Roger Wolfe
«El arte al servicio de la política envejece mal»
Alejandro Luque
Sevilla | Mayo 2021
En el panorama poético español de los años 90, Roger Wolfe (Westreham, Kent, 1962) fue una figura singular. Su expresión dura, bañada de cierto malditismo, lo encasilló inicialmente en el llamado realismo sucio, aunque con el tiempo se demostró capaz de dar forma a una obra de mayor alcance. Tanto como poeta —Días perdidos en los transportes públicos, Hablando de pintura con un ciego, Arde Babilonia— como en calidad de ensayista y narrador ——Quién no necesita algo en qué apoyarse, El índice de Dios, Luz en la arena, El Sur es un sitio grande— este inglés de origen ha seguido fiel a sí mismo hasta hoy. Tras publicar su lírica completa hasta 1993 en el volumen Toda esta poesía, Wolfe, alrededor de un vaso de café en una terraza sevillana, recuerda cómo fue este recorrido.
Usted llega a Alicante con cinco años. ¿Tenía la sensación de cambiar de mundo, o Inglaterra y España no eran tan diferentes?
No me acuerdo bien. Fuimos con la familia, era 1967.
En su casa, ¿se seguía haciendo vida británica?
Era un microcosmos, claro. Mis padres no tenían mucha relación con gente local, cuando llegaron no conocían a nadie. Fue una decisión un poco caprichosa la de establecerse aquí. Yo fui a un colegio español, once años en los jesuitas, en el colegio Inmaculada, donde creo que estuvo Gabriel Miró.
Los jesuitas imprimen carácter, ¿verdad?
Sí, en aquella época eran todos progres, estaban en la teología de la liberación. Eran sacerdotes, sí, pero el ambiente era de plena libertad. Nunca tuve ningún problema.
¿Y en su casa, qué cultura se consumía?
«Trabajé en hostelería, de pinche y de segundo de cocina, y llegué a pensar en estudiar para cocinero»
Mis padres eran lectores no de literatura seria, pero sí grandes lectores de novela, memorias, biografías… Mi padre era un gran aficionado a la llamada Alta Fidelidad, y tenía un equipazo que se fue comprando poco a poco. Trajo un reproductor de cintas de casete de Estados Unidos, se hizo con unos altavoces Goodmans; no sé si seguirá existiendo esa marca… Y tenía un giradiscos Lenco, suizo, que sí los usan todavía los dj’s. Cuando ponía el equipo temblaba la casa, era como una discoteca. No sé si conoces a Isaac Hayes, el músico negro de los 70, que hizo la banda sonora de una película sobre un detective negro titulada Shaft. “Shaft, who is the man…”
Sí, hicieron un remake muchos años después.
Así es. Pues ponía eso y era como una discoteca. Y los coros de las chicas, “Shaft!”…
Y con 18 regresa a Inglaterra.
Cuando era pequeño volví a los 10, a los 14, hice viajes con mi padre. Y a los 18, en efecto, me fui a estudiar literatura inglesa y francés.
La elección de la literatura, ¿la tenía clara, o fue algo más bien casual?
Pues a partir de los 16 o los 17 me empezó a interesar mucho la literatura, empecé a escribir, y eso orientó mis estudios. También trabajé en hostelería, de pinche y de segundo de cocina, e incluso llegué a pensar en estudiar para cocinero…
¿Se le daba bien?
Sí, me gustaba, sí.
Más lucrativo que la escritura hubiera sido, sin duda.
Sí, además los cocineros suelen ser gente muy alegre, suelen estar muy contentos con lo que hacen. Ahí tienes a Arguiñano, transmite siempre optimismo y alegría.
Todos empezamos a escribir imitando a nuestros autores preferidos. ¿Recuerda usted quiénes eran sus modelos cuando empezaba?
He sido muy ecléctico y muy desordenado en mis lecturas, como todos, supongo. A los 15 años ya empecé con droga dura, Kafka, Sartre, luego Rimbaud, los simbolistas franceses, Eliot, La tierra baldía… Y en español, Rubén Darío, Antonio Machado… Todavía no había descubierto a Manuel Machado, que luego me ha gustado muchísimo. Es un gran poeta, cada vez me gusta más. Lo releo mucho. Y luego de poesía contemporánea, el primer poemario que me impactó fue de Blas de Otero, Ángel fieramente humano y Redoble de conciencia. Esos dos libros fueron claves.
Para mí también. Te pilla con 19 años y te arrasa.
Y esa etapa existencial, religiosa de Otero, es tremenda. “Abro los ojos, me los sajas vivos…”
“Alzo la mano, me la cercenas…”
“Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas… ¡Ángel con grandes alas de cadenas”.
