Opinión

Bodas forzadas

Soumaya Naamane Guessous
Soumaya Naamane Guessous
· 15 minutos

opinion

Casablanca | 2007

 

[Continuación de la columna Bodas prematuras]

Una vez mayores de edad, los jóvenes insisten cada vez más en elegir ellos mismos a su cónyuge. Desde la reforma de 2004, el Código de la familia permite a toda persona mayor de edad casarse sin necesidad de un ‘tutor’ de la familia. En 2006, 60.095 mujeres se han casado sin ‘tutor’, frente a 49.175 en 2005. Pero los matrimonios forzados siguen existiendo. En las familias en las que los hombres son autoritarios, la decisión no se puede recurrir. No se le puede contradecir al abuelo, al tío, al hermano. “Fue mi abuelo quien me dio en matrimonio. Mi padre no pudo oponerse”, dice una profesora de colegio de 24 años.

Esto afecta sobre todo a las chicas sin actividad profesional. El testimonio de una madre: “Mi hija no trabaja. A sus 23 años, rechaza casarse. La hemos obligado. Si la chica trabajara, podría aplazar su boda para ayudar a su familia”. Lo cual no quiere decir que se les ahorre esto a las que sí trabajan. “Me acaban de casar a los 26 años, con un hombre de 42. No he podido oponerme a mi padre, por miedo a sufrir su violencia”, dice Amina, jefa de un taller.

“Nuestra cultura no acepta a las mujeres sin marido. A una casada se le respeta”

El matrimonio es un destino: “La chica está hecha para casarse”. Es una protección contra el deshonor: “Una chica debe estar bajo la tutela de un hombre. Estar soltera amenaza la reputación de la familia”. Confiere un estatus de valor: “Nuestra cultura no acepta a las mujeres sin marido. A una casada se le respeta”. Es una promoción social para una sociedad que considera al marido el alimenta a la familia: “La niña vive con estrecheces en casa de sus padres. Casada vivirá mejor”. Es una protección frente a la mirada de los demás. “Una chica soltera es una vergüenza para su familia. La van señalando”.

Cuanto mayor se hace, más se arriesga a que la fuercen. Si bien la edad media del matrimonio para las mujeres se sitúa hoy en los 30 años, las familias desean que sus hijas se casen todas antes de cumplir los 25. Flota en el aire la amenaza de la bayra (solterona): “Cuando una chica supera los 25, ya no debe rechazar a un pretendiente en condiciones”. Cuanto más se acerca a los 40, más poroso se vuelve el criterio de un “buen pretendiente”: “A partir de los 35, ella debe aceptar al primero que llegue. Ya no tiene derecho a elegir”, dice una madre.

«Mi padre debía 3.000 € a un proveedor. Aceptó casarme con él a cambio de esa suma”

Pueden forzar a la chica como medida disciplinaria: “Mi hermana se convertía en una revoltosa. Quería parecerse a las chicas libertinas. La casamos”. Otras, el nivel socioeconómico es el único criterio. Ghizlane, 25 años: “Mi madre solo pensaba en el dinero. Yo nací en la ciudad y me obligaron a casarme con un hombre rico, que vivía en el campo, que ya estaba casado y que tenía 25 años más que yo”.

¡Cuántos matrimonios forzados de menores de edad tienen motivos económicos! “Mi padre debía 32000 dirham (3.000 euros) a un proveedor. Aceptó casarme con él a cambio de esa suma”. ¿Un caso excepcional? No tanto como nos gustaría pensar. Es también lo que le pasó a una joven, encarcelada en Casablanca, casada por su padre a cambio del dinero destinado a construir la vivienda paterna. La enlace se celebró cuando ella era menor de edad. Durante la noche de bodas, el marido intentó violarla. Ella lo rechazó con tal violencia que él se cayó y se rompió la crisma. Murió a consecuencia del golpe y la niña fue condenada a la cadena perpetua. Se han interpuesto recursos para modificar la sentencia, considerando que se trataba de un caso de legítima defensa, dado que ella era menor de edad.

