Valentí Puig
«No hay líderes de peso, no hay ejemplaridad en la política»
Alejandro Luque
Dos españoles, A y B, conversan sobre lo divino y lo humano –pero sobre todo lo humano que trata de la situación actual del país– en Fatiga o descuido de España, el nuevo libro de Valentí Puig (Palma de Mallorca, 1949) que acaba de ver la luz en Galaxia Gutenberg. Periodista, escritor de amplio espectro –desde poemas a dietarios, pasando por la novela o el libro de viajes–, Puig representa de algún modo a un centro-derecha leído, ilustrado, reflexivo y dialogante, muy distinto de la derechona cerril al uso. El autor de Ratas en el jardín aborda cuestiones como la transición, el secesionismo catalán, la corrupción, la monarquía o la globalización, para llegar a la conclusión de que España se halla en un momento determinante.
Estas elecciones del 20-D se plantean como una nueva transición, se habla de nuevo rumbo, de nueva era… ¿Lo ve así?
«Estas son unas elecciones interesantes, y también inquietantes»
Evidente, hay incorporaciones de nuevas corrientes políticas al panorama, una es Podemos y otra es Ciutadans, que nunca se habían enfrentado a elecciones generales. Esto implica un cambio generacional que se suma a la crisis de los dos grandes partidos. Puede ocurrir que los grandes partidos vayan decreciendo, o que esta aparición sea circunstancial, y que –aunque parezca improbable- los partidos decidan regenerarse y acabar con ese sistema endógeno, y con su corrupción interna. En todo caso, son unas elecciones interesantes, y también inquietantes.
Sus personajes dan una visión positiva del bipartidismo. ¿No van un poco a contracorriente?
Es verdad, pero hasta ahora, en toda la tradición de la Europa de posguerra, y en España con la Transición, el sistema del bipartidismo, por imperfecto que fuera, funcionaba. Ahora han aparecido partidos a la extrema izquierda y derecha (no es el caso de Ciudadanos, que es partido bisagra) como en Alemania y Gran Bretaña… No soy fatalista, pero es evidente que no hay líderes de peso, no hay ejemplaridad en el ejercicio de la política. Eso no tiene por qué ser siempre así, pero tampoco cambiará sustituyendo unas caras por otras. Creer que el cambio que necesita la política española es que salgan a bailar en televisión, me parece considerablemente banal.
¿Ya no hay líderes como los de antes, o falta perspectiva histórica?
«Hay unos jóvenes que son pequeños monstruitos: solo saben de política, desconectados de la vida real»
Sí, el caso de Adolfo Suárez es un ejemplo, quienes contribuyeron más a destruirlo lo consideraron luego una especie de semidiós. Pero es que ahora tenemos antilíderes, Mariano Rajoy es el no-líder, todos los liderazgos se han deteriorado en el mundo. Obama es un nuevo tipo de líder, en Europa tenemos a Merkel, pero lo demás es todo política a corto plazo. Claro, tampoco podemos esperar que aparezcan un Roosevelt, un Churchill y un De Gaulle, todos juntos. También depende de la vocación de servicio público de las nuevas generaciones. Hay un tapón de los dos partidos con esa idea, que se debería prohibir por ley, de incorporar una cuota de juventudes que era bueno para incentivar su participación. Pero el resultado es el de unos jóvenes que son pequeños monstruitos que solo saben de política, y están desconectados de la vida real.
Hay una paradoja en que a la vez crezca la democracia participativa, y esos movimientos sean tan personalistas. ¿Cómo se explica?
Lo son porque no son partidos sedimentados, han nacido en torno a una figura. Y por eso son una incógnita. Hay mucha cortina de humo en este momento: todo el mundo habla de una reforma de la Constitución, intentando apaciguar el problema catalán, pero es absurdo. Cambiar la Constitución sin decir qué se quiere cambiar, y cómo, y teniendo en cuenta que en diciembre tendremos un Congreso de los Diputados patas arriba, con consensos prácticamente imposibles… Creo que muchos políticos están esgrimiendo esa idea porque saben que no llegará a nada. En cambio, la gran reforma para mí, la educativa, que también será muy difícil, debería ser una prioridad. La constitucional no la veo tan imprescindible, en todo caso se puede reformar, matizar, proponer un sistema fiscal autonómico para todos, no solo para Cataluña… En la Constitución está todo en germen, es muy sabia: incluso cuando el Senado no está definido, tampoco hay que definirlo de hoy para mañana. Es un marco, pero un marco que funciona.
