El regreso de los kurdos
Karlos Zurutuza
El contrabandista pedía 200 dólares, pero Jewan regatea hasta dejarlo en 100. Sigue siendo demasiado para este kurdo sirio de 26 años, pero apenas puede esperar a dejar atrás Iraq y cruzar la frontera de Siria. Han pasado tres años desde que vio por última vez a su familia.
Entonces eran días difíciles en Siria. “Me arrestaron y me torturaron durante 27 días por pertenecer a una organización juvenil”, recuerda el chico mientras sigue al contrabandista a través de la noche. “Me liberaron cuando mis padres pagaron 2.000 dólares a un oficial de la policía. Huí a Líbano y finalmente atravesé Turquía y alcancé el Kurdistán iraquí”, relata.
Nos encontramos en el punto exacto en el que se juntan las fronteras de Turquía, Iraq y Siria, a 450 kilómetros al noroeste de Bagdad, a 550 km al sureste de Ankara y a 800 km al noreste de Damasco.
En las tres direcciones se extiende el territorio kurdo, dividido entre estos tres Estados, aparte de una franja de Irán. En Siria viven entre dos y cuatro millones: no hay censos. Después de una oleada de protestas en julio, el Gobierno de Bashar Asad perdió el control de la región nororiental. Ahora, los líderes kurdos locales aseguran ejercer las funciones de la Administración en la mitad del territorio que consideran suyo; también controlan los puestos fronterizos con la región autónoma del Kurdistán iraquí de donde viene Jewan.
“El día que dejé Siria juré no volver hasta que mi tierra estuviera gobernada por kurdos»
Unos minutos más tarde nos ciegan las linternas de los peshmerga, la milicia oficial del Kurdistán iraquí. Ni Jewan ni su guía parecen constituir un peligro, de manera que se nos permite continuar caminando.A pocos centenares de metros hay otra luz: el primer puesto de control sirio.
En medio de la oscuridad y la tierra de nadie aparece una camioneta con el motor en marcha y las luces apagadas. El conductor y el copiloto se presentan como “combatientes del PKK”, la guerrilla que lucha desde 1984 contra Turquía. “Tenemos que esperar: vendrá alguien más”, explica uno de los hombres, que lleva en bandolera un fusil de asalto. Pocos minutos después aparece una fila de hombres que empieza a cargar cajas y bolsas en la camioneta.
“Esto es todo lo que tengo”, dice Asma, una mujer de unos 50 años, mientras señala una bolsa en el asiento. “El día que dejé Siria juré que no iba a volver hasta que mi tierra kurda estuviera gobernada por su propio pueblo. Huí de mi casa a través de esta misma franja de tierra, hace 32 años, mientras estaba literalmente dando la teta a mi hijita. Ella no podrá ver la casa donde nació: murió hace dos años, combatiendo contra el ejército turco en las montañas”.
“Muchas de estas tierras eran nuestras, pero los Asad las dieron a familias árabes»
Más adelante en la carretera, Rafik lleva horas esperando para recoger a su hermano Jewan. “El camino hasta casa está seguro; no hay que preocuparse de nada”, tranquiliza al joven. Se saludan según la costumbre local: un beso en la mejilla izquierda, tres en la derecha. Apenas hay tráfico en la carretera, que está iluminada por esporádicas hogueras. “Muchas de estas tierras eran nuestras, pero los Asad las dieron a familias árabes que vinieron del sur”, dice Jewan. “También tienen yacimientos de oro”, añade.
La llegada al poder del partido Baath en 1963 dio lugar a una política de arabización sistemática: se prohibieron las publicaciones en lengua kurda y a muchos lugareños se les retiró la nacionalidad bajo el pretexto de que se trataba de “inmigrantes”. En un intento por difuminar la división étnica. grandes grupos de población fueron trasladados del sur al norte, mientras que muchos kurdos, privados de sus tierras, buscaron una nueva vida en Damasco. En los últimos años, un cierto número ha huido al Kurdistán iraquí, la única región gobernada por partidos kurdos.