¿A qué pueden recurrir las chicas? Pueden negarse, pueden interponer denuncia… Pero sufren tanta presión o violencia que normalmente se resignan. Esta violencia puede ser física: “Yo cedí porque mi padre me pegaba”. También puede ser verbal y convertirse en un acoso permanente: “Desde que me negué, mi padre se ha vuelto muy agresivo. Yo cedí para proteger a mi madre y a mis hermanas”. Un tratamiento de choque: se le prohibe salir, se le restringe en varios aspectos, se le humilla, insulta, amenaza… Es un proceso de culpabilización: “Mi familia me reprocha hacer daño a mis padres. Nadie piensa en mí, y que tendré que compartir la cama con un hombre al que detesto. ¿Cómo podré soportar que él se me ponga encima? Tengo náuseas”.

Los padres menos violentos hacen intervenir a la familia y a los amigos: “Mis padres me enviaban a todas las personas que conocían para forzarme. Acepté para tener mi tranquilidad, sabiendo que pasaría al infierno con el marido que me hará vivir junto con sus padres y sus cuatro hermanas”.

Si la chica se niega en redonda, puede sufrir amenazas: que la echen de casa, que la peguen…

Si la chica se niega en redonda, puede sufrir amenazas: puede que la echen de casa, que la peguen, la destierren o la encierren. A menudo, los padres amenazan a la hija de no casarla nunca jamás, si ella rechaza al pretendiente que le han buscado. Y a veces, esta amenaza se cumple. El último recurso de los padres es es-sakht (el anatema), la peor de las maldiciones que, viniendo de los progenitores, perseguirá a la hija toda su vida. Y si añaden que es válida también para el más allá, es una maldición para la eternidad. Una amenaza que muy a menudo da resultado.

Cuando la autoridad de los padres es excesiva, la violencia se intensifica y las consecuencias de un rechazo llegan hasta la exclusión de la hija del domicilio familiar. Algunas se escapan, conscientes del riesgo que corren. Wafaa: “Mi tío me dio a su socio, que es analfabeto, mientras que yo soy licenciada. Me acosó tanto que me escapé de Al Jadida y me fui a Casablanca. Una prima me acogió y tuve que trabajar como chica de limpieza. Mi tío y mis hermanos ya no me quieren ver. Sí mantengo contacto con mi madre y mis hermanas”.

“Mi madre me decía que si ella se moría sin ver hijos míos, no me lo perdonaría nunca»

La violencia también se manifiesta a través del chantaje afectivo en el que las madres pueden ser muy persistentes. Ellas pueden utilizar la fórmula mágica: “Si tú no te casas con él, yo renegaré de ti y te prohibiré descubrirme la cara el día que yo muera”. Las lágrimas: “Mi madre lloraba e imploraba a Dios que le quitara la vida para ahorrarle este sufrimiento”. “Mi madre se puso enferma. Lloraba diciendo que ella no había hecho nunca nada a Dios para merecer tal sufrimiento”. ¡Cuántas chicas sucumben así para proteger a su madre! “Mi madre, que es diabética, estaba muy afectada. Cedí por miedo a que esto la matara”. “Mi madre me decía que si ella se moría sin ver hijos míos, no me lo perdonaría nunca. Me dio miedo”.

Ni siquiera es raro que una madre pida la ayuda de un fqih (teólogo mago) para arrodillar a la rebelde. “Yo detestaba a mi pretendiente. Mi madre me hizo un hechizo”. “Nuestra casa se convirtió en una fábrica de incienso. ¡Pero yo he aguantado!”

Muchas chicas padecen un acoso indirecto, sin violencia explícita pero sí con una gran presión sobre todo del entorno familiar: “Mi tía me propuso un pretendiente, me dijo que los 33 era la edad crítica. Cedí porque mi entorno se unió para convencerme de que a mis años no tenía otra opción. Ahora estoy casada desde hace dos años y en tramite de divorcio”.

Últimamente es más frecuente que las chicas se pongan en contacto con los pretendientes para disuadirlos. Pero los resultados no siempre son lo que cabría esperar: “He telefoneado a un pretendiente para decirle que no quería casarme con él. Me ha contestado que eso no es asunto mio, ¡que ese trato es cosa de hombres! Al final me he casado y hago que él se arrepienta cada día”. A veces un atrevimiento como este tiene represalias: “He ido a verlo a su trabajo y le he dicho que lo detesto, y que si me obliga a casarme con él vivirá un infierno. Mi madre me pegó y acabé casándome”.

