Resplandores de imperio
Irene Savio
La estatua de bronce, de más de 20 metros de altura, se erige majestuosa en la principal plaza de la capital macedonia, donde reposa sobre un lago de mosaicos colorados y un pedestal de mármol italiano. El guerrero monta un caballo encabritado, de un tamaño irrealmente inferior con respecto al del jinete. Los peatones foráneos levantan la cabeza y lo miran con cierto asombro, pero no los locales. Se parece al rey Alejandro Magno y, como confirman, lo es. Pero no oficialmente. Su nombre, a pesar de que no lo aclare ni un minúsculo letrero, es Guerrero a caballo.
Nada es lo que parece en Macedonia, país de espías y complots occidentales, según cuentan las guías a los escasos e impávidos turistas que se aventuran hasta aquí. Y esto porque, a 20 años de su separación de la extinta Yugoslavia, en enero de 1992, Macedonia no es aún, ni mucho menos, un pueblo en paz. No ha resuelto todavía la disputa con Grecia por su nombre y por la paternidad de Alejandro Magno. Ni ha cerrado el conflicto con la minoría albanesa que vive en el país y con la que, tras los violentos choques de 2001, la tensión nunca se ha disipado completamente.
Para atraer el turismo, las autoridades explotan el resplandor del extinto Imperio de Alejandro Magno
Skopie 2014, el faraónico proyecto urbanístico del Gobierno presidido por la conservadora Organización Revolucionaria Macedonia del Interior (VMRO-DPMNE), es una prueba más de cuan contundentes pueden ser las heridas del pasado y las crisis de identidad. Como antaño hicieron otros líderes balcánicos, las autoridades macedonias quieren que Skopie esté a la altura del resto de Europa y sea una meca del turismo.
Por ello están explotando el resplandor del extinto Imperio de Alejandro Magno, cuyo nombre ya se ha usado para el aeropuerto y una de las principales carreteras del país. “El objetivo es que Skopie se parezca a una verdadera ciudad europea”, ha explicado recientemente el arquitecto Vangel Bozynovski, uno de los representantes de la nueva ideología ultranacionalista.
De ahí que la ciudad padezca en estos días una gigantesca actividad en obras, donde las grúas no dejan de funcionar y los obreros trabajan a una velocidad inusual para estos parajes. Todo para la reconstrucción de una veintena de edificios, de dudoso estilo neoclásico y algo kitsch, entre los que se cuentan un marmóreo arco del triunfo, un Museo de la Lucha Macedonia y, claro está, la estatua de Alejandro, que fue inaugurada en junio del año pasado.
El proceso se inició hace dos años y su finalización está prevista para 2014, por una inversión que sumaría entre los 80 y 500 millones de dólares, según las diferentes cifras ofrecidas por el Gobierno y la oposición. “La ciudad se está convirtiendo en un parque temático”, critica Irena N., una estudiante que no esconde sus dudas sobre la estética del proyecto.
«Un país pobre como Macedonia debería invertir su dinero de forma más prudente»
Las dudas de Irena, desde luego, son legítimas. «Los detractores del proyecto se quejan del costo de los trabajos y argumentan que hay poca transparencia en los contratos que han sido hechos a los arquitectos y a los ingenieros. Algunos opinan que un país pobre como Macedonia debería invertir su dinero de forma más prudente», coincide el periodista macedonio Sinisa Jakov Marusic.
En verdad, los indicadores sobre la situación socioeconómica de Macedonia no son precisamente de color rosa. De acuerdo con datos oficiales (los únicos que hay, aunque los expertos se fían poco de ellos), el desempleo en el país llegó al 33 por ciento en 2010, uno de los más altos del mundo y la pobreza afecta al 31 por ciento del total de la población de 10 millones de habitantes (más del 40 por ciento en las zonas rurales).
En paralelo, la producción industrial del país cayó un 8,4% en el primer cuatrimestre de 2012, mientras que la inflación subió un 3,9 por ciento en 2011, según datos del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco de Macedonia.
«Por eso, también existe también la sospecha que el proyecto esté sirviendo para distraer a la gente de otros problemas reales del país, la pobreza, el desempleo y la parálisis en las negociaciones para que el país ingrese en la Unión Europea (UE) y en la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN)», dice Jakov Marusic.
