Entrevista

Pablo D’Ors

«Unir religión y humor es territorio comanche»

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 12 minutos
Pablo D'Ors (Sevilla, Marzo 2015) |  ©  Alejandro Luque / M'Sur
Pablo D’Ors (Sevilla, Marzo 2015) | © Alejandro Luque / M’Sur

Sevilla | 2015

Pablo D’Ors (Madrid, 1963) advierte de que su última novela, Contra la juventud, recién aparecida en Galaxia Gutenberg, «puede asombrar y desconcertar a más de un lector, que esperaría tal vez una obra luminosa», dice. «Aunque un autor debe invitar a leer sus libros, si creéis que este puede heriros, no lo leáis».

Nieto del ensayista Eugenio D’Ors, este sacerdote y escritor, autor de novelas como Las ideas puras, Lecciones de ilusión, Andanzas del impresor Zollinger o El amigo del desierto, así como de un superventas como Biografía del silencio, pasó recientemente por Sevilla para hablar de su último libro y de algunas cuestiones de actualidad.

Se habla mucho de “culto a la juventud”. ¿Cree que es apropiado hablar en términos de sacralización?

La juventud es una etapa mitificada, de eso no cabe la menor duda. Y mitificar la juventud significa no valorar suficientemente la experiencia. La juventud es la etapa teórica por excelencia, es el momento en que se habla más, se proyecta más, pero se realiza menos, porque todavía no hay claridad en torno a lo que se quiera hacer. Kundera, un autor que admiro mucho, hablaba de la gran lírica, donde todo son ensoñaciones, ideales, pero la realidad es la mejor escuela y por donde tenemos que pasar todos, y eso es lo propio de la vida adulta. Contra la juventud es, en este sentido, un alegato a favor de la vida adulta.

«En Praga me sorprendió que los jóvenes fueran los conservadores y sus mayores los progresistas»

¿Cree que procede distinguir las edades en términos políticos, hablar de juventud relacionada con acción y progresismo, y madurez con conservadurismo?

La lectura política siempre es pertinente, porque el ser humano es un ser político. Pero lo propio de la novela es la lectura existencial, porque cuando la novela se desliza hacia lo ideológico, tiende a desvirtuarse. Esto de que la juventud sea progresista y los adultos conservadores es bastante discutible: recuerdo que cuando vivía en Praga, con unos 30 años, una edad similar a la del personaje de mi novela, me sorprendió que los jóvenes fueran los conservadores y sus mayores los progresistas. Pero claro, es que la situación política del este europeo era muy distinta de los países occidentales. Los ancianos eran militaristas, partidarios del Estado, mientras que los jóvenes eran liberales, querían la economía de mercado… Todo depende del punto de vista y la situación geográfica de la que hablemos.

Hablemos de su mayor éxito, la Biografía del silencio. ¿Hay algo hoy, en pleno mundo de redes, más difícil de lograr que el silencio?

«Religión y humor parece un binomio no resuelto, ¿cómo hacer broma de lo que uno considera sagrado?»

La dificultad de soportar el silencio no es otra que la dificultad para soportarnos a nosotros mismos. En la experiencia del silenciamiento, lo que nos encontramos fundamentalmente es con quiénes somos, y eso nos da miedo. Por eso precisamente digo que el silencio es hoy la necesidad primordial, porque el ruido es el principal problema, el principal terrorismo. A mayor conexión con el exterior, menor con el interior. Es decir, cuanto más conectados estamos en el mundo de la red con el mundo de fuera, menos estamos con lo de dentro. Eso nos hace no conocernos, y por tanto que nuestra acción sea con frecuencia un despropósito.

Usted se ha definido como un escritor “cómico, místico y erótico”. Dos de esas cosas suelen caerle mal a las religiones por lo general…

El humor es la manera más elegante de ser humilde. Humor y humildad vienen de la misma raíz, humus, tocar tierra. Tanto más se habla de cuestiones trascendentes, tanto más se necesita emplear el sentido del humor, porque de lo contrario se vuelven demasiado graves, es decir, se convierten en algo pesado. El desafío para un novelista es ser trascendente y ligero a un tiempo. Es verdad que las religiones, no solo la cristiana, soportan mal el sentido del humor, hasta el punto que puede decirse que religión y humor parece un binomio no resuelto, porque ¿cómo hacer broma de lo que uno considera sagrado? Esto es territorio comanche, algo difícil de resolver, y sin embargo solo adentrándonos en ese territorio podremos introducir esa ligereza de la que hablo. Yo conozco dos bálsamos para que la vida no sea tan pesada, uno es la religión y otro el humor, y que vayan de la mano sería lo ideal. El humor en la literatura nace con la modernidad, con la novela, tanto con Cervantes en el Quijote o con Bocaccio en el Decamerón: ambos son libros cómicos, con una gran capacidad de reírse de uno mismo, y eso es algo paradigmático: la novela debe tener siempre este ojo atento a lo humorístico.