Conspiraciones

Para evitar que las chicas se nieguen a casarse, los padres llegan hasta el engaño : “Era limpiadora en Casablanca. Mi familia vive en el campo. Mi tía me encargó hacer unas compras porque su hija se iba a casar, yo llegué dos días antes de la boda y fue entonces cuando me di cuenta de que la novia, la que iba a casarse, era yo. Habían preparado mi boda sin mi consentimiento. Lloré, me tiré de los pelos, supliqué. Habría querido arrojarme al pozo. Mi padre me dijo que había dado su palabra, y que solo mi muerte la anularía. Y ahora, después de vivir 15 años en la ciudad, me dedico a ir a por agua y a trabajar para mis suegros”.

Las chicas que tienen una nacionalidad extranjera o permiso de residencia son muy apreciadas

Si bien estas situaciones no llegan a ser una plaga, tampoco son excepcionales y afectan también a los emigrantes. Muchos padres conservadores casan a sus hijas en su tierra, aprovechando las vacaciones en Marruecos. “Me habían invitado a la boda de mi prima, pero resultó ser mi boda. Yo tenía 19 años y vivía en Holanda. Mi padre decidió que ya había tenido suficientes estudios y que debía volver al pueblo para no volverme como las occidentales infieles”.

Las jóvenes sumisas no se pueden rebelar por miedo a las represalias. La única posibilidad que les queda es escapar y regresar al país de acogida. Pero a menudo, los padres les requisan los pasaportes. Están tan intimidadas por su educación, que no saben qué pasos dar para escapar de la conspiración. No tienen dinero para acudir a las embajadas. Si llegan a salvarse, no tendrán más remedio que romper con los suyos. Amina, prostituta en Málaga : “Una vez llegué al pueblo, supe que me habían arreglado la boda. Me fui sin dinero, solo con mi pasaporte español. Caí en una red de prostitución hace cuatro años. No me atrevo a contactar con mi familia”.

No hay estadísticas para evaluar con precisión estos abusos, pero es cierto que la dificultad para obtener visados hace que numerosos padres casen a sus hijas a cambio de sumas considerables. Es el mercado de las bodas: las chicas que tienen una nacionalidad extranjera o permiso de residencia son muy apreciadas, y algunos padres suben las ofertas para permitir al futuro yerno emigrar con los papeles en regla. El precio de la dote (es-sdaq) va de 30.000 a 70.000 dirhams, que van derechos a los bolsillos del padre. Las regiones de gran emigración, como el Rif y Beni Meskine, se ven muy afectadas por estas prácticas. A veces las familias sobornan a los funcionarios para obtener los documentos para el certificado de matrimonio sin que la interesada esté presente. Si no lo obtienen, reciben a la familia del pretendiente y leen un verso del Corán (fatiha) que oficialice la unión, a la espera de formalizar el certificado matrimonial.

Una vez obtenido el certificado de matrimonio, la chica da su consentimiento, consciente de las consecuencias que podría tener su rechazo.

Violencia de una misma

No olvidemos mencionar los matrimonios autoforzados, cada vez más numerosos. Los contraen chicas jóvenes que se casan con hombres cuyo perfil está muy lejos de su ideal. Viviendo en una sociedad donde la soltería está minusvalorada, y donde la edad de casarse de las mujeres está limitada en el mejor de los casos a los 40 años, ellas mismas se obligan. Majida, 38 años, ingeniera: “Tengo la obsesión de acabar siendo la vieja solterona. Siempre soñé con una boda por amor. Acepté a un hombre al que ni siquiera hubiera mirado cinco años atrás. Un pequeño funcionario con un salario inferior al mío, de familia campesina y muy lejos de mi tipo de hombre. Me sacrifico. No tengo elección”.

¿Por qué este sacrificio? ¡Para escapar de la mirada de los demás, y porque la mujer tiene un reloj biológico que se para a los 42 años! “Yo me casé para tener dos hijos”. Estas mujeres se sacrifican para afirmar su feminidad condicionadas por el matrimonio y por la maternidad. “En el peor de los casos, me divorcio. Prefiero la etiqueta de divorciada a la de bayra, así me sentiré plenamente mujer y no una chica a la que ningún hombre quiere”. ¡Resulta que el estatus de divorciada ya no asusta a nuestras mujeres!

