Entrevista

Marc Biancarelli

«En Córcega, si te amenazan de muerte no es una broma»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 15 minutos
Marc Biancarelli (Porto Vecchio, 2018) | © Alejandro Luque / M’Sur

Porto Vecchio  |  Agosto 2018

La cita se realiza en un espacio tan prosaico como la cafetería de un centro comercial, el más grande de Porto Vecchio. Marc Biancarelli (Blida, Argelia, 1968) prefiere esta suerte de no-lugar a los rincones no menos impersonales que convierten esta pequeña ciudad del sur de Córcega en un infierno turístico. Fumador tenaz, sencillamente vestido con una camiseta, hombre aparentemente serio pero con su sutil fondo de ironía, este profesor de corso es uno de los pocos nombres de la literatura en la lengua de la isla que ha logrado proyección internacional.

Además de crítica literaria, se dio a conocer con dos novelas, 51 Pegasi astru virtuale  (2003) y Murtoriu: Ballade des innocents (2008), así como los cuentos Prighjuneri/Prisonnier (2000), San Ghjuvani in Patmos/Saint Jean à Patmos (2001) y Stremu miridianu (2007). En español, hasta ahora, solo el sello Armaenia ha tenido el acierto de publicar Huérfanos de Dios (Orphelins de Dieu), su primera novela escrita íntegramente en francés, que le valió los premios Prix révélation de la SGDL 2014 y Prix du Livre Corse 2015, y que pronto reseñaremos en MSur.

Usted escribe en corso. La lengua corsa, ¿está en peligro actualmente?

Sí, totalmente. Bueno, ante todo tengo que decir que es mi profesión oficial, soy profesor de corso antes que escritor. Y si el corso está en peligro es porque a las nuevas generaciones no les han transmitido esta lengua. Es un idioma que ha sido oral durante mucho tiempo, se ha escrito muy poco, y además ha sufrido un complejo de inferioridad con respecto al francés, como todos los idiomas regionales franceses.

¿Cómo sobrevivió, entonces?

«La población sigue viendo el idioma corso como algo familiar, parte de un mundo folklórico»

Gracias a su carácter insular, el corso sobrevivió durante mucho tiempo, pero se volvió a la vez el idioma de la pobreza social. Solo desde hace 30 años nos hemos dado cuenta de que la pérdida del corso iba camino de ser definitiva. Hubo muchas reivindicaciones, muchos combates, a veces legítimos y a veces menos, y eso ha permitido frenar su extinción. Hoy en día, el corso se enseña en la escuela. A veces los niños lo hablan entre sí, incluso teniendo padres que no lo hablan. Sin embargo, no podemos ser tan optimistas, porque no podemos decir que el corso sea un idioma que haya recuperado su sitio legítimo. La población sigue viendo este idioma como algo familiar que forma parte de un mundo folklórico, y no le da una dimensión social.

¿Hay muchos libros escritos en corso?

Sí, los hay bastante, yo mismo escribo en corso, otros compañeros también…

Hace unos días hablamos con Jerôme Ferrari, y él nos comentó que hay más libros escritos en corso que lectores del corso.

[risas] ¡Sí, esas son frases típicas de Jerôme! Pero no es falso… Hay casi igual número de lectores de corso que de autores que escriben en corso. Está claro, tenemos un muy bajo nivel de lectores de corso, porque no ha habido mucha gente formada para poder leerlo. La enseñanza todavía no ha producido sus efectos en este aspecto, y la literatura se aborda muy poco.

¿La política española con respecto a los idiomas cooficiales sería buena en el caso de Córcega?

No tengo ni idea. No le voy a decir que sí, porque sería proclamar algo no fundamentado, pero pienso que tenemos los medios, tenemos las herramientas para desarrollar el idioma, para hablarlo. No es verdad que vivamos en una dictadura, no estamos en un dinámica de prohibición del habla… Antes sí era así, hace treinta, cuarenta años.

¿Cuál es el problema, pues?

El problema está en que el pueblo no quiere hablar en esta lengua. Francia no ha jugado la carta de la prohibición, por lo menos desde hace mucho tiempo: tenemos la autorización de enseñarlo en las escuelas, de forma generalizada, tenemos poderes en la asamblea corsa que son muy importantes, tenemos mucho dinero… Hemos obtenido casi todo lo que queríamos obtener, excepto una cosa, el estado oficial del idioma al mismo nivel que el francés.

