Las garras de la violencia
Mansoura Ezeldin
Si pensáramos que se trata de una novela, seguro que, aun siendo un drama o quizá por este motivo, no llegaría al nivel literario exigido: poca imaginación, voluntad de querer excluir a millones de opositores y estar muy por encima de ellos, alianza con grupos extremistas islamistas utilizados como espantapájaros para ahuyentar al pueblo…
Y todo porque éste -el pueblo- piense, simplemente, en protestar o en la revolución. Es esto lo que ha pasado a ser, durante el año de gobierno de los Hermanos Musulmanes, un simple relato con una moraleja peculiar sobre las consecuencias de la codicia y la vanidad.
No obstante, los relatos, ya sean buenos o malos, al final son palabras. El episodio del que hablamos, que a día de hoy sigue desarrollándose, se ha pagado a un precio muy caro y sus consecuencias pueden ser alarmantes. Así terminan los relatos reales: hay desgraciadamente, víctimas, sangre e inocentes que pagan el precio de unos políticos aferrados a sus asientos que se pelean por el mando.
Los inocentes pagan el precio de unos políticos aferrados a sus asientos
En enero de 2011 los egipcios hicieron una revolución por una futura vida mejor para ellos y las generaciones venideras. Soñaron con un Estado libre y democrático. Triunfaron en su esfuerzo después de manifestaciones multitudinarias en calles y plazas. Forzaron al ejército a responder a sus demandas y obligaron a Mubarak a dimitir para así salvar al país del peligro de sectarismo en que estaba.
El Consejo Militar tomó el mando del periodo de transición y los egipcios, soñadores con la libertad, siguieron protestando para lograr su sueño. Estuvieron pagándolo muy caro con la sangre de jóvenes pacíficos hasta que se celebraron las elecciones presidenciales cuya segunda vuelta electoral les pilló por sorpresa.
Ante el votante, dos únicas opciones, ambas amargas: elegir entre Ahmed Shafik, perteneciente al régimen de Mubarak, y Mohamed Morsi, de los Hermanos Musulmanes, partido que ya se había desvinculado de la lucha de los jóvenes revolucionarios tras la caída de Mubarak.
La Hermandad se unió al Consejo Militar y de esa manera ocuparon toda la escena política. Algunos revolucionarios boicotearon esta vuelta, otros votaron en blanco, pero un sector influyente de las fuerzas de la revolución apoyó al candidato de los Hermanos no porque les convenciera (tampoco era el candidato original de la hermandad) sino para evitar la vuelta al régimen de Mubarak representado por Ahmed Shafik.
Morsi se comportó como si las elecciones hubieran sido una pura muestra de “lealtad”
Morsi se comprometió, si ganaba, a no expulsar a las fuerzas revolucionarias no islamistas, a formar un gobierno de coalición y a que los islamistas y aquellos cercanos a su ideología no fueran los únicos en redactar la Constitución.
Y ganó, con un 51% de los votos pero no cumplió ninguna de sus promesas. Morsi se comportó como si las elecciones hubieran sido una pura muestra de “lealtad”, concepto islámico de obediencia ciega y custodia eterna que condena a quienes no se someten, convirtiéndose, así, en “forasteros”. Durante un año continuaron las torturas y las muertes de revolucionarios, como la de Gika, Mohamed Kristy, Mohamed Al Gendy y el periodista Al Hosseiny Abu Deif.
El presidente de la Hermandad rehuyó la promesa de reestructurar el aparato policial. Con su partido, diseñó cómo convertir cualquier disputa política en una batalla aniquiladora y en un conflicto donde todo opositor fuera acusado de baltagui (matón), fulul (“resto” del antiguo régimen) e infiel.
Por poner un ejemplo, Morsi concluyó su penúltimo discurso a la manera coránica: invocando a Dios para que le ayudara a vencer a los infieles, el pueblo revolucionario en su contra; amenazando, además, con someter a juicio militar a los opositores.
Dos puntos de inflexión
A pesar de la decepción de las fuerzas revolucionarias por la actuación de Morsi y el deseo ardiente de éste por implantar un sistema dictatorial antidemocrático que considera que la democracia se limita a las urnas, se pueden señalar dos puntos básicos de inflexión que llevaron a un descontento generalizado entre la mayoría de la gente:
El primero, la declaración constitucional emitida a finales de febrero de 2011 con el posterior subida de tensión contra el poder judicial y la imposición de una Constitución no consensuada.
El segundo punto de inflexión se dio en el Congreso de Ayuda a Siria que se celebró el pasado mes de junio. El acto contó con la presencia de Morsi y la participación de extremistas islámicos que a través de discursos sectarios antichiíes hicieron un llamamiento a aniquilar a esta rama del islam.
Por un lado, declararon las puertas abiertas a la Yihad Islámica en Siria, lo que, según los expertos, ha perjudicado a la propia revolución siria pues en el congreso predominaba el sentimiento de deseo de sectarismo. Por otro lado, a los egipcios les vinieron los malos recuerdos de cuando se “quemaron” con el fuego de los combatientes que regresaron de Afganistán. La imagen de Morsi decayó mucho debido a este acercamiento a los grupos islámicos extremistas del régimen.
Cada vez que los egipcios han estado en desacuerdo con las directrices de Morsi, viéndolo rodeado del apoyo de Essam Abdel Majid, Mohamed Zawahiri (hermano de Ayman Zawahiri) y Tarek Zomor, han ido perdiendo la confianza en su mesura y han dudado de su compromiso en salvaguardar el país. Sobre todo cuando sus aliados militantes comenzaron a amenazar con la muerte, en nombre de la defensa del islam, a millones que se manifesaron contra ellos. Afirmaron entonces que el conflicto no es político sino religioso, entre creyentes e infieles.