No hay cifras fiables sobre el número de kurdos exiliados en Iraq que regresan a Siria. Algunos afirman volver sólo para una estancia corta, debido a la relativa estabilidad de las zonas en las que las milicias kurdas ejercen el control.
Pero hoy, los colores kurdos —verde, rojo y amarillo— decoran numerosas paredes e incluso ondean como bandera en la entrada del pueblo de Girke Lege, a 35 kilómetros de la frontera iraquí y a 15 km de la turca. Ha cambiado mucho en los últimos meses. “Tenemos el área bajo pleno control”, asegura uno de los milicianos que guardan el puesto de control de entrada.
Quien coordina estas milicias es el Partido Unión y Democracia (PYD). Su presidente, Salih Muslim, asevera que no se ha negociado ninguna tregua con el Gobierno de Asad, como aseguran insistentes rumores. “Somos el segundo grupo étnico de Siria y Damasco no quiere abrir otro frente en su territorio”, evalúa. Otros creen que Asad juega con una región autónoma kurda para convertirla en amenaza para Turquía, que apoya la oposición siria.
Los kurdos han descubierto su libertad mientras arrecian los combates en el resto del país
En Girke Lege, la guerra parece lejana. La música kurda retumba desde tiendas y cafeterías, muy cerca de la flamante oficina central de un partido kurdo abierta la pasada noche tras años de trabajo en la clandestinidad. Aparentemente, los kurdos han descubierto una nueva libertad mientras se recrudecen los combates en el resto del país.
“Me lo habían contado, pero aún no me puedo creer lo que estoy viendo”, exclama Jewan, mientras efectúa la primera compra en tres años con moneda siria: un kilo de dulces para su familia. Su madre, una kurda yezidí local, apenas puede contener las lágrimas cuando lo abraza. La vuelta de su hijo ha sido toda una sorpresa, pero Jewan tampoco esperaba encontrarse con sus parientes de Damasco.
“Llegamos hace pocos días. Nuestro barrio fue sometido a intensos bombardeos de ambos lados, de manera que no podíamos quedarnos”, explica su tío Marai. “Hace veinte años nos mudamos de aquí a Damasco para buscar una vida mejor”, añade su tía Alian. “Ahora no sabemos cuándo podremos volver”.
Desertores
«En el cuartel es muy difícil saber lo que está pasando fuera», explica un soldado
También algunos soldados de origen kurdo han desertado para volver a la tierra de sus padres. Es el caso de Dilhar, oriundo de la pequeña aldea de Gundik Shalal, a cinco kilómetros de la frontera turca. «Estaba destinado en el acuartelamiento de Qatana (20 kilómetros al sudoeste de Damasco). Me pilló la guerra como recluta y me retuvieron durante ocho meses más, a pesar de que ya había cumplido con los 15 meses reglamentarios», explica este kurdo llegado a su localidad natal hace apenas dos semanas. Hoy descansa junto a su familia. Según dice, no ha sido fácil llegar hasta ella.
«En el cuartel es muy difícil saber lo que está pasando fuera», explica.»Tanto los oficiales como la televisión estatal —única accesible en los cuarteles— repetían que luchábamos contra terroristas de Al Qaeda y yihadistas llegados de todo el mundo. Además, los teléfonos móviles están prohibidos». Sin embargo, muchos como él consiguen ocultarlos en los lugares más insospechados y contactar con su familia.
«Pedí un permiso de un día para ir a Damasco y me dieron tres horas. Allí me esperaba mi padre para traerme hasta casa. Crucé los puestos de control con la identidad de mi primo, porque en el ejército retienen nuestra documentación», recuerda el joven, que atribuye su exitosa deserción al parecido físico con su primo Ahmed.
