Quíos, olla a presión
Javier Pérez de la Cruz
Isla de Quíos (Grecia) | Diciembre 2016
Abandonados por Europa, abandonados por Grecia. Tanto los refugiados e inmigrantes como la población local de Quíos comparten el mismo sentimiento de marginación. Aunque esta es solo una más de las islas griegas del Egeo a las que arriban barcazas cargadas de seres humanos, “aquí es todo mucho más complicado”, confiesa una fuente de ACNUR. Las fricciones entre administraciones y la frustración de las calles han convertido esta pequeña isla en una olla a presión.
“El ataque empeoró el estado mental de mi mujer, que sufre depresiones desde que tuvimos que marcharnos de Afganistán”. Kamal Udin Noor Zai, de 40 años, trabajaba de agricultor en la provincia afgana de Wardak hasta que tuvo que huir después de que los talibanes le torturaran con el objetivo de que se uniera a sus filas. Un día, mientras dormía junto a su mujer, sus tres hijos y su hermano, empezaron a llover grandes piedras sobre su tienda. No eran los talibanes, sino neonazis de Amanecer Dorado. Un grupo de extremistas atacaron con cócteles molotov el campamento de refugiados de Souda, uno de los dos centros de Quíos. Fue en noviembre y la mujer de Kamal todavía arrastra las consecuencias psicológicas .
«El ataque de unos pocos no representa a todos los griegos; algunos refugiados también se portan mal»
A pesar de todo, el afgano se muestra agradecido por los tres meses que lleva viviendo en territorio europeo. “En general estoy muy contento con la población local. Ese ataque de unas pocas personas no representa a todos los griegos. Algunos refugiados también se portan mal y no nos representan a todos”. La empatía mostrada por Kamal es un sentimiento cada vez más escaso en la isla.
“Vosotros, los periodistas que venís aquí, solo entrevistáis a familias. Nunca a los jóvenes que causan problemas”, protesta Manolis, que regenta una gasolinera en el centro de Quíos. Este griego de mediana edad ni siquiera espera a que le pregunten los periodistas; se acerca él a ellos, ansioso por expresar su malestar. Y es que Manolis cree firmemente que la situación es “insostenible”. “El otro día robaron en un supermercado cercano. Por el día todo está tranquilo, pero por la noche, no”, añade.
Omer, un veintañero sirio de la provincia de Deir ez Zor, no esconde que en Souda hay elementos conflictivos. “En los campamentos no hay nada que hacer. La gente se desespera y muchos que entran siendo buenas personas se convierten en malas”.
«La gente se desespera y muchos que entran siendo buenas personas se convierten en malas”
Hace un año muchos de los griegos de Quíos, entre ellos el propio Manolis, insiste, ofrecieron una extraordinaria ayuda a las miles de personas que llegaban hambrientas, heladas y asustadas a las playas. Pero la opinión pública local ha cambiado drásticamente. Manolis Vournous, alcalde de la isla, describe así el sentir de la gente: “Los habitantes de Quíos estuvieron del lado de los refugiados, ofreciéndoles comida, ropa… Mostraron compasión y entendimiento. Sin embargo, la presencia prolongada de los refugiados ha creado muchos problemas”.
En las islas del Egeo hay cerca de 15.500 refugiados e inmigrantes. Solo Quíos da cobijo a más de 3.500, aunque el Estado griego solo proporciona aquí 1.100 plazas. El resto las cubre ACNUR y otras organizaciones no gubernamentales.
El ministro de Inmigración, Giannis Mouzalas, justifica la decisión de mantener a miles de personas en las islas debido a que transferirles a la Grecia continental podría “amenazar” el acuerdo con Turquía. Como solución para minimizar tensiones con la comunidad local, Mouzalas quiere crear centros “cerrados”. En Quíos ya hubo durante un tiempo un campamento del que no podían salir, pero las protestas de los refugiados reclusos y las críticas de las ONG consiguieron cambiar las normas del centro.
El propio Vournous reconoce que “las condiciones miserables” en las que ahora viven los refugiados e inmigrantes provoca “tensión”. “El acuerdo UE-Turquía ha funcionado muy bien para la UE, pero no para Quíos”, protesta el alcalde. Según denuncia, Bruselas y Atenas “no están prestando suficiente ayuda”.