¿Serviría para algo que el corso fuese lengua plenamente cooficial?

«La gente no tiene ganas de aprender a hablar corso. Nos hemos vuelto completamente francófonos»

Sinceramente, no sé si eso serviría para algo, porque cuando un pueblo quiere hablar en su lengua, no hay nada ni nadie que pueda impedírselo. Para mí no hay la voluntad necesaria por parte de los corsos. La gente no tiene ganas de aprender a hablar corso. Nos hemos vuelto completamente francófonos. Ahí está el problema. Tenemos las herramientas, tenemos la televisión, la radio, las escuelas, lo necesario para favorecerla. ¿Qué más podemos hacer? Somos nosotros los que no queremos.

Pero hay quien pide esa cooficialidad, ¿no?

Nos escondemos mucho detrás de la oposición victimista actual, no nos damos cuenta de que tenemos todas las herramientas y perdemos tiempo en luchar para unas representaciones simbólicas. Creo que Córcega tendría un camino más parecido a él de Irlanda que el de España, es decir, si mañana hubiera una cooficialidad, tendríamos una lengua oficial pero no la hablaríamos, como los irlandeses. Allí, el primer idioma oficial es el gaélico, no el inglés, pero yo voy a menudo a Irlanda y nunca oigo hablar el gaélico.

O sea que uno se puede sentir plenamente corso sin saber corso.

Nuestra identidad ya no pasa por el idioma, es lamentable pero es así, solo eso es algo que hacemos creer al exterior… “¡Nosotros somos un pueblo porque tenemos un idioma!” No, mentira, la gente aquí nunca se dirige al otro en corso, si voy a una tienda voy a hablar en francés no en corso… En otros sitios quizás sí, pero aquí en Porto Vecchio y en Ajaccio, no.

¿La música, los cantos corsos son la riqueza natural de Córcega más que la literatura?

Mi visión quizás sea pesimista pero…todo esto está un poco sobrevalorado. Es solo a partir de los años 70 que hemos colocado el canto como emblema de la identidad corsa. Hemos apostado todo en eso y no lo suficiente en nuestra vida cotidiana; de hecho, mucha gente que conozco se puso a cantar en corso y no saben hablarlo.

¿Pero entonces cuáles son los vectores de la cultura corsa si no son ni el idioma, ni la literatura, ni el canto…?

Es complejo…¿Cuáles son los vectores de la cultura francesa?

Pues desde un punto de vista externo, ¿la gastronomía, la moda, la perfumería…?

«Soy profesor de corso, mira, pero no sé qué es la identidad corsa»

Hay 300 000 habitantes en Córcega y que hay 300 000 maneras de ser corso… Antes había más homogeneidad, había más señales visibles, pero hoy Córcega está globalizada como el resto del mundo, por lo tanto es difícil saber cuáles son los vectores de su cultura. Conozco a un montón de gente de aquí a quién no le gustan los quesos de aquí. Pero hay una cosa de la que no dudo, ¡y es que somos corsos! Ustedes me dirán por qué, pero yo no veo por qué debería justificarlo. No sé, soy profesor de corso, mira, pero no sé qué es la identidad corsa.

He visto aquí muchos paneles de carretera con el nombre francés tachado. ¿Existe hoy una hostilidad con Francia y con el francés?

Estas cosas son tonterías, lo siento, no hay ninguna hostilidad hacia el idioma francés, sin embargo sí existe una fuerte y legitima hostilidad hacia los símbolos franceses, y hay que decir que Francia se lo ha buscado. Porque cuando durante dos siglos y medio se niega la existencia de una cultura, de una historia o de un pueblo, no se puede obligar a amar al cien por cien, es imposible. La relación entre Córcega y Francia es compleja, es una relación de odio y de amor también.

¿Cómo se expresa en la política?

No hay que generalizar con la política actual que da el poder a los nacionalistas; hace pensar que hay un rechazo total de lo francés en Córcega. Hay una hostilidad marcada hacia los símbolos de la nación, pero no tiene nada que ver con el caso de Argelia, del País Vasco o de Irlanda… Hemos servido tanto al poder central y hemos aprovechando tanto sus beneficios que es difícil posicionarse como rebeldes. Son posturas, inconscientes pero posturas.

