Sala de espera
Laura F. Palomo
Gaziantep / Dikili (Turquía) | Abril 2016
En el restaurante sirio Bab Amr de la ciudad turca de Gaziantep merodean pocos traficantes. Desde que entrara en vigor el acuerdo de deportación desde Europa, los ofertantes de rutas que buscaban clientes en los establecimientos creados por los refugiados en la provincia sureña de Turquía han disminuido. Khaled ya no ve tanto trasiego, pero conoce a los que se siguen arriesgando. Entre ellos, uno de sus familiares que a estas horas espera en un lugar de la costa turca una llamada del contrabandista. El trato está hecho. Serán 3.000 dólares, mil por cada miembro para cruzar el Egeo: él, su mujer y su hija de tres años.
“Estamos esperando que nos avisen si vuelve a abrirse la ruta o encuentran una alternativa”, explica Tawfiq desde un teléfono sirio. Está temeroso, mucho, por hacerlo y por contarlo. El contacto se produce a petición utilizando el móvil de su familiar. Pide ocultar su nombre y su ubicación. “Hace dos meses que decidí irme pero no me atrevía por el mal tiempo y nos ha pillado el acuerdo. Ahora tengo mucho miedo de que deporten de nuevo a Turquía, pero no me puedo quedar aquí”, afirma.
“Espero que el acuerdo fracase. No soportaría que me enviaran de vuelta”, clama un refugiado.
Hace solo cinco meses que abandonó Siria con su familia. Una primera huida de Palmira a Damasco, cuando el Estado Islámico (Dáesh) tomó la ciudad milenaria; otra desde Damasco a Líbano, cuando le llamó a filas el Ejército de Bachar Asad. La tercera de Líbano a Turquía con la idea de emprender el camino hacia Europa, pero entonces no estaba convencido. Intentó buscar trabajo y asentarse. No lo ha conseguido. Así que está decidido: “Espero que el acuerdo fracase porque no podría soportar que me enviaran de vuelta”.
Un total de 375 personas ya han sido retornadas a Turquía en tres tandas
El acuerdo, de momento, se mantiene. Un total de 375 personas, que llegaron a las islas griegas después del 20 de marzo, ya han sido retornadas a Turquía en tres tandas (4, 8 y 26 de abril). El trato contempla que los sirios sean devueltos a campos de refugiados en el país, mientras que los expulsados del resto de nacionalidades se encuentran en centros de detención pendientes de expulsión. Ankara busca ahora la firma del acuerdo de readmisión con Irán e Iraq para poder deportar a sus nacionales, después de sacar adelante un acuerdo de readmisión para los pakistaníes, la mayoría de los que han sido devueltos hasta ahora.
“Volverán a marcharse”
Los pescadores turcos tejen las redes de faena mientras los dos ferris del segundo grupo de expulsados de Europa atracan en el puerto de Dikili. Los ven regresar igual que los vieron marcharse. No hay un trabajador del mar de esta localidad turística sin una historia de refugiados. “Hemos visto botes vacíos, guardacostas griegos volcando las barcas de los que marchaban, muertos en las playas”, recuerda Dinçer. “El mes pasado, encontramos a más de 600 sirios en una cala y no en muy buenas condiciones. Les tuvimos que dar agua y comida”, relata. “Pero, ¿por qué vais? Os vais a morir en la travesía”, les advertía Dinçer. “Porque no tenemos otra opción”, contestaban.
La hospitalidad no es, sin embargo, una bienvenida. Dinçer pasa el verano en la cosecha de la vid con un jornal de 50 liras (15 euros), pero el año pasado las ofertas descendieron cuando comenzaron a contratar a inmigrantes y refugiados por 15 (6 euros). Yilmaz se siente amenazado. “Tenemos problemas para llegar a fin de mes. Europa es más rica, pero solo aceptan arquitectos y altos ejecutivos, no a la gente con dificultades”, reprocha.
Pero mientras los ferris aún venían, varios pescadores avistaron nuevos barcos de refugiados en la mar. Lo mismo que Eren el día antes y “lo que se espera para verano”, vaticina. Aunque ya no son los 15 botes como encontraban en un solo día de faena. “Esto no terminará, volverán a marcharse”, sentencia.
