Reportaje

Ratzinger inicia su cruzada

Ángel Villarino
Ángel Villarino
· 11 minutos
Benedicto XVI (2007) | CC: Fabio Pozzebom/ABr
Benedicto XVI  | CC: Fabio Pozzebom/ABr

Los pastores católicos de Baviera cumplen con celo una vieja tradición: cuando desembarcan en una nueva parroquia: dedican el primer año a observar, consultar y pensar. Sólo entonces comienza la acción.

Casi un año después de su entronización (19 de abril de 2005), Ratzinger se está desperezando. Su idea de Iglesia, expuesta durante sus años como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (el organismo creado tras abolirse la Inquisición), empieza a cobrar cuerpo y va dejando atrás aquellas rutinas de Juan Pablo II que no le convencían, como el gusto por las multitudes. El destape estratégico más clarificador tendrá lugar el 24 de marzo, cuando presidirá el primer Consistorio de su pontificado, imponiendo el birrete cardenalicio a 15 nuevos purpurados.

El nuevo Papa toma las decisiones sin consultar con nadie y casi no hay filtraciones

El pastor bávaro empieza a mover sus fichas. Las cartas que ha mostrado con el anuncio de las nuevas nóminas hablan solas: tres asiáticos para contener el «peligro amarillo» y ganar fieles en el mercado espiritual más abierto y pujante del mundo. Diez purpurados en el Primer Mundo para contrarrestar el laicismo imperante. Uno, simbólico, en África. Y tan sólo otro en América Latina, concretamente en la Venezuela de Chávez. Con esta última medida, Benedicto XVI deja a su suerte esta reserva espiritual, cuna de teologías libertarias y tierra azotada por el «populismo de izquierdas» y el «indigenismo», dos culturas políticas que el Vaticano, en su fuero íntimo, considera «aberrantes».

Los analistas de la Santa Sede consultados por La Clave inciden en aspectos secundarios, como la pasión teológica de Benedicto XVI, y resaltan que cuatro de los nuevos cardenales provienen de órdenes religiosas y que otros tantos destacan por su talante estudioso. El caso más representativo es el del francés Albert Vanhoye, quien como rector del Instituto Pontificio Bíblico se convirtió en uno de los estudiosos de las Santas Escrituras más respetados. Será purpurado emérito.

Asia, clave para el Vaticano, es el lugar donde más gente cambia de religión

Y es que desde la llegada de Benedicto XVI, la filtración palaciega se ha reducido considerablemente en el Vaticano. «Es uno de los elementos característicos de este pontificado. El Papa toma las decisiones personalmente, sin discutir nada, ni consultar con nadie. Sus nombramientos son fulminantes y sus hombres más próximos se enteran unas horas antes que el resto del mundo de lo que va a hacer», comenta el experto Sandro Magíster, uno de los pocos que consigue salirse de las faldas cardenalicias.

No en vano, el portavoz Joaquín Navarro Valls, responsable de las relaciones con los medios de comunicación, ha perdido mucho protagonismo. A Benedicto XVI no le gustan nada las filtraciones periodísticas. Así, toda una casta de analistas del Vaticano, crecidos bajo la orbe de Karol Wojtyla, se encuentra ahora entregada a la especulación.

Alfiles en el tablero

Resulta más interesante pasar de las hipótesis a los hechos: las biografías de los nuevos hombres del Vaticano.

El prelado chino Joseph Zen Ze-Kiun, obispo de Hong Kong, de 74 años, ha sido el más sonado de los nuevos nombramientos. Zen ha destacado por su oposición al régimen chino, su defensa de las libertades democráticas y su determinación al defender las comunidades cristianas. Responde al modelo de «primer cristiano» que tanto le gusta a Ratzinger, de mártir de la causa, que se arriesga por defender su fe.

Zen ha sido premiado también por su intento de unificar las dos iglesias católicas de China: la ‘patriótica’ y la clandestina (la primera sometida al régimen de Pekín, la otra fiel al Vaticano). «En China sólo existe una Iglesia», ha repetido, intentando frenar el peligro de una escisión. Desde Hong Kong, el «vientre blando» del gigante chino, el alfil de Ratzinger utilizará sus nuevos poderes y su carisma para hacer proselitismo, ganar popularidad y atraer a las nuevas generaciones que buscan cambios democráticos. Es el modelo de Karol Wojtyla.

