Entrevista

Zülfü Livaneli

«Para conocer un pueblo hay que leer novelas»

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 11 minutos
Livaneli Zulfu
Zülfü Livaneli (Estambul, Oct 2024) | © Ilya U. Topper

Estambul | Oct 2024

Abrigo negro, camisa negra, pelo blanco, una mirada calma pero directa tras las gafas. Así se presenta Zülfü Livaneli (Konya, 1946), al que habría que caracterizar como humanista turco, porque enumerar la serie de oficios en los que se ha labrado un nombre prestigioso no cabe en un subtítulo de periódico: escritor, cineasta, compositor, cantante, diputado, columnista… Desde una palma de oro en Cannes a novelas con tiradas que superan el millón o conciertos ante decenas de miles de seguidores que corean su canciones. Livaneli es un autor y músico de éxito, con un éxito que se mueve en las esferas de un superventas de romance y una estrella del rock, pese a que toda su obra tiene un innegable contenido político. Las novelas tratan tema como los derechos de las mujeres y la persecución de minorías étnicas; algunas canciones que apasionan a un inmenso público turco las canta… en griego.

En el II Encuentro de Escritores Iberoamericanos de Estambul, organizado por la Embajada española, en el que Livaneli conversa con la traductora mexicana sobre «Humanismo y sensibilidad», el escritor encuentra un rato para MSur. El tiempo apenas alcanza para unas pinceladas de su agitada vida, que incluye desde un paso por la cárcel tras el golpe de 1971, una década de exilio en Estocolmo, París, Atenas y Nueva York (1972-1984) y una legislatura en el Parlamento de Turquía (2002-2005) como diputado del partido socialdemócrata CHP, pero sobre todo innúmeros conciertos con los grandes del mundo: Joan Baez, Mikis Theodorakis, Maria Farantouri, María del Mar Bonet… Una vida reflejada en una veintena de álbumes, cuatro filmes y una docena larga de novelas de las que en España están disponibles dos, ambas en Galaxia Gutenberg: Serenata para Nadia (2023) y A lomos del tigre (2024). Quizás su arte no siempre sea político, pero una vez que lleve su firma parece convertirse en política en Turquía, quiera o no quiera el autor.

Empecemos con el libro que acabo de leer, Serenata para Nadia. Una novela de amor, pero con la intención de abrir los ojos al lector sobre aspectos incómodos de su propia historia, ¿cierto?

Me gusta mezclar a mis protagonistas con acontecimientos históricos, ponerlos en una guerra o similar

Es una historia real. El buque Struma, que se hundió, es real, pero no se sabía nada al respecto durante tiempo. Era como el secreto mejor guardado por el Gobierno británico, el turco, el rumano… y todos los demás países responsables de la tragedia. Allí se ahogaron casi 800 judíos. Y nadie sabía de eso; cuando empecé a investigar la historia y me enteré de los detalles, me puse a escribir la novela, porque quise que la gente supiera qué pasó. Pregunté al Ministerio de Exteriores sobre el incidente y me respondieron que no tenían información al respecto, nada.

Pero hoy se sabe: yo mismo he visto conmemoraciones.

Eso, después dela novela, de la que se han vendido ahora 1.200.000 ejemplares, con una enorme cobertura de prensa… Este es el efecto de la literatura: ahora, el Gobierno acepta su responsabilidad y cada año organiza una conmemoración con el rabino jefe de Estambul y otros. Todo eso ha ocurrido después de publicarse la novela. Estoy contento de haberla escrito, porque incluso en Estados Unidos y otros lugar, la gente, incluidos los propios judíos, se enteraron del incidente del Struma por este libro, no sabían nada. Se había ocultado porque todos los Gobiernos eran responsables.

Las novelas históricas ¿sirven para crear conciencia histórica?

El rol de la literatura es explicar a la gente cómo son los otros; esto solo lo puede hacer la literatura

Esto me planteo: ¿qué es el rol de la literatura? Desde luego, como arte, debe tener un valor estético. Eso por descontado, no se puede ni discutir: desde luego una novela debe tener un valor literario. En mi libro, los protagonistas son míos: el profesor Maximilian, Nadia, Maya… son personajes de novela, no existieron. Lo que me gusta es mezclar a mis protagonistas con acontecimientos históricos, ponerlos en circunstancias como una guerra o algo similar. Porque también debemos contar una historia. Ahora hay una nueva tendencia en la literatura mundial: escribir libros en los que no hay ninguna historia fuerte, simplemente una prosa que avanza… Pero yo quiero combinar las dos cosas, de manera que la gente aprenda qué pasó con los demás.

