Este Pérez es un peligro
Alejandro Luque
Javier Pérez Andújar
Diccionario enciclopédico de la vieja escuela
Género: Ensayo
Editorial: Tusquets
Páginas: 480
ISBN: 978-84-9066-299-1
Precio: 21 €
Año: 2016
Idioma original: castellano
Ustedes se lo cruzan por la calle, y no dan tres duros por él. Eso, si reparan en su presencia. Bajito, con muy malos pelos, los ojos azules como un practicante, ese uniforme de chico de la calle, que a veces, para trabajar, disimula bajo una chaquetilla de paño. Y esa forma de hablar que tiene, como si se encogiera de hombros todo el rato, aunque esté quieto. Ése es el sujeto. Pero no se fíen de él, compatriotas, no se dejen camelar por su aire pacífico. Porque es un verdadero peligro.
Si no lo creen, abran por cualquier página al azar su último libro y díganme, ¿tengo, o no tengo razón? Imposible bajar dos líneas sin que le salten a uno las alarmas. Y si no saltan, no es porque falten los motivos para ponerse en guardia, sino porque el tipo, además de peligroso, es un maestro del disimulo. Un Juan Tamariz del despiste. Un experto en retorcer el lenguaje, en decir lo que quiere decir sin que parezca que lo dice, no sé si me explico.
El asunto diccionarial no es sino un subterfugio para colarnos un montón de nostálgicas viñetas
Observen con atención este Diccionario enciclopédico de la vieja escuela. Título engañoso, de entrada, porque agavillar por orden supuestamente alfabético un montón de material disperso en revistas y publicaciones varias no basta para alcanzar categoría de diccionario. Ni que se creyera Ambrose Bierce, Alberto Savinio o Tip y Coll. Y lo de enciclopédico habría que verlo, porque un porcentaje muy elevado de “entradas” hablan de tebeos. De tebeo español, para ser más precisos. Y sobre todo de tebeo español de la vieja editorial Bruguera, cosa que Tusquets, la que saca el libro, astutamente difumina en el texto de contraportada, sabedora de que no hay cristo que se lea hoy dos párrafos seguidos sobre ese tema. De modo que el asunto diccionarial no es, a priori, sino un subterfugio para colarnos un buen montón de nostálgicas viñetas.
Claro que, ya lo he dicho, ésa es la tapadera. Con este hombre siempre hay tapadera: destapas una y te encuentras otra, y otra, es el Escher de las tapaderas, hasta llegar al meollo de la cuestión. No niego que el tipo tiene su gracia escribiendo, dentro de ese peculiar estilo divagatorio que le caracteriza: yo mismo reconozco que me he reído con ocurrencias como aquel Gutenberg “que nos dejó tan buena impresión”, o que el zapateado “es la forma que tienen los flamencos de correr la maratón”. O decir carpe diem es una recomendación para comer pescado, “una carpa al día”. O eso de que “el magnetismo animal no es poner imanes de gatos en la nevera”. Tiene su age, el tipo, no se puede negar. Pero esas gracias son, insisto, la vaselina con la que te cuela sus cargas de profundidad.
Incluso ahora que ya no existen, este sujeto se empeña en hablar de obreros
Porque lo de los tebeos, hora es de denunciarlo, no es sino el modo en que el autor exalta figuras cuyo denominador común primero es que nadie se acuerda ya de ellas, para acto seguido extraer de ellas una doctrina que puede ser de todo menos inocente. Donde diga Carpanta o Tintín o Sir Tim O’Theo, tate, calen sus bayonetas, que algo más pretende colarnos. El lector distraído se amuerma en las semblanzas de aquellos dibujantes mal pagados, como de aquellos escritores de bolsilibros –novelas del Oeste, policiacas, etc.– que también salen homenajeados, y cuando quiere darse cuenta le han metido por los ojos, quién sabe si hasta el cerebelo, un manifiesto de cultura popular de tomo y lomo. Y de ahí a cuestionarlo todo, desde la ley de la gravedad hasta la blancura de lo que es blanco y que la tierra es plana, no hay más que un paso.
Porque lo que para cualquiera no sería más que una pandilla de perdedores, fantasmas incapaces de sobrevivir a sus infantiles creaciones, a todos los que nunca tuvieron méritos para entrar en el canon (definido aquí como “la versión académica de la cartilla de racionamiento”), Pérez los llama familia. Una familia numerosa que, en su afán proselitista, abarcaría a toda la clase obrera que consumía estas creaciones en los 60, en los 70, en los 80. Y bueno, ya dije la palabrita. Obrera. Incluso ahora que ya no existen, este sujeto se empeña en hablar de obreros, como se empeña en hablar de la calle cuando ya todo el mundo va en coche de su casa al centro comercial y vuelta, y de periferias cuando ya no hay dios que sepa dónde está el centro.