Cada vez más, las chicas jóvenes se casan sin querer de verdad, para vivir su sexualidad

Otras chicas jóvenes, cansadas de esperar al Príncipe Azul, se casan con ‘cualquiera’ para alcanzar su libertad : “A los 39 años, yo vivía todavía en casa de mis padres. Un horror. Me trataban como a una niña, aunque trabajaba, tenía mi coche, tenía un estatus, pero para mis padres yo siempre era su niña a la que había que proteger. Por eso me quedaba soltera: prohibido salir de noche, frecuentar hombres, viajar… Me casé con un cliente a los 39. Estaba segura de la brecha intelectual que había entre nosotros, pero compré mi libertad. Si no funciona, habré ganado un hijo y me divorciaré. El divorcio será el precio de mi libertad, porque no pienso volver con mis padres”.

Cada vez más, las chicas jóvenes se casan contra su voluntad para vivir su sexualidad

¡El divorcio, que fue una maldición para las mujeres, al final es su salvación! Cada vez más, las chicas jóvenes se casan sin querer de verdad, para vivir su sexualidad : “Con 37 años, soy virgen. Y no quiero morir virgen. No soy una monja. He decidido casarme con un colega que no me gusta. Pero al menos probaré el placer con el que siempre he fantaseado”. “No moriré frustrada. El Corán promete una sexualidad intensa a los hombres en el Paraíso, mujeres eternamente vírgenes. Pero nada para las mujeres. Como mi educación no me permite tener relaciones sexuales ilegítimas, acepté a ese hombre, muy por debajo de mis expectativas”.

En fin, ¿cómo no hablar aquí de tantas y tantas jóvenes que sacrifican sus sueños de amor, su juventud y su felicidad por emigrar ? “Con 21 años, me casé con un belga de 70. No tiene nada que ofrecerme, aparte de su amabilidad y de una nacionalidad”. Debemos recordar que, por desgracia, muchas relaciones autoforzadas no son más que un medio para conseguir algo. Una vez los documentos están en el bolsillo, las sacrificadas recuperan su libertad. Algunas muchachas se obligan a unirse a los árabes del Golfo, incluso aunque vivan en una relación bígama, solo por alcanzar un determinado estatus social y poder ayudar a sus familias. “Yo no lo quiero. Es viejo y vicioso. No soy feliz. Tengo problemas con su otra esposa. Pero él me da el dinero para ayudar a mi padre y escolarizar a mis hermanas”.

“Yo no lo quiero.  Pero él me da el dinero para ayudar a mi padre y escolarizar a mis hermanas”

El matrimonio autoforzado puede conducir a una vida conyugal frustrante, pero es menos nocivo que el matrimonio forzado por la familia. En el primer caso, la mujer toma ella misma la decisión, tiene un objetivo que se ha marcado ella misma. En el segundo caso, la mujer vive con un hombre bajo coacción. En el pasado, las mujeres se sometían a esta situación y se adaptaban a ella. Hoy, las mujeres son rebeldes y se resignan menos. El trauma es más intenso.

Podemos imaginar fácilmente el tipo de relación que esa mujer tiene con un marido impuesto, y el clima en el que van a crecer sus hijos. Sobre todo si tenía sueños de amor, alimentados por las series de televisión. Más aún si amaba a otro hombre en el momento de ser forzada a casarse : “Salí con un hombre y estábamos muy enamorados. Pero él no tenía los medios para pedir mi mano. Me casé a la fuerza. Cuando mi marido me posee violentamente, cierro los ojos y me imagino a mí misma con mi enamorado. Solo de esta forma resisto el deseo de clavarle un cuchillo en la espalda”.

·

© Soumaya Naamane Guessous | Primero publicado en Femmes du Maroc  ·  Julio 2007 | Traducción del francés: Alejandro Luque

¿Te ha interesado esta columna?

Puedes ayudarnos a seguir trabajando

Donación únicaQuiero ser socia



manos