Y lo erótico, ¿por qué esa relación tan difícil con lo religioso?

Erotismo y misticismo van juntos, porque ambos están atravesados por la misma pasión, que es la unidad. Esto me gustaría que quedara claro, porque otras veces he hablado de esto con periodistas y luego han puesto lo que les ha dado la gana. La pasión que tienen en común es la unidad, que se busca con los cuerpos en la experiencia erótica, y de los espíritus en la mística. Pero en definitiva la fuerza es común a ambas. Lo que pasa es que hablar de erotismo y misticismo es tanto como hablar de carne y espíritu. Solemos separarlos, pero lo cierto es que somos seres carnales y espirituales. El espíritu se encarna en este cuerpo que tenemos, y separarlos es lo que nos destruye. Solo se puede ser espiritual a partir de la propia carnalidad, no sin ella.

Mucho más en el caso de ustedes, los sacerdotes, que se piensa que viven desentendidos de su cuerpo, ¿no?

Los sacerdotes no tenemos que vivir desentendidos del cuerpo, sino que vivimos nuestra corporeidad de una determinada manera, pero somos corpóreos. Si uno lo vive así, eso no es cristianismo, eso es idealismo, platonismo u otra cosa. El cristianismo es la religión del cuerpo, donde Dios se hace carne. Rehuir de la carne es una contradicción para nuestra fe cristiana.

«El cristianismo es la religión del cuerpo, donde Dios se hace carne. Rehuir de la carne es una contradicción»

¿Ha tenido una vinculación especial con Marruecos, como su maestro Charles de Foucauld, inspirador de El amigo del desierto?

Es un país maravilloso, me entusiasma, he estado cuatro veces en él, el desierto es el lugar más impresionante de la Tierra de cuantos yo he visto. Tener miedo a quien es distinto o diferente es no tener clara tu propia identidad, porque si la tienes firme no hay nada que temer. La lección fundamental de Jesús de Nazareth, mi verdadero maestro, es de apertura al distinto, al diverso, al extranjero. Si no se vive desde esa clave, poco espíritu cristiano habrá. Los Amigos del Desierto es esta asociación que he creado hace un año largo, cuyo objetivo es la profundización y la difusión de la vida interior, del silencio y la meditación. El desierto lo utilizo no en sentido geográfico, sino como metáfora de la interioridad, porque creo que uno de los mayores desafíos de hoy es responder a esa demanda o hambre de espiritualidad que hay entre nuestros contemporáneos.

¿Cómo se concilia esa idea de afinidad con el otro, con un comentario que le he oído alguna vez, una invitación a que la gente viaje menos? ¿Quiere decir que hay que viajar mejor?

«En general vamos tan deprisa que no permitimos que un viaje sea un viaje, sino algo escurridizo»

Es que realmente lo interesante del viaje no es tanto lo que vemos por fuera, sino que aquello que vemos fuera nos obliga a replantearnos nuestra identidad de dentro, por así decir. Lo de fuera es una visita nueva a nuestro interior. Cada lugar nuevo va más allá de coleccionar estampas, amplía tu identidad. El desierto, por ejemplo, lo he interiorizado, es para mí una realidad cotidiana. Así seremos más viajeros y menos simples turistas. Pero en general vamos tan deprisa que no permitimos que un viaje sea un viaje, sino algo escurridizo que pasa y nos lleva a lo siguiente.

Parte de su trabajo en el Hospital Universitario Ramón y Cajal consiste en acompañar a los enfermos en la muerte. Me pregunto si no hay cierto contrasentido en acompañar a algo que tenemos que hacer inevitablemente solos…

Es cierto que morir lo hacemos solos, pero apagarse lo podemos hacer, en mayor o menor medida, acompañados. La muerte es una experiencia profundamente solitaria, pero puede ser una soledad acompañada. Es un momento muy sagrado y creo que nuestra sociedad no está acompañando en general esos procesos de despedida, o no se hace con la caridad espiritual suficiente. Y eso es así porque no se valora el trabajo espiritual, o se cree que queda satisfecho con el trabajo psicológico. Lo psicológico llega hasta cierto punto, pero lo espiritual es una esfera más amplia. No solo llega a lo mental, sino que lo trasciende para abordar los problemas del alma.

