El retorno del régimen
Nuria Tesón
Tanques en Tahrir, tanques en el puente de Qasr el Nil y en Nasser City; vehículos militares en la embajada de Estados Unidos y junto a la Ópera de El Cairo; antidisturbios, consignas, piedras, palos, molotov, disparos; sudor, funerales, sangre, hedor de convivencia y ayuno. Madres que lloran, cifras y fotos en las portadas de los periódicos… un muerto, siete, nueve, 12, 52… y un soldado. Pro Morsi, anti Morsi, baltaguía…
Salvo por esos dos prefijos “pro” y “anti” y el nombre que les acompaña, Morsi, en Egipto todo lo citado anteriormente podría haber sido escrito en diferentes contextos y momentos durante los últimos dos años y medio. Desde que el 25 de enero de 2011 los ciudadanos del país árabe más poblado se lanzaron a las calles a pedir pan, libertad y justicia social y el fin de una dictadura militar de más de 60 años. Egipto agoniza. Y yo me siento triste por la Madre del Mundo.
Los últimos dos años y medio son un jamasín, una tormenta de arena que no deja ver ni pensar
Poco nuevo puedo contarles de lo que ha ocurrido desde el 30 de junio pasado. El creciente descontento en las calle por la precariedad de la economía, la escasez de combustible, los cortes de luz, el aumento de la inflación, la falta de políticas efectivas del Ejecutivo del (ex)presidente Mohamed Morsi para mejorar mínimamente la vida de los egipcios desembocaron en una ola de protestas contra el (ex)rais que no han cesado en el último año (tampoco el año y medio anterior, por distintas razones).
Después saltaron a la palestra los militares, dieron un ultimátum al primer presidente elegido democráticamente en unas elecciones limpias en Egipto para que lograra alcanzar un consenso que apaciguara los ánimos y 48 horas después anunciaron que Morsi era el primer expresidente de la democracia egipcia. Luego vinieron las manifestaciones a favor y en contra, las víctimas y las acusaciones.
Siempre hablo de estos dos años y medio como de un jamasín, una tormenta de arena que no nos deja ver ni pensar. Y siento que los egipcios, todos ellos, se ven a sí mismo en el ojo mismo de esa tormenta. Mientras tecleo estas líneas el 24 de julio de 2013, el ministro de Defensa y viceprimer ministro, el general Abdel Fatah Sisi acaba de pedir a los egipcios en un discurso público que salgan a manifestarse el próximo viernes para darle al Ejército su “autorización para luchar contra posibles actos de violencia y terrorismo”.
Pocos de los que se han manifestado contra Morsi reconocen que lo ocurrido sea un golpe de Estado
Pocos de los que se han manifestado contra Morsi en el último año reconocen que lo ocurrido el pasado 3 de julio sea un golpe de Estado. Lo llaman “cuarta vía”, “la política de las masas”, y cosas similar. He leído y oído críticas desaforadas contra aquellos medios o periodistas que hablaban de golpe, que trataban de cubrir con imparcialidad las protestas a favor y en contra del hermano musulmán Mohamed Morsi, e incluso se ha agredido a alguno o se le ha impedido realizar su labor. Nunca como ahora fue tan difícil y peligroso cubrir lo que acontece en el país de los faraones. Porque cuanto más se mezclan los intereses más difícil es explicar, no solo informar sobre lo que sucede.
Antes de que Morsi y con él los Hermanos Musulmanes, llegaran al poder, antes de que se dedicaran a despilfarrar las herramientas y poderes que las urnas les habían dado en construir su califato egipcio, antes de que se olvidaran de la oposición no islamista, sin la cual no habrían podido llegar (porque sí, con dos dedos tapándose la nariz y mirando para otro lado, muchos no islamistas se sintieron en la obligación de votar por alguien no afecto al régimen del depuesto Mubarak, como era el caso del candidato alternativo en la pugna por la presidencia, Ahmed Shafik)…
Antes de todo eso, las protestas, igual o más encendidas, igual o más violentas, se habían mantenido en las calles contra los militares que gobernaban con el mariscal Tantawi a la cabeza, desde la caída de Mubarak (el primer golpe).
Y lo había hecho con el mismo modus operandi de baltaguía, matones escogidos entre expolicías o exconvictos sin escrúpulos, reventando manifestaciones pacíficas y tornándolas violentas permitiendo actuar a las Fuerzas de Seguridad del Estado o a la policía militar cuando fue el caso.
Esa misma estrategia que Morsi perpetuó en su año y 3 días de mandato, haciendo uso de las sucias artimañas del intacto Ministerio del Interior que tanto y de tan variadas y creativas formas había torturado a los militantes de su hermandad.
