Artes

Mimunt Hamido Yahia

No nos taparán

M'Sur
M'Sur
· 15 minutos

El grito de guerra

Mimunt Hamido (Estambul, 2016) | © Ilya U. Topper / MSur

Islam sin velo. Desvelar el islam. Mujeres bajo el velo. Hay decenas de libros en varios idiomas que contemplan la relación entre islam, patriarcado y velo. Algunas autoras describen lo difícil que es quitarse el velo para una mujer nacida en una familia musulmana. Otras lo exhiben orgullosamente en portada. Otras dicen que el velo no es problema, que no deja ser un elemento más de la tradición.

Mimunt Hamido Yahia (Melilla, 1961) rompe con esta línea. ¡No nos taparán! es un grito de guerra. Así, con signos de exclamación. Una proclama política, porque político es el velo. Hamido, oriunda de una familia magrebí rifeña (ella dice mora), apátrida hasta los 18 años, sabe bien de lo que habla: sí, hay que rebelarse contra las tradiciones patriarcales, también y especialmente contra las que se mantienen en nombre de la religión. Pero sobre todo hay que ponerle freno a la expansión de una nueva religión política, el islamismo salafista de marca saudí y qatarí que ha venido a cambiar todo lo que antes se llamaba islam.

A diferencia de casi todos los demás libros sobre la materia, Mimunt Hamido no entra en análisis sesudos del Corán. No hace teología. No escribe ni una línea sobre la leyenda, negra o dorada, de Mahoma. No comete el error de tantos orientalistas de escarbar en el pasado para explicar el presente (como nadie evoca los concilios visigóticos para explicar las protestas en la Puerta del Sol). Habla de lo que conoce, lo que ve y presencia: la expansión de una nueva religión, inaudita, desconocida hasta hace una generación, que se hace llamar islam y que está tomando al asalto las sociedades de medio mundo. Las que eran musulmanas y, sobre todo, las establecidas en Europa que solo guardan un remoto recuerdo del islam: los guetos de inmigrantes. Una religión que en realidad es una ideología política que ondea una única gran bandera: el velo impuesto a la mujer. Y Mimunt Hamido está decidida a hacerle frente: ¡No nos taparán!

[En librerías a partir del 22 de marzo en toda España. Ya disponible en la web de Akal]

[Ilya U. Topper]

 

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No nos taparán

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Cap. III

La traición

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3 – Mi velo, mi identidad

 

 

La sección femenina del salafismo

Mujeres influencers, raperas, modelos, youtubers… Todas con algo en común: su hiyab y el dominio de las redes sociales, la facilidad de moverse por internet, el nuevo marco donde ellas trabajan sin descanso, una ventana al mundo desde donde lanzar su mensaje: «Somos mujeres libres, nos vestimos como queremos y ser hiyabí es nuestra forma de vida. Y es la forma de vida que vosotras, chicas musulmanas, debéis adoptar ¡porque es lo más! Servir a tu Dios y gritarle al mundo que las mujeres musulmanas nos cubrimos porque esa es nuestra elección».

Estas mujeres son el nuevo ejército femenino, la sección femenina del salafismo en Europa. Representan fielmente lo que se espera de una mujer moderna musulmana: moda para convencernos de que las musulmanas no estamos supeditadas a ningún patriarcado. «Sé libre a través de tu hiyab, siempre a juego con tu barra de labios».

¿Hay una forma más patriarcal de dominar a la mujer que a través de esta coquetería acorde a unas normas prefijadas y de la falsa elección de una vida que para la mayoría no es más que un sueño lejano? Lejano porque es algo vedado a la mayoría. Que no se nos olvide: hasta ahora el hiyab ha significado pudor, decencia, rechazo a gustar a los hombres, y así sigue siendo en la inmensa mayoría de las familias que se lo imponen a sus hijas. Sólo en internet, cuatro influencers lo disfrazan de lo contrario… para hacer soñar.