Luego, cuando empezó a sonar su nombre, se le puso la etiqueta del ‘Bukowski español’. ¿Le halagaba o le molestaba?
«No viví la movida en Madrid, me hubiera gustado, pero igual si lo hubiera hecho no estaría ahora aquí»
La culpa la tuve yo, porque empecé a hablar mucho de Bukowski cuando aquí como poeta aún no era conocido. Y luego en los 90, a finales, empezaron a traducir su poesía. Lo irónico es que a Bukowski lo leí tarde, llegué a él con 18 y 20 años y me gustó muchísimo. Te ponen la etiqueta y ya no te la quitas.
Había en su poesía mucha noche. ¿Qué papel jugó el alcohol?
Está toda esa mitología que tiene que ver con la literatura, la exploración de otras realidades, con Dylan Thomas, otro poeta al que yo leí mucho, y que me influyó, más que formalmente, desde el punto de vista de su leyenda, porque murió de hecho alcoholizado. Y luego toda aquella mitología del alcohol, las drogas, la noche, el malditismo… Y los años 80 en España fueron una fiesta tremenda. Todo influyó para que se convirtiera en una forma de vida.
¿Los vivió intensamente, aquellos años?
Yo llegué a la mayoría de edad en 1980. Mi década formativa fueron los 70, no viví la movida en Madrid, me hubiera gustado, pero igual si lo hubiera hecho no estaría ahora aquí. España es un caso especial, se dieron unas circunstancias, el paso de una dictadura a una democracia, el país se incorporó a la modernidad de golpe, y había unas ansias de juerga y de libertad… Y no había acritud. Había muchos conflictos políticos, pero había menos polarización. La movida curiosamente no fue literaria, sino cinematográfica y sobre todo musical.
Y artística también, con Pérez Villalta, Chema Cobo…
Sí, es cierto. Y con la música, una figura clave como Tino Casal, y Almodóvar… Los escritores estaban más politizados, estaban más descolgados. Leopoldo María Panero, Haro Ibars, quizá un poco más… El caso es que yo estaba en Alicante primero, luego en Inglaterra y en el 83 me fui a Asturias. Me dieron un trabajo de profesor de inglés y me fui sin haber subido nunca de Madrid. Estuve en Oviedo y luego volví a Inglaterra y luego volví a Gijón, donde hice mi obra de los 90, por la que se me conoce más.
¿Hizo usted de puente entre Inglaterra y España?
«Sartre escribía con unos colocones… La crítica de la razón dialéctica está escrita con anfetaminas a puñados»
No. Creo que en los 80 y sobre todo en los 90 la gente ya viajaba más, había más comunicación. Y en Gijón hubo toda una explosión musical, el famoso Gijón Sound, hubo muchos grupos, y estaban los Ilegales, que eran un grupo clave. Cuando llegué en el 83, al poco sacaron el famoso disco con la portada de Ouka Leele con un individuo apuntándose a la sien. Había una creatividad y una vitalidad tremendas. Mi primer libro lo publico en el 86, en Málaga, en la imprenta de Caffarena. Y a partir del 92, con Días perdidos en los transportes públicos, empieza a conocérseme más.
¿Había una voluntad de plantarse en el panorama como maldito?
No, no era algo deliberado. Aunque toda la mitología literaria estaba involucrada, tenía que ver también con la música rock, con lo que mucha gente vivía en aquel momento.
Coincidimos una vez en un congreso de poesía canaria…
¿Estabas tú allí? Joder, no me acuerdo… Era en La Laguna, ¿verdad?
Exacto. Estuvimos charlando y le dije: ‘Nos iremos por ahí a beber, ¿no?’ Y usted me dijo que ni hablar, que se iba temprano al hotel a preparar la intervención del día siguiente.
Sí, ya ahí había dejado de beber. Pero si no lo hubiera dejado, todavía estaríamos con la borrachera por La Laguna [risas]. Yo soy alcóholico rehabilitado, tuve problemas muy serios, porque si no, no estaría aquí. Llegó un momento en que no era viable. Al final se convierte en un problema existencial. Si no lo controlas, no te permite funcionar. Me metía también de todo, menos heroína…
¿Por qué no?
No me llamaba, al margen de que en los primeros 80 la gente se inyectaba, y a mí eso no me iba. Lo mío eran los excitantes, el speed, las anfetaminas, que me gustaban muchísimo. También eso tiene que ver con la literatura: Sartre escribía con unos colocones… La crítica de la razón dialéctica está escrita con anfetaminas a puñados. Y los estudiantes tomaban centraminas, sacaban los exámenes con eso.
