La revuelta regresa a Turquía
Daniel Iriarte
De la fachada de la sede del partido AKP en el barrio de Kadiköy, en la parte asiática de Estambul, cuelga un retrato gigante del primer ministro Recep Tayyip Erdogan. Tal vez por ello, los manifestantes han tratado repetidamente de llegar hasta allí por la fuerza en los últimos días. El edificio, sin embargo, está fuertemente protegido por la policía, y a escasos metros pueden verse unos contenedores humeantes que dan testimonio de lo cerca que ha llegado la batalla.
En la avenida Bahariye, jóvenes con bufandas o máscaras antigás apilan mobiliario urbano para prenderle fuego, esperando que detenga el avance de los antidisturbios. “¡En todas partes Taksim, en todas partes resistencia!”, se grita. Cuando la policía carga, los cientos de manifestantes corren unos metros antes de reagruparse y formar una nueva barricada. En los callejones laterales, algunos vigilan para asegurarse de que la policía no los sorprenda por el flanco. La escena se repite durante varias horas, hasta que los manifestantes llegan al final de la avenida, y la protesta se diluye en la noche. Algunos, detenidos por policías secretos, dormirán en comisaría.
Desde la semana pasada, imágenes como estas pueden verse casi cada noche en este barrio, que durante la revuelta del pasado junio se mantuvo ajena a los disturbios. Las protestas violentas parecen haber regresado a media docena de ciudades de Turquía, incluyendo Ankara, Izmir, Antakya y Mersin, aunque también se han producido manifestaciones en otras catorce localidades. En Estambul, la revuelta ha cruzado el estrecho del Bósforo, y si ahora los alrededores de la plaza Taksim permanecen más bien tranquilos –tal vez debido a la imponente presencia policial-, el combate se libra en Kadiköy.
La familia del fallecido ha entregado a la fiscalía un bote de gas con sangre, que probaría que murió por la acción policial
De igual modo, se ha reproducido la dura respuesta policial que a principios de verano dejó cinco muertos en las filas de los que protestaban. El pasado 9 de septiembre, un estudiante de 22 años, Ahmet Atakan, murió en Antakya, aparentemente al caer de un edificio en mitad de una protesta. Los manifestantes aseguran que la causa de la muerte fue el impacto de un bote de gas lacrimógeno disparado por la policía, si bien las autoridades aseguran que falleció tras caer desde un edificio desde el que estaba arrojando objetos a los agentes.
¿Muerte accidental?
Al día siguiente del trágico episodio, la televisión turca difundió imágenes de lo que parece ser un cuerpo humano impactando contra el asfalto al paso de un vehículo policial. El gobernador de la región de Hatay, a la que pertenece Antakya, afirma que se trata de Atakan. Pero no todos creen en esta versión Es el caso de Selim Matkap, director de la Cámara Médica de Hatay, que estuvo presente en la autopsia preliminar, y cuyo testimonio apunta hacia el homicidio involuntario.
“Tiene una fractura por compresión por trauma directo y un impacto en el cráneo. No hemos encontrado ninguna indicación médica en la autopsia que sugiera una caída desde un sitio elevado. No hay fracturas en los huesos, brazos o piernas. Estas fracturas aparecen normalmente en caso de caída”, declaró Matkap al portal de noticias independiente Bianet. Además, este fin de semana la familia de Atakan entregó a la fiscalía un bote de gas con restos de sangre y pelo encontrado en el lugar de los hechos. Si se confirma que el ADN pertenece a Atakan, no cabría ya ninguna duda de que los agentes antidisturbios son los responsables de su muerte.
Este joven participaba en una manifestación de solidaridad con los estudiantes de la Universidad Técnica de Oriente Medio (ODTÜ, por sus siglas en turco) de Ankara, movilizados a su vez contra los planes gubernamentales de construir una nueva carretera que supondrá la tala de miles de árboles en el campus de dicha institución. Las protestas de la ODTÜ desembocaron en enfrentamientos con la policía y decenas de detenciones, tras lo que comenzaron a producirse manifestaciones de apoyo en diversas ciudades.
