Opinión

Moros por defecto

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 14 minutos
Opinion mgf
Bulo meddigital
Bulo publicado por un digital español

«Los españoles se ven obligados a suplir la labor del Estado en todas las calles, plazas y barrios de España. Necesitamos recuperar la ley, el orden y la deportación.» El mensaje es de Pablo González Gasca, miembro del partido Vox en Burgos y habitual inflamador de redes sociales con mensajes que llaman a la «legítima defensa» contra quienes «quieren destruir España, sustituir a nuestro pueblo y sembrar el crimen en nuestras calles».

Conocemos el resultado: decenas de militantes de ultraderecha, henchidos de la convicción de servir a la patria apaleando a moros, acudieron a Torre Pacheco, un municipio agrícola e industrial en Murcia, para patrullar las calles armados con palos y pegar palizas a gente que creían marroquíes. Indignados por un crimen ocurrido días antes: una paliza que varios jóvenes de la localidad le dieron a Domingo, un señor de 68 años, aparentemente sin motivo. El vídeo corre por las redes. Es falso. Muestra una agresión brutal, igualmente sin motivo, a otro señor mayor, este de Almería, un mes antes. Los sospechosos ya están detenidos. Son españoles.

Pero eso les da igual a los patriotas llegados para dar caza al moro. González Gasca no borra el vídeo de sus redes cuando ya toda la prensa española ha certificado que no muestra el caso de Torre Pacheco. Total, la policía ha confirmado que los sospechosos detenidos por el crimen contra Domingo son efectivamente marroquíes, con lo cual está justificado destrozarle el negocio de kebab a un señor de origen marroquí. Porque los energúmenos que se dan cita en redes y grupos de chat para salir a patrullar las calles, insistiendo en que lo ideal sería no solo apalear sino matar a «los moros», no tienen ninguna intención de castigar a los agresores. Quieren castigar una etnia.

La culpa, dice el dogma, la tienen siempre los moros, y si por un casual no la tuviesen, actúese como si la tuvieran

En la Alemania nazi y en la Israel de hoy día, castigar un familia entera por un delito cometido por uno de sus miembros era y es una práctica habitual, encuadrado en lo que estos países consideran legalidad. Castigar una comunidad entera por el crimen de un individuo lo limitaron hasta los nazis a contextos de guerra. Para los neonazis españoles, España está en guerra contra los moros. Y ahí es irrelevante si la sospecha inicial de un culpable marroquí se confirma o se revela tan errónea como el vídeo citado.

Lo vimos hace exactamente un año, cuando turbamultas racistas en Inglaterra destruían tiendas, atacaban centros de refugiados e incendiaban mezquitas tras el asesinato de tres niñas por parte de un chico menor de edad en Southport, asegurando que el homicida era un refugiado llamado Alí. Cuando se supo que era un británico nacido en Inglaterra en una familia ruandesa cristiana, nadie pidió disculpas, porque eso no era lo importante. La culpa, dice el dogma, la tienen siempre los moros. Y si por un casual no la tuviesen, actúese como si la tuvieran.

La mayor parte de los mensajes de González Gasca se dirigen contra «el crimen», desde agresiones a hurtos, sistemáticamente pidiendo la «deportación» de los culpables. Dando por hecho que son extranjeros. Y no extranjeros de cualquier parte. En su cuenta de Twitter abundan vídeos que muestran lo que describe como delitos o ciudadanos atrapando a un supuesto delincuente que invariablemente es «magrebí», aun cuando nada en la imagen permite adivinarlo. En esto sigue el sistema de panfletos como OK Diario, que sistemáticamente añade la palabra «marroquí» o «magrebí» en noticiaz que hablan de delincuencia. «La Policía Nacional ha detenido en una noche a siete hombres de origen magrebí -argelinos y marroquíes- robando a turistas en la Playa de Palma», arranca una noticia de este digital esta misma semana, citando como fuente la Jefatura Superior de Baleares. La noticia sale de forma prácticamente idéntica en agencias como EFE y Europa Press… sin ninguna referencia a etnia ni nacionalidad.

De Mediterráneo Digital consta que añade la palabra «árabe» a noticias de crímenes en las que no figura

¿Ha dado la policía esta información y las agencias generales la han borrado? ¿O la ha inventado OK Diario por su cuenta? La Jefatura de Baleares no publica en internet sus comunicados. En la prensa local no aparece la noticia, aunque sí se habla de otros incidentes de robos, perpetrados por marroquíes, argelinos, rumanos, colombianos y hasta un georgiano. Pero en la esfera de la ultraderecha, solo existe el delincuente magrebí. Alerta Digital, otro panfleto de ultraderecha, titula otro suceso con «dos marroquíes detenidos», aclarando en el texto que solo uno de ellos lo era.

