Cristianos fieles al Corán
Laura J. Varo
Llevan meses sin celebrar misa. Los cristianos de Tel Abyad, un pueblo sirio fronterizo con Turquía no tienen sacerdote. Son apenas 20 familias armenio-ortodoxas y otras cuatro pertenecientes a la Iglesia Siriaca y su templo, el único de la ciudad de 20.000 habitantes, luce un jardín cuidado con plantas y columpios. Y con maletas de refugiados.
“Los domingos, el sacerdote llegaba de Alepo, pero no viene desde la liberación”, explica Avo Kasangian, representante armenio en el Consejo Civil de la ciudad. Alepo está en guerra y los cristianos no lo tienen fácil: la mayoría son vistos como partidarios del régimen de Bashar Asad, cuyo laicismo siempre han apreciado, porque les permitía mantener su espacio propio en un país con una amplia mayoría musulmana-suní.
Las dos licorerías del pueblo echaron el cierre tras la “liberación”
La toma de Tel Abyad por parte de los rebeldes en septiembre de 2012 no ha supuesto un vuelco para los cristianos. “Llevamos una vida normal”, asegura Kasagian, “no tenemos miedo, pero la situación no es buena”. Entre las nuevas reglas a las que se enfrentan los cristianos está la limitación de la venta de alcohol. Las dos licorerías del pueblo echaron el cierre tras la “liberación”.
“Ahora solo bebemos en casa”, puntualiza Agop Kasagian, que ocupa el único sitio reservado a la minoría cristiana armenia en el Consejo Civil. “En cualquier caso, nadie está de humor más que para una copa los domingos”. Desde otro sofá observa Abu Nourjan: “Se han llevado todo el alcohol y lo revenden en secreto”, protesta, “cualquiera que quiera alcohol sabe dónde encontrarlo”.
Fuera del edificio, en la intimidad de su propia casa, Kasagian, de 57 años y mecánico de profesión, se relaja junto a su mujer, Silva, que asegura que nadie le ha llamado la atención por andar con el pelo al aire, sin cubrirse la cabeza con el hiyab. “Claro que tenemos alcohol”, dice entre carcajadas, “lo traemos de contrabando de Turquía o la zona kurda”.
Tel Abyad, aunque bajo dominio de los rebeldes, no deja de ser cierto oasis. Aquí llegan refugiados cristianos de otras zonas en guerra. Musa Hamo, un ingeniero jubilado de 61 años, que hace ahora de jardinero en el templo ortodoxo, ha huído de Raqqa, la primera capital “liberada” por los rebeldes y ahora gobernada por los islamistas de Al Nusra y Ahrar as-Sham. Desde hace tres meses vive refugiado en la iglesia de Tel Abyad, el pueblo donde creció su padre, armenio converso al islam. “No hay lugar seguro y menos en Raqqa”, apostilla.
A Tel Abyad llegan refugiados cristianos de otras zonas de Siria en guerra
El peligro se extiende a los sacerdotes, pese a que el Corán recomienda especial respeto a los religiosos cristianos. En abril pasado, dos obispos de las diócesis greco-ortodoxa y siriaca de Alepo, Boulos Yaziji y Johanna Ibrahim, desaparecieron tras ser atacado el coche en el que se dirigían a la frontera turca. El sacerdote que conducía fue asesinado a tiros.
Era el segundo incidente de este tipo que se producía desde el estallido de la guerra, tras la desaparición de dos sacerdotes en la misma Alepo. Ambos prelados se encaminaban en misión para negociar la liberación de los curas secuestrados meses antes. Apenas dos meses después se conocía la muerte, durante un ataque insurgente a un convento en Homs, del sacerdote católico François Murad, entrevistado por M’Sur el año pasado. Todos los incidentes han sido atribuidos a los radicales de Al Nusra, el frente yihadista que en abril declaró su lealtad a Al Qaeda.
“Yabhat al-Nusra no acepta más que su propia ideología”, dice Musa Hamo con cierta melancolía; “vive en la oscuridad”. Fue esa milicia islamista que, unida a la de Ahrar as-Sham, también fundamentalista, lanzó en marzo una ofensiva sobra Raqqa, una ciudad a unos centenares de kilómetro al este de Alepo, que se convirtió en la primera capital “liberada”. Lo que siguió fueron enfrentamientos internos por el reparto de la Administración que desembocaron en un gobierno islamista.
También en Alepo, los fundamentalistas se han convertido en la fuerza más poderosa. Y los cristianos han desaparecido de esta ciudad, en la que siempre formaron parte de la burguesía y el tejido económico. Ahora, muchos han huido a localidades que están bajo control del régimen de Bashar Asad. Los pocos que quedan apenas se atreven a salir de sus casas. Muchos de los dueños de las fábricas de Sheij Nayar, el cinturón industrial de Alepo, eran cristianos que se vieron obligados a cerrar sus factorías cuando grupos yihadistas como el Frente al Nusra o Ahrar Al Shams les obligaron a pagar una especie de impuesto revolucionario a cambio de protección.
“Un día llegó a nuestra fábrica un grupo rebeldes y pidió usarla para colocar baterías antiaéreas»
Ya lo denunciaron refugiados sirios en Líbano en diciembre pasado. “Un día llegó a nuestra fábrica un grupo de 15 rebeldes armados y le pidieron al capataz usar las naves para colocar baterías antiaéreas. El hombre llamó a mi padre para que viniera. Tras discutir con ellos, mi padre se negó porque el régimen terminaría bombardeándola”, cuenta Río, un cristiano de 23 años, exiliado en Beirut, que utiliza un nombre falso.