Son pocos los botes que hoy se lanzan al mar y suelen ser captados por los guardacostas. Están siguiendo las mismas rutas desde Dikili y Bodrum hacia las islas griegas, aunque comienzan a proliferar los anuncios en las redes sociales de los contrabandistas que tantean clientes para la ruta hacia Italia.
“La ruta es más larga y no se puede hacer en los botes de plástico que se utilizan para llegar a Grecia. Transportan a los refugiados en barcos de mercancías y antes de llegar a la costa italiana los bajan a unas barcas para llegar a tierra”, narra Mohamed sobre las travesías que emprendieron sus amigos cuando abandonaron Gaziantep hace dos años. Quienes se han quedado, han ido cambiando las dinámicas de la ciudad.
Entre Bab Amr y otro restaurante gestionado por sirios en el centro de Gaziantep, un vendedor ambulante ofrece tabaco de contrabando. También es sirio y es la manera que ha encontrado para ganarse la vida. No es difícil escuchar acento árabe ni seguir la pista de los comercios que han abierto los refugiados distinguidos con la grafía árabe. Ocurre en la capital y en toda la provincia que acoge a 320.000 sirios, según el gobernador de la ciudad, Ali Yerlikaya ; 55.000 de ellos hospedados en campos de refugiados cercanos a la frontera del país del que huyeron, a apenas 30 kilómetros.
Turquía es el país que más sirios acoge del mundo
Turquía es el país que más sirios acoge del mundo, más de dos millones, de los que no más del 13% viven en campos donde reciben toda asistencia básica. El resto se ha ido integrando en vecindarios y sobreviven de trabajos en negro con la connivencia de las autoridades pero no siempre consiguen salir adelante por lo que apuestan por la marcha. “Los que siguen en los campamentos no tienen apenas recursos. Ellos no podrían plantearse ir a Europa, pagar un billete que cuesta miles de euros”, aclara Mohamed.
Un deteriorado edificio de oficinas, hoy con ropa tendida en la fachada y hogar de 1.500 sirios, destaca en medio de un polígono industrial del barrio de Sosyal Tesis (‘Viviendas Sociales’). Una ubicación privilegiada para encontrar trabajo en toda la industria que lo rodea. Aunque trabajar sea ilegal para los refugiados en Turquía, todos los residentes lo han intentado, fábrica por fábrica.
Los menos lo han conseguido, y por sueldos desesperantes: 30 liras (9 euros) al día, una suma que no alcanza para vivir, aun no estando lejos del salario mínimo turco vigente hasta el año pasado, que no superaba los 950 liras (300 €) netos al mes. Ahora ha subido a 1.300 liras neto (400 €) pero no es raro cobrar este salario mínimo en las fábricas – en un país donde los precios de comida son similares a los de España – si bien muchas empresas lo redondean con vales de transporte y comida. Si van menores de edad, aseguran los sirios, reciben a veces sólo 15 liras (4,5 €) a la semana. Los pisos que pagan entre cinco familias les salen a 250 liras (77 €) al mes.
Los pisos que pagan entre cinco familias les salen a 250 liras (77 €) al mes
No todos gozan de salud para trabajar, como Salma, aquejada por la hipertensión: “Mi marido desapareció en Alepo hace seis meses y aquí estoy a la espera de volver a Siria”, relata mientras lava en una palangana los calabacines pasados que ha recogido de las sobras de los supermercados. Salma vive con sus hijos en la planta baja en una habitación sin puertas, como todas las viviendas de los tres pisos del edificio. Consiguen algo de intimidad con una manta.
Se accede a casa de Mahmoud Ahmadi por las escaleras, a falta de ascensor, que suben los ancianos fatigados. Las escaleras separan dos patios, donde retumban los gritos del juego de los niños, y en los pasillos hay más mantas colgadas. Una por cada habitación. Mahmoud Al Ahmadi retira la suya y muestra su “casa” que comparte con cuatro familias. Hay nueve menores entre las 21 personas con las que habita.
