Jurado popular, sálvanos
Saverio Lodato
Antes era todo mucho más fácil. Bastaban unos litros de aceite, alguna ricota o algún otro queso, si se pagaba en especie, o bien, en caso de que las intenciones fueran de un nivel superior, alguna pequeña recomendación para ingresar en el hospital, una ayudita para que aprobaran al hijo en el colegio, o un traslado a la oficina de tu pueblo, y, ¡listos!
Si, por el contrario, el beneficiario de los favores no aceptaba —contingencia ésta realmente anómala— se le hacía la vida imposible metafórica y literalmente.
De hecho, en los procesos contra la mafia del tribunal penal, el miembro de un jurado popular era el último eslabón de una cadena judicial, el más débil, aquel que podía saltar más fácilmente. Y sólo terminaba en el punto de mira cuando los magistrados, a los que ya se habían encargado de “acercarse”, como se dice en Sicilia, respondían de forma negativa, dejando claro a los capos, los soldados y los “picciotti”, que no estaban dispuestos a dejarse corromper. Aunque muchos de ellos sí se dejaban corromper.
Ahora no recordamos quiénes fueron, pero seguramente en su día algún que otro arrepentido contó haberlo intentado de forma indirecta, muy indirecta, incluso con Paolo Borsellino, dirigiéndose a un pariente suyo que rechazó la indecente propuesta.
Hoy los miembros de los jurados populares son de lo mejorcito y creen en la justicia
Para terminar, baste recordar que esta costumbre, oportunamente inoculada en ultramar por cierto tipo de italoamericano, se difundió incluso en los Estados Unidos. El que conozca, aunque sólo sea a grandes rasgos, la historia de Al Capone, sabrá que al final se le pudo condenar gracias a un juez que, tras descubrir el percal, decidió, unos minutos antes de dictar sentencia, sustituir a todos los miembros del jurado popular por aquellos de la sala contigua, en la que se estaba celebrando un juicio completamente ajeno.
Los miembros del jurado defenestrados poco antes de que se pronunciara la enésima absolución al gánster que hasta aquel día nunca había sido condenado, resultaron estar todos ellos en los libros de cuentas del propio Al Capone.
Eran otros tiempos.
Hoy los miembros de los jurados populares son de lo mejorcito. Pasan la noche en vela estudiando el “caso” para cuyo juicio les han convocado. Devoran miles y miles de páginas, tantas como el presidente, los jueces adjuntos, los fiscales y los abogados. Creen en la justicia y están dotados de un altísimo espíritu de servicio.
¿A qué viene toda esta perorata sobre los miembros de los jurados populares?, os preguntaréis.
Muy sencillo. Se trata del proceso de apelación en el juicio de la Negociación Estado-mafia que está teniendo lugar en Palermo, y que se está desarrollando en una sala búnker en medio del desinterés general a causa del coronavirus, y en medio del desinterés, ciertamente no de naturaleza sanitaria, de las televisiones y la prensa.
Hay quien está aterrorizado.
El juicio de la Negociación Estado-mafia se está desarrollando en medio del desinterés general
No os vamos a decir quién porque no acostumbramos a hacer publicidad de periodistas desconocidos. Pero el meollo de la cuestión se resume en pocas palabras: se busca condicionar la sentencia de segunda instancia, con la esperanza de que un veredicto absolutorio certifique, por amor a la patria, que el profesor Giovanni Fiandaca tenía razón cuando definió este proceso como un “absoluta estupidez”.
Las severas condenas dadas en primera instancia a altos cargos de los carabinieri, a figuras políticas y a capos mafiosos, han creado un pequeño club de “huerfanitos de Fiandaca” a los que les gustaría quedar absueltos al menos en la apelación.
Claro. Los comprendemos. A nadie le gusta el papel de perdedor. Y la justicia italiana, con su interminable retahíla de apelaciones y contraapelaciones, ofrece a todos la posibilidad de esperar hasta el final de sus días.
Pero resulta interesante que se quiera elaborar un nuevo postulado. Se estaría produciendo —dicen los “huerfanitos de Fiandaca”— una gigantesca operación mediática, dirigida por Andrea Purgatori, Massimo Giletti, Cairo y la cadena de televisión La7, para difundir una idea por todo el país. Mientras continúan los trabajos para construir una estatua de tamaño natural del juez Nino Di Matteo, que se ha convertido en el símbolo más famoso de ese proceso judicial.
Pero estábamos hablando de la difusión de una idea. Nos referimos a la difusión de la idea de la culpabilidad de los imputados, los cuales, como consecuencia, serían incapaces de hacer valer sus argumentos ante un tribunal. Ahora bien, si continuamos, el postulado se extiende más allá.
Se da casi por hecho que el tribunal de segunda instancia será incapaz de controlar la avalancha televisiva que difunde esa idea, y se resignará, cuando llegue, a una sentencia que ratifique las condenas hechas en primera instancia, en consonancia con un inevitable conformismo del sistema.
Hoy a un miembro de un jurado popular ya no se le puede comprar con unos litros de aceite
Ahora bien, nosotros no estamos dotados de esta presciencia.
Y pertenecemos al círculo de los crédulos que para saber qué es lo que piensa el tribunal penal— en este caso el tribunal de apelación— esperan al día en que se pronuncia la sentencia.
Pero en el caso que nos ocupa, el periodista, cuyo nombre no desvelaremos, hace todo lo que puede y escribe casi una petición a los miembros del jurado popular.
¿En qué términos? Digamos que, según él, deberían rebelarse —al menos ellos, que no forman parte de la categoría vil y abyecta de la magistratura italiana— contra la gigantesca operación mediática que está difundiendo entre los italianos la idea de la culpabilidad de los imputados. Y deberían tener el valor de destrozar el monumento a Di Matteo.
En otras palabras, miembro del jurado popular, sálvanos tú, escribe el pobrecillo.
Pero hay algo de lo que estamos seguros. Hoy a un miembro de un jurado popular ya no se le puede comprar con unos cuantos litros de aceite o amenazándole con partirle las piernas.
Los miembros de los jurados populares son personas serias, que estudian los casos, que saben forjarse ideas propias, y que emiten sentencia de acuerdo con su entendimiento y su conciencia.
Resumiendo: ya no estamos en los tiempos de esa justicia arcaica y borreguil que alguno parece echar de menos.
Por suerte para todos nosotros, incluidos los imputados.
·
© Saverio Lodato | Publicado en Antimafiaduemila | 27 Junio 2020 | Traducción del italiano: Rocío Moriones Alonso
¿Te ha gustado esta columna?
Puedes ayudarnos a seguir trabajando
Donación única | Quiero ser socia |