El patriarcado siempre gana, sabe cómo utilizarnos y modelarnos a su antojo. Sabe que no se puede tirar tanto de la cuerda porque se rompe, así que nos lanza un caramelo ácido envuelto en un papel brillante y nosotras lo aceptamos como el mejor de los regalos. Lo desenvolvemos, lo probamos, se nos contrae el rostro con su acidez, pero nos lo tragamos porque es mejor esto que renunciar al papel brillante que lo envuelve. Queremos sueños y nos dan sueños.

Las mujeres hemos sido utilizadas por todas las teocracias, cristianas o islamistas, como carne de cañón de su ideología. Somos la mitad de la población, y somos las guardianas del honor, la lengua, la cultura y las buenas costumbres. ¿Cuál ha sido siempre nuestra parcela de poder y el territorio donde ejercerlo? La familia. Dominar y educar a los hijos e hijas, sobre todo a las hijas, enseñarles las normas y los deberes, hacer que cumplan las expectativas que el patriarcado espera de ellas. Creyendo tener poder (hay quien se atreve a hablar de matriarcado en sociedades religiosas), lo que hemos hecho siempre ha sido perpetuar el patriarcado: estar supeditadas al varón, cumpliendo fielmente nuestro papel de madres y esposas; entregadas a las tareas propias de nuestro sexo, y volcadas en los cuidados de la familia. Nuestra vida debe ser abnegación y sacrificio, y por supuesto jamás traicionar nuestro destino, no ambicionar jamás el papel del varón. Somos las que alimentan tanto el cuerpo como el espíritu del patriarcado, y todo esto sin ser conscientes, sin saberlo y orgullosas de nuestro cometido.

Para la implantación de cualquier régimen totalitario es crucial apoyarse en una base social. Y esta es, en todas las formas de totalitarismo, «la familia». Es la clave para establecer una jerarquía y esto requiere la elaboración de unos estándares de valores atribuidos, cómo no, a la mujer. Pasamos a ser nombradas como «madres de la patria» cuando en realidad nos están nombrando «sostén del patriarcado».

En España tuvimos la célebre «Sección Femenina» del falangismo. La mujer se convirtió en un elemento fundamental de la ideología fascista cuando la Sección Femenina se encargaba de adoctrinar a las jóvenes. Todos los logros conseguidos durante la Segunda República en materia de feminismo se vieron anulados. Con la victoria del franquismo la feminidad se reformuló y el nuevo modelo de mujer pasó a estar definido por el patriarcado nacional-católico.

En Alemania, los nazis formaron su Bund Deutscher Mädel (la Liga de las Muchachas Alemanas); el objetivo de esta liga era el mismo: preparar a las mujeres para la vida familiar y para transmitir a sus hijas e hijos el ideario nazi. La única diferencia es que, en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial, estas mujeres participaron activamente en la contienda, sobre todo como enfermeras o voluntarias en hospitales y hasta en labores de las trincheras contra las tropas aliadas en los últimos coletazos de la guerra.

También en Irán hay unidades de mujeres militares que desfilan con fusil y un uniforme que, por supuesto, incluye el hiyab. Además, forman la célebre «policía de la moral», que imponía el uso del velo a las chicas. E incluso el joven y esperemos que fallido Estado Islámico (Daesh) tiene su «matriarcado yihadista», con su policía femenina incluida. Mujeres convertidas en opresoras de otras mujeres, vigilando su virtud y buenas costumbres y denunciando a cualquiera que se atreva a infringir esas normas morales impuestas por el Estado teocrático.

En otros países oficialmente musulmanes, aunque se los puede llamar «moderados», ni siquiera ha hecho falta ninguna liga femenina. La población está tan «bien educada» que cualquiera puede denunciar a su vecino o a quien sea si cree que está contraviniendo las normas. Un claro ejemplo es Marruecos, donde es muy común que un vecino denuncie a otro si lo ha visto comer en Ramadán, algo que está prohibido por ley. Cualquier persona puede llamar al orden a una pareja que se esté haciendo arrumacos en público, o incluso amonestar a una chica por llevar un vestido inapropiado según la moral del denunciante. Y en esta carrera por imponer la moral religiosa a todos los demás, las mujeres no se quedan atrás.