Usted simpatiza con el papa Francisco, que incluso contó con usted para el Pontificio Consejo de la Cultura. ¿Cree, como se dice, que está cuestionando fundamentos profundos de la Iglesia, o que –como dicen otros– no solo ha traído la Buena Nueva, sino también la buena prensa?

 «Creo que este papa sabe bien dónde quiere conducir la Iglesia, una iglesia como modelo de hospital de campaña»

Soy un admirador del papa, me parece un hombre creíble, que por encima de ser representante de una institución como la Iglesia Católica es una persona. Tuve el privilegio de conocerlo personalmente, cara a cara, hace poco más de un mes, y gana en la corta distancia. Es un hombre que quiere sacar a la Iglesia de un modelo autorreferencial, donde se mira a sí misma. Sabe que el sentido de la Iglesia es ir a las periferias existenciales, del dolor, de la pobreza, del pecado, es decir, allí donde la gente sufre y lo pasa mal, para de alguna manera hacer la doble misión espiritual por excelencia: consolar y confortar. Dar compañía al solitario y fuerza al débil. Creo que este papa sabe bien dónde quiere conducir la Iglesia, una iglesia como modelo de hospital de campaña, y desde luego tiene todo mi apoyo y mi admiración.

¿Es el papa más oportuno para este momento de crisis?

Es oportuno, estoy de acuerdo. Hay una necesidad grande de regresar a la espiritualidad en este momento, y el papa es una figura emplemática en ese sentido.

Viernes de Pasión

¿Por qué Contra la juventud? «Un escritor no es un estratega que planifica su obra o su reputación para que la gente aplauda”, dice D’Ors. “No pretendo ni provocar ni gustar, solo ser fiel a mi conciencia, escuchar mi voz interior. Un escritor es una suerte de profeta que no solo anuncia buenas noticias, también denuncia las malas».

En un tono más desenfadado, el autor recuerda cómo en su juventud, a mediados de los años 70, quiso emular simultáneamente a Sylvester Stallone en Rocky, a John Travolta en Fiebre del sábado noche y al novelista Herman Hesse como escritor, «para lo cual usaba gafas redondas y fumaba en pipa», evoca. «Buscaba desesperadamente mi identidad, y lo hacía del único modo posible, imitando y copiando. A esa edad hay modelos de identificación muy dispares, y mi libro en cierto modo va de eso».

El protagonista de la obra es Eugen Salmann, un joven que por sus aspiraciones literarias se embarca al este europeo con la idea de poder vivir en el país de Franz Kafka y de Milan Kundera. Pero ni de lejos sospecha este aprendiz de escritor que en Praga no conseguirá realizar ninguno de sus planes, ni tan siquiera escribir una sola línea de lo proyectado.

«Un escritor no puede ser solo de la luz», insiste D’Ors, «debe hacer justicia narrativa con la realidad. Y la única manera de hablar de la luz con decencia es hacerse cargo hasta el final de las sombras. En la vida hay bofetadas y caricias, y aunque todos nos gustan más éstas últimas, el narrador debe asumir ambas realidades. No estamos para dar lo que la gente quiere, sino lo que el mundo necesita».

Sobre la mitificación de la juventud «como etapa ideal de la vida», Pablo D’Ors advierte de que «cuando uno es joven hace mucho daño, y a veces pasamos buena parte de nuestra vida adulta restañando los errores de antaño, aunque también esperamos que haya un acierto más», afirma. «Creo que a todos nos gustaría estar en un domingo perpetuo, pero también hay que pasar por un viernes de Pasión».

Por otro lado, el autor cree también que «tendemos a simplificar entre juventud buena y mala, chicos que van a misa y que no van. Pero la juventud que creemos perdida tiene cosas muy buenas, y la que llamamos sana tiene cosas que no lo son», apunta. «Los cristianos nos olvidamos a veces de que las prostitutas nos precederán. No todo lo que es evangélico está dentro, ni todo lo que está fuera deja de serlo», concluye.

¿Te ha gustado esta entrevista?

Puedes colaborar con nuestros autores. Elige tu aportación