Roberto Andó
Palermo: desandar la ciudad muerta
Alejandro Luque
Para los amantes del cine, Roberto Andò es el director de filmes como El manuscrito del príncipe (2000) y Strange crime (2004). Para el lector avisado, se trata en cambio del autor de Diario sin fechas, un curioso libro cuyo título coincide también con su debut en la pantalla grande (Diario senza date, 1995), y en el que a través de un complejo juego de imágenes y palabras, ficciones y recuerdos ensamblados como en un sistema de cajas chinas, ofrece un personalísimo paisaje de Palermo, la capital de Sicilia. España, este título vio la luz en las Edicions Alfons el Magnànim, hoy completamente descatalogado y casi una obra secreta.
Invitado por el también siciliano Ferdinando Scianna a participar como conferenciante en la última edición de PhotoEspaña, Andò accedió a recordar para MediterráneoSur algunos aspectos de aquellas páginas, más de una década después de su publicación. “Escribí ese libro en el arco de varios años, y en un momento dado empecé a combinar textos e imágenes sin saber por qué”, recuerda. “Sólo después lo he entendido: la palabra llegaba hasta un punto, a partir del cual empezaba la imagen. Pero todo lo que hacemos con la palabra y la imagen es dar una respuesta a la muerte”.
A veces me venía a la cabeza esta casi ausencia de escritores de Palermo, por Palermo, este largo silencio. (Piccolo y Lampedusa son dos excepciones), esta incapacidad de voz podría tener su origen en esta luz polvorienta en la que para escribir se necesita un acto preliminar de claridad, una mirada a través del polvo, o de la arena, un grado superior de orientación en el desorden de las cosas extraviadas y consumidas. Escribir para orientarse, para trazar un signo descifrable en el mapa interrumpido, mi camino a través de las calles tortuosas de la ciudad donde las voces se pierden.
El autor cita también a Valéry y sus Inspiraciones mediterráneas para invocar la fuerza de la palabra como elemento articulador del mundo, herramienta política e instrumento de la justicia. Pero, ¿qué sucede cuando la palabra se convierte —dice Andò— en una verbosidad sin disciplina, cuando pierde su prestigio? ¿No es el olvido del lenguaje una manera de facilitarle la tarea a la muerte?
Tal vez convenga remontarse al germen de Diario sin fechas para responder a tales cuestiones. El proyecto surje de un desajuste del creador con su ciudad de origen.
Como tantos otros sicilianos, Andò primero se marchó, “huí de la ciudad emérita del mal, de la capital del mal, del escenario de la catástrofe, según la idea de Baudrillard que deberíamos superar”, recuerda. Luego regresaba para visitar a su madre, pero el reencuentro con el escenario de su infancia se le hacía insoportable. Tenía un conflicto que resolver. “El narrador, a través del cine, debe hacer balance con el propio lugar de origen, ajustar las cuentas. El problema es que, cuando me disponía a hacerlo, descubrí que Palermo había desaparecido, era una ciudad fantasma. Como la Atlántida, como Troya. Mi único cometido era arqueológico”.
Es un delic lo que nos hace decir: ésta ya no es mi casa, la abandono. Y el horror es insoportable. Se necesitan demasiadas complicidades para que se dé el horror. No veo la diferencia en el distinto grado de involucración en un acto que quiere provocar horror.
Era la Italia de los primeros años 90, donde Andreotti era investido senador vitalicio mientras la mafia emprendía una de sus más sangrientas campañas y el imperio de la Ley parecía una risible entelequia, sobre todo tras los asesinatos de Falcone y Borsellino. “La vida había sido sustituida por la ficción. Palermo se había vuelto un lugar simbólico, pero los habitantes no se daban cuenta de que el símbolo cambiaba la realidad. En poco tiempo, se había convertido en una ciudad muerta porque tenía como programa la propia extinción y construir un imaginario de la muerte”.
La incubación del dolor, la lenta elaboración del luto para las cosas que muertas, o a punto de morir, se convertían en un método para destilar desde los humores de los acontecimientos por la ruina, el mapa cada vez más grande de los espacios concebidos a la indecencia, a la devastación, al abandono. La mía es una ciudad de lamentos.