Para la intimidad en el habitáculo han ideado otro sistema. Hajar, la hija de Mahmoud, lo muestra y saca de la trasera de una pila de colchones una cuerda que extienden de un lado al otro de la habitación desplegando unas sábanas. “Así tenemos cinco habitaciones y ahí – señala una hamaca improvisada con una colcha y cables – duerme mi hijo pequeño”, que nació en Turquía. “Es turco”, se ríe. No lo dice en serio. Todos se sienten sirios, porque confían en que su exilio será temporal. Pero su padre ha comenzado a perder la paciencia: “Si seguimos así, o volvemos a Siria o nos vamos a Europa aunque muramos en el mar”.
Caminaba con la batería de un coche y la policía lo paró porque pensaba que era una bomba
Uno de los pequeños interrumpe y añade que, además, los consideran “terroristas”. Hace unos días caminaba con la batería de un coche entre sus escuálidos brazos y la policía lo paró porque pensaba que era una bomba. No era broma. Grabaron la secuencia en el móvil que muestran jocosos. No porque les gusta pero saben del estigma que tiene su nacionalidad, aunque coinciden en que no tienen problemas con los obreros turcos del polígono y, en general, se sienten acogidos.
Muna, la más veterana, ya no tiene edad para trabajar, dice. Aspira profundas caladas de un cigarro que ha pedido mientras señala a los miembros de su familia incapacitados. La que más le preocupa es la pequeña Sara, que tiene una malformación ósea y falta de movilidad en la pierna derecha. La tarjeta que expide a todos los refugiados sirios – sólo a los sirios – la Autoridad Gestora de Emergencias y Desastres (AFAD), les permite tener acceso a una asistencia médica, pero el día a día es mera supervivencia. Con electricidad cuando la pagan.
“Somos rechazos por todas partes”
Bachar Asad los anulaba, el Frente Nusra los secuestra y Turquía recela de sus aspiraciones de autonomía. Así, la historia de una familia de refugiados kurdosirios en Gaziantep solo puede narrarse desde el anonimato. El padre se hará llamar Bave Shergo. Solo así reconocerá que militaba en un partido político kurdo en Alepo contra la represión de esta comunidad; mencionará el día que el año pasado estuvo encarcelado por el Frente Al Nusra y las precauciones que hoy toma en el sur de Turquía para no ser identificado como kurdo.
“Intentamos no hablar kurdo y utilizar solo el árabe”, detalla su hija Sherin. Pasar desapercibidos es la consigna de la familia. No lo consiguió un pariente suyo que al escapar de Siria fue interceptado por las autoridades turcas en la frontera y enviado de vuelta a la provincia de Idlib. A una zona controlada por el Frente Nusra que lo mantiene secuestrado. No es el primero ni el último, reconoce un consultor político kurdo de la oposición siria que pide también ocultar su nombre. “Los mandan con Nusra que los utiliza, por ejemplo, para sacar dinero”, indica.
Sus parientes en Siria han iniciado una recolecta para pagar el rescate del secuestro. Pero ellos no pueden aportar nada. De clase media, Bave, arquitecto y su mujer Diya, doctora, gastaron casi todos sus ahorros cuando la guerra los dejo en el paro. Decidieron aguantar dentro porque dos de sus hijas estaban estudiando en la Universidad. Pero una bomba que cayó sobre su casa les hizo irse. “Todavía me queda una asignatura para licenciarme. Cuando todo se tranquilice, volveré para terminarla”, refiere Mirav, la mayor de las hermanas.
No quieren tener nada que ver con las alianzas de la guerra. “Hay demasiadas implicaciones políticas”, se queja Sherin. “Los kurdos tuvieron un importante liderazgo durante la revolución de 2011 en Siria”, añade su padre, “pero lo que ocurre ahora no tiene nada que ver con nosotros, los civiles. Además con la deriva radical islamista, los kurdos hemos llegado a ser objetivo”. “Somos rechazos por todas partes”, se aflige.
Cuando se fueron, Turquía ya había clausurado la frontera. Tuvieron que coger la ruta de Líbano; desde Trípoli en barco hasta Turquía y camino hacia el sur, “para estar más cerca de Siria”. “La mayoría de los kurdos se van directamente a Europa porque tienen miedo de estar aquí”, asegura Bave. Ellos no van a embarcarse. Ya han contactado con la Embajada francesa y con Naciones Unidas para solicitar asilo. Esperan.