La experiencia de Dilhar confirma la intención de otro pariente suyo, Salah, de abandonar el país antes de tres meses. Será entonces cuando este profesor de educación física de 24 años deba incorporarse a filas. «Intentaré huir a Europa, pero sé que es difícil. Mi primo Jewan se gastó una fortuna para llegar hasta allí y no pasó de Etiopía», relata este joven kurdo, para quien su segunda opción es Emiratos Árabes Unidos. «No quiero acabar en un campo de refugiados en Líbano, antes me iré a Turquía o al Kurdistán iraquí», apunta con resignación.
Atrapados en el cuartel
Pero no sólo los kurdos de toda Siria piensan en buscar refugio en esta zona. También hay familias de otras etnias, e incluso policías. «Claro que me gustaría desertar, pero no puedo renunciar a mi sueldo. ¿Cómo daría de comer a mis 11 hijos?» pregunta un policía vestido de paisano en Gundik Shalal. El barracón donde Furat Azir (así quiere que se lo identifique) lleva dos años destinado, está a menos de un kilómetro de aquí, y a otro de la frontera turca.
«Éramos 13, pero ocho de mis compañeros se marcharon hace 20 días.Algunos se unieron al (rebelde) Ejército Libre de Siria y otros se fueron al Kurdistán iraquí. Los que permanecemos en nuestro puesto somos de Deir ez-Zor (este) y de Alepo (noroeste)», explica entre sorbos de té turco y dulces libaneses. Azir pertenece a las fuerzas que el Gobierno mantiene en la zona, pero que permanecen replegadas en sus edificios y barracones sin interferir, en apariencia, en una región hoy bajo control kurdo.
Los soldados regulares en la zona no se enfrentan a las milicias kurdas
«Pasamos el día sin salir casi del barracón, siguiendo el desarrollo de los acontecimientos a través del televisor. Afortunadamente, no hemos intercambiado ni un solo disparo desde que empezó la revolución», explica el policía. “Por el momento, disfrutamos de la comprensión de familias locales. Todas ellas saben de nuestra difícil situación y no dudan en ayudarnos con comida o ropa para nuestros hijos», reconoce. Asegura no tener «ningún problema» con el PYD, pero apenas puede disimilar la incertidumbre que le suscita el futuro más inmediato.
«Intenté huir a Turquía, pero el ejército sirio me capturó y estuve 10 días detenido. Hoy me sería imposible llegar a casa por los controles en las carreteras, tanto rebeldes como gubernamentales», lamenta Furat. «Muchos compañeros dicen que esperarán en sus puestos hasta que llegue el ELS, pero nadie sabe lo que pasará cuando los rebeldes alcancen esta zona», explica, añadiendo que huirá a Turquía o a Iraq «a la primera oportunidad».
Precisamente en julio, el Gobierno Regional de Kurdistán, la región autónoma situada en el norte de Iraq, admitió haber acogido y entrenado a 650 soldados kurdos del ejército sirio que habían desertado en bloque. Todavía se ignora si, a su regreso a Siria, estos se unirán al ELS o combatirán por su cuenta contra las tropas de Asad.
El Kurdistán iraquí admitió haber entrenado a 650 soldados kurdo-sirios desertados
En cualquier caso, se trata de un gesto que molesta a Damasco, pero también a Ankara, que desconfía del creciente control que los kurdos sirios están ejerciendo sobre su territorio. Y es que la solidaridad transfronteriza kurda es mayor de lo que parece a simple vista.
Tras desertar del ejército sirio, a los pocos meses de comenzada la revolución contra Asad en marzo de 2011, Masud cruzó la frontera nororiental para llegar hasta Erbil, capital de la región autónoma kurda de Iraq, 300 kilómetros al norte de Bagdad.
«Nada más llegar, pedí acceso a los ‘peshmerga’ (ejército regular del Kurdistán iraquí) y desde hace tres meses tengo un sueldo de 250 dólares al mes», explica Masud orgulloso, enfundado en su recién estrenado traje de camuflaje. «Echo de menos a mi familia, pero quiero empezar una nueva vida a este lado de la frontera”.