Además de futuro motor económico del mundo, Asia es en estos momentos el lugar donde se registra una mayor «inestabilidad de credos», es decir, donde más se cambia de una a otra religión. Por otra parte, en Asia se encuentra la frontera más grande del mundo musulmán y es, también, el continente donde más ha crecido el catolicismo en los últimos 10 años: ya hay 12 millones de almas en la comunidad católica.

Dos birretes más han ido a parar a Asia. El primero a Manila (Filipinas), donde se constata la promoción de Gaudencio Rosales. El segundo a Corea del Sur, diócesis de Seúl: Monseñor Cheong Jin-Suk. El prelado coreano es también «administrador apostólico» de Pyongyang, en Corea del Norte, país que carece de diócesis, por explícita prohibición del dictador Kim Jong Il.

Una de las grandes obsesiones del Papa es la fuga de Occidente

Así, el nombramiento de Jin-Suk tiene dos motivos estratégicos. El primero: luchar contra la investigación con células madres y el desarrollo de la genética, punta de lanza del progreso económico y tecnológico coreano. «Si los científicos se obstinan en manipular la vida humana en su conciencia y en la experimentación, no podremos saber cuál será nuestro futuro», aseguró Jin-Suk en una homilía especialmente polémica en el país. La segunda motivación es intentar introducir a la Iglesia en Corea del Norte, o al menos preparar el terreno hasta la caída del régimen comunista. Jin-Suk ya ha solicitado el permiso para «atravesar la frontera».

Los hombres de Ratzinger en Occidente merecen también comentario. Por ejemplo, Monseñor Sean Patrick O’Malley, de la diócesis de Boston, sucesor del cardenal Bernard Law, quien dimitió por los casos de pedofilia y los escándalos por la homosexualidad entre los sacerdotes de varias parroquias de su diócesis. O’Malley ha resuelto discretamente el lavado de imagen, sin dimisiones, sin purgas, dejando las cosas como estaban y silenciando las responsabilidades para recuperar la tranquilidad. Su trabajo le ha valido la púrpura.

También es simbólica la nómina de Franc Rodé, esloveno, responsable en la Curia del diálogo con los no creyentes y volcado en el proceso de paz balcánico. Como la mayoría de las autoridades religiosas de la ex Yugoslavia, ha sido acusado de enfrentar más que de unir, de crispar más que de conciliar. Su papel como encargado de hablar con el mundo laico es otra razón. Se trata de una de las grandes obsesiones del Papa: la fuga de Occidente.

Eludir la confrontación

También a España ha llegado el posicionamiento de Ratzinger. La nómina del arzobispo de Toledo, Antonio Cañizares, uno de los hombres más conservadores de la Conferencia Episcopal, ha sido interpretada (no sólo en la Santa Sede) como una medida para plantar cara al Gobierno de Zapatero, aunque limando la crispación propiciada por otros líderes, como Antonio María Rouco Varela. Benedicto XVI prefiere eludir las confrontaciones directas, que considera inútiles. Cañizares es uno de sus hombres de estrecha confianza.

En América Latina sólo se ha reforzado una nómina. La del arzobispo de Caracas, Monseñor Jorge Urosa Savino, hombre con el que el Papa pretende contrarrestar el anticlericalismo de Chávez. Una vez más, la idea es no desatar la confrontación directa, sino combatir sutilmente, sin que llegue la sangre al río. Urosa es conocido por su carácter diplomático y su disponibilidad a tender puentes. Tras años de gran tensión, es el primero que ha conseguido sentarse en una mesa de negociación con Chávez y el único que se ha comprometido a colaborar en las labores sociales del Gobierno bolivariano.