No desvarío, voy al grano: el centro es lo que parece obsesionar a este buen hombre, como sucede con todos los extremistas. Y aunque sabe que sus dudosos referentes son pura marginalidad, encuentra como solución arrastrar al centro hasta sus posiciones, como quien lleva la montaña a Mahoma. Se rodea de sus libros, de sus discos, de sus películas, clava su banderín y proclama el kilómetro 0 de la cultura española. ¿Se ríen ustedes? Yo también lo haría, si no viera las púas y los dientes de sierra por todos lados.
Su querencia por los tebeos le lleva a simpatizar con la gente de Charlie Hebdo, blasfemos conocidos
Porque ya que hablamos de Mahoma, para este Pérez no hay nada sagrado. Su querencia por los tebeos le lleva a simpatizar con la gente de Charlie Hebdo, blasfemos conocidos, y antes de que uno parpadee dos veces ya está saliendo la palabra “libertad”. Y de ahí a esta perla, solo hay un suspiro: “Resulta aún más churretoso matar por las creencias que matar por las ideas, pues si bien (o mal) en ambos casos se mata, en el segundo por lo menos se piensa. Para creer no hay que estrujarse el cerebro, sin embargo para no creer es necesario pensar. Por supuesto se puede creer después de haber pensado, pero en realidad quien dice eso hace trampa. En realidad, primero se cree y luego se piensa para justificarlo. Pero esto ya es escolástica”.
Y si quedaran dudas sobre sus intenciones, unas pocas de páginas antes lanza esta provocación: “La ley del silencio consiste en sustituir el pensamiento por los sentimientos, siempre en plural (así no hay que pensar a cuál de ellos nos referimos). Está muy mal herir los sentimientos de la gente, pero nada se dice de herir el pensamiento”.
“La mayoría es la conspiración de los muchos contra los pocos»
Así se las gasta este payo. Ya me gustaría verlo tan locuaz en Teherán, o La Meca, rodeado de mogarbis con las barbas hasta aquí. Pero es que lo que le gusta al tal Pérez es estar fuera del tiesto. Observen si no esta definición sin desperdicio: “La mayoría es la conspiración de los muchos contra los pocos. Una persona decente cuando ve que pertenece a una mayoría tiene que salirse corriendo. Lo mucho vuelve tonto al particular”. ¿No se lo advertí? Pura contradicción: el hombre del pueblo rehúye las mayorías, todo con tal de volvernos locos, como hace también con esos pases de página que no llevan a ninguna parte, o mejor dicho, llevan a la ninguna parte a la que exactamente nos quiere llevar…
En fin, no creo que sea necesario abundar mucho más para llegar a una conclusión: este Pérez es un peligro público porque le mueve la sed vengadora. Vengativa y vengadora. Ha leído tanto Superlópez y tanto Corsario de Hierro que se siente con ánimos de vengar la suerte de los que considera los oprimidos, los derrotados, los marginados, los ninguneados, los aplastados por el poder. Pero no crean que piensa hacerlo a mamporros, no, ¡si se ve que no tiene dos hostias! Lo hace a carcajadas, el muy canalla. La risa, la venganza del pobre la llamó algún facineroso. Lo único que todavía no se ha podido privatizar, aunque se está trabajando en ello.
Vemos el afán vengador en su trasnochada defensa de los quioscos y del cine de serie B
Vemos el afán vengador en su trasnochada defensa de los quioscos y del cine de serie B. En su aversión hacia la burguesía y el público en general. En su indignación militante de pancarta invisible, pero cierta. En su sospechosa equidistancia de las banderas. En su simpatía por los ambulatorios públicos abiertos. En su apología del cante gitano y el rock de vaqueros rotos y jeringuilla. Pero sobre todo lo vemos en frases como esta, que rezuma odio y revanchismo: “Vivo acaparando todos los libros que mi madre no tuvo”.
Con eso está todo dicho. Si luego viene Paco con las rebajas, no digan que no lo advertí. Solo me queda sugerirles que sigan muy de cerca sus pasos, que lean con lupa todo lo que ese hombre escriba. Háganme caso y tengan cuidado con él. No le pierdan de vista, compatriotas.
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