Todas estas formaciones femeninas son creadas únicamente con la voluntad de que la ideología correspondiente sea visible en el espacio público. Las mujeres no pueden rivalizar con los hombres: deben complementarlos. Si se las relega al hogar, acabarán rebelándose, pero si se les da una pequeña parcela de poder, si se les da un mínimo de autonomía para que crean que son indispensables para el aparato ideológico, serán las mejores garantes de esa ideología, la defenderán con uñas y dientes de todo, pese a todo y contra ellas mismas. Cuando desde que naces te enseñan que sólo eres algo que complementa al varón, el que ese mismo varón te dé esa parcela de poder se vive como un triunfo. Perteneces a algo y a alguien, no estás sola, perteneces a un grupo, luchas por «el bien común», por la familia, que es el pilar en el que se sostiene cualquier ideología patriarcal.

 

El burkini chic

Estamos en el siglo XXI. Quién nos iba a decir, quién iba a creerse, que en este siglo las mujeres aún siguieran pensando que tienen que proteger el patriarcado para subsistir. Pero trabajar con el patriarcado te hace la vida más llevadera, más fácil, menos complicada, y si además crees firmemente que estás haciendo lo contrario, la felicidad es doble.

Eso lo saben muy bien las miles de chicas hiyabíes que posan sonrientes y divinas desde sus plataformas en internet. Instagram es un gran ejemplo. Dedicadas en cuerpo y alma a hacer apología del hiyab, nos muestran lo bonito que se ve el mundo cuando acatas las normas. Mujeres que viajan por el mundo, visitan lugares exóticos o monumentales, cenan en románticos y carísimos restaurantes, usan modelos de ropa, zapatos y complementos exclusivos… y sobre todo nos muestran lo maravillosa que puede ser nuestra vida si nos sometemos. Claro que ellas no utilizan esta palabra, todo lo contrario. Ellas nos hablan de su «libre elección», de su libertad, de la felicidad inmensa que sienten al pertenecer a una comunidad religiosa, tan abierta que a ellas les permite llevar burkini en la playa o ir tapadas de la cabeza a los pies, al tiempo que les permite el acceso a estudios superiores o a viajar por el mundo.

Especialmente apto para este mensaje es el burkini: permite rodearlo de una imagen de playa paradisíaca. Su creadora, la australiana Aheda Zanetti, dice literalmente: «El burkini es libertad, felicidad y cambios en el estilo de vida, no pueden arrebatarle eso a una musulmana, ni a ninguna mujer que elija usarlo».

Esta es una de las frases más hipócritas que se pueden oír al respecto. Traducida quiere decir: como las mujeres musulmanas no tienen libertad para bañarse igual que lo hacen los hombres musulmanes, es decir, con un bañador, he creado una prenda que sigue abanderando una ideología político-religiosa que no moleste al patriarcado y que a ellas les dé la sensación de que han ganado alguna batalla.

Es otro nuevo regalo envenenado del patriarcado que, cómo no, se sigue sirviendo de las propias mujeres, en este caso de esta diseñadora australiana, para lograr sus fines: ocultar a miradas extrañas el cuerpo de sus mujeres. Afirmar con el burkini que seguimos perteneciéndoles aún en un marco de libertad como puede ser el mar. No, no dejan nada al azar, está todo atado y bien atado. Tanto, que en Europa se han montado manifestaciones encabezadas por grupos feministas exigiendo el derecho a ir tapadas de pies a cabeza también para bañarnos en piscinas y playas. Y el patriarcado volvió a ganar la batalla, eso sí, con todos los daños colaterales posibles, que en este caso son esas niñas que jamás van a poder sentir el roce del agua en su piel ni aprender a nadar.

