Reportaje

Donde la basura divide al vecindario

Karlos Zurutuza
Karlos Zurutuza
· 9 minutos
Operarios de la basura en Qamishli, Kurdistán sirio (2014) | ©  Karlos Zurutuza
Operarios de la basura en Qamishli, Kurdistán sirio (2014) | © Karlos Zurutuza

Qamishli (Kurdistán sirio) | Diciembre 2014

La carretilla es un elemento imprescindible para la supervivencia en Alaya, un distrito al este de Qamishli, la capital del Kurdistán sirio (Rojava). Se utiliza para transportar la basura; una vez descargada, el volquete se llena del barro con el que se aislará el techo de uralita de las casas.

Alaya no sólo es el distrito más pobre de esta ciudad de 200.000 habitantes en el extremo noreste de Siria, cerca de la frontera turca y no lejos de la iraquí, sino también el único donde no se recoge la basura.

La de Salah Osman es una de las 250 familias (árabes y kurdas) atrapadas en el barro y la basura de Alaya. Desde el umbral de su casa, Salah dice que no puede más: “¿Veis todo esta basura justo enfrente? Mis hijas no paran de limpiar pero los vecinos siguen trayendo aquí sus desperdicios”, se queja este hombre, que reside en Alaya desde 1985. “¿Por qué no vienen los kurdos a limpiar el barrio? Estamos dispuestos a pagar para que lo hagan porque no podemos continuar así”, añade Salah, nada más mandar de vuelta a casa a un adolescente antes de que este descargara su carretilla.

En Qamishli existen dos Administraciones paralelas, la kurda y la de Asad, trabajando una a espaldas de la otra

Tras el comienzo de la guerra civil en Siria, en marzo de 2011, los kurdos, en el norte del país optaron por una neutralidad que les ha llevado a enfrentarse tanto al gobierno de Damasco como a la oposición. El equilibrio de fuerzas es especialmente delicado en Qamishli, donde el Gobierno de Asad aún controla el centro de la ciudad y el aeropuerto. Así las cosas, existen dos Administraciones paralelas, pero trabajando una a espaldas de la otra.

Tarik Barko, residente y recogedor de basura del Gobierno de Asad, aporta algunas claves del desastre en su barrio. “De los 20 camiones de recogida con los que contábamos sólo cuatro siguen operativos y nunca llegan a este distrito”, reconoce este hombre de 41 años. Barko asegura que la mayoría en Alaya no tiene objeción en que los kurdos entren a trabajar, pero dice entender sus razones para no hacerlo:

“Hay un grupo de gente en el barrio que les amenaza y les ataca, por lo que no se atreven a limpiar”, relata Barko. “No son más que simples criminales, no tienen nada que ver con motivos políticos”, añade este funcionario, hoy en paro.

Células durmientes

Desde sus oficinas a cien metros de la entrada del barrio, Ahmed Suleyman, principal responsable municipal de la administración kurda de Alaya dice que cuenta con dos camiones y ocho voluntarios “deseosos de trabajar”. No es fácil:

“En vista de que el régimen no se hacía cargo del barrio, en enero de 2013 decidimos hacerlo nosotros. Cada vez que lo hemos intentado nos han recibido a pedradas, e incluso nos han disparado”, asegura Ahmed. Tres de sus hombres, añade, han resultado heridos.

«Cada vez que hemos intentado recoger la basura del barrio nos han recibido a pedradas o nos han disparado”

Además de la recogida de basura, la administración kurda se encarga de proveer de combustible a los distritos. Ahmed dice sentirse preocupado dada la inminente llegada del invierno, y apunta a “gente del ISIL (Estado Islámico)” tras los ataques. “No toleran la presencia kurda en la ciudad y harán lo posible por echarnos”, acota el funcionario.

Su versión es corroborada por la Asayish, la Policía kurda, que gestiona la seguridad en el distrito. Desde el checkpoint en la entrada sur, Naif Ahmed Husein, el principal responsable de la seguridad kurda en Alaya, explica que han sufrido ya dos ataques con bomba en ese mismo puesto de control.

“La primera fue el 17 de septiembre pero la pudimos evitar gracias a la información que nos dio un informante local. Dos días más tarde explotó otra bomba que habían enterrado en un montón de tierra que estábamos moviendo para desplazar el checkpoint de lugar”, señala el responsable junto al cráter presuntamente causado por la explosión.

“No es gente de fuera, ni criminales vulgares sino células durmientes del ISIL”, asegura categórico Naif. “Quieren intimidarnos para que nos vayamos”.

Desde el cuartel general de la administración kurda, en el centro de Qamishli, Husein Ahmad, principal responsable de la limpieza en la región, reconoce que Alaya se está convirtiendo en una “verdadera pesadilla”, a la vez que acusa de “dejación” al Gobierno de Asad.

