Fenicios
por Gonzalo HöhrNavegar es necesario
No sé quién fue el genio al que se le ocurrió llamar al Mediterráneo “la bañera de Ulises” pero lo admiro. Aunque los de Cádiz siempre nos hemos preguntado cómo de mal navegante debió de ser el griego si casi se ahoga en su bañera. Quizás, en lugar de dar vueltas diez años vapuleado por ese mar tendría que haber hecho barcostop: no le faltaría oportunidad en plena autovía marítima de los fenicios.
Porque eso era el mare nostrum antes de que lo colonizaran, isla por isla, los griegos y lo fortificasen, castro a castro, los romanos: una ruta comercial para hacer el negocio y no la guerra. Aceite de oliva, vidrio, madera de cedro y juguetes (como dice Homero) y por supuesto la púrpura iban de un extremo del Mediterráneo al otro. De Sidón y Tiro a Rodas, Cartago y Cádiz.
No es de extrañar que unos pocos milenios más tarde, uno de Cádiz, armado con un artilugio llamado cámara y que se compone de lentes de ese vidrio que popularizaron los fenicios, se fuera a hacer el camino inverso, hasta la costa del Levante. La pena es que allí ya prácticamente no quedan cedros salvo en la bandera. Pero por lo demás, dice Gonzalo Höhr, heredero de navegantes, “en ocasiones la sensación es que nada ha cambiado”. Siguen construyendo barcas en Tiro, siguen dedicados al comercio y a las redes de pesca. Lo mismo que en Túnez, Grecia o Andalucía. Porque la huella dejada por los fenicios es indeleble, empezando por la escritura que inventaron: sin ella, no tendríamos noticia ni de Ulises. Ni existiría la palabra lector, estimado lector, ni esta página web: ¿por qué cree que tiene una cañaílla como logotipo?
Porque eso hicieron los fenicios, recuerda el fotógrafo, y no se puede resumir mejor: “En una mano el dominio del mar y en la otra el alfabeto, convirtieron el mar Mediterráneo en una civilización con un carácter común”.
[Ilya U. Topper]