Al no poder acceder a los comunicados policiales, ignoro hasta dónde llega la creación de bulos de este tipo de publicaciones que solo por error podríamos llamar prensa. De Mediterráneo Digital consta que simplemente añaden la palabra «árabe» a noticias de crímenes en las que no figura. En redes sociales es habitual y sistemático. Quizás el caso más sonado fue el del asesinato del niño Mateo en Mocejón, falsamente atribuido en redes a un magrebí. La conmoción causada por la tragedia dio cierta difusión al desmentido del bulo. En otras decenas o cientos de casos de menor calado únicamente existe el bulo, nunca el desmentido.

El problema es que es casi imposible desmentirlo, dado que la prensa no publica el dato de la nacionalidad ni procedencia étnica y es casi imposible saberlo sin llamar uno personalmente a la policía.

Ocultar la nacionalidad de los delincuentes en los comunicados policiales no evita el crimen racista

La prensa calla el dato de forma habitual, precisamente para evitar que la frecuente mención de una nacionalidad extranjera arroje una luz negativa sobre los inmigrantes y fomente el racismo. En sus inicios, esto pudo parecer una intención éticamente correcta, aunque hasta esto es cuestionable, porque la ética periodística no incluye en ningún caso ocultar datos para conseguir un determinado fin. La ética policial sí: su trabajo no es difundir información sino evitar el crimen. Pero hemos visto —a más tardar en Torre Pacheco— que ocultar de forma rutinaria el dato de la nacionalidad de los delincuentes en los comunicados policiales no evita el crimen racista de agredir a magrebíes y destrozarles sus negocios.

Incluir sistemáticamente el dato de la nacionalidad o procedencia de un supuesto delincuente facilita a primera vista el trabajo de manipulación a la ultraderecha: escogerá únicamente las noticias en las que salga la palabra «magrebí», haciendo caso omiso de las demás. Pero ante el panorama actual, en el que esa ultraderecha proclama como magrebí al cien por cien de los sospechosos de delito, sin encontrar oposición, esto parece un mal menor.

La gran mayoría de esa manipulación se lleva a cabo en redes sociales, entre un público que se informa —entre comillas— ya únicamente por esas redes. Pero aún es habitual que los desinformadores añadan el pantallazo de un periódico fiable —pantallazo, nunca enlace, no vaya a ser que algún incauto caiga en la tentación de leer un periódico de verdad— para subrayar la credibilidad de su afirmación. Añadiendo, por supuesto, «magrebí» en el mensaje. Y a menudo explicando por qué no sale ese término en el texto citado: porque la prensa está al servicio del Poder, ese poder que quiere reemplazar la población blanca caucásica cristiana europea con moros, y por eso miente al pueblo y oculta el dato.

Dar el dato en lugar de ocultarlo, creo yo, es la única manera de contrarrestar esta manipulación descarada. No en el titular, desde luego: no suele tener suficiente relevancia para ello. Pero sí en el texto. Esta práctica ya la aplica la agencia austríaca APA: menciona la ciudadanía o el origen del sospechoso en algún párrafo inferior, sin darle mayor realce, pero haciéndola constar.

Saber de qué país vienen los homicidas nos daría una sorpresa: la violencia machista es un hábito difundido Alemania

De seguir esa línea, con certeza nos daríamos cuenta de que efectivamente personas nacidas en otros países están sobrerrepresentadas en las estadísticas de la delincuencia. Es decir, si bien los españoles cometen la mayor parte de los crímenes en España, los nacidos fuera son responsables de un número superior al que les correspondería por su peso demográfico. Esto es un hecho. Eso sí, nos daríamos cuenta de que no todos, ni muchísimo menos, son magrebíes, y que en esa delincuencia menor que surge con facilidad en ambientes de marginación a la que se ven relegados muchos inmigrantes también hay representación latinoamericana. Lo que socavaría las proclamas de cierta ultraderecha inmigrante sudamericana, que se apunta con armas y bagajes al discurso de «echar a los moros», aseverando, con muy escasa memoria y peor fe, que la patriótica y cristiana ultraderecha española nunca ha tenido un problema con sus hermanos de la raza hispana.

Sí, es innegable: hay una mayor proporción de crimen en el sector «nacido en otro país», que es el único dato que aparece, por ejemplo, en las estadísticas oficiales de asesinatos machistas. Pero saber de qué país vienen los homicidas, quizás nos daría una sorpresa, al descubrir que la violencia mortífera contra la pareja es un hábito tan difundido en Alemania o Inglaterra que allí apenas lo recogen estadísticamente, y que quizás este dato explique la alta tasa de Canarias en años pasados. Y de los homicidios de algunas mafias, entre ellos la irlandesa, que tiene el gatillo mucho más fácil que la marroquí, ya ni hablamos.