También algunas de las caras conocidas han recibido su birrete. Por ejemplo, el que ya se perfila como la mano derecha de Benedicto XVI en esta primera parte de su pontificado: Monseñor Joseph Levada, sucesor del Papa en la Congregación para la Doctrina de la Fe, hombre de carácter conservador y de calculador pragmatismo. Es famoso por la batalla contra los homosexuales librada en San Francisco (Estados Unidos) y, sobre todo, por la falta de determinación que denunciaron los magistrados norteamericanos en la depuración de responsabilidades que llevó a cabo en la diócesis de Portland, tras los casos de abuso de menores por parte de sacerdotes. Finalmente, también será nombrado cardenal el antiguo secretario de Juan Pablo II, monseñor Stanislao Dziwisz, arzobispo de Cracovia.

Frente a éstos alfiles del tablero, parecen menos estratégicos los demás  nombramientos: el arzobispo de Burdeos Jean Pierre Ricard, los italianos Agostino Vallini, Carlo Caffarra y Andrea Cordero Lanza, y Peter Poreku Der, de Ghana. Los últimos dos eméritos, al igual que Vanhoye, es decir que no tienen voto en el cónclave por tener más de 80 años.

Ratzinger humilla a un clérigo que busca estrechar puentes con las otras religiones

También son significativos los nombres de los «excluidos»: las personas a las que Ratzinger ha restado poder. Un ejemplo es el inglés Michael Fitzgerald, ex presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, un prelado a quienes muchos veían ya en el Colegio Cardenalicio por su labor conciliadora con otras religiones, su agudeza y su talante diplomático. Fitzgerald ha sido enviado a El Cairo, como nuncio vaticano, una humillante degradación para alguien que ha presidido un dicasterio.

El estilo de vida «mundano» de Fitzgerald, que frecuentaba la calle, recibía a periodistas sin necesidad de solicitar audiencia y asistía a espectáculos ‘paganos’ (como obras de teatro) nunca fue del gusto de Ratzinger, que ha insistido en la necesidad de «pureza» de la Iglesia y condenado la «corrupción» en su seno, negando cualquier distracción a los miembros de la Curia. Fitzgerald respetaba, además, el principio anglosajón de respeto al mundo laico y buscaba estrechar lazos con el islam, la Iglesia Ortodoxa y el judaísmo desde el respeto mutuo. Un contraste radical con Ratzinger, que durante su época como Prefecto proclamó la religión católica como única fe aceptable y superior a todas las demás.

También se quedaron sin birrete los obispos de París y Dublín, dos diócesis que, por su peso específico, suelen estar en manos de purpurados. Benedicto XVI tenía otros planes.

Reorganizar la Curia

Además, Ratzinger ha iniciado la reorganización de la Curia, que llevaba tiempo anunciando, para reducir el aparato burocrático, unificar algunos dicasterios y hacer desaparecer otros. Ya ha eliminado el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, cuyas competencias se han diluido en el Consejo Pontificio de la Cultura. Y ha firmado el acta de defunción del Consejo Pontificio para la Pastoral de los Inmigrantes y los Itinerantes, fusionándolo con el de Justicia y Paz. Se espera, además, una fuerte reforma en el campo de las comunicaciones, para poner todos los órganos de comunicación vaticanos (que a veces gozan de «demasiada autonomía») bajo el mando de un dicasterio. Es decir, a las órdenes de uno de sus cardenales.

Las quince nóminas ofrecen pistas para esclarecer uno de los comienzos de papado más confusos de la Historia. «Las ideas básicas de Ratzinger para su pontificado son la purificación interna de la Iglesia, el combate contra la falta de libertad religiosa en el mundo y la lucha contra el laicismo y el relativismo de Occidente. Devolver al mundo el verdadero espíritu del cristianismo, empezando por purificar Occidente, que es donde este sentimiento se ha corrompido», resumen fuentes críticas de la Santa Sede. Los prelados más críticos, como el cardenal alemán Kart Lehmann, apuntan otras prioridades, tales como «defender a la gente del mercado y del arrogante neoliberalismo». Este grupo pide que Benedicto XVI redacte una «encíclica social». Por el momento no parece probable. En el tablero del Papa hay otras prioridades.