Crítica

El drama dramatizado

Ilya U. Topper
Ilya U. Topper
· 9 minutos

María Iglesias
El granado de Lesbos

Género: Ensayo
Editorial: Galaxia Gutenberg
Páginas: 310
ISBN:  978-84-1774-765-7
Precio: 19,90 €
Año: 2018
Idioma original: español

Dramatizar, en lenguaje literario, es tomar una materia prima y estructurarla de forma que sea atractiva: se perfilan personajes, se dotan de un carácter específico, se inventan diálogos, se va desarrollando una acción.

Es lo que ha hecho la periodista sevillana María Iglesias en El granado de Lesbos: Partiendo de un hecho real –una reportera (accidentalmente ella misma) va a dicha isla del Egeo para documentar la llegada de los refugiados y migrantes e involucrarse en ayudarles– crea un texto que se lee como una novela. Con sus personajes, sus momentos de tensión y de expectativas, sus nudos y pequeños desenlaces. Con un lenguaje sencillo pero hermoso, que llega al lector y emociona. Lo que en periodismo llamamos escribir con garra.

Decían los cánones del periodismo que el reportero nunca debe ocupar el centro del escenario. Eso era antes. Hoy, gran parte de la prensa –creo que empezó en la anglosajona– no cesa de exigir a los y sobre todo a las periodistas que conviertan un reportaje informativo en un relato de aventuras personal. En un primer momento podría parecer que María Iglesias se haya afiliado a esta corriente. Pero esta lectura del libro no le haría justicia. El granado de Lesbos no es un reportaje sobre la inmigración aventuralizado. Es una novela. O así es como hay que leerlo.

Una novela del género de autoficción, que es otra de las tendencias modernas; si hasta hace poco, yo pensaba que era cosa de escritores viejos demasiado vagos como para seguir inventando algo, hoy día se da sobre todo entre escritoras jóvenes y talentosas (se ha puesto con ello Aixa de la Cruz y hasta Rosario Villajos). Debe de ser que al público hoy le gusta la sensación de que todo es real. Y realidad no falta aquí: Si somos andaluces y del ámbito de la prensa, nos cruzaremos con conocidos en cada página. Decenas son amigos míos.

Si somos andaluces y del ámbito de la prensa, nos cruzaremos con conocidos en cada página

Nos embarcamos, pues. Presentación: María Iglesias, periodista sevillana en paro, con sus tres hijos, su novio, sus pequeñas preocupaciones laborales y sus grandes ideales, sus sensibilidades y sus dudas. Nudo: El viaje a Lesbos, el encuentro con los refugiados, la acción, la emoción de poder ayudar. De hacer algo, en lugar de solo observar, informar. De ser activista, en resumen. El desenlace:…

El desenlace es lo opuesto a un final feliz clásico. Es la decisión de continuar, seguir luchando, contra viento y marea, aunque todos los demás abandonen. Este “todos los demás” lo encarnan Shirin y Ferhad, una joven pareja recién casada que busca llegar a Alemania para escapar del horror de la guerra en Siria pero que al final desiste, derrotada. En el epílogo, la autora aclara que los nombres, esta vez sí, son inventados: ha construido una pareja de coprotagonistas a partir de retazos de conversaciones, datos sueltos, conjeturas. “Considero auténtica la recreación”, concluye. Sí. Sin duda. Irreprochable.

Podríamos terminar la lectura aquí, si no fuera porque la materia prima elegida por la autora, la llegada de refugiados y migrantes a través del Egeo, es un asunto de enorme trascendencia, un drama en sí mismo, al margen de la road movie personal de la reportera. Y debemos preguntarnos cómo lo refleja.

Lo refleja tal y como estamos habituados a verlo: como un drama humano que arranca al abordar una lancha en las costas egeas turcas y se prolonga a través de campos de refugiados en Lesbos, Grecia y los Balcanes hacia un objetivo lejano llamado Alemania, dibujado como la meta de llegada. Así lo ha contado la prensa durante años al unísono y así lo ha resumido también Hernán Zin en su documental Nacido en Siria: enfocando el drama, evitando hacer preguntas.

Porque para que esta narrativa funcione, para que embarcar en una lancha neumática hacia Lesbos sea la continuación directa de una huida de las bombas, los morteros y las ametralladoras de Damasco, Alepo e Idlib, es necesario saltarse Turquía entera, es necesario dejar caer frases como “el infierno sirio y el infierno turco”, tal y como hace María Iglesias. Equiparando más o menos dos opciones del destino: ser despedazado por una bomba o detenido, torturado y asesinado por esbirros del régimen sirio… o trabajar por un sueldo de miseria en una fábrica textil en Estambul o en una granja en Gaziantep, viviendo en un piso muy modesto, ganándose honradamente la vida. Como hacen millones de sirios refugiados en Turquía. 3,6 millones, para ser exactos.