Yo llegué a la universidad en la era del katovit…
Ah, sí, tenía mucha cafeína, el katovit. La anfetamina es una droga muy buena para escribir, la cabeza te va a cien por hora. Pero el bajón es terrible, y al final te destruye. Te crea una ansiedad que te vuelve loco. Lo que me extraña es que a los niños que tienen déficit de atención les dan ritanol o algo así, me parece una barbaridad. ¿Le dan anfetaminas para tranquilizarlos?
Cuando sale del alcohol, ¿cambió su escritura?
«Cuando uno deja de beber piensa que ya no puedes vivir, que te va a faltar apoyo»
Creo que no, porque no había malditismo premeditado. He seguido contando mi vida y cómo veo el mundo. Cuando uno deja de beber piensa que ya no puedes vivir, que te va a faltar apoyo.
Como cuando dejas el tabaco, ¿no?
También. Luego lo dejas atrás y sigues. En Pasos en el corredor siguen todos los temas, el rock… Yo soy un músico de rock frustrado.
¿Con quién le hubiera gustado tocar?
No sé, me hubiera gustado tener un grupo y ser cantante yo [risas]. He hecho mis pinitos, colaboré con un músico que no sé si conocerás, Miguel Marcos Fernández. Hicimos diez o doce canciones, alguna pequeña actuación… En realidad, hasta cierto punto, cuando doy lo que llamo hablados poéticos hago algo parecido al Spoken Word, espectáculos, me gusta actuar en teatros y que haya tensión dramática, Hasta cierto punto es interpretación.
¿Y qué música le hubiera gustado emular?
Lou Reed, La Velvet, Los Ilegales ya los he mencionado, Burning, Neil Young me gustaba mucho… Y los Kinks, la Nueva Ola…
¿Ha escrito alguna vez en inglés?
Alguna cosa, pero como he vivido en España y mi literatura está tan apegada a la realidad… Tengo un libro que se llama Enredado en el fango, título no muy afortunado en español, pero que viene de un verso de Dylan Thomas, Tangling through the slime. Son poemas que escribí originalmente en inglés y que yo mismo versioné en español y se publicó en bilingüe en una colección de Oviedo llamada Línea de Fuego. He escrito algunas cosas, a veces hay fragmentos en inglés, pero no es impostado, por supuesto. Me sale así. Y como ahora mucha gente lo entiende, pues…
Cuando desembarca en la literatura española, se vive un momento de polarización entre la experiencia y la diferencia. ¿En medio de aquella pelea, usted…?
Me mantuvo al margen siempre, quizá por eso sea menos conocido de lo que podía ser. He ido por libre, no he hecho tampoco mucha vida literaria. Tengo algunos buenos amigos, pero pocos. Uno de ellos era Félix Grande, excelente poeta y buenísima persona, también Luis Alberto de Cuenca… Pero la política literaria nunca me ha interesado, todas esas maniobras… A mí me interesa la escritura. Lo que pasa es que si no haces esas cosas, te quedas a la sombra.
¿Lo ha lamentado alguna vez?
No, no.
Y la política propiamente dicha, ¿le ha interesado?
«Lo que a veces estropea los poemas de Blas de Otero es que se siente obligado a meter una cuña política»
Siempre he sido bastante antipolítico. La literatura y el arte no son un buen producto para la política. El arte al servicio de la política suele ser malo y envejece bastante mal. El otro día leía unas declaraciones de Adam Zagajewski en las que decía que la poesía la reservaba para hacer literatura. Para él el arte es la expresión de la humanidad, va más allá de la política. Y eso que hemos hablado de Blas de Otero, con quien no comparto sus ideas políticas de madurez, pues era un comunista de carné, y sigue siendo uno de mis poetas favoritos. Pero una de las cosas que a veces estropea los poemas de Blas de Otero es que cuando los lees, piensas que el autor se siente obligado a meter una cuña política, porque si no parece que no es lo bastante comprometido. Y los estropea.
La izquierda ahora no produce muchos poetas como Blas de Otero, ni la derecha narradores como Céline, que le gusta tanto. ¿Todo se degrada?
Siempre parece que el pasado fue mejor, pero en literatura hay que dejar que pase el tiempo antes de darse cuenta de qué vale la pena. Pero si lo miras, cada época da pocos autores realmente buenos.
Cuando vivió el ambiente de la literatura asturiana, ¿se notaba allí también esa lucha de poder?
Sí, lo había, Mi primer libro, Diecisiete poemas, lo presentó García Martín en la librería Ojanguren en el 87, y yo no sabía ni quién era. Me gustó mucho como lo hizo. Me parece un hombre muy sensato y muy acertado. No sé qué te parece a ti…
Yo soy de los lectores de sus Diarios. Muchas veces tiene esa cosa de sacar el colmillito, pero lo leo con gusto.
