El modelo tunecino se tambalea
Javier Pérez de la Cruz
El pasado 6 de febrero, el coordinador general del Partido de los Patriotas Demócratas, Chokri Belaïd, fue asesinado a balazos en la puerta de su casa. Desde entonces, nada en Túnez es igual. «Su muerte polarizó la sociedad, la opinión pública y las fuerzas políticas del país», explica Seïf Soudani, analista político del influyente blog colectivo Nawaat.
A pesar de que el detenido por el asesinato pertenece a un grupo salafista, la oposición laica no tardó en señalar a los islamistas de Ennahda como responsables de lo sucedido por su, según ellos, permisividad con la violencia callejera de los grupos extremistas religiosos. Las críticas calaron incluso en el entonces primer ministro del propio Ennahda, Hamadi Jebali, que intentó formar un gobierno de unidad nacional formado por tecnócratas.
Sin embargo, su partido le frenó los pies. «Hay dos tendencias dentro del partido luchando por el poder: Una línea dura, ‘las águilas’, liderados por Rachid Ghannouchi, y otra más suave, ‘las palomas’, representadas por Jebali. Paradójicamente, son ‘las águilas’ quienes han impuesto su control sobre el partido y el funcionamiento del Estado», explica Soudani.
El asesinato de Belaïd es el primer crimen político desde que estalló la revolución. Sin duda es un cambio de rumbo peligroso para «un país de tradición pacifista», como lo define el analista de Nawaat. Con este nuevo panorama, las amenazas resultan mucho más preocupantes. «La gente habla de una ‘lista negra’, y varios políticos e intelectuales han recibido amenazas», detallaba Mohamed Salah Omri, profesor de la Universidad de Oxford de Literatura Árabe Moderna, poco después del suceso.
Una de esas personas es la periodista Emna Ben Jemaa, de la emisora de radio Express FM. «Muchas veces recibo llamadas en la emisora de personas que me insultan. Y hace unas semanas hubo una que incluso dijo que vendría y que me mataría a mí y después al resto del equipo», recordaba Jemaa. «Es una cosa a la que hay que acostumbrarse, no soy la única que vive en Túnez así».
Sociedad polarizada
«El Harlem Shake pone de manifiesto la división que vive el pueblo tunecino»
La brecha entre religiosos y laicos también se ha hecho más evidente en la sociedad tras la muerte de Chokri Belaïd. Varias son las pruebas de los roces entre ambos bloques. Una de ellas es que el simple hecho de ‘hacer un Harlem Shake’, una moda viral que consiste en realizar un vídeo en el que un gran grupo de gente se reúne disfrazada para bailar alocadamente, sea motivo de batalla campal entre jóvenes de uno y otro bloque. Esta escena se ha repetido durante las últimas semanas en decenas de colegios y universidades de todo el país.
«El Harlem Shake pone de manifiesto la división que vive el pueblo tunecino. Una división entre una mentalidad inspirada y nutrida de la visión moderna bourguibista y otra nueva y ajena a nuestra sociedad, la wahabí». Nadia Makada es una joven de 25 años estudiante de Filología Hispánica. Nació el mismo año en que Zine El Abidine Ben Ali, el dictador derrocado en 2011, destituyó a Habib Bourguiba, el fundador y primer presidente de la república de Túnez, cuyos valores laicos siguen formando el fundamento de la sociedad para muchos tunecinos.
Nadia, como muchos otros, considera que el polémico baile, vano y exclusivamente lúdico en origen, se ha llenado de significado en Túnez. «El Harlem Shake deja clara la postura de la juventud tunecina frente a los islamistas, una postura de rechazo y de casi rebeldía, diría yo, con escenas muy expresivas que reflejan la oposición a la demagogia islamista».
La llegada de Femen
Otra muestra del distanciamiento entre religiosos y laicos ha sido la llegada a Túnez del movimiento femenista Femen, ese que se caracteriza por que las manifestantes protestan con los eslóganes escritos sobre sus pechos desnudos. La joven Amina Tyler, de 19 años, causó un odio furibundo en los sectores más conservadores de la sociedad debido a las fotos que publicó en su Facebook en las que mostraba frases como «Mi cuerpo me pertenece a mí y no representa el honor de nadie» o «Que le jodan a tu moral», escritas sobre su propio torso.
«Estaba en un café en el centro de Túnez con unos amigos y mi primo vino, me agarró y me tiró al suelo con fuerza, de hecho todavía me duele la espalda después de un mes». La propia Amina así lo explicaba a través de Skype en abril, pocos días después de escapar de donde ha estado retenida e incomunicada por su familia desde que se publicaron las fotos, primero en casa de su abuela y después en la localidad de Kerouan. «Me pegaron, me llevaron al psiquiatra, me examinaron para ver si todavía era virgen, me medicaron y me obligaron a leer el Corán», recordaba de esos días.
A mitad del cautiverio, Amina fue entrevistada por Canal+, una entrevista en la que apareció con su imagen desmejorada y un discurso vacilante con el que aseguró que necesitaba salir de Túnez porque temía «por su vida y la de su familia». Sin embargo, la joven sostiene ahora que le forzaron a decir esas palabras y que no se arrepiente de las fotos que publicó. «No quiero abandonar Túnez antes de hacer una nueva protesta en topless». Amina zanja así la cuestión sobre sus verdaderos planes de futuro, y esto a pesar de las anónimas amenazas de muerte que ha recibido y de la del polémico teólogo Adel Almi, quien ha llegado a proclamar que la joven merece morir lapidada.
