Trapos sucios
Alejandro Luque
Hay quien piensa que la falta de buenos thrillers en el cine español se debe a nuestra palmaria incapacidad para filmar acción, como si solo pudiéramos hacer bien la comedia o el drama más o menos introspectivo. Después de ver El Niño, la última y muy taquillera película de Daniel Monzón, se me ocurre que más bien ha pesado en nuestro celuloide un cierto pudor a la hora de hablar (de hablar mal, se entiende: mafias, crímenes, corrupciones) de la propia tierra. No se explica de otro modo el poco partido que le hemos sacado hasta ahora al Campo de Gibraltar.
La película de Monzón habla de esta comarca bañada por el Estrecho, y también de su orilla vecina. Y sí, no oculta su lado siniestro de tráficos ilícitos y demás lacras, porque han existido, porque existen. No es un publirreportaje turístico, aunque hay que reconocer en sus responsables un buen gusto notable a la hora de plasmar, por ejemplo, la Roca y sus alrededores. Es un retrato con vocación de realismo, y a la vez lleno de espectacularidad, sin dejar apenas un respiro al espectador.
Un retrato con vocación de realismo, y a la vez lleno de espectacularidad, sin dejar un respiro al espectador
La historia, sí, la hemos visto muchas veces: el chico de la calle que logra hacer méritos en el mundo del hampa y se convierte en referente, logrando escapar una y otra vez del acoso de la policía. Cuando se dio a conocer el argumento del filme, se dio por hecho que el protagonista estaba inspirado en el ceutí Mohamed Taieb Ahmed, El Nene, por su conocida habilidad para manejar planeadoras, aunque el resultado final nada se asemeja a este modelo.
El joven actor Jesús Castro encarna a El Niño, con un atractivo físico de galán clásico empañado a ratos por su hieratismo. Y sin embargo, aunque nunca llegue a hacer el Rey Lear, resulta convincente porque los atributos de su personaje participan de esa frialdad de nervios y de esa parquedad en palabras. Como contrapunto tiene a un fantástico Jesús Carroza, El Compi, dicharachero y de una naturalidad asombrosa, cosa que no podemos decir de Saed Chatiby, el más acartonado del reparto.
En el lado de los policías, el trío de ases de Luis Tosar (que repite con Monzón tras arrasar con Celda 211), Sergi López y Eduard Fernández se completa a la perfección con una gran Bárbara Lennie. Pero ninguno de ellos brillaría sin ese guión inteligente y equilibrado, marcado por un excelente ritmo y salpicado de escenas de tensión espléndidamente rodadas. Ni siquiera la cesión al melodrama –la historia de amor entre el narco español y la morita guapa– interfiere negativamente en la historia, y en cambio complacerá a un sector del público ávido de emociones menos trepidantes.
Lanchas en el Estrecho, tiros, alijos ocultos, polis comprados. Así fueron los años 80
El resultado final es, sí, bastante blanco, y la sordidez que podría reflejarse en una película de esta temática queda al final muy atenuada. Ni siquiera hay demasiados muertos (¿atención, spoiler?), y sí en cambio un empate a heridos, el piloto de helicóptero por el lado de los buenos y El Compi torturado por otro. Sea como fuere, se trata de una historia bien contada –como lo fue La caja 507 de Enrique Urbizu, aunque no se citaba expresamente el escenario– sobre un rincón de nuestra geografía que podría dar muchas más buenas tramas.
De acuerdo, el Campo de Gibraltar es mucho más. El cine debería contar (es más, y lo ha hecho ya) la infancia de Paco de Lucía, o como algunas familias vivieron el cierre de la verja. Pero también esto. Lanchas en el Estrecho, tiros, alijos ocultos, polis comprados. Así fueron los años 80, quién sabe cuánto queda de eso. ¿Por qué no lavar los trapos sucios en la pantalla grande?
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