“Su presencia en Qamishli es puramente testimonial hasta el punto de que somos nosotros los que recogemos la basura en las zonas bajo su control”, afirma Husein.

No se pueden contrastar los datos con la administración bajo control de Damasco dada su reiterada negativa a conceder un visado a este periodista. No obstante, sí pudimos comprobar in situ cómo operarios kurdos recogían la basura en el centro de la ciudad, donde los retratos de Asad y las banderas de Damasco siguen siendo omnipresentes.

Ciertamente, la recogida de basura constituye todo un lujo en un país en el que, según la Organización Mundial de la Salud, el sistema de alcantarillado, las purificadoras de agua y otras infraestructuras imprescindibles han resultado seriamente dañadas.

Manad Mohamad, uno de los médicos voluntarios en Qamsihli, asegura que la situación sanitaria en Alaya puede desembocar en “desafíos añadidos” a la ya difícil coyuntura actual: “Volvemos a enfrentarnos a enfermedades de las que ya nos habíamos olvidado como la tuberculosis”, alerta Manad desde su consulta en el centro de la ciudad. “De no tomarse medidas urgentes, en Alaya nos tendremos que enfrentar a una plaga de ratas o a un brote de cólera”.

Mujeres

Mujeres kurdas en un centro cívico de Qamishli (2013) | ©  Karlos Zurutuza
Mujeres kurdas en un centro cívico de Qamishli (2013) | © Karlos Zurutuza

Los cuerpos de operarios públicos no constan únicamente de hombres. Desde que los colectivos kurdos han creado su propia Administración, ellas también visten el buzo verde de la recién creada Policía kurda, el azul del servicio de recogida de basuras o el uniforme de camuflaje de las Unidades de Protección Popular -una milicia convertida ya en un auténtico ejército-.

“Me casé a los 14 años y a los 20 ya tenía cuatro hijos” recuerda Nafia Brahim. A sus 50 años, esta kurda siria trabaja para que ninguna otra mujer deje de ser dueña de su propio destino. Es una de las doce componentes de la asamblea que gestiona el Centro para la Formación y Emancipación de la Mujer de Qamishli. “Organizamos talleres de alfabetización en lengua kurda pero también de costura, informática, gimnasia para embarazadas… todo dirigido por y para mujeres”, explica. El curso más demandado, afirma, es el de ·mujer y derechos”.

Violadas y repudiadas

Si bien los avances han sido sustanciales, todas en el centro de Qamishli saben que la suya será una carrera de obstáculos: “Desde que abrimos este centro hace casi dos años hemos asistido a más de 150 mujeres. La mayoría huían de un matrimonio no deseado, muchas de ellas eran niñas”, recuerda Faiza Mahmud, una asamblearia de 55 años.

“N. Z. casada a los 15 con un hombre de 37 que la golpeó y se llevó al hijo de ambos”, lee Faiza desde su libro de registros. “R.T, de 16, violada y abandonada en Turquía por su marido de 43… son decenas de casos como estos. Les ofrecemos apoyo legal y económico y mediamos con las familias para que se integren en una sociedad que las ha rechazado”, relata la más veterana del grupo junto al enorme mural de Abdullah Öcalan, el líder encarcelado del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK).

«Öcalan ha sido el único líder en Oriente Medio que ha defendido los derechos de la mujer”, asegura enérgica Faiza. Pero no sólo hay kurdas aquí. Nuha Mahmud señala que también hay árabes y cristianas entre las que se acercan al centro en busca de ayuda. “A menudo tenemos que mediar con la diócesis local para que facilite un divorcio ya que para los cristianos es mucho más complicado que para los musulmanes”, explica esta voluntaria de 35 años “felizmente casada”.

En los siete meses que lleva trabajando aquí, Nuha dice haber asistido a un gran número de víctimas de violencia sexual. “Son casos terribles porque la mujer violada, a menudo menor de edad, es incluso repudiada por su familia”, añade. Lamenta que muchas de las afectadas no reconocen haber sido objeto de asalto sexual.

A sus 16 años, Aitan Husein conoce esa realidad muy de cerca. La más joven del grupo es, según sus compañeras, “pieza clave” en los procesos de asistencia a adolescentes de su misma edad.

“El trabajo conjunto entre mujeres de diferentes edades me permite tener una visión global de lo que ha tenido que sufrir cada generación”, explica Aitan, quien compagina su labor en el centro con sus estudios de secundaria. Esta precoz activista dice sentirse afortunada ya que su familia “no le impondrá ni matrimonio ni carga extra de ninguna clase”. Pero no parece ser suficiente para ella. “No puedo quedarme cruzada de brazos mientras se sigue abusando de las mujeres a mi alrededor”, resalta la joven kurda. “Tenemos que seguir luchando para que nada de esto vuelva a ocurrir, ni aquí ni en ninguna parte”.  

¿Te ha gustado este reportaje?

Puedes colaborar con nuestros autores. Elige tu aportación