Reportaje

La barriada de los tres millones

Karlos Zurutuza
Karlos Zurutuza
· 7 minutos

 

Ciudad Sadr, el barrio chií de Bagdad  (2012)  |  ©  Karlos Zurutuza
Ciudad Sadr, el barrio chií de Bagdad (2012) | © Karlos Zurutuza

“Somos comadronas; nos han despedido a todas y ya no podemos mantener a nuestras familias. ¿Acaso quieren que robemos para sobrevivir?” Sarah Mayed, de 51 años, apenas puede aguantar su desesperación bajo su chador. Ha esperado durante horas junto con otras cinco compañeras para hablar con Brahim Jawary, un clérigo chií que constituye la principal autoridad política y religiosa de Ciudad Sadr.

Esta barriada, construida en 1959, se diseñó para proporcionar alojamiento a los más desfavorecidos de Bagdad, así como a aquellos que llegaban desde el campo. Situada al noreste de la ciudad, dibuja un inmenso tablero de ajedrez con calles en estricta cuadrícula. Hoy, el mayor suburbio de Bagdad es hogar para casi tres millones de individuos, musulmanes chiíes en su gran mayoría.

“No puedo ayudar a estas mujeres personalmente pero hablaré con el ministro de Salud”, dice Jawary a M’Sur en su oficina, añadiendo que cada día recibe docenas de visitas similares. El clérigo habla orgulloso de una “ciudad prácticamente autogobernada”, hasta que la conversación es bruscamente interrumpida por una anciana que lleva una foto de su hija desaparecida.

Muchas personas continúan desaparecidas en Ciudad Sadr

“¡Ayúdeme a encontrarla!”, le implora a Jawary, que permanece sentado sobre una alfombra en el suelo. “Sus padres, sus tíos, prácticamente todos los miembros de su familia están muertos”, se lamenta la anciana entre lágrimas. Muchas personas continúan desaparecidas en Ciudad Sadr. No en vano, estas calles fueron escenario de intensos combates entre tropas estadounidenses e insurgentes locales del Ejército del Mahdi durante años.

El suburbio se llamaba Ciudad Saddam, pero fue rebautizado como Ciudad Sadr en 2003, en homenaje al líder chií Mohammed Sadr, asesinado por Saddam Hussein en 1999. Su hijo, Moqtada Sadr, es el carismático líder religioso y político que lideró el Ejército del Mahdi durante la ocupación norteamericana antes de pasarse a la política. En las elecciones de 2010, el Movimiento Sadr logró 40 escaños en el Parlamento, y el primer ministro de Irak, Nuri Maliki, debe su segundo mandato al apoyo de Sadr.

La maraña de cables entrecruzados que conforma una improvisada y precaria red eléctrica apenas oculta los retratos de los Sadr desplegados en muros, mezquitas, casa de té… El don de la ubicuidad de los Sadr se manifiesta igualmente desde los parabrisas de los miles de coches que serpentean por estas abarrotadas y polvorientas calles.

“¿Qué estás haciendo con esa cámara? ¿Quién te ha dado permiso para filmar aquí?” espeta un hombre en la cincuentena que no llega a enseñar ningún tipo de identificación. La discusión termina inmediatamente cuando explicamos que contamos con la bendición de Brahim Jawary, quien despliega ahora su autoridad religiosa durante el rezo del mediodía, justo en la mezquita anexa a su oficina.

 Un cartel muestra al clérigo Sadr junto a dos milicianos del Mahdi armados con bazucas y rifles de asalto

“Vivimos bien, nos ayudamos unos a otros y la situación mejora cada día”, asegura un joven mientras vigila a su alrededor desde su puesto callejero de cigarrillos, en la Avenida Chouadr, la principal arteria del barrio. Tras él, un cartel celebra la retirada americana el pasado diciembre:

“La hora de los tiranos ha quedado atrás, es la hora de la construcción y la prosperidad”, reza el eslogan flanqueado por los Sadr y la imagen de dos milicianos del Mahdi armados con bazucas y rifles de asalto. «La unidad es nuestra meta, la paz es nuestro objetivo, la construcción es nuestro trabajo», añade otra frase.

