Reportaje

La discreta diplomacia de los judíos

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 10 minutos
Judíos de Casablanca celebran la Janucá (2008) | © Ilya U. Topper / M'Sur
Judíos de Casablanca celebran la Janucá (2008) | © Ilya U. Topper / M’Sur


Madrid | Mayo 2006

“No somos  políticos. Somos los apuntadores del teatro, los que no salimos en escena pero que estamos atentos por si los demás no saben el texto». Así describe Serge Berdugo, secretario general del Consejo de Comunidades Israelitas de Marruecos, el discreto papel de las personalidades judías marroquíes en el tira y afloja diplomático entre el reino alauí e Israel.

La comunidad judía marroquí, una minoría hoy exigua de apenas 3.500 personas  —poco más del 0,01 por ciento de la población marroquí—  sigue conservando parte de la enorme influencia económica, social y política que poseía hasta mitades del siglo XX, cuando se cifraba aún en unos 285.000 almas. Son marroquíes con todas las de la ley, una condición que consideran perfectamente compatible con su fe.

«Yo he estado dos veces de visita oficial en Ramalá y Gaza» declara el sefardí Berdugo

Confrontados con el conflicto de Oriente Próximo, a menudo eligen el lado palestino de la barrera: «Yo he estado dos veces de visita oficial en Ramalá y Gaza. Nos hemos encontrado con la Organización por la Liberación de Palestina (el movimiento fundado por Arafat) desde 1977: fuimos los primeros» declara Serge Berdugo.

Desde hace un cuarto de siglo, este jurista y empresario marroquí, que fue ministro de turismo de 1993 a 1995, trabaja por la convivencia entre judíos y musulmanes. «Queremos promover el diálogo entre judíos y musulmanes, entre israelíes y palestinos» afirma Berdugo, cuyos orígenes familiares están en la Andalucía del siglo XV («partimos en 1486, antes de la expulsión», subraya). «Hemos recibido a decenas de delegaciones palestinas e israelíes y hemos mostrado que es posible vivir juntos, como gente que comparte la misma cultura».

El papel de Berdugo como «apuntador» recibió un reconocimiento oficial  el 20 de marzo pasado, cuando Mohamed VI lo nombró «embajador itinerante», junto a otras dos personalidades marroquíes, el ex ministro Hassan Abuyub y la catedrática de Derecho Assia Bensalah. Su nombramiento parece confirmar la voluntad de Rabat de estrechar vínculos con Israel.

Marruecos Túnez y Qatar crearon oficinas de ‘enlace’ con Israel durante el proceso de paz de Oslo

El establecimiento de relaciones diplomáticas plenas —un paso que en el mundo árabe sólo han dado Egipto, Jordania y Mauritania— es aún un tabú para la mayoría de los países musulmanes pero tras las bambalinas hay frecuentes contactos.

Marruecos, al igual que Túnez y Qatar, creó oficinas de ‘enlace’ durante el proceso de paz de Oslo pero congeló las actividades tras la ruptura de las negociaciones en 2000. Esto no impidió que el entonces ministro de Exteriores Silvan Shalom se entrevistara con Mohamed VI durante una visita oficial a Rabat en septiembre de 2003. Dos años más tarde, Shalom, reunido en Estambul con su homólogo pakistaní, señaló que había «llegado el momento de establecer relaciones plenas» con otros países musulmanes.
No facilitó sus nombres, pero la prensa marroquí dio por hecho que se refería en primer lugar a Marruecos, y apuntaba la existencia de contactos «más o menos secretos» también con Túnez, Bahrain y Omán.

Queda por ver si el relevo de Silvan Shalom —nacido en Túnez— por la nueva ministra Tzipi Livni —de orígenes polacos— retrasará el proceso. Pese a su nombramiento, Serge Berdugo no se da muy optimista: «Mi impresión es que no se hacen grandes esfuerzos; se deja correr el tiempo» afirma.

El consejero económico del rey Hassan II, y hoy de Mohamed VI, es André Azoulay, judío

La ausencia de relaciones diplomáticas no impide el comercio: las exportaciones directas de Israel a Marruecos, en rápido crecimiento, superaron los 5 millones de euros en el primer semestre de 2005. Aunque el volumen no deja de ser testimonial, Marruecos  ocupa el cuarto lugar entre los socios comerciales de Israel en el mundo árabe.

Berdugo no es el único judío marroquí que ha ocupado en las últimas décadas un alto cargo político: el consejero económico del rey Hassan II, y hoy de Mohamed VI, es André Azoulay, incansable defensor del diálogo entre las religiones y fundador, ya en 1974, del grupo ‘Identidad y Diálogo’. Como tal ha intervenido desde los años setenta como facilitador de numerosos encuentros entre la cúpula palestina y la israelí.

Otro apellido hebreo con mucha fama en Marruecos es el de Abraham Serfaty, durante 17 años el preso político más conocido del reino. El regreso a Marruecos de este militante marxista —pocos meses después de la muerte de Hassan II— fue uno de los símbolos de la transición. Su condena de la estrategia de Tel Aviv es tajante: «El sionismo político de quienes fundaron Israel es antihumano. Es contrario al pueblo palestino y contrario al judaismo» afirma.

Serfaty rechaza la asociación, tan frecuente, entre la fe de Moisés y la ciudadanía israelí: «Hay que abolir la ley absurda según la que cualquier judío en el mundo es israelí» exige. En su opinión, «Israel debe tener naturalmente una mayoría grande de judíos, pero no debe ser un Estado judío».