Economía hundida
Estos nuevos problemas surgidos tras el estallido de la revolución conviven con otros que ya existían en los tiempos de Ben Alí, que precisamente fueron una de las causas del alzamiento popular y que todavía hoy son origen de inestabilidad social. El más grave es el de la situación económica del país, que no ha dejado de empeorar desde 2011 y que amenaza con polarizar la sociedad todavía más.
Al menos así lo cree Nadia Makada. «En una situación como lo que estamos viviendo ahora, es decir, de crisis económica, violencia, depresión social, asesinatos y predicaciones que vienen de Oriente, el desempleo podría llevar, sin duda alguna, al extremismo religioso», analiza.
Oficialmente el paro ronda el 18%, una cifra que casi se dobla entre los jóvenes con estudios universitarios. El turismo, la principal industria del país, sigue muy lejos de los prósperos niveles de comercio de los que gozó antes de la Primavera Árabe, como reconocían representantes del sector hotelero de Hammamet durante la Feria Internacional de Turismo de Berlín. Y el Producto Interior Bruto continúa en caída libre, con un -1,8% el año pasado.
El gobierno, incapaz por sí solo de siquiera paliar la situación, parece que se ha resignado a recurrir a la ayuda externa. En concreto, la del Fondo Monetario Internacional, quien estaría dispuesto a prestarle hasta 1.320 millones de euros, a cambio, por supuesto, de poner en marcha ciertas reestructuraciones. Medios como Nawaat y Público han tenido acceso al memorándum que pretenden firmar ambas instituciones en el que se incluyen recortes sociales y privatizaciones de servicios públicos.
Precisamente, pocos años atrás el FMI señalaba como ejemplar el gobierno de Ben Alí por practicar medidas en este sentido, pero que con el paso del tiempo se ha demostrado que han dejado una deuda externa de cerca de 18.000 millones de euros, según el CIA World Factbook. La izquierda política, que intenta ganar fuerza constituyéndose bajo un mismo bloque, el Frente Popular, lucha por colocar este asunto como el principal tema de debate del país, pero se ve superado por el de la polarización entre laicos y religiosos.
El nuevo gobierno liderado por el exministro del Interior Ali Laarayadh tendrá que hacer frente a esta situación que se presenta antes de las próximas elecciones legislativas, previstas para final de año, cuando la Asamblea Constituyente ya haya terminado su labor de redactar la que será la nueva Carta Magna de Túnez. Y lo hace con su partido, Ennahda, en sus horas más bajas en cuanto a apoyo popular después de año y medio en el poder y pocas mejoras sociales.
¿Qué escenario le espera para entonces al país? Seïf Soudani lo resume así: «Estamos ante una situación similar a la de Egipto, donde Mohamed Morsi (islamista) se enfrentaba en las urnas a Ahmed Shafiq», asociado al régimen derrocado de Mubarak. «La mayor formación en cuanto a intención de voto en las próximas legislativas es Nidaa Tounes, un partido acusado de renovar el espíritu y la personalidad del régimen anterior con otro nombre». Y remata: «Si finalmente gana las elecciones, el auge del malestar y de la violencia son de temer».
Suhayr Belhassen
Activista pro derechos humanos
Presidenta de la Federación Internacional de Derechos Humanos (FIDH) desde 2007, la periodista y activista tunecina Suhayr Belhassen observa la islamización de la la sociedad, una desarrollo que amenaza con fracturar los ideales laicos sobre los que se fundó el Estado de Túnez en 1956, hasta hoy el único país árabe sin poligamia y sin repudio, el país modelo para las feministas de todos los países islámicos.
¿Está amenazado el laicismo?
Está amenazado: ya hay planes para prohibir la adopción y volver a la ‘kafala’ [tutela] islámica; esto es un síndrome de la reislamización de la sociedad. También se propuso introducir en la Constitución la “complementaridad” entre mujeres y hombres, en lugar de la igualdad. Los islamistas quieren también llegar a definir la charia (ley coránica) como fundamento de la legislación. Se reislamiza una sociedad que antes era civil.
¿Caído el dictador llega la religión?
La libertad de expresión que se ha ganado con la revolución existe no sólo para los progresistas sino también para las fuerzas retrógradas; ambos bandos se desarrollan en paralelo. Y se combaten. Es un laboratorio en el que se ve oponerse dos fuerzas. Lo que no sé es quien triunfará.
¿Era Zine el Abidine Ben Alí el único baluarte contra el fundamentalismo?
Ben Ali permitió que el islamismo se desarrollase; las mezquitas que construyó han estado en el origen de la islamización. Fue Ben Ali quien introdujo el rezo en la televisión pública. Bajo Habib Bourguiba no había oración en la tele. Hace falta separar religión y Estado; ahora no está separado.
¿De dónde les viene la fuerza a los integristas?
El salafismo es un elemento importado: viene de Qatar y Arabia Saudí. Y se le da impunidad, las autoridades cierran los ojos. Ennahda permite que los los salafistas se desarrollen. Ellos sirven a los intereses de Ennahda, por eso no se les detiene, no se les juzga cuando cometen delitos. El Gobierno de Ennahda actúa como un partido político, no como uno que represente todo el Estado.
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