Crítica

La otra pasión turca

Alejandro Luque
Alejandro Luque
· 4 minutos
Mery Cuesta, Cem Dinlenmis, Ceren Oykut, Göksu Gül, Emir Yardimci, Tan Cemal Genç
Istanbul Zombi 2066Zombi

Mientras leía Istambul Zombi no podía evitar acordarme del filme de animación Vampiros en La Habana (1985), del dibujante cubano Juan Padrón. Aunque se trata de dos artefactos muy diferentes, los hermana el hecho de jugar con tópicos del género de terror que, trasladados a escenarios geográficos insólitos, profundizan en realidades artísticas y sociales con grandes dosis de acidez.

Lo primero que cabría destacar de este proyecto es la colaboración entre una guionista española, Mery Cuesta (Bilbao, 1975), y cinco dibujantes turcos, cuyas ilustraciones van barajándose a lo largo del relato. Este sistema de creación colectiva provoca un sugestivo ritmo en la lectura, al hilvanar escuelas muy diferentes –del naïf o la viñeta clásica al collage– sobre un guión más o menos homogéneo. Los textos se presentan, además, en versión bilingüe, turco-español, un detalle que puede chocar al principio pero que termina transmitiendo la misma cortés autenticidad de los subtítulos en el cine.

Hechas estas apreciaciones, toca zambullirse en el argumento. Istambul Zombi se desarrolla en un futuro no demasiado remoto, el año 2066, después de que George W. Bush ha recibido el Nobel de la Paz, Bin Laden fallecido de muerte natural, Obama ha sido clonado y Turquía integrada en una UE… que se disuelve al año siguiente. Todos los ciudadanos poseen alojado en la rabadilla el Easymate, un chip que les hace estar localizados en todo momento, les permite recibir información permanentemente y comunicarse, pues está integrado a las conexiones neuronales de su portador. Un invento milagroso, si no fuera por un pequeño detalle: no llevarlo es ilegal.

Con motivo de la capitalidad cultural mundial de Estambul en el año en cuestión, llega a la ciudad Mary Sweetheart —alter ego de la propia Cuesta— una lectora fascinada con La pasión turca de Antonio Gala, que entra en contacto con dibujantes locales. Este encuentro permite introducir una historia abreviada del cómic turco que justifica por sí sola todo el álbum.

En apenas seis páginas se propone un recorrido apasionante desde mediados del siglo XIX hasta la actualidad, poniendo de relieve tanto la lucha por la libertad de sus artífices como las muchas represiones de que han sido objeto, con especial recuerdo para publicaciones legendarias como Akbaba, Girgir, Limon o Penguen, por las que desfiló la flor y la nata de la creación gráfica del país.

La curiosidad por conocer mejor ese legado prohibido llevará a Sweetheart a descubrir un submundo oculto, clandestino, y con él comienza la parte más delirante y divertida de Istambul Zombi, aquella en la que Zeki Müren, un cantante turco célebre por su look transformista y fallecido en 1996, regresa 70 años después de su tumba para librar la batalla definitiva con los enemigos de la libertad. Müren cumple así el doble papel de simbolizar a ese pueblo turco proteico y plural, como a un patrimonio íntimo, enterrado por las banalidades del mundo globalizado, que exige ser exhumado y revitalizado.

Sólo cabe acusar a Mery Cuesta del muy perdonable pecado de ambición, pues son muchos los objetivos que pone en su punto de mira. En todo caso, vale la pena llegar a ese desenlace —que bien podría llevar como banda sonora el viejo y posmoderno Mi novio es un zombi de Alaska— a modo de respuesta al tópico, a saber: si en la mencionada novela de Gala una turista española se deja arrastrar por la calentura irrefrenable hacia un muslim lover para ser después víctima del machismo más abominable, aquí la atracción fatal viene sustituida por un flechazo de índole intelectiva. Y su resultado en la vida real es de una gozosa promiscuidad, una orgía hispano-turca a seis bandas de jóvenes talentos.