El infierno no son los otros
Ilya U. Topper
Before the rain
Dirección: Milcho Manchevski
Género: Largometraje
Produccción: 100% Synthetic Films / Wrong Men.
Guión: Milcho Manchevski
Intérpretes: Katrin Cartlidge, Rade Serbedzija, Grégoire Colin, Labina Mitevska.
Duración: 113 minutos
Estreno: 1994
País: Macedonia
Idiomas: macedonio, inglés
Balcanización. La palabra pasó a los diccionarios a primeros de los años noventa, cuando Yugoslavia se fue astillando en seis, siete, ocho entidades, cada vez más pequeñas, más fracturadas. Marcó tendencia, para decirlo así: en la década anterior, Líbano aún había remontado tras deslizarse por la misma senda y había recuperado su condición de Estado. En Siria e Iraq, hoy, parece ya imparable el proceso. Donde antes había ciudadanos, ahora hay bandos: musulmanes y cristianos. Suníes y chiíes, o alauíes. Yezidíes. Drusos. Judíos. Kakai. O todos a la vez. Lo que sea, siempre que alguien tenga un kalashnikov en bandolera.
Ese kalashnikov acaba tomando el poder, en manos de tipos que con una ráfaga barren generaciones de buena vecindad y conjuran de repente enemistades de siglos atrás, vivos en la mente de algún político sin escrúpulos. Ahora manda el gatillo.
Dicen que hay un hombre muerto en alguno de los primeros planos de Words (Palabras), la primera de las tres historias que componen Before the rain. No me pregunten por qué la pongo en inglés: siempre se cita así esa rotunda película del macedonio Milcho Manchevski, un cineasta que aparentemente ni antes ni después hizo nada digno de mención (no es cierto: rodó tres largometrajes más entre 2001 y 2010, Dust, Shadows y Mothers), pero cuyo tormentoso filme de 1994 es sin duda uno de los mejores de la década. No lo digo yo: un león de oro y otros treinta premios lo avalan, así como la lista del New York Times de los mejores mil filmes jamás rodados. Yo lo metería en el top 100. Como mínimo. Top 20 si me apremian.
La chiquilla es albanesa. Es decir musulmana. Y los kalashnikov no tardarán en aparecer
En el hombre muerto no me he fijado, porque los negros nubarrones del primer fotograma te estrangulan la mirada: sabes que va a pasar algo pronto, y sabes que va a ser algo malo. Y con esa aprensión ves aparecer a ese chiquillo, ah no, es una chiquilla, en el monasterio ortodoxo, donde el padre Kiril —le dicen padre, pero es apenas un chaval él mismo— ha hecho voto de silencio. Por no hablar de castidad.
La chiquilla es albanesa. Es decir musulmana. Y los kalashnikov no tardarán en aparecer. Autodefensas cristianas. Pero podrían ser suníes o chiíes o lo que tú quieras. Un cañón de arma no tiene religión.
Y de repente estamos en Londres y una periodista en una redacción acristalada examina las fotos que alguien hizo de aquella tragedia. Quedará bien en portada. Luego se reunirá con el fotógrafo, Aleksander, cámara y barba y lo que mis colegas del frontline, de esa línea de ruinas donde se captan los tiroteos en Siria, llaman estrés postraumático. Enamorarse no es difícil, pero ¿retenerlo a tu lado?
Aleksander cogerá su cámara y volverá al pueblo. Ese pueblo macedonio desde donde salió hace ¿cuánto? ¿quince años? Donde hay algún antiguo amor suyo, no en el mismo pueblo sino en el de al lado, el de los albaneses. Quizás haya quedado viuda. Quizás valga la pena ir a visitarla. Aunque en el camino haya que apartar alguna metralleta con un manotazo. Poco importa si quien la empuña es de tu bando o del contrario: Aleksander no forma parte de este juego. O eso cree él.
No quedan cigarrillos. La casa se va desmoronando tras décadas de abandono. Aún hay quien hace la vida de toda la vida, ayuda a traer al mundo ovejas o recoge tomates. Pero los nubarrones son cada vez más negros, allí arriba, negros como el chal que a modo de velo lleva ahora Hana, la albanesa.
La primera víctima en una guerra de bandos es siempre el hermano, la hermana
Arrecia la desconfianza, no son buenos tiempos dicen los viejos, nostálgicos de cuando aún todos eran vecinos, mudos ante sus nietos armados de plomo y de deseos de venganza. Ahora, quedarse entre los frentes te convierte en blanco para el primer tiroteo.
Pero a los muertos de esta película, a los principales, a los que nos helarán la mirada en la pantalla cuando caen a tierra, no los dispara el otro bando. Los dispara el propio. Porque han transgredido las normas, porque estaban en el lugar equivocado, con los otros. Porque la primera víctima en una guerra de bandos es siempre el hermano. La hermana.
La película termina donde arrancó: con los nubarrones sobre un campo donde el padre Kiril recoge tomates. Con la chiquilla Zamira, la albanesa, corriendo por su vida. Poco antes del drama. ¿Una narración circular? “El círculo no es redondo” pone un graffiti sobre una pared. Y las fotos en la redacción de Londres se tomaron antes de que sucediera lo que atestiguan. Esta es la guerra: gira y gira.
Milcho Manchevski supo trazar ya en 1994 el drama que en las siguientes dos décadas iría marcando la mitad oriental del Mediterráneo, aún antes de la lluvia que ahora anega en sangre el Levante: la opresión asesina que con pretexto de protegernos contra el enemigo, contra el Otro, ejercen los de nuestro bando. Y si eres chiquilla, y no te mete en cintura que te rapen al cero, llevas doble ración de balas del arma de los tuyos. El infierno no son los otros: somos nosotros.
© Ilya U. Topper · Especial para M’Sur
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