Musulmana libre y laica
Aïcha Zaïmi Sakhri
Hoy día no es tan simple ser musulman(a). O para ser más exactos, si bien es fácil no identificarse con los actos de barbarie perpetrados en nombre del islam por los yihadistas del Estado Islámico, lo que no es tan fácil es reconocerse en el tratamiento que los medios internacionales dan al tema cuando hacen referencia a “los musulmanes”.
Esta sensación de estar atenazada les ocurre a todos los progresistas árabes. Los últimos sucesos geopolíticos que ocupan la actualidad nos están helando la sangre, y con mucho motivo. El miedo a vivir de nuevo las consecuencias de una campaña mundial antiislámica, como la que vivimos desde la caída del muro de Berlín y de la que el 11-S fue el momento cumbre, moviliza las energías. La acción salvadora #notinmyname, que partió de Inglaterra y se volvió viral en las redes sociales, tiene la finalidad de reapropiarse de una identidad que ciertos psicópatas han acaparado en nombre del islam.
La acción #notinmyname tiene el fin de reapropiarse de una identidad que ciertos psicópatas han acaparado en nombre del islam
Esta iniciativa merece una reflexión. No se trata de pedir disculpas, como han entendido algunos, sino de condenar y de distanciarse. La gran mayoría de los musulmanes que viven su fe de forma pacífica deben movilizarse y decir no, nosotros no somos esto. Entonces ¿en nombre de qué? Mejor dicho, de qué islam?
Recordemos un dato: si bien somos musulmanes por el hecho de nacer como tales, y no por efecto de una elección personal, también hay que tener claro que la relación con Dios es un asunto individual en el Corán y no existe “un” islam sino muchos “islames”. El que se practica en Marruecos no es el de Arabia Saudí ni tampoco el de Indonesia. En 2014, el islam marroquí se vive, por parte de la inmensa mayoría de los fieles, de manera pacífica y tolerante, gracias a siglos de coexistencia de diferentes cultos.
También es cierto que la violencia actual nos deja especialmente tocados, porque no forma parte de nuestra concepción y nuestra práctica religiosa. Sin embargo, la mundialización y las innovaciones tecnológicas han importado nuevos conceptos del islam y nuevas formas de prácticas religiosas.
El laicismo, que no es lo mismo que el ateismo, se presenta como el marco social más eficaz par vivir un islam tranquilo
La Constitución de 2011 define la identidad marroquí como plural. ¿Es suficiente para crear una auténtica cohesión social con los componentes dispares de la sociedad? Ser musulman(a) es una identidad cultural y no se reduce a la práctica de la religión que, habrá que repetirlo una y otra vez, en el islam es libre e individual. En 2014, las mentalidades serán capaces de aceptar una diversidad de formas de practicar, o incluso de no practicar.
En lógica consecuencia, despenalizar la falta de práctica religioso resulta indispensable para una mejor convivencia. El laicismo, que no es lo mismo que el ateismo, se presenta como el marco social más eficaz par vivir un islam tranquilo en un país musulmán y moderno, donde la igualdad ante la ley debe ser una de las piedras angulares.
Hay que crear un espacio común donde se respetará totalmente las diferentes formas de practicar (¡o no!) la religión
A este fin se puede llegar por diversos medios. En primer lugar, volviendo a abrir la iytihad, la interpretación innovadora de los textos religiosos, lo que permitíra superar los obstáculos que se oponen al camino hacia un Estado moderno. Pero no es lo único.
Defender la libertad religiosa mediante la elaboración de un derecho positivo laico es otra opción. Si bien algunas mentalidades avanzan de forma inevitable hacia la aceptación de un Estado moderno, también han surgido otras, conservadoras, crispadas por el miedo de diluirse en un universalismo diversificado. A éstas, yo las tranquilizaría explicándoles que la libertad de conciencia de una sociedad no es el ateísmo y que abandonar el derecho religioso no es rechazar la religión. Más bien al contrario. Es crear un espacio común donde se respetará totalmente las diferentes formas de practicar (¡o no!) la religión. La religiosidad, un juego de competición y de exhibición social, lo de “ser más religioso que el vecino”, desaparecería por fin para ceder su lugar a una ética que se viva de verdad y sobre todo que se comparta a favor del bien común.
Ser musulmana, libre y laica en un mundo en movimiento exige aceptar sentirse atropellada para recuperar mejor la identidad propia y, así, reafirmarse en el mundo de manera constructiva. Esto exige también salir de la esclerosis actual para alejar esa imagen destructiva transmitida por aquellos que, ellos sí, se han adueñado sin vergüenza del asunto de la religión. Ahora nos toca jugar.