Sí, es algo que no puede evitar [risas]. Pero tiene un criterio muy acertado, le tengo respeto.
Una línea de poesía como la de un amigo suyo, Karmelo C. Iribarren, se ha convertido en una suerte de superventas…
¿Se ha convertido en eso? No sigo las redes sociales… Sé que había tenido cierto éxito, pero no me extraña, hace una poesía que llega mucho, y es muy legible, muy próxima.
Pero no sigue nada de la poesía de Twitter, ¿no?
«Hace unos diez años estuve en Twitter, pero no me gusta. Se ha convertido en un gallinero, no estoy ahí»
No, no, las redes no las sigo. Tengo un blog, pero en Tumblr. Hace unos diez años estuve en Twitter, pero no me gusta. Se ha convertido en un gallinero, no estoy ahí. Pero imagino que estos nuevos poetas… Pueden ser plataformas buenas para la difusión de la poesía, llegas potencialmente a millones de lectores.
Ahí la duda es si los chavales que lean a estos autores acabaran leyendo a los clásicos, o se quedarán en ese código.
Bueno, eso siempre fue así, ¿quién no ha escrito con diecisiete años un poema? Es como un sarampión que luego pasa. Lo que pasa es que el arte y la escritura exigen dedicación. Yo no me opongo a ello, ni me parece mal. Pero luego los deberes hay que hacerlos. Hay que tener perseverancia, el trabajo forma parte del proceso. De hecho, no sé si has oído hablar de un chaval medio inglés, Selam Wearing, empezó en las redes sociales y sacó un libro en Aguilar. Le hice un prólogo y me interesó, aunque creo que se ha apartado un poco de las redes, pero tenía bastante éxito.
¿Y tuvo contacto con aquella generación de narradores, Mañas, Loriga…?
Mañas, aunque es más joven que yo, fue muy amigo mío. Durante una época colaboré en La Esfera, el suplemento de El Mundo, y lo defendí mucho. Hemos perdido un poco el contacto, está muy apartado.
Ahora ha escrito la segunda parte del Kronen…
¿Ah, sí? ¿Ves como estoy apartado? No lo sabía. La tengo que leer. A Mañas lo trataron muy mal, muy mal. Salí en su defensa cuando los críticos serios lo llamaban de todo, y es un tío muy culto, muy sensible y muy buen escritor. Y el Kronen es una gran novela. A mí me gusta también Ciudad Rayada, quizá la que más.
El mercado buscaba caras nuevas, y a la vez la crítica las miraba por encima del hombro, ¿no?
«Esos creadores que a la vez son iconos mediáticos, acaban atrapados en su propio personaje»
Sí, la polémica siempre vende. A mí también me han criticado bastante. A Mañas lo criticaron más porque tuvo muchísimo éxito, fue finalista del Nadal y desbancó a la ganadora, que era Rosa Regás. Y luego la película… Cuando tienes un éxito así, no sé si es bueno, te quedas para siempre como “el del Kronen”. Es muy difícil sobrevivir a eso y que le presten la atención a lo siguiente que hagas.
¿Le preocupa que las referencias pop se marchiten rápido?
Al final todo va a acabarse, hasta el sistema solar. Lo importante es que te sirva mientras estés aquí, que le de sentido a tu vida, te satisfaga, que lo hagas bien, que ayude a los demás, resulte ameno, interesante… Y luego no se sabe, porque como decía Abelardo Linares, cuando estemos muertos, no lo vamos a saber. Mira, hay un caso, Paco Umbral, ¿quién se acuerda de él?
Pues de un tiempo a esta parte, se ha vuelto a hablar de él a raíz del documental que le han dedicado.
¡No me digas! ¿Eso está en YouTube o algo? Tengo que verlo. “Mercedes, he venido a hablar de mi libro”; “La televisión es putrefacta siempre”. Fue un grandísimo trabajador, las columnas eran pequeñas obras maestras.
Pero ese periodismo no se sostiene demasiado en el tiempo, ¿no?
La actualidad envejece muy rápido. Si lees lo del “Bonsai humano” que decía de Felipe González, no te dice nada. Creo que Mortal y rosa es su gran libro, le debe muchísimo a El contenido del corazón de Luis Rosales. Era un gran escritor, un poco amanerado también, muy retórico. Y la batalla periodística te come. Era además muy sincero. Le recuerdo diciendo “He sido muy trepa”, casi decía que era un hijo de puta. Esos personajes, esos creadores que a la vez son iconos mediáticos, acaban atrapados en su propio personaje.
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