Al final, su padre tuvo que pagar al Ejército Libre de Siria (ELS) unos 50.000 dólares, aunque al principio le exigieron hasta 200.000 por proteger la fábrica. Esa no fue la única vez que los rebeldes le obligaron a desembolsar dinero: al mes siguiente le visitaron cinco hombres armados que le exigieron otros 15.000 dólares más. “Mi padre les dijo que ya había pagado la vez anterior y ellos le amenazaron”, denuncia este cristiano de Alepo. “No hay revolución, son simplemente bandas criminales”, concluye.
Hay bandas criminales, sin afiliación ideológica, que secuestran a los cristianos y piden rescates
Los cristianos somos gente de paz y no queremos tomar las armas”, puntualiza Río, aunque reconoce que si la situación continúa de esta forma “no sabemos qué va a pasar con nosotros”. En su barrio, Al Azizia, se ha creado una especie de policía vecinal que ha levantado retenes en las entradas y salidas del vecindario. La integran 40 voluntarios, a los que el régimen de Asad ha entregado armas, y se dedican a patrullar o a inspeccionar los vehículos en los puestos de control.
Río no se declara partidario de Asad, pero considera que el Ejército Libre de Siria está formado por “combatientes islamistas pagados por Arabia Saudí y Qatar”. Lamenta que la Europa cristiana no preste atención al sufrimiento de sus correligionarios. “En Alepo vivimos medio millón cristianos y nadie nos ayuda”, denuncia. “Necesitamos medicinas, necesitamos comida. Nosotros no queremos marcharnos de Alepo, no tenemos a dónde ir”. Prácticamente toda la provincia está bajo el control del ELS y los cristianos tampoco están seguros en los campamentos de refugiados del sur de Turquía, porque “están llenos de radicales salafistas”, lamenta.
El peligro no son sólo los integristas. Según Río hay bandas criminales, sin afiliación ideológica, que secuestran a los cristianos y piden rescates de entre 20.000 y 100.000 dólares. Cuenta el caso de un amigo suyo, Antoine, que desapareció al viajar en autobús de Idlib a Alepo. «Su padre recibió una llamada de unos desconocidos que le dijeron que tenían a su hijo. No hemos vuelto a saber nada de él”.
Por lo pronto, Tel Abyad parece un lugar relativamente seguro, aunque también haya islamistas en la Administración rebelde. “No permitimos que nadie moleste a los cristianos”, interviene en la sede del Consejo Civil Abu Nuryan, representante del Comité Legal, una institución regida por clérigos islámicos que hace las veces de Tribunal de Justicia aplicando la ley coránica.
“No tenemos ninguna ley escrita”, explica Abu Nuryan, “así que tenemos que utilizar el Corán”. Hasta ahora, Siria tenía un código penal inspirado en el francés, pero con la provisión de que los asuntos civiles en materia de herencia, matrimonio, divorcio y adopción se dilucidasen siempre según las normas previstas en las diferentes orientaciones religiosas. Católicos y ortodoxos se regían por sus propios tribunales civiles en estos asuntos.
Musa se declara un “hombre de ciencia” e insiste en que no es cristiano, aunque lo sean su origen y los vínculos de amistad que mantiene en la ciudad que ha acogido a su familia de nuevo: “Es la segunda vez que mi familia es expulsada, primero de Urfa (en Turquía, durante las matanzas de armenios) y ahora, de nuestro lugar en Siria”. Su historia es un relato de huídas. “Mi padre, armenio ortodoxo, huyó de Turquía con 13 años y los árabes le acogieron; estuvo viviendo en una cueva y le dieron hasta una mujer (musulmana)”, recuerda.
Solo, en el aulario que le sirve de habitación en el complejo religioso de Tel Abyad, recuerda cómo su propio hijo, herido en una vértebra durante las manifestaciones en Raqqa contra el régimen de Asad, también se ha tenido que marchar. Igual que los vecinos de Tel Abyad acogieron a su padre en su marcha contra la muerte, Avo y la comunidad cristiana le han devuelto a sus orígenes. “Qué más da ser suní, chií… somos lo mismo. Yo odio a la gente que mata”, remata mientras restriega los pies marcados al sol sobre la moqueta en casa de los Kasangian.
Mosaíco de confesiones
No hay un censo en Siria que recoja las diversas confesiones, y las cifras que dan investigadores e iglesias respecto al número de cristianos varían enormemente. En parte, porque se siguen utilizando estimaciones de la primera mitad del siglo XX, totalmente desfasadas. Pero tampoco es fácil estimar el número real añadiendo el crecimiento natural de la población, porque los cristianos, normalmente de clases mejor situadas, tienen una natalidad menor que los suníes. A esto se suma una importante emigración, que tampoco se refleja necesariamente en los documentos de las parroquias.
Con todo, se estima que de los algo más de 20 millones de sirios, aproximadamente el 10% son cristianos. Los greco-ortodoxos y los melkita-católicos son los más numerosos, seguidos por los armenios, asentados mayoritariamente en Alepo. Un 74% de la población es suní, el 12% alauí – es la confesión a la que pertenece la familia Asad – y el 3% es druso.