El error fatal de Morsi y su partido fue insistir en aliarse con las corrientes más extremistas
Con estas palabras no quiero que se entienda que trato de demonizar a Morsi o a la Hermandad. Sé que él heredó un legado pesado y que los desafíos eran enormes. Pero el error fatal que cometieron tanto él como su partido fue insistir en excluir a todos desde el principio y aliarse con las corrientes más extremistas, probablemente pensando que ello atemorizaría al pueblo y lo obligaría a ser sumiso. Los errores de Morsi también están en su apego total a la teoría de la conspiración. Siempre ha considerado que cualquier crítica hacia él es una conspiración para derrocarlo, que es solo él quien representa la revolución y que los enemigos son todos fulul corruptos.
Egipto ha sufrido durante un año una enorme parálisis: subida de precios, larguísimas colas de coches parados junto a gasolineras sin combustible, cortes de luz durante horas incluso en las ciudades… Y cuando los egipcios han protestado, el régimen y su maquinaria informativa han salido para desmentir las quejas asegurando que hay gasolina suficiente y que la economía iba a mejor. Si hablaba un economista sobre los temores a una posible quiebra del país, Morsi solo daba respuestas tales como “los que hablan de la quiebra son los que la provocan”.
El presidente no accedió a las mínimas concesiones requeridas para una reconciliación nacional
Un día tras otro el número de manifestantes ha ido en aumento hasta el punto que el movimiento juvenil Tamarrod (Rebelión) reunió en mes y medio más de 22 millones de firmas en la calle pidiendo la salida de Morsi del poder. Hasta el punto de que millones de manifestantes contra Morsi salieron en todas las ciudades y provincias egipcias el día 30 de junio.
A pesar de todo, el presidente de la Hermandad insistió en no acceder a las mínimas concesiones requeridas para llevar a cabo una reconciliación nacional que conservara la seguridad y la estabilidad del país. Eso después de que constara, para todo observador, que no gozaba de la confianza de la mayoría del pueblo y que era un presidente divisionista que podía llevar al país a una guerra civil.
Quedó claro con las crecientes amenazas sectarias y destructivas contra el Ejército por parte de Issam Aryan y otros dirigentes de la hermandad. Se trata de un punto muy sensible que el pueblo egipcio no puede tolerar.
Todos pierden
Escribí al principio que el resumen de un año de gobierno de la Hermandad es un relato con una moraleja peculiar. Añado que todas las partes pierden con el aumento continuado de la violencia: Los Hermanos Musulmanes han fracasado mucho más en un solo año que lo que fracasaran en ochenta debido a la intransigencia de sus dirigentes y a su fundamentalismo.
Por desgracia, las bases del partido y sus juventudes son los que pagan un mayor precio pues hay quienes se han lanzado a las calles armados para atacar a los vecinos de zonas como el Minyal o Faysal. Otros son víctimas de la creciente ira popular en su contra.
Con cada arma que se dispara y con cada ataque de un grupo islámico en el Sinaí, los Hermanos se muestran a si mismos como el enemigo del pueblo preparado para quemar Egipto con tal de conseguir la autoridad. Por ello, la imagen del ejército se implanta en las mentes de millones de egipcios al considerarlo el único salvador. Y es esto que, a continuación, puede crear un serio problema en el camino revolucionario.
Se ha abierto más la brecha que separa a los salafistas de los Hermanos Musulmanes
Por otro lado, los que han tomado la antorcha de la revolución ven su sueño amenazado, a punto de convertirse en una horrible pesadilla. Estaban trabajando por un sistema democrático moderno y se encuentran frente a quienes han intentado convertirlo, en el mejor de los casos, en una mera democracia procedimental, o en el peor, en una democracia totalitaria.
Gran parte ha apoyado al ejército y no ha considerado la cuestión como un golpe de estado militar sino como un compromiso con el deseo de millones de egipcios. Son conscientes de las confrontaciones que este compromiso puede acarrear a posteriori. Sin embargo, ven que la prioridad ahora es prevenir que se colapse el país. Y si alguien pone el grito en el cielo, temiendo que se repitan los errores del primer periodo de transición a la sombra del Consejo Superior de las Fuerzas Armadas (SCAF), los demás lo miran con sospechas y acusaciones.
Egipto pasa por uno de los periodos más peligrosos de su historia moderna
En cuanto a los islamistas fuera del círculo de la Hermandad (un sector fuerte son los salafistas), algunos se sienten frustrados tras perder la confianza en la democracia. Se ha abierto más la brecha que los separa de otras corrientes islamistas y de los Hermanos Musulmanes al mismo tiempo. Su frustración encuentra de qué alimentarse. Les vienen los recuerdos de la persecución por motivos de seguridad sufrida en época de Mubarak y tienen miedo a que vuelva.
Con los enfrentamientos violentos en las calles y las noticias de los muertos y heridos se puede decir que Egipto pasa por uno de los periodos más peligrosos de su historia moderna. Un periodo que no se podrá superar si no es recurriendo a la voz de la razón y estando por encima de los discursos del odio que prevalece. En una batalla de este tipo no hay vencedor ni vencido. Todos pagarán el precio y cargarán con la responsabilidad – aunque en distinto grado – en caso de caer en la trampa de la guerra civil.
Todos debemos recordar que no solamente estamos pasando por una supuesta transición democrática sino por una revolución que continúa desde hace ya dos años y medio. Desde el principio, la revolución lucha por la libertad, la justicia social, el establecimiento de los derechos humanos y de un Estado de derecho. El intento de cualquier parte por desviarla de este camino o de dominarla por completo solo acarreará grandes pérdidas. Negociaciar, no expulsar a los islamistas y adoptar una estrategia de justicia transitoria son los pasos básicos para salir del ciclo de violencia.