Hay que fingir que embarcarse hacia Lesbos es la única opción para sobrevivir

Hay que pasar por alto este dato, llamar “infierno” a esta vida honrada, para fingir que embarcarse hacia Lesbos es la única opción para sobrevivir. Hay que dejar al lector en la creencia de que morir lentamente en un campamento en la isla griega, sin atención médica digna de este nombre –lo cuenta con doloroso detalle Iglesias en el caso de un refugiado afgano– es aún mejor que vivir en Turquía con derecho a atención sanitaria gratuita en cualquier hospital público. Matizo: este derecho lo tienen los sirios. Los afganos, que yo sepa, no.

Sirios sí, afganos no: ¿podríamos escribir una novela si tuviéramos que atender a estos matices? Muy en la tradición de la izquierda española, Iglesias se adhiere también a quienes rechazan diferenciar entre refugiados e inmigrantes económicos: para ella, refugiados son todos. También los pakistaníes: algunos vienen de Baluchistán, donde hay una terrible represión de movimientos separatistas. Y además, de todas formas no hay quien viva en Pakistán: cada pocos años hay un atentado yihadista con muchas decenas de muertos. Motivo suficiente para huir a Europa, a París, Berlín o Barcelona, donde cada pocos años hay un atentado yihadista con muchas decenas de muertos.

La mafia provoca de forma consciente el ahogamiento de las personas que envía a las islas

No, los matices no funcionan para una novela que necesita un hilo argumental liso. Porque el argumento es que hay que seguir, cueste lo que cueste. Es lo que dice la activista María a los refugiados a los que se encuentra en Lesbos. Y por eso, mismo, el triste desenlace es la notica de que Ferhad y Shirin han abandonado. Que tras meses de malvivir, de casi morirse, en un campamento en los montes griegos, han regresado. No se nos dice –la autora dice no saberlo– adónde: si a la guerra de Siria o a una vida en seguridad en Turquía ¿Qué más da, si el argumento era llegar a la meta, que es Alemania, y ningún otro lugar puede considerarse final feliz?

Quién ha dibujado esta meta, por qué todos dan por hecho que es mejor trabajar nueve horas diarias fregando escaleras en Burbach, Renania, con una orden de expulsión en el bolsillo –es otro caso que cuenta Iglesias con un admirable trabajo de investigación y documentación– que trabajar nueve horas fregando escaleras en Estambul, con derecho a sanidad y hasta ayuda familiar del Estado, eso es un misterio que es mejor no desentrañar. No vaya a ser que tenga algo que ver con las mafias que se embolsan ingentes cantidades de dinero, en Turquía y en otros muchos países, para empaquetar a los migrantes en ataúdes rodantes o flotantes.

Porque eso es lo que hace la mafia: provocar de forma consciente el ahogamiento de las personas que envía a las islas griegas. Cualquiera que haya visto el Egeo sabe que nadie se ahogaría en los diez kilómetros de travesía a Lesbos si las lanchas transportaran el número de personas para el que están diseñadas. No vuelcan porque la mar esté embravecida. Vuelcan porque las mafias obligan a llenarlas al triple o cuadruple de su capacidad, de manera que todo movimiento desequilibra la embarcación. Esto es un homicidio premeditado.

La palabra mafia aparece varias veces en la novela, pero nunca se hace acreedora de la profunda rabia que la autora dirige contra Bruselas como responsable subsidiario de todo lo que le pueda ocurrir a un refugiado en el mundo. Por supuesto, los Estados europeos vulneran la ley al no abrir sus fronteras a los refugiados: estos tienen derecho al asilo, y este derecho internacional se les niega. Esto es un crimen. Eso sí, los propios activistas piden que no se aplique la ley, al insistir que no debe distinguirse entre refugiados y migrantes. Se pide caridad, no ley. Ni se abre tampoco el granado del debate sobre la inmigración que Europa necesita desesperadamente. ¿Para qué tener razones si se puede tener bondad? ¿Para qué apelar a que Europa actúe en su propio beneficio, acogiendo a todos los migrantes que puede, si se puede apelar a que lo haga por compasión con los desgraciados?

Así, los bombardeos de un régimen criminal y asesino en Siria, la represión estatal en Pakistán, la cruel guerra civil en Afganistán, los desalmados ataques, asesinatos y secuestros en Iraq, financiadas a partes iguales por Arabia Saudí e Irán, cada uno en su bando, y la criminal avaricia de las mafias que se hacen millonarias gracias a la falsa ilusión y la muerte de los migrantes, todo esto se resume, en un momento de desahogo de los voluntarios activistas, narradora incluida, en una única frase: “Mierda de Europa, vergüenza y asco”.

En la novela, la decisión de Ferhad y Shirin de abandonar la larga marcha mortífera y regresar a Turquía es el el final triste que encarna el fracaso de la voluntad. En la realidad, es lo mejor que Ferhan y Shirin pudieron hacer. Es el triunfo de la sensatez.

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