Moharram
por Manolo EspaliúSangre por Husein
El Moharram conmueve hasta al ateo. Sus cantos rituales, de tono lacónico, el ritmo fatigoso pero constante de los puñetazos en el pecho de los fieles y las miradas angustiadas de los congregados en las Husseinía cargan el escenario de una enigmática e inevitable emotividad. El espectador español descubre en los actos del Moharram algo familiar: autotorturarse en grupo, en nombre de la fe…espera, ¿eso no lo he visto en la Semana Santa de mi pueblo?
Los nazarenos de Sevilla caminan con los pies encadenados, transportando compungidos pasos enormes, entre cúmulos de transeúntes que lloran desconsoladamente. Un observador chií podría ver fácilmente allí a los penitentes flagelándose, o a los transportadores de los enormes nakhl en Yazd. Cada viernes santo, los más sentidos no faltan, en las iglesias españolas, a la representación de la Pasión. Para un chií devoto, eso puede ser su Tazi’yeh.
Manolo Espaliú, que es sevillano, sabe todo esto, y por eso se ha abalanzado con ganas sobre el Moharram. Sus fotografías manifiestan no sólo un interés propio, sino un deseo didáctico. Al revés que esas fotos de los catálogos de viajes, que pretenden mostrar un mundo exótico al que sólo se puede llegar previo pago del paquete turístico, las imágenes de Espaliú tratan de convertir lo ajeno en familiar. Nos quieren recordar que entre ‘ellos’ y ‘nosotros’ las diferencias son nimias.
El líder supremo iraní Jameneí prohibió la automutilación en 1994. Por eso en Irán, a diferencia de Pakistán o Iraq, las procesiones no se riegan con sangre. En Turquía, el gobierno dio con una forma original de dar rienda suelta a la pasión sanguínea de sus minorías de raíz chií. El día del Ashura, una enfermería de campaña se instala a la salida del espacio donde se concentran los fieles para ofrecerles donar sangre: la devoción por la muerte siempre puede servir para dar vida.
[Lluís Miquel Hurtado]
Moharram
Son ya 4 años que vengo a Irán a fotografiar los rituales del mes de Moharram en los que los musulmanes chiíes recuerdan el martirio del Imam Hussein en Kerbala, y aunque en principio el interés principal es como casi siempre en mi caso, tratar de comprender y acercarme a algo que desconozco y no entiendo (en general todo lo que rodea a las religiones), después de estas experiencias algo voy conociendo. No solo son estas ceremonias las que me interesan, sino que en general todo lo que roce, aún tangencialmente, al mundo chií; por el desconocimiento general, incluido el mío, cuando no por deformaciones interesadas. De ahí que lea todo lo que caiga en mis manos e incluso haya tenido la oportunidad de profundizar en el tema acompañando el verano pasado a una comunidad chií duodecimana a un curso de Islam chií en una de las ciudades sagradas en Irán, Qom, donde estudian decenas de miles de estudiantes de todo el mundo para convertirse en clérigos. Una experiencia sumamente interesante y enriquecedora.
Después de estas experiencias, pero sobre todo después de los cambios a nivel de relaciones políticas internacionales con Irán (véanse la cantidad de delegaciones extranjeras que visitan Teherán con interés en hacerse con parte del pastel de un mercado prácticamente virgen de ochenta millones de consumidores) y de las ansias de una gran parte de la población (y del gobierno) de normalizar las relaciones con el resto del mundo, incluidos los EE.UU*, uno ya va notando ciertos cambios. Y respecto a estas celebraciones, no podría ser de otro modo.
La primera vez que vine fotografiar Moharram, en 2011, era realmente complicado ver algún occidental en los husseiniyé (algo parecido a nuestras hermandades en la semana santa), ni siquiera haciendo fotos. Es muy evidente que a los medios de comunicación les atrae más fotografiar el Ashurá en Pakistán o Líbano donde la sangre corre a raudales (basta hacer una sencilla búsqueda de imágenes en Google), pero aquí en Irán está estrictamente prohibido cualquier ritual que incluyan cortes (tatbir), de ahí que los pocos fotógrafos que se veían eran locales. Desde el 2014, pero especialmente desde este año, no solo he observado que hay turistas atraídos por estas ceremonias, sino que hay grupos organizados y que desde los organismos oficiales y desde los clérigos se fomenta este turismo, coordinando guiadas gratuitas a estos actos con enormes grupos de turistas como he podido comprobar en Yazd. Incluso he podido observar grandes pancartas de un curioso “Hussein Fans Club” invitando a todos los turistas interesados a participar como espectadores desde un lugar privilegiado, ya sea en pueblos como Taft (junto a Yazd, famoso por su ceremonia de Nakhl Gardaní en el que algo parecido a un paso de nuestra semana santa es izado por un centenar de “costaleros” dando vueltas a un ta’kiyeh) o desde lugares significativos como Shahzadeh Fahel en Yazd.
Y es que como diría Bob Dylan, los tiempos están cambiando. No solo para los turistas occidentales que ya no ven a Irán como el centro del Eje del mal, sino también para el gobierno y los religiosos iraníes promocionando el turismo en general, pero también abriéndose al turismo religioso. Incluso permitiendo que fotógrafos, como el que les escribe, interpreten Moharram desde su particular punto de vista en una exposición que se inaugurará el próximo sábado en Howze Honari, el centro cultural ligado al Líder Supremo Jamenei.
* No creo equivocarme mucho si dijera que a nivel población, Irán es el país de mayoría islámica menos antiamericano a pesar de películas que todos conocemos, como “No sin mi hija” o “Argo” en la que se argumenta todo lo contrario.
[Manolo Espaliú]