Uno de sus personajes habla del fenómeno Ciudadanos como “el mayor giro desde la Transición”. ¿Es un síntoma de madurez, o una manifestación de política pop?
En primer lugar, es una reacción contra los excesos del nacionalismo, ya desde los tiempos de Pujol. Es verdad que UPyD también lo fue, pero no tuvo ese empuje. Ciutadans lo veo un poco como la idea de Adolfo Suárez del CDS: un partido que es capaz de pactar con el PP como con el PSOE, determinando algunas políticas. Pero eso también tiene un coste. Ahora tienen una etapa rutilante, pero cuando empiece a asumir responsabilidades y entienda que la política está en manos de seres humanos, a veces demasiado humanos, su virginidad se acabará.
La comparación con el CDS, ¿significa que merecen su confianza? ¿No cree que sean lobos con piel de cordero?
«Artur Mas es un político sin ninguna visión histórica, pero con un sentido del poder muy acusado»
Los años, y escribir de política y verla de cerca, me han dado cada vez más desconfianza hacia los políticos. En algunas ideas de concordia, de equilibro de estabilidad, sí… Pero ya no me fío de los políticos, la verdad. Con todo respeto por todo, pero no me veo capaz de entusiasmarme por ninguna figura, nueva o antigua. En todo caso, el fenómeno Ciutadans es muy curioso. En Madrid, Alberto Rivera es una especie de Capitán Trueno, la gente se postra a sus pies. Es difícil suponer que pueda superar a los dos grandes partidos, pero se les acercará mucho. Podemos, en cambio, ha llegado probablemente a su tope.
Me interés esa idea del libro, que señala a la crisis como el gran motor que ha impulsado el reto soberanista de Mas…
Es una constante de los nacionalismos. Irlanda aprovechaba las crisis de Reino Unido, como en la I Guerra Mundial, y lo mismo en la India, para marcar las distancias con el vecino y enemigo. Creo que Artur Mas es un político sin ninguna visión histórica, pero con un sentido del poder muy acusado. Nunca se le había sabido de ningún afán, ningún idealismo catalán. Pujol sí tenía una idea de Cataluña, pero él no. Hizo una política social de recortes muy duros, la gente se le echó a la calle, tuvo que ir a una reunión en helicóptero, de repente la gente se manifiesta por el derecho a decidir, él ve ese tigre que cabalga, y él se sube como el surfista a la ola.
¿La domina, esa ola?
«Lo menos malo que puede ocurrir es que pasemos por un periodo de inestabilidad y fragmentación»
Ha estado durante largos años, sin que en Cataluña haya administración ni gobierno, y ahora se encuentra en lo más delirante, con un partido que es antisistema, antieuro, antitodo. ¿Cómo un partido de pequeños comerciantes y empresarios como Convergencia puede acabar en manos de los okupas, como la Cup? Pues esa es la gran obra maestra de Artur Mas, en lugar de hacer lo que hicieron los grandes líderes catalanes, como Cambó o Tarradellas, que fue cooperar con una idea regeneradora de España como el mejor modo de que Cataluña saliera adelante. Ahora te puedes encontrar con una declaración unilateral de independencia, en un momento en que, tras las últimas autonómicas, más del 50 % de los votos están manifiestamente en contra de la independencia. Una sociedad que tiene un sentido casi natural de la economía, que aprecia la estabilidad, de repente está en manos de unas fuerzas que nadie controla.
¿Qué queda esperar después de las elecciones catalanas, ahora qué?
Lo menos malo que puede ocurrir es que pasemos por un periodo de inestabilidad y fragmentación, de división social, en la que muchas personas volverán a pensar en qué han votado y por qué. Lo más probable es que todo esto entre en un periodo de letargo, que según la correlación de fuerzas que salga de las urnas en diciembre se tomará por una vía u otra. De todas formas, el extremismo de la Cup supera en mucho a la extrema izquierda de toda Europa, incluso del partido griego. Y coincide con la versión de Podemos que gobierna el ayuntamiento de Cataluña.
Le pido que juegue a adivino. ¿Cómo ve Cataluña en cinco años?