Claro, esa playa paradisíaca o este restaurante carísimo pero halal en el que posan las publicistas del hiyab no están al alcance de cualquiera, eso lo saben ellas y lo saben sus seguidoras, pero ¿qué más da? Lo importante es tener seguidoras que las imiten; no podrán imitarlas en los carísimos complementos ni en los vestidos especiales para hiyabíes comprados en Estambul, pero las imitarán en lo más importante: lucirán con orgullo el hiyab que las caracteriza, correrán en verano a comprarse el último modelo de burkini y se partirán la cara en redes sociales con cualquiera que se atreva a cuestionar su «libertad de elección» o sus normas. Para eso también tienen ayuda; les basta una sola palabra: «islamofobia».

Ahora todas tienen un teléfono móvil o un ordenador desde el cual poder soñar con una vida ideal sin infringir las normas, una vida donde son respetadas por su familia, por su comunidad, y donde ellas tienen una función importante: mostrarle al mundo que una mujer musulmana puede posar de una forma sexy sin mostrar más que su rostro. A veces ni siquiera hace falta mostrar la cara. Una mano con uñas pintadas sosteniendo una taza de té puede ser elegante y sexy, aunque el resto del cuerpo permanezca velado. La foto de unos zapatos de tacón alto subiendo una escalera de mármol puede trasladar a estas chicas a un palacio en Bagdad, donde su príncipe las espera anhelante. Unos ojos hiperdelineados en negro, con unas largas pestañas postizas, pueden hacerlas soñar con una belleza perfecta y misteriosa, algo que los hombres siempre aprecian.

Y por supuesto, la belleza luce mejor acompañada de inteligencia. Así que nos hacen saber cuántas carreras han estudiado, cuántos másteres figuran en sus currículums, dando a entender que las «otras» creemos que por llevar hiyab su inteligencia se ve mermada y son incapaces de estudiar. Aseguran «romper moldes» al llevar hiyab, dando por hecho un estereotipo que ellas mismas están creando en este momento. Eso es explotar muy bien el victimismo.

No se escatima en medios. Estas hiyabíes, a las que podríamos denominar «sección femenina del islamismo en Occidente», trabajan sin descanso. Lo tienen todo a su favor. Cuando te educas en el seno de una familia conservadora, llevar hiyab puede ser liberador: tus padres te tendrán confianza, te dejarán asistir a eventos, estudiar… pueden fiarse de ti porque eres una buena chica. Y si además eres una influencer y tu trabajo en las redes es llevar a las chicas por el buen camino, tendrás todo el respeto de toda tu comunidad. Incluso se te perdonarán pequeños deslices, como por ejemplo el haberte casado y divorciado un par de veces (algo muy en boga hoy en el mundo hiyabí europeo).

Lo que no se te puede perdonar nunca es que te salgas de ese mundo. Que Dios ayude a aquella hiyabí que, después de haberse dejado la piel en YouTube explicando y mostrando las bondades del hiyab, decide un día, y esta vez sí por libre elección, quitarse el hiyab. El mundo se le hará muy pequeño y no habrá rincón donde pueda esconderse sin percibir las voces airadas que se levantarán contra ella en las redes sociales.

En el mundo hiyabí no existen los hombres. Es curioso, porque el hiyab es precisamente cosa de hombres: se impone para proteger a las chicas de las miradas de ellos. Una hiyabí influencer sólo hablará de su marido para decirnos lo maravilloso y dulce que es, para presentárnoslo –eso si el chaval cumple los cánones de belleza y juventud que cualquier seguidora espera de su ídolo– o para contarnos el último regalo que él, embriagado de amor, le ha hecho. Si acaso, se hará un selfie con su hermano pequeño con la leyenda «Muero de amor». Todo está medido y calculado; de forma tal que parece que todas hayan cursado un máster en redes sociales. Saben perfectamente qué contestar y con el punto justo de dulzura y soberbia. Saben convencer y convencen.

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© Mimunt Hamido (2021) | Cedido a MSur por  Editorial Akal · Prepublicación – En librerías a partir del 22 de marzo en toda España; ya disponible en la web de la editorial. También distribución en México.