El culto a la muerte en las tradiciones de la isla no era nuevo, pero tampoco cabía imaginar que el crimen organizado lo exaltara hasta tales límites, y que acabara derivando en una grotesca autocomplacencia. “Palermo es un lugar al que le encanta imaginarse a sí mismo como especial. Y por otra parte, ha dejado una idea apocalíptica, como una especie de variación del Juicio Final”, explica Andò. “El Apocalipsis es un libro interesante por lo que tiene de conflicto entre la palabra y la imagen. Es un texto que vomita imágenes. Pues bien, creo que todo el Sur del mundo asume esa condición apocalíptica. En Sicilia en particular, un suceso como el asesinato de Falcone o el de Borsellino representan muy bien la infinita muerte de nuestra historia reciente. ¿Cómo escapar de eso? Por la palabra y por el ejercicio de la duda y el razonamiento”.
Continuó diciendo: “Estoy aquí porque éste es aún un lugar en el que es posible pensar el mal en términos absolutos” con un tono perfectamente literario, perfectamente auténtico.
Roberto Andò, que empezó en el cine de la mano del gran Francesco Rossi y llegó a colaborar con Fellini, Cimino y Coppola, supo entonces que su reconciliación con Palermo pasaba por hacer una película en la que desarrollara todas estas cuestiones. La mitología clásica le dio el empujón definitivo: “Hay una imagen que me gusta mucho, la primera imagen del objetivo fotográfico: Perseo, que desconfía de la Medusa, pule su escudo para inventarse un espejo que intercepte la mirada de la Medusa, de tal modo que ésta queda inmovilizada al reflejarse. Es la metáfora de que a través de un objetivo puedes desarmar a la muerte”.
Puede que el conjuro no transformara la realidad tanto como sería deseable, pero sí sirvió para reconciliar a Roberto Andò con su ciudad natal. Hoy el cineasta y director de teatro prefiere aplicarle a Palermo la denominación de ciudad perpleja que patentó Lucio Piccolo, poeta y primo de Lampedusa que tiene no poco protagonismo en el libro de Andò. “Palermo se resiste a la reflexión, no tiene capacidad para pararse a pensar, ni para ser responsable. Y a veces también todo eso se transforma en culpa”.
Una ciudad que quizá no ha existido nunca, más que como piedra de una inscripción de un mal bastante asqueroso, sin ser absoluto: nombrable, conocido, circunscrito o bien cultivado con los mil encantos de una metafísica, minúscula, declinación de vivir.
¿Qué puede hacer Palermo, y toda Sicilia, para conjurar toda esa fatalidad? Roberto Andò reflexiona unos instantes y sonríe: “Para empezar, rechazar todo lo que discurre por debajo del tapete. Eso y perder el escepticismo, aquello de Sciascia cuando hablaba de Aldo Moro como el emblema del pesimismo meridional, creer que todo corre hacia la muerte y que nada puede hacerse para evitarlo”, comenta.
“Luego está la furbizia [astucia], ese creerse más inteligente que los otros que mencionaba a menudo Lampedusa. Esta convicción ha destruido al siciliano, incapaz de entender que se trata de un callejón sin salida de la inteligencia. Por último, hay una especie de dimensión acrobática de la propia identidad, ese alma pirandelliana de los sicilianos que puede llegar a ser un juego pernicioso, muy autodestructivo. Pienso que la identidad es siempre una invención, pero esa invención debe tener una forma.Para un artista puede llegar a ser un fenómeno fascinante, para una sociedad no lo es tanto”, agrega.
Pero hay fuerzas poderosas que trabajan contra estos buenos propósitos. “Es un momento en que el que Italia tiene una forma de estupidez capaz de mover ideas particulares, algunas muy primitivas, como esa ofensiva distinción Norte-Sur. Creo que el Sur tiene un deseo sincero de encontrar al otro, de construir puentes. La famosa cuestión meriodional de Gramsci ya no se discute”, asevera. “También se habla de la mafia como si se hubiera acabado. Ahora se usa la legalidad para obtener la impunidad”.
[Todas las citas pertenecen a la traducción de Júlia Benavent. Diario sin fechas. Suplemento del nº 59 de la revista Debats. Edicions Alfons el Magnànim, Valencia, 1997].