Quien bloquea el camino es Grecia, que en los años 90 impuso un embargo a su vecino más pequeño, y que sigue impidiendo de forma ilegítima el acceso de Macedonia a la OTAN desde 2008, según reconoció en diciembre una sentencia de la Corte Internacional de Justicia de La Haya.
El conflicto está en el nombre: Atenas insiste en que el país no puede llamarse Macedonia porque éste es el nombre de una de las regiones norteñas de Grecia. De ahí que en todos los foros internacionales haya que utilizar el complejo nombre «Antigua República Yugoslava de Macedonia», o FYROM en sus siglas en inglés.
La justificación de Grecia es el temor, infundado según las autoridades macedonias, que el pequeño país balcánico, una vez adquirido el nombre, podría reivindicar las regiones homónimas del norte de Grecia que, de hecho, están poblados en parte por personas de habla búlgara, el idioma de Macedonia (aunque las autoridades de Skopie insisten en calificar su variante nacional de ‘macedonio’). Algunos círculos nacionalistas macedonios plantean, de hecho, un territorio que llegue hasta el mar Egeo, aunque esta proyección no forma parte de la política oficial.
Por su parte, como era de esperar, Grecia no se ha quedado callada. Peor aún: ha echado gasolina sobre el fuego. En ocasión de la inauguración de la estatua de Alejandro Magno, el entonces portavoz del Ministerio de Exteriores griego, Gregori Delavekouras, dijo que ese acto era «un intento de usurpar la historia de Grecia». El proyecto «mina las relaciones bilaterales (entre Grecia y Macedonia) y obstaculiza el proceso de negociación que está llevando a cabo la UE», agregó Delavekouras. La cuestión es que el veto de Grecia ha actuado como una fuerza propulsora para que se instalara el discurso del gobierno conservador de Nikola Gruevski.
Sin embargo, y más allá de las ironías, el problema no son solo los delirios de grandeza del Gobierno macedonio sino que sus planes elevan a los altares los controvertidos orígenes cristianos del país, a costa de ese 30 por ciento de albaneses macedonios. Una voz de alarma la dio el anuncio de que entre los nuevos monumentos también figura una estatua que recuerda a los policías asesinados durante el conflicto entre albaneses musulmanes y eslavos cristianos ortodoxos en 2001.
Hay frecuentes roces entres eslavos ortodoxos y albaneses musulmanes
Y eso que, si bien el acuerdo de paz de Ohrid evitó que el país cayera en la guerra civil, los altercados no han acabado. Solo en febrero, dos iglesias ortodoxas fueron incendiadas en las localidades de Labunista y Mala Recica, haciendo peligrar el equilibrio étnico.
«¿Quién quiere una guerra en Macedonia?», tituló entonces el periódico de Jakov Marusic, Balkans Insight. De acuerdo con informes no oficiales, incidentes similares se ha producido al menos hasta mitades del mes de abril. El 17 de ese mes, por ejemplo, cientos de jóvenes salieron a la calle en Skopie para protestar contra el asesinato de un joven macedonio e intentaron cruzar el río Vardar para alcanzar la otra orilla, donde viven en su mayoría los albaneses musulmanes. Para impedirlo, la policía realizó numerosas cargas y lanzó gases lacrimógenos. A raíz de estas tensiones étnicas, hasta se suspendió el 20º encuentro del campeonato madedonio de fútbol, aunque luego se recuperó la competición.
Así, el pasado 20 de febrero, el mediador de Naciones Unidas, Matthew Nimetz, viajó a Grecia y Skopie para encontrar una solución a un asunto que muchos observadores creen que gravita sobre los equilibrios dentro de la propia OTAN, en particular sobre Turquía y Grecia. Lo dijo, de alguna forma, el propio Nimetz: “Este es un asunto regional y es un asunto de seguridad mundial de gran interés, indudablemente, de Europa y Estados Unidos”.
En verdad, lo que temen, y mucho, los observadores es también que Macedonia se transforme en un país ingobernable y plagado por los conflictos étnicos, al estar ubicado en una posición clave: en la frontera de Grecia, que es parte de la Unión Europea, y de los Balcanes. Más aún que el país es visto como un lugar de paso habitual por los dirigenes del crimen organizado, que se dedican a delitos como la explotación de la prostitución, el tráfico de armas y el de drogas. Por no citar que en mayo pasado también fueron detenidos veinte supuestos extremistas islámicos que habrían tomado parte en operativos militares contra la OTAN en Afganistán.