Pongámonos en la hipótesis de una independencia: tendríamos a una Cataluña al margen del sistema legal español, haciendo cola para constituirse como Estado e ingresar en la ONU, entrando en la lista de espera de la Unión Europea, cuando Cataluña, con cierta presunción, siempre había dicho que era el territorio más europeísta de España. No creo que eso pueda ocurrir, pero tampoco es un escenario que pueda dejarse de lado. Lo que va a ocurrir es que, en el mejor de los casos, haya bolsas de votos frustrados, de una juventud que creyó en un ideal y creía que la independencia era algo que iban a encontrarse a la vuelta de la esquina, al salir de casa. Y creen que la independencia equivale a tener mejores becas, mejores jubilaciones, etc. Esta gente se va a llevar una profunda frustración. Y Cataluña arrastrará ese sentimiento durante mucho tiempo.
«Los argumentos a favor de la independencia parecen hegemónicos en los medios subvencionados»
¿Cómo ha sido el papel de los intelectuales en este proceso? ¿Han estado a la altura?
El entorno intelectual del nacionalismo es de una medianía notable. Así como el catalanismo clásico tuvo figuras de mucho peso, en este momento son funcionarios convertidos en escritores, intelectuales, que han ocupado posiciones en los medios por la cuota nacionalista. Es muy paradójico que cuando tienes una sociedad dividida por una cuestión de tanta profundidad, por su pertenencia a un Estado desde los Reyes Católicos, los argumentos a favor de la independencia prácticamente parezcan hegemónicos en los medios que dependen de la Generalitat o subvencionados por el contribuyente. Hace tres años leías la prensa, escuchabas la radio, veías la tele autonómica, y parecía que el cien por ciento de los catalanes querían marcharse. Y eso no era así. Aquí se ha producido un deterioro deliberado, y muy agresivo, del pluralismo. El nacionalismo se ha encaminado de forma monolítico hacia algo a lo que más de la mitad de la sociedad no se apuntaba.
¿Podían haber hecho algo más los no independentistas, se han dormido?
Pujol fue de una gran astucia, acomplejó a los socialistas, que se sintieron poco catalanes, y los obligó a entrar en un consenso que no era natural. El PP ha pasado por tantas estrategias y liderazgos y errores que a veces parece condenado a ceder. Por eso surge el fenómeno Ciutadans, que intuye que ahí hay un sector de la población que no acepta el statu quo, y empieza a sacar votos. Lo cierto es que hay más calidad jurídica e intelectual en los argumentos constitucionalistas, pero no tienen tribunas ni espacio. Por otra parte, al mundo económico le gusta que los políticos les solucionen los problemas, y con Pujol se sentían a gusto.
¿Y después de Pujol?
«La inmigración satura la capacidad de absorción y produce la aparición de partidos de extrema derecha»
Mas les prometió una situación estable, un gobierno a favor de los negocios, y no podían imaginarse que acabarían en lo de ahora. Todos tenemos seguramente nuestra parte de responsabilidad, a la hora de votar, opinar, dejarte presionar por el medio ambiente. Así crece la espiral del silencio, y si te expresas puedes ser castigado, ignorado. Pero hay gente que ha sido muy valiente, y solo así se ha ido produciendo este giro. Desde Madrid, desde el Estado, se hubiera podido generar más simpatía con estos sectores contrarios a la independencia, que a menudo se sienten abandonados. La operación de Pujol consistió precisamente en hacer desaparecer los símbolos de España, ir sustituyendo y eliminando su sistema simbólico por otro, incluyendo el educativo, la seguridad ciudadana, etc.
Habla usted de la necesidad de regular flujos migratorios, y rechaza la política de “papeles para todos”. Pero el problema, se está viendo, es de toda Europa y no se acaba de resolver. ¿Usted lo tiene claro?
Cada país tiene circunstancias geográficas muy distintas. Canadá, por ejemplo, se puede permitir un sistema muy racional, porque no tiene un país entero que quiera entrar allí, como sí le ocurre a Estados Unidos. Aquí quiere venir toda África. Pero el sistema por puntos, por el cual la inmigración sea asumida según sus capacidades y las necesidades de mercado laboral, me parece bueno. Y como Estado, salvo en materia de asilo político, tienes el derecho y la obligación de proteger tu sociedad. Para eso se inventaron las fronteras, qué más quisiera yo un mundo sin ellas. La inmigración, como se ve al llegar a un cierto umbral, satura la capacidad de absorción y produce la aparición de partidos de extrema derecha, hasta el punto de que en Francia podrían ganar las elecciones generales un partido antiinmigración.