¿Qué nos hace pensar que ahora las cosas están siendo distintas? Nada. Y el general Sisi ha terminado hoy de darme la razón.
Egipto está sembrada de armas desde la revolución. También de policías descontentos que perdieron su autoridad y el respeto de los ciudadanos. No han ayudado la guerra de Libia y la permeabilidad de las fronteras del desierto para dejarlas entrar. Tampoco la apertura de las cárceles para dejar libres a todo tipo de delincuentes durante la revolución (una estrategia común de los regímenes durante este tipo de situaciones). La consecuencia ha sido una deriva hacia la inseguridad creciente en las calles, facilitada por la abundancia de armas pero también por la búsqueda de una salida fácil a causa del empeoramiento de la vida que impele el deseo de usarlas.
No es nuevo que haya baltaguías, hombres pagados para reventar las manifestaciones. Tampoco que el régimen ( el de Mubarak o Tantawi -militares- o Morsi) los haya usado a su conveniencia. Pero también es cierto que dado el grado de polarización del país y la abundancia de armas muchos hagan uso de ellas para defender su postura. A ambos lados de la cancha.
El régimen no era Mubarak, ni Sadat, ni Nasser. El régimen siempre fue el Ejército
La cofradía, manipuladora y ladina, llama a manifestaciones pacíficas, pero le interesa desenmascarar al Ejército, con lo que las muertes entre sus filas sirven bien a ese propósito. Muchos harán de su capa un sayo. Los militares han lavado su imagen y la de la policía de un plumazo y han vuelto a erigirse salvadores de la República. Pero el régimen no era Mubarak, ni Sadat, ni Nasser. El régimen siempre fue el Ejército. Ahora las aguas vuelven a su cauce, solo que algunos egipcios, no por ignorancia sino por fe, por deseo sincero de cambio porque han visto morir a amigos y familiares y porque ven que les roban aquello que más desean, no quieren decirlo en voz alta.
Han sido inteligentes, esos estrategas de caqui. Han colado al premio nobel de la paz Mohamed ElBaradei y a otras figuras izquierdistas y liberales en el nuevo Gobierno de transición, pero Sisi se mantiene como brazo derecho del primer ministro, y como ministro de Defensa y ahora pide a los ciudadanos que se conviertan en cómplices, que legitimen la represión que está por llegar. Para que luego nadie se lleve las manos a la cabeza.
Los dos archienemigos, Ejército y Hermanos Musulmanes, seguirán sacrificando peones
No crean que los jóvenes de Tahrir se tragan el sapo. No. Ellos no confían en el Ejército y así lo ha manifestado Hossam Hamalawy, miembro del politburó de los socialistas egipcios, por ejemplo, y muchos otros en la plaza de la Liberación. Pero los generales han jugado bien sus cartas aprovechando y propiciando las protestas (la escasez de combustible, los cortes de luz… han desaparecido por arte de magia al tomar ellos el poder) y después saliendo a salvar el país.
El Ejército ha demostrado que siempre ha estado del mismo lado: del suyo. Quien diga lo contrario se engaña y nos engaña. Y también hay muchos que están felices con el cambio. Muchos fulul (simpatizantes del depuesto Mubarak) se congratulan estos días. Así que no me cabe duda que el llamamiento a respaldar la represión militar obtendrá respuesta positiva en las calles.
Pero los dos actores enfrentados, los dos archienemigos sobre el tablero desde siempre, el Ejército y los Hermanos Musulmanes, seguirán tentándose hasta alcanzar un acuerdo. Y seguirán sacrificando peones.
Sisi ha lanzado su órdago. Pronto veremos la respuesta de la hermandad. Y en las calles, los egipcios seguirán nuevamente quitándose la arena de esa tormenta sin fin de los ojos, y de los bolsillos y volverán a morir por una democracia en la que creen sinceramente.
Ayer se cumplían 61 años del golpe de Estado de 1952 que acabó con el reinado de Faruk I y dio el pistoletazo al reinado de los generales. En Egipto se celebra esa fecha como la de la revolución. Habrá que espera quizá sesenta años para saber qué celebran el 3 de julio, pero por ahora muchos recuerdan Argelia y las elecciones canceladas en diciembre de 1991 cuando parecía claro que el Frente Islámico de Salvación se haría con el poder. Ahora los militares han cesado al primer presidente elegido en las urnas en Egipto, en elecciones libres, limpias y democráticas con un 51% de los votos; un presidente que dilapidó su legitimidad con abusos de poder desde el primer momento de su mandato.
Ahora, salga lo que salga del próximo proceso de transición, muchos egipcios tendrán que asumir que el Ejército ha vuelto a colocarse donde cree que debe estar: como el que mueve los hilos de cualquiera que se siente en el palacio presidencial de Heliópolis.