Simon Lévy, profesor emérito de Filología Hispánica en la Universidad Mohammed V de Rabat y fundador del Museo del Judaismo Marroquí, tampoco pierde oportunidad de arremeter contra la política de los dirigentes de Israel.  «No quiero, como judío, que seamos nosotros la razón por la que haya un choque mundial. El esquema de un mundo dividido entre el islam y los judíos lo mantienen los movimientos integristas por un lado y George W. Bush por el otro. Ningún musulmán tiene un odio visceral al judío como tal. Es una instrumentalización a través de la cuestion palestina», denuncia.

Convivencia

También los musulmanes subrayan la buena convivencia entre ciudadanos de ambas confesiones. Bachir Znagui, redactor jefe del diario marroquí Libération, va más allá: «Los judíos no son sólo una parte fundamental de la sociedad, sino quizás sean más marroquíes que los demás» en alusión a las tradiciones que fechan la llegada de la misión judía al Magreb en épocas anteriores a la era cristiana, en todo caso mucho antes de la aparición del islam. Hasta mitades del siglo XX existían tribus de campesinos bereberes (amaziges) en el Atlas marroquí que se distinguían de sus vecinos musulmanes sólo en el aspecto religioso. Incluso traducían la Torá a su idioma, el tamazigh.

«Nací en Larache y en casa se hablaba español. Del árabe no dominaba ni jota» confiesa Toledano

Otro sector de la comunidad judía marroquí, compuesto sobre todo por pequeños comerciantes y artesanos, habla el árabe dialectal común en el país, aunque con alguna particularidad. La élite comercial e intelectual, sin embargo, se recluta entre las familias sefardíes de Fes, Meknés, Tánger y Tetuán, originarias de Andalucía, que conservan hasta hoy el castellano como idioma materno.

«Nací en Larache y en casa se hablaba español. Del árabe, yo no dominaba ni jota» confiesa Boris Toledano, de 84 años, durante décadas presidente de la Comunidad Israelita de Casablanca. La mayoría de sus integrantes tienen edades similares: los jóvenes prefieren hacer fortuna en Francia o Canadá. Uno de los hijos de Boris es Sidney Toledano, gerente ejecutivo de la casa Christian Dior en París. Un ejemplo de la influencia mundial que ostenta la comunidad sefardí de Marruecos.

En Israel, la influencia de los ciudadanos de origen marroquí —unas 700.000 personas— es limitada, ya que pertenecen a la capa social de los ‘mizrahim’ (judíos árabes), con poco acceso a los círculos del poder, copados por los ashkenazíes (oriundos de Europa). Algunos, no obstante, ocupan importantes puestos: el dirigente del Partido Laborista y ministro de Defensa, Amir Peretz, nació en un pueblo del Atlas marroquí; Shlomo ben Ami, ministro de Asuntos Exteriores de 2000 a 2001, se crió en Tánger y su predecesor David Levy se educó en Rabat.

El ministro de Defensa israelí Amir Peretz nació en un pueblo del Atlas marroquí

Simon Lévy no se cansa de subrayar la perfecta integración de los judíos en la sociedad marroquí. Achaca las oleadas de emigración, iniciadas en 1961, a los problemas económicos de las corporaciones de comerciantes y artesanos, abocadas a la ruina tras la aparición de productos industriales y medios de transporte modernos. Serfaty señala además la presión ejercida por las organizaciones sionistas que prometían «el paraíso» a los emigrantes e incluso fomentaban las tensiones locales para crear un ambiente favorable a la emigración.

En las últimas décadas, la pequeña comunidad que continúa en el país sólo sufrió un choque, provocado por dos enigmáticos asesinatos de ciudadanos judíos en Casablanca y Meknés el 11 y 13 de septiembre de 2003. Fueron atribuidos a una célula integrista cercana a Al Qaeda, responsable también del atentado de Casablanca en mayo del mismo año. Ya entonces, un antiguo cementerio y un restaurante judíos había formado parte de los blancos.

Tendencia hacia cero

Marruecos ha albergado durante siglos las comunidades judías más importantes del mundo fuera de Europa Oriental. Los vínculos no se han roto: cada año, millares de israelíes y judíos franceses y canadienses visitan la tierrra de sus antepasados para participar en las romerías tradicionales. Quien lo desea, puede quedarse: «Un judío nacido aquí, aunque se haya marchado hace 40 años, recibe en quince días su pasaporte marroquí» afirma Serge Berdugo.

Hoy, el reino alauí sigue siendo el Estado árabe con mayor presencia hebrea. El segundo es Túnez, donde quedan unas 1.500 personas. El resto de los países árabes apenas suma otro millar (Irán, donde permanecen unos 11.000 judíos, es un caso aparte). La curva tiende hacia cero: de los 140.000 judíos iraquíes que en los años 40 dominaban comercio y cultura en Bagdad, sólo quedaban 76 en 1998. Tras la invasión de 2003, Israel evacuó a 26. Cuántos quedan hoy es una incógnita.

El fin cercano parece programado. Aunque Marie Tordjman, secretaria de la Comunidad Israelita de Rabat, se resiste a creerlo: «Un país árabe sin judíos no existe. Los judíos y los árabes no pueden vivir el uno sin el otro».