¿El independentismo está todavía muy presente?

Nooo, aquí está toda la paradoja, hemos llamado nacionalismo algo que no lo es. Era un regionalismo. El término que correspondería de verdad con lo que era en origen, es autonomismo. Nadie quiere la independencia, nadie quiere una ruptura con el Estado, con el resto de la nación. No obstante, sí que queremos el respeto de nuestra singularidad, de nuestra cultura, de un espíritu, un modo de vida, de un idioma también… Lo que se dice en un momento de nuestra Historia no se dice de la misma forma treinta años después, pero durante mucho tiempo ha sido esto.

¿Qué ocurrió antaño?

«El Estado tenía miedo, pero los corsos eran los primeros en no desear la independencia»

Se cometieron injusticias y la gente peleó por el reconocimiento de estas injusticias, también estaba allí la voluntad de autogestionarse, pero este problema no viene de Córcega, viene de Francia. Francia es un país jacobino, que ha tenido siempre dificultades para delegar poderes, para descentralizar, y en Córcega esto ha tomado unos giros extremos. La situación se envenena, los conflictos con el Estado son cada vez más violentos, porque el Estado es estúpido también, las cosas como son… y en lugar de arreglarlo, el Estado ha preferido una relación de fuerza aplastando la oposición pensando que Córcega iba a hacer algo como Argelia. Fue el síndrome del miedo al independentismo. Los corsos eran los primeros en no desear la independencia.

¿Nunca hubo un verdadero sentimiento nacionalista?

Nunca, pero tras cuarenta o cincuenta años de conflictos armados, de reivindicaciones, nació un verdadero nacionalismo entre gente casi en desfase completo con la realidad. Se quedan entre ellos, son burbujas y tienen una visión bastante fascista a veces. Pero es anecdótico, porque solo el diez por ciento de la población es nacionalista en este sentido. ¡El noventa por ciento no quiere la independencia! Aunque sí quieran pensar su propio desarrollo económico, cultural, educativo, etc… No hay ninguna razón para que esto se decida en París.

¿La violencia está solo presente en las camisetas que se venden a los turistas?

Ya no hay violencia. Se ha acabado, muy afortunadamente. Pero cuando uno ha conocido 40 años de violencia armada, y teniendo el pasado, la sociología que tenemos en Córcega, basta con muy poco… No minimizo el hecho de que haya un conflicto armado: durante mucho tiempo lo ha habido. Ahora sería difícil que la gente decida volverse violenta. Pero yo no infravaloraría la parte oscura de la sociedad corsa: siempre ha habido una parte oscura. Cuando decidieron dejar de usar la violencia, no ha sido por filantropía, sino por cálculo político y estratégico. Si mañana la necesiten, la volverán a utilizar. De hecho, creo que volverá, no hay que engañarse, las crispaciones que hay con el Estado e incluso entre los nacionalistas anuncian que se hará uso de la violencia. Volverá a empezar.

Como turistas tenemos la sensación de que hoy en día se ríe la gente de esta violencia, hasta banalizarla en forma de posters, camisetas, imanes de nevera…

Siempre nos hemos reído de esta etiqueta y siempre hemos jugado con ella. Pero esta violencia tiene distintos niveles. Hay una violencia que está profundamente arraigada en la sociedad corsa, aunque no es como Sicilia o Cerdeña, donde todavía existen códigos que se perpetúan. Le violencia la utiliza a menudo gente que no conocen para nada los códigos de la sociedad corsa de origen. Lo que sí es incontestable es que la violencia forma parte de las relaciones sociales y económicas.

¿Qué quiere decir esto en la práctica?

Si quiero tener cierto peso económico en Córcega, me conviene ser violento. Sin violencia no tengo peso. Las grandes empresas de la inmobiliaria, de la alimentación, del transporte están todas en manos de gente violenta o que puede serlo; hay que ser consciente de esto.

¿Podríamos asociar esta violencia al poder?

