne era judío por parte de madre, y era español, de apellido López de Villanueva. Él no la quería mucho a su madre, porque era muy severa, mientras su padre era para él el mejor padre que había existido. Sin embargo, cuando va a Roma visita las sinagogas con gran interés, habla con los rabinos que saben magia, incluso cuenta que asiste a la ceremonia de una circuncisión. Tiene un gran respeto por el mundo judío, y ningún prejuicio, ningún racismo. Es un hombre con una gran curiosidad intelectual, y le gusta informarse en el terreno. Cuando llega a un lugar, si quieren servirle la comida a la francesa, él la rechaza, quiere seguir las costumbres del sitio. Es una manera moderna de viajar: identificarse con el lugar, no imponer el lugar de uno.
Bueno, el turismo actual más bien trabaja en el sentido contrario…
Sí, es terrible eso de llevar la casa a cuestas. Sobre todo, a veces, una casa mala. El Burguer y el Mc Donald’s en todos lados. Él viajaba cargado de mapas y de información. Él toma un guía en Roma, y a los tres días lo tiene que despedir: él sabe más que el guía.
Sí parece muy moderno, en cambio, la idea de Montaigne de que el matrimonio va por un lado y el erotismo por otro, ¿no?
O también puede ser muy antigua, ¿eh? Porque ahora los chicos se enamoran, qué sé yo, y se casan. Pero él se casa porque tiene que casarse, con una niña del lugar, aunque su erotismo parece ir siempre por otra parte. En todo esto hay mucha especulación, no se sabe cuál fue su relación con su amigo de juventud, ni con la chica, María de Gournay…
Algunos retratos de María son bastante duros, la ponen de cursi, de boba. ¿Cómo era en realidad?
Bueno, Montaigne es muy cariñoso con ella. El negativo lo dan los historiadores, sobre todo Michelet, que quería poco a Montaigne y habla de ella como una petulante, feminista antes de tiempo, “una media azul” como les decían, una sufragista. A mí me quedan interrogantes, pero creo que era una buena persona y de una gran curiosidad, también. Supo, además, que iban a matar a Enrique IV e intentó evitarlo, y Richelieu llegó a concederle una pensión vitalicia.
Un escritor italiano cercano al comunismo, Leonardo Sciascia, leía cada verano los Ensayos, como una costumbre. ¿Qué lectura cree que deberían hacer de Montaigne las izquierdas?
En Montaigne no hay lecturas de izquierdas ni de derechas. Te obliga a leerlo desde fuera de los partidos. Decirle al rey que se haga católico puede parecer de derechas, pero pedirle que la nobleza no abuse de los impuestos parece más bien de izquierdas. No es incompatible, pero si lees a Montaigne y después a Marx, éste no te convence. El finalismo de Marx y Hegel es lo contrario de Montaigne, su mirada de lo inmediato y su escepticismo. Su deseo de que el futuro sea lo menos criminal posible.
Parece que Montaigne era un tipo bastante torpe en la vida cotidiana, ¿qué habría sido de él en una sociedad en la que todo el mundo debe ser dinámico y autosuficiente?
Ese es un tema que me interesa, por eso escribí una novela titulada El inútil de la familia. A lo mejor Montaigne era eso, el inútil de la familia. Ahora estaría condenado, marginalizado. En cambio, hizo una cosa poco práctica en apariencia, pero le resultó. En la guerra civil, no tomó una guardia particular. Temía más a la guardia que a otra cosa. Dejó la casa prácticamente abierta y no le pasó nada, nadie le tocó. Sí le reprochan que durante la peste saliera de la ciudad con su familia, pero se puede entender: era una situación muy peligrosa, veía a campesinos cavando su propia tumba, a señoras tejiendo su sudario…
Hablando de su trabajo actual, ¿Son buenos lectores los diplomáticos?
Los diplomáticos tienen que pasar la vida leyendo expedientes, oficios, telegramas… No hay mucho tiempo para leer. Lo que a mí me pasa es que París me estimula para leer. Se conversa de libros, la crítica generalmente está bien hecha, y sientes el estímulo de leer. A veces estoy agotado en la noche, me quedo dormido leyendo. Lo que más me molesta es que el fin de semana me llegue gente. Esos dos días de soledad para mí son maravillosos.
¿Y Sarkozy, se tendrá bien leído a Montaigne?
Montaigne no le puede hacer mal nadie, así que no creo que le venga mal a Sarkozy leerlo. Pero no me hagas hablar mal del presidente, ¡acuérdate que soy embajador!
¿Cómo viven en Francia ese estallido revolucionario en una tierra que no hace mucho era suya?
Allí no se pudo prever lo que iba a ocurrir, no creo que nadie pudiera. Hay toda una historia moderna en relación con el Norte de África, con su ex imperio colonial. Por ejemplo, uno no puede entender el degaullismo sin entender la liberación de Argelia, Túnez, Marruecos, etc. Yo siento que esos jóvenes que se rebelaron, en el fondo querían ser como los franceses: tener las mismas libertades, el mismo acceso a la educación, etc. No creo que esa rebelión fuera integrista, o religiosa. Fue una rebelión moderna, que se va a seguir manifestando mientras haya televisión, internet, teléfonos móviles, nadie va a pararlo. Es curioso: África ha entrado en Europa, pero Europa, con su cultura, entra en África. ¿Cuál va a ser la síntesis histórica?. No lo sabemos.
Otra cosa que nadie podía prever, era que 40 años después de su libro Persona non grata, Fidel Castro seguiría en el poder, y usted seguiría escribiendo en plena forma.
Hemos sobrevivido los dos. Cuando publiqué el libro, los cubanos oficiales creyeron que yo no lo haría. Y al menos gozo de una salud que para mi edad no está mal [risas]. Creo que Raúl Castro, conociendo sus límites, ha hecho algunos intentos de modernizar la economía. No ha podido ir muy lejos, su hermanito mayor no lo ha dejado. Pero al menos ha hecho pequeños gestos, y es posible que en ausencia de Fidel pueda ir más allá. Qué va a pasar en Cuba, nadie lo puede saber. Cuando cayó el muro de Berlín me preguntaron si iba a caer Fidel, y siempre dije: no soy profeta, pero más bien creo que se va a mantener. El tiempo es el que lo va a matar, como nos va a matar a todos.