La idea de las vallas y las concertinas, las mafias de las pateras, dan a entender que la cuestión va más allá que una simple regulación laboral, ¿no?
Por eso digo que nuestras circunstancias son especiales, no somos todos Canadá. La entrada se puede producir por cualquier parte, aquí por el Norte de África, por Grecia… Y cada país defiende sus intereses. Ahí tienes en Calais, Francia, a un montón de gente queriendo cruzar el canal de La Mancha, y los ingleses no lo quieren. ¿Cómo acabará todo esto? Se tiene que solucionar en la medida de lo posible con un sistema europeo de vigilancia de fronteras, y con ciertos acuerdos para homogeneizar la forma en que los inmigrantes acceden a Europa. Ahora se da el caso de que los sirios quieren ir a Alemania, y los políticos temen perder votos. Una cosa es el sentido humanitario, y otra el temor a que venga alguien y te quite el puesto de trabajo. Eso produce reacciones políticas y vitales que no son racistas, sino de sentido común. Los papeles para todos fueron una idea noble, que produjo un efecto llamada que encarece el Estado de bienestar, incrementa el paro y genera problemas de convivencia ciudadana.
No quiero acabar sin preguntarle por la fuerza de las redes, que fueron determinantes en las Primaveras árabes, aunque usted (o su personaje) opina que se han desinflado. ¿Qué papel cree que tendrán en la vida política y social en adelante?
«Aparece un niño sirio muerto en brazos de su padre, y todo el mundo cambia de parecer»
En EE UU hay debates de gran calidad en esa cuestión, pero en el caso de Cataluña te puedo decir que la ayuda económica procedente de algún partido político a determinados medios para que sean agresivos a favor de la independencia distorsionan el debate social. Nos desinteresamos de todo, y en el tema de la emigración por ejemplo, que estábamos comentando, nos movemos por emociones. Aparece un niño sirio muerto en brazos de su padre, y todo el mundo cambia de parecer respecto al tema. Quien ha votado a un partido antiinmigración, por emotividad se queja de que los gobiernos no acojan a más gente. Eso se traslada de una forma inmediata, fulminante, y me permito decir que con una falta de rigor informativo notable. Pero una cosa es la información digital, y otra las redes, twitter, la injuria sin sentido de responsabilidad. Gente que opina desde la barra del bar de lo que no sabe, insultando a quien opina de una forma distinta. Esas cosas serán sustituidas por otra cosa, otra tecnología. Mira a ese cantante coreano que se planta con tres millones de visitas, y a las tres semanas no te visita nadie. Con la primavera árabe, nos damos cuenta de que todo el empuje que se desprendía de las redes acabó en sistemas negativos. Quizá estemos ante un experimento, una burbuja.
¿Cree que al rey Juan Carlos le hizo más daño la foto del elefante que 30 años de reinado?
Me temo que sí, aunque recordemos que también estaba de por medio el asunto de los negocios de su yerno… Pero sí, hay cosas que parecen imparables. Por otro lado, recuerdo que cuando estaba de corresponsal en Londres un paparazzi le hizo una foto al príncipe Carlos duchándose. Esa foto, por el sistema de privacidad de la ley británica, no se publicaba. Lo publicó un medio en Australia, y saltó a todo el mundo. Es muy difícil hoy, los políticos y los personajes públicos deben hacerse a la idea de que tienen una vida pública, pero con mucha mesura. Y en momentos de crisis hay que volver a ciertos valores públicos, de ejemplaridad, de rigor, de austeridad, de ahorro…
«Sin la restauración monárquica no hubiéramos tenido la transición que hicimos»
Sus simpatías por el rey, con elefante o sin él, ¿permanecen intactas?
Sí, pero no es una cuestión de estima personal o admiración. Es que creo de verdad que sin la restauración monárquica no hubiéramos tenido la transición que hicimos. Y ahora hemos visto hace unos meses una abdicación y un proceso de proclamación de un nuevo rey que ha dado un nuevo giro a la cuestión. Tal vez resulte que la monarquía es más moderna que muchas repúblicas. La capacidad para adaptarse que ha tenido la española es asombrosa. Parecía que se hundía, y de repente vuelve a ser de las instituciones más respetadas. Tal vez la monarquía, vista fríamente, no es producto de una racionalidad, pero parece que su funcionamiento es bastante razonable, y actúa de una forma más porosa con los modos de vida actuales. Pero no podemos olvidar que el predecesor hizo una transición que se estudia más en el extranjero que aquí.
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