«La vendetta y estas cosas ya no existen, es anecdótico; lo que pesa es la violencia económica»

Claro que tiene que ver con el poder. La vendetta y estas cosas ya no existen, es anecdótico. Lo que pesa es la violencia económica o del poder político, en eso sí que hay una parte oscura. Por ejemplo, si mañana quiere imponerse un nuevo mercado, no sé, con respecto a los residuos y hace falta llamar a algunas empresas locales que tienen cierto poder económico, ¡habrá violencia! Las empresas se disputarán el mercado por la violencia.

¿De qué tipo de violencia hablamos? ¿Física, verbal, latente…?

¡Física! La presión, el terror, la violencia física, el asesinato si hace falta… son cosas que forman parte de la cotidianidad. Bueno, de la cotidianidad… estoy exagerando por supuesto, pero que son cosas que no se descartan. Son cosas que uno toma en cuenta si quiere entrar en este mundo económico, porque si uno piensa entrar con las leyes del mercado ¡se lo van a comer! ¡O lo matarán! Hay personas potentes que no aceptan que se les haga sombra sobre su terreno económico, esto forma parte de nuestra sociedad y ningún Estado conseguirá cambiar eso.

Esto suena a lo que se llama mafia. ¿Tiene que ver con lo que antes eran los bandidos corsos?

Desde el siglo XIX teníamos un bandidismo rural que oprimía a la sociedad y que se convirtió en los años treinta del siglo XX en ¡verdadero gansterismo! Fue necesario enviar desde Francia grandes fuerzas de gendarmería para luchar contra esto, y ha vuelto hoy en día bajo una forma moderna. Es verdad que cuando miramos Sicilia o Cerdeña, los mecanismos son bastante similares, en origen hay otra cosa que luego se vuelve mafiosa.

¿Cómo fue esa evolución?

El bandidismo corso ha conocido todas las fases de la historia moderna, era un bandidismo rural, clásico, a veces impregnado de un sentimiento de rebeldía. Y ccuando está harto de hacer la guerra hacia el exterior, la toma con su propia sociedad. ¡Porque hay que vivir! Y hay que vivir dependiendo de los demás: el bandidismo no está solo para proteger a la sociedad, sin también para aprovecharse de ella.

¿Pero llega a articular de algún modo la sociedad?

«Hay bandas con capacidades nocivas: si hace falta eliminar a alguien, saben hacerlo sin ir a la cárcel»

En Córcega nunca se ha dado la gran estructura piramidal que agrupa a todos los clanes, siempre se ha quedado a la escala de la isla, es decir en forma de bandas, eso sí, con grandes capacidades nocivas. Si hace falta eliminar a alguien, saben hacerlo sin ir a la cárcel, este tipo de cosas. Yo encuentro que se asemeja bastante a una evolución mafiosa, sí. Con el nacionalismo pasa lo mismo, han vivido la cárcel, han vivido la violencia, una forma de desociabilización que hace que cuando vuelvan al camino social normal es muy difícil no usar esta violencia, están impregnados. En Irlanda hubo un fenómeno similar.

Sicilia y de Cerdeña exhiben, como Córcega, una cierta atracción por la muerte, la oscuridad. ¿Se puede comparar desde un punto de vista literario?

Yo pienso que sí. Si miramos nuestras historias y costumbres queda algo común. Dónde se ha perdido más creo que es en Córcega. Cuando voy a Cerdeña siento todavía cierta homogeneidad en la sociedad, casi una Cerdeña clásica que sigue existiendo. En Córcega menos, pero hay un fondo muy parecido, en las familias, en los pueblos, en las relaciones con los demás. Inevitablemente hay una parte común que tiene que ver con la muerte, cierta fascinación…

¿Cómo se expresa esta fascinación?

Los entierros aquí no son pequeños. Es en estos momentos cuando la gente de fuera que se casa con un corso o una corsa forma realmente parte de los nuestros. Es algo que pesa mucho en nuestra cultura, la muerte siempre ha formado parte de nosotros. Antes éramos una tierra tan pobre, tan dura, con combates de vendetta o entre familias, que la muerte se ha integrado totalmente en nuestra cultura. En Córcega cuando se habla de “matar a alguien”, no son simples palabras como sería en el continente. Aquí cuando alguien te amenaza de muerte, generalmente no es una broma.

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© Alejandro Luque | Especial para M’Sur

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