¿»Los demás» siempre son el enemigo?

Hay mucho odio en el mundo de unos contra otros: como nación, como confesión, como religión. Esto nos pasa por ciertos motivos, como usted sabe, pero creo que el rol de la literatura es explicar a la gente cómo son los otros y dar una enseñanza profunda. Esto solo lo puede hacer la literatura, nada más. El periodismo puede darte alguna información, el turismo, vale, te da una impresión, pero para ir más al fondo del alma de una nación o una sociedad, tienes que leer novelas sobre ella.

Usted también es un músico muy reconocido. La música ¿no puede también transmitir este aprendizaje?

La gente empezó a cantar juntos: mis melodías en griego y las de Mikis Theodorakis en turco

La música es desde luego importante. Yo tengo mucha experiencia con esto, hice numerosas colaboraciones con Joan Baez, que canta mis canciones, y con muchos artistas griegos; María del Mar Bonet hizo su álbum Salmaia basándose en mi música. Dimos conciertos juntos en la Plaça del Rei en Barcelona. Y hemos hecho especialmente colaboraciones entre griegos y turcos. Cuando empecé con esto en los años 70 con mi amigo Mikis Theodorakis, ahora fallecido, había mucho odio y muy poca comunicación. No había conexión. Y luego la gente empezó a cantar juntos, las mismas melodías, mis melodías en griego y las de Mikis en turco, la gente entendía que el otro bando también es humano. Este es el mensaje de toda mi obra, en la música, en la literatura, en todo: ver el ser humano.

Desde la creación de la República turca en 1923, los griegos han sido siempre el «enemigo». ¿Cree que en los últimos años, gracias a iniciativas como la suya, esto va cambiando?

Nos hemos ido acercando, eso seguro, porque nuestra colaboración con Mikis Theodorakis, que era como un dios de la música griega, y con otros, creó una atmósfera muy agradable entre turcos y griegos. Hicimos conciertos como el del antiguo teatro de Éfeso [en 1988], en el que había 30.000 personas coreando nuestras canciones. Y recientemente, en septiembre [de 2023], hice un concierto con Maria Farantouri y la Orquesta Sinfónica de Atenas en el Odeón de Herodes Atticus en Atenas. Me conocen bien allí y a mí me encanta el pueblo griego porque tenemos una historia en común.

Durante el Imperio otomano, quiere decir…

Cuando voy a Grecia, veo una versión nostálgica de mi pasado: allí mantienen las tradiciones más que aquí

Eso: vivimos 500 años juntos bajo una dinastía. No bajo «los turcos». Bajo una dinastía. Esa dinastía era cruel con todos sus súbditos, fuesen turcos o armenio os griegos o iraquíes. Una dinastía es una dinastía. Y por eso nos entendemos mutuamente, entendemos nuestras actividades políticas. En 1968, Theodorakis y yo establecimos el Comité de Amistad Turco-Griega y visitamos a todos los líderes políticos. Ahora va bien y tengo muchos, muchos amigos. Me gusta Grecia, porque cuando voy a Grecia, veo Europa, desde luego, pero también veo una… digamos una versión nostálgica de mi pasado, porque allí mantienen las tradiciones más que en Turquía.

También dentro de Turquía hay enfrentamientos históricos. ¿Qué hacer para superar la visión nacionalista de los kurdos como un enemigo interno?

No es solo un problema interno, porque los kurdos no tienen un Estado, sino que están en cuatro países; Iraq, Irán, Siria y Turquía. Y excepto en Irán, en estos países hubo una época otomana, y en esa época, diría, la conexión religiosa era más importante que la étnica. El Estado otomano se estructuraba según religiones: cristianos —católicos, ortodoxos, armenios, griegos—, musulmanes, otros… Tanto kurdos como turcos eran musulmanes y todos vivían juntos durante 500 años.