En septiembre pasado, las autoridades turcas aseguraron haber expedido 2,2 millones de acreditaciones, aunque ahora es común hablar de 2,7 o incluso 3 millones, sin que haya habido nuevas oleadas de llegada. La cifra de refugiados acogidos en los 27 campamentos de AFAD, repartidos en 10 provincias del sureste, es precisa: 268.097, entre ellos 9.465 iraquíes, el resto sirios.
La “política de puerta abierta” se ha traducido en una atención al otro lado de la valla fronteriza
Ya no entran más. La “política de puerta abierta” del Gobierno turco, teóricamente en vigor, se ha traducido en una atención a los sirios al otro lado de la valla fronteriza, pero sin opción a pasar. Ni siquiera cuando el peligro acecha. A mediados de abril, la organización National Documentation Office, con sede en Gaziantep, recibió un aviso de su personal en Siria alertando de la entrada del Estado Islámico (Dáesh) en Ikdah, uno de los campamentos de desplazados internos que gestiona junto a la frontera turca. “Arrestaron a 100 civiles y ayer liberaron a 30”, explica Ahmed.
Los combates entre Dáesh, las fuerzas gubernamentales y los rebeldes han provocado una nueva oleada de unos 30.000 sirios que buscan refugio. “Los civiles huyen de los combatientes del Dáesh y Turquía responde con disparos, con fuego real, en vez de sentir compasión por ellos”, ha denunciado además Gerry Simpson de Human Rights Watch.
100.000 personas están esperando en la línea divisoria entre Siria y Turquía
En la provincia de Alepo llevan meses huyendo de un lado a otro. Ayman Mohamed, periodista de Baladi News Network, reconoce que la lucha por Alepo será decisiva, por lo que no espera que las batallas aminoren. El éxodo constante en esta provincia ha propiciado el levantamiento de decenas de campos a pocos kilómetros de la frontera turca, como el de Bab Salamah, que ya alberga a miles de huidos de la ofensiva de febrero. En total, 100.000 personas esperando en la línea divisoria entre los dos países.
“Están los campamentos con gente que huye pero luego regresa cuando acaban los combates y los permanentes con civiles que no pueden volver y ahora tampoco pueden ir Turquía”, resume Ayman Mohamed.
Sin noticias de los deportados
“No tenemos seguimiento de los deportados porque ACNUR (Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados) se retiró del acuerdo con la Unión Europea”, declara Selin Ünal, portavoz del organismo internacional en Turquía. Apenas puede aportar datos sobre la situación de las personas que han sido devueltas en aplicación del acuerdo entre Ankara y Bruselas. Según las autoridades turcas, estaba previsto llevarlas al centro de detención de Kirklareli, junto a la frontera con Bulgaria.
Ni ACNUR ha tenido acceso al recinto para comprobar las condiciones en la que se encuentran. Tan solo unas imágenes, publicadas por Euronews, muestran desde el exterior a los encerrados clamando libertad a través de las rejas de la ventana.
No hay sirios: éstos, según lo adelantado por el Gobierno turco, se enviarán directamente en avión desde las islas griegas al aeropuerto turco de Adana, para llevarlos a los campos de refugiados cercanos. El barco y el traslado a Kirklareli es para los expulsables. Para pakistaníes, afganos, egipcios e iraquíes a la espera de una repatriación incierta. No trasciende información relativa a los procedimientos que determinarán su futuro y que, en teoría, deberían realizar con la asistencia de abogados.
Aparte de los sirios, que conforman el 43% de los que cruzaron el Egeo en 2015, los colectivos mayores son afganos (23%) e iraquíes (14%). Son también los que más solicitudes de asilo inician desde Turquía. En enero de 2015, había 43.000 solicitantes de asilo iraquíes residentes en Turquía que, por el deterioro de la situación en el país, ascendió hasta los 67.000 a finales de año. Además, más de 42.000 afganos y 14.000 iraníes han iniciado este procedimiento.
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