Pero a pesar del multimillonario programa para reconstruir Ciudad Sadr, la mayoría de las viviendas siguen en ruinas, el suministro eléctrico es tan errático como escaso y las calles están a menudo inundadas de aguas residuales provenientes de tuberías destruidas hace ya tiempo. Nadie se acuerda de la última vez que pasó el camión de la basura por lo que los residentes arrojan a menudo su bolsas en los agujeros, a veces cráteres, de sus callejones.

Muchos apuntan a que este clérigo de 38 años se ha valido del suministro de servicios básicos y la asistencia a las familias locales para aumentar su influencia política. Cierto o no, Ciudad Sadr todavía languidece como el triste paradigma de la incompetencia política y corrupción.

“El distrito está excesivamente superpoblado, hay tres o cuatro familias viviendo en cada casa”, se queja Ali Jabar, en un callejón sin pavimentar donde sus hijos juegan al fútbol entre bolsas de basura y un coche quemado. “La mayoría de nosotros estamos desempleados, así que dependemos de la caridad de familiares y vecinos”, añade.

Jabar, de 52 años, se mudó a casa de su hermano después de que la suya fuera alcanzada por un misil. Otros se marcharon tras recibir amenazas de muerte de la miríada de milicias aún activas por todo el país. El año 2006 marcó el final de siglos de convivencia pacífica entre diferentes credos en Irak. La violencia sectaria reestructuraría entonces el mapa demografíco de Bagdad hasta convertirlo en un conglomerado amorfo de barrios monoétnicos separados por kilométricos muros de hormigón.

Kadaa Jasib fue uno de tantos que se despertó de repente en el lugar y el momento equivocado: “Vivíamos en el barrio de Mansur, un distrito suní del oeste de Bagdad. Las milicias nos dieron 38 horas para abandonar nuestra casa. Ahora hemos regresado a casa de mis padres, donde compartimos 100 metros cuadrados con otras dos familias”, explica Jasib. Este electricista de 77 años pasó tres años en Siria hasta que, finalmente, cruzó el Tigris para instalarse en esta barriada de Bagdad oriental.

Docenas de homosexuales han sido lapidados hasta la muerte en estas calles

Pero Ciudad Sadr está todavía lejos de ser un lugar seguro. Desde principios de enero, docenas de homosexuales han sido lapidados hasta la muerte en estas calles, incluso a plena luz del día. ONGs locales, testigos y gente cercana a las víctimas apuntan a que las milicias de Moqtada Sadr están detrás de estos ataques.

Abdulá Abbas también es un desplazado pero disfruta del raro privilegio de tener su propia casa en Ciudad Sadr. Es el vigilante del cementerio judío, un lugar sagrado rodeado por muros de cemento, pero que ya no recibe visitas de los parientes de los fallecidos.

“Llegué aquí desde Mosul en 2006. Tuve que irme porque los insurgentes estaban lanzando cohetes desde detrás de mi casa”, recuerda Abbas en su residencia con vistas a un campo que acoge a 3.000 tumbas. Abbas es un musulmán suní casado con una chií, pero asegura que no ha sentido discriminación u hostilidad en este feudo mayoritariamente chií.

Paradójicamente, estas lápidas podrían descansar sobre una de las reservas de crudo más grandes del país. El mes pasado, el ministro de Petróleo anunció el hallazgo de un “inmenso lago de crudo bajo la superficie de Ciudad Sadr”. Lejos de alegrarse, Ayad Athary, taxista local, habla de una “broma del destino”.

“Gasto más de la mitad de mi salario en combustible, bien sea para el coche o para el generador eléctrico de mi casa”, se queja Athary desde su baqueteado coche iraní. “¿Quién nos iba a decir que viviríamos en semejante miseria nueve años después de que cayera Saddam?”