¿Y esta convivencia se convirtió en enemistad por…?

Cuando en el siglo XX empezó la época de los Estados-nación, hubo muchas crueldades, revueltas, opresiones… Hay una guerra muy sangrienta al inicio del siglo XX. Cuando se va derrumbando el Imperio otomano, todo el mundo creaba su propio Estado-nación: Serbia, Bulgaria, Montenegro, Grecia y todos los demás. Los armenios llegaron tarde y cuando empezaron a crear una especie de movimiento independentista, en Anatolia, los masacraron [en 1915]. Es algo horrible. Y los kurdos llegaron más tarde que nadie, porque siempre habían estado juntos a los turcos, con la misma religión, aunque con sus tradiciones propias. Pero entonces quisieron su propia autonomía u otro tipo de derechos.

¿Usted se involucrá en su causa?

Cuando defendíamos los derechos de los kurdos, el Gobierno siempre nos acusaba de ser terroristas

El escritor Yasar Kemal, ya fallecido, yo y algunos otros amigos estábamos siempre trabajando a favor de los derechos civiles de los kurdos, sus derechos humanos, pidiendo justicia para este pueblo, porque los humillaban mucho. Pero luego [1984] empezó la lucha armada, llegó el PKK, y eso lo cambió todo, porque hubo muchos muertos. Perdimos 50.000 vidas, 50.000. Eso creó una especie de rivalidad entre dos pueblos… y envenenó la democracia de Turquía. Cuando defendíamos los derechos de los kurdos, el Gobierno siempre nos acusaba de ser terroristas. No, no somos terroristas, defendemos derechos civiles.

Usted fue embajador de la Unesco y dejó el cargo en protesta por el conflicto kurdo, ¿cierto?

Cierto. Me nombró Federico Mayor Zaragoza en 1996 como embajador de buena voluntad y desempeñé este cargo hasta 2016. Aquel año, Naciones Unidas y Unesco decidieron celebrar una conferencia de derechos humanos en Estambul [el 24 de mayo]. Al mismo tiempo, el ejército turco estaba bombardeando algunas ciudades kurdas, el barrio de Sur en Diyarbakir. Ahí dije que no tiene sentido, hacer esa conferencia es respaldar la destrucción. No me hicieron caso y dimití. Eso es todo. Pero creo que ahora se va a alcanzar algún tipo de autonomía, creo que vamos en esa dirección.

Su última novela publicada en España, A lomos del tigre, transcurre en las décadas finales del Imperio otomano. ¿Cree que Turquía debe también reconciliarse con su pasado otomano o revisar la opinión que tiene de esta fase de su historia?

Pues sí. Yo escribí en la novela sobre el sultán Abdulhamid en sus años de exilio; estuvo en el poder durante 33 años y luego, tras una rebelión, lo enviaron a Salónica, ciudad otomana en ese momento, bajo arresto domiliciario, en aislamiento. Pero esto no solo es un hecho histórico. Hoy se ha convertido en un furibundo debate entre el Gobierno y el sector progresista, entre religiosos y laicos, porque Erdogan y los religiosos quieren convertir el nombre de Abdulhamid en el de un santo, en algo divino, mientras que los laicos recuerdan su mote de Sultan Rouge, el Sultán Rojo, el cruel, y lo acusan de haber cometido un montón de fechorías. Y cuando publiqué la novela, se convirtió en objeto de esta muy airada discusión… Cuando yo solo quería escribir sobre los últimos años de un dictador, un poco en la línea de El otoño del patriarca. Pero aquí se ha leído como novela política.

¿Todo lo que toca se convierte en político o lo es siempre ya?

Cuando usted y yo nos hemos sentado aquí, hace diez minutos, yo no he pensado que tengo delante a un extranjero, ni a un cristiano. Yo no veo banderas ni símbolos religiosos. Veo a un ser humano. Y creo que en el mundo debemos llegar a ese nivel: ver que todos somos seres humanos, y ya está. Con sus preocupaciones, amores, el miedo a la muerte y todo lo que echemos de menos. Somos ocho mil millones y segregarnos en bloques con banderas o símbolos es una estupidez.

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© Ilya U. Topper | Parcialmente publicado en EFE | 18 Oct 2024