Sin conocer estos datos desglosados por países es difícil especular sobre cuánto crimen realmente es atribuible a lo que es también una realidad preocupante: el gueto de inmigración marroquí, y no tanto el de inmigración, sino el de los hijos —en España, hijos, en gran parte de Europa ya nietos— de inmigrantes. Es ese gueto el que ha servido en Torre Pacheco a ejemplificar el choque entre «españoles» e «inmigrantes»; pongo ambas palabras entre comillas porque algún chico apaleado por los militantes de la ultraderecha en esa localidad es tan español como ellos mismos, nacido y criado en España. Y la mayoría de quienes respondieron a la provocación de la ultraderecha y se personaron en las calles de Torre Pacheco, igualmente encapuchados, igualmente armados con palos, lanzando bengalas como si de un partido de fútbol se tratara, buscando bronca con los ultras, eran adolescentes, con certeza nacidos en España. Entre ellos se comunican en español… según afirman los propios ultras que los quieren deportar por defender la españolidad.

En las proclamas de la ultraderecha ya está; disputarle al Estado el monopolio de la violencia, su legitimidad

Del gueto y del criminal hábito del Estado español de financiar las mezquitas para que se ocupen de los asuntos sociales de la «comunidad musulmana», es decir de dificultar la integración y ahondar la distancia entre un «nosotros» y un «ellos», volveremos a hablar otro día. Hoy solo cabe apuntar que la guerra de la ultraderecha española contra «los moros» no se puede describir con el término «islamofobia», porque a esa ultraderecha le da exactamente igual la fe que profesa o deja de profesar un «moro», y porque la sarta de crímenes comunes, agresiones, violaciones y homicidios que les atribuyen no tiene ninguna relación con un carácter «islámico»; el aderezo añadido, que algunas cuentas autoproclamadas feministas difunden en redes de que esos mismos violadores además quieren «imponer el velo a las mujeres españolas» es tan ridículo que solo vale para Twitter.

Ni siquiera es simplemente racismo, porque dudo de que esta campaña de bulos, alimentada de forma sistemática desde hace años, nazca realmente de un rechazo hacia los magrebíes en concreto (indistinguibles en gran parte de los españoles en hábitos y aspecto, especialmente ellas, en cuanto salgan del gueto). Es más un intento esforzado de crear un enemigo, fomentar en lo posible choques violentos —Torre Pacheco quizás fuera el primer ensayo— y así ir trabajando por la aceptación social de milicias armadas ciudadanas. Hoy parece aún inimaginable, pero en sus proclamas ya está; disputarle al Estado el monopolio de la violencia. Es decir, disputarle al Estado su legitimidad. Acabar con el Estado.

Si para este fin político de derrocar el Estado utilizan la inmigración, es porque pueden. Porque es el propio sistema de inmigración diseñado y mantenido por los países de Europa el que asocia inmigración y delincuencia: pone como primera condición a los trabajadores foráneos cometer la irregularidad de una entrada clandestina mediante el pago a traficantes, es decir delincuentes. Premia al aventurero más desconsiderado, más inconsciente, eliminando por el camino, en una lógica socialdarwinista, a los candidatos más razonables y respetuosos con la ley. El ascenso a trabajador legal llega solo con las regulaciones periódicas, tras años de «arraigo» en la ilegalidad.

Es la tragedia de Europa que haya elegido un sistema criminal para asegurarse la inmigración que necesita

Es la tragedia de Europa que haya elegido este sistema criminal para asegurarse el continuo flujo de inmigración que necesita para mantener estable el volumen de la mano de obra disponible, las cotizaciones a la seguridad social, el pago de las pensiones a una población que envejece de forma galopante. Un millón de inmigrantes adicionales al año es lo que necesita la Unión Europea para simplemente mantenerse, calcula la propia Comisión Europea.

A la vista de la demografía europea, proponer poner fin a la inmigración revela una estupidez de dimensiones tan astronómicas que no se la creo a ningún político, por ultraderechista que sea. Lamentablemente, el discurso de la izquierda que pide acoger a los pobres africanos por motivos humanitarios para que no se mueran en sus países de hambre es de una estupidez igualmente astronómica. No solo porque la mayoría de los inmigrantes vienen de países de desarrollo medio y de estratos sociales medios —los indigentes no tienen dinero para pagar a los traficantes—, sino porque atribuye a la rica Europa la obligación ética de ayudar a los vecinos pobres. Ayudar, es decir hacer gasto para ellos. Mantenerlos. Ellos comen nuestro pan, este es el discurso de la izquierda. Exactamente el mismo que la derecha, solo pasado por un prisma humanitario.

Deseando estoy de que la izquierda aprenda matemáticas. Y que se disponga a regular, es decir facilitar, la inmigración. Quizás sea la única oportunidad para salvar Europa, la Europa del bienestar y el imperio de la ley, no solo de la muerte por senectud, sino también de quienes la quieren destruir desde dentro.

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© Ilya U. Topper | Primero publicado en El Confidencial · 17 Jul 2025