Pero es el fallecimiento de Atakan lo que ha inflamado esta nueva oleada de protestas, que no deja de cobrarse víctimas. En las manifestaciones del pasado viernes, dos jóvenes resultaron gravemente heridos en Ankara y Estambul tras ser alcanzados en el rostro por botes de gas, y un tercero perdió un ojo al recibir el impacto de una bala de plástico. Además, un joven de 35 años falleció en el hospital, aparentemente por inhalación de gases lacrimógenos. La víctima, identificada como Serdar Kadakal, trabajaba como técnico de sonido y sufría de una dolencia cardíaca.
La situación es tal que Amnistía Internacional ha pedido que se cancele temporalmente todo envío de material antidisturbios a Turquía. “El regreso de la policía turca al uso abusivo de la fuerza como respuesta a las manifestaciones subraya la necesidad de suspender los envíos de gas lacrimógeno y otros equipos antidisturbios y vehículos policiales blindados a Turquía, hasta que se tomen medidas para prevenir dichas muertes y heridas”, dice Andrew Gardner, investigador de la organización en este país. Amnistía Internacional cita expresamente a EE.UU., Israel, Gran Bretaña, China, Brasil, India, Bélgica y Corea del Sur como los principales proveedores de material antidisturbios a Turquía.
Nuevo modus operandi policial
La policía, de hecho, parece haber variado su forma de operar ante las protestas. En Kadiköy han dejado de disparar balas de goma, y en su lugar, tal y como ha comprobado M’Sur, las ametralladoras van cargadas con canicas de mármol, mucho más contundentes. Además, han sustituido los agentes lacrimógenos por un compuesto químico que provoca toses y ganas de vomitar, pero cuyos efectos inmediatos son menos agresivos que el gas pimienta.
Las autoridades turcas, sin embargo, defienden la actuación policial. “La policía no ha intervenido en las asambleas de los parques, por sensibilidad democrática”. Sin embargo, “no es aceptable que un grupo de mil personas invoque su derecho a la protesta a medianoche. No pueden molestar a todo Kadiköy. No pueden hacer uso de este derecho arrojando cócteles molotov”, aseguró ayer el gobernador de Estambul, Hüseyin Avni Mutlu. “¿Son los residentes de Kadiköy los que están haciendo esto? No. Son grupos marginales”, afirmó.
«No es aceptable que se invoque el derecho a la protesta a medianoche», asegura el gobernador de Estambul
Viendo la composición de los manifestantes, puede decirse que Mutlu se equivoca. No cabe duda de que los jóvenes que protestan –urbanos, con poder adquisitivo, educados- son mayoritariamente gente del barrio, uno de los más modernos y seculares de Estambul. Pero tiene razón en algo: gran parte de los vecinos comienzan a estar hartos de los disturbios. “¿Por qué hacéis esto? ¿Qué conseguís? ¡Nada!”, grita una mujer ante un contenedor en llamas, tras el que se parapeta un grupo de activistas. De repente, suenan los disparos de las escopetas de gas, y todo el mundo se aleja tosiendo.
En otros barrios, como Gazi, de población mayoritariamente kurda y aleví y territorio de varios grupos armados, las protestas son de otro cariz, mucho más violento. Y con cada muerto y herido se agrava el círculo vicioso. La muerte de Ahmet Atakan provocó las manifestaciones en las que murió Serdar Kadakal. Ahora, los activistas llaman a nuevas movilizaciones, por él y por los tres heridos graves de la noche del viernes. Las redes sociales hablan también de una joven de 16 años violada en un furgón policial en la ciudad de Adana. A estas alturas, poco importa si es cierto o no: en los próximos días, cientos de personas la tendrán en mente cuando salgan a la calle a combatir a la policía.
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