No obstante, todas las asociaciones humanitarias consultadas por este periódico han destacado las trabas burocráticas que el Ayuntamiento de Quíos está poniendo para la instalación de nuevas tiendas o la adecuación de los campamentos a los temporales del invierno. La falta de electricidad y de acceso regular a agua son las quejas más comunes. Asimismo, si no fuera por las organizaciones humanitarias asentadas en la isla, ningún refugiado podría comer comida fresca del día.
Denegando permisos, el Gobierno local quiere evitar que su presencia sea permanente, aunque ya lo sea en la práctica. Debido a los pocos entrevistadores disponibles en el país, el tiempo de espera para dar una respuesta a las solicitudes de asilo es de un año. Demasiado tiempo para que la gente no se desespere.
Sigue habiendo vecinos en Quíos dispuestos ayudar a los refugiados en todo lo posible
A diferencia de Souda, los más de 1.000 residentes de Vial, el segundo campamento de refugiados de Quíos, viven apartados, a kilómetros de la ciudad. Desde ese aislamiento, la irritación de sus inquilinos aumenta: “La relación con los locales es muy mala. No les gustamos. Si hablas con ellos te tratan de estúpido”, cuenta el joven afgano Amir Nazari.
Amir es un joven afgano de 19 años que, según su testimonio, lleva nueve meses varado en Quíos, donde espera alguna respuesta a su solicitud de asilo. Amir, además de la comida (“todos los días lo mismo”), se queja de la falta de tratamiento médico. “Voy al hospital mucho porque tengo problemas en el estómago y en la pierna. Pero lo único que me dan son aspirinas y más aspirinas. Me las tomo cada día pero nada mejora”.
No obstante, a pesar de la crispación, sigue habiendo vecinos en Quíos dispuestos ayudar a los refugiados en todo lo posible. Uno de ellos es el empresario turístico Kostas Tanianis, quien prefiere no dar relevancia a las amenazas que ha sufrido. “No es agradable no poder abrir la puerta de tu negocio. O encontrarte animales muertos en tu garaje”.
Durante más de dos meses, Kostas, cuyo padre, como mucho otros griegos, también tuvo que emigrar de la actual Turquía, ha acogido a una familia siria bajo su propio techo. “En unos días se marchan ya para Atenas. Los vamos a echar de menos”
El acuerdo que puso puertas al mar
Tras meses de negociaciones, Ankara y Bruselas firmaron en marzo de 2016 un acuerdo: La UE podría deportar de vuelta a Turquía a todos los refugiados o migrantes que llegasen desde las costas anatolias a las islas griegas. A cambio, un número igual de refugiados sirios residentes en Turquía sería admitido en los países comunitarios, o así lo presentó el Gobierno turco, bajo el lema “Acuerdo 1 x 1”. En realidad, el texto literal señalaba que solo se admitirían refugiados sirios en un número igual al de sirios deportados. Además, Bruselas iba a transferir a Turquía 6.000 millones de euros destinados a los refugiados e iba a acelerar el proceso de exención de visados para ciudadanos turcos.
Pese al enorme interés mediático despertado por la deportación de los primeros 200 migrantes de Lesbos y Quíos a Dikili —la gran mayoría pakistaníes, bengalíes y afganos, casi ningún sirio—, el proceso se estancó muy poco después, dado que la ley internacional prohíbe deportar a solicitantes de asilo sin antes examinar su petición, un trámite que avanza con enorme lentitud debido a la falta de funcionarios. Entre abril y finales de noviembre, Grecia solo envió 748 personas de vuelta a Turquía desde las islas. Los migrantes suelen llegar en barco a Dikili y los sirios se llevan en avión a Adana, en el sur de Anatolia.
Sin embargo la llegada de refugiados y migrantes desde las costas turcas a las islas griegas se cortó en seco tras la firma del acuerdo. Si entre marzo de 2015 y marzo de 2016, ACNUR contabilizaba cada día entre 2.000 y 10.000 migrantes que alcanzaban las playas griegas, la cantidad cayó de forma abrupta en abril y en los últimos ocho meses del año, las cifras diarias varían entre una decena de personas y un centenar.
Ilya U. Topper
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