Las cuevas del sexo (II)
Soumaya Naamane Guessous
Casablanca | 2001
De cueva en cueva, de miseria en miseria, de casa en casa, aunque discretamente, aún se ejerce la prostitución. Algunas casas tienen dos puertas de entrada: una en la cima de la montaña, otra puerta abajo. La prostitución se ejerce en lo alto de la montaña. Abajo es un lugar decente. El bien y el mal tienen accesos diferentes.
La Hadja, una ‘madame’ respetada, ha estado en la Meca, y es conocida por su piedad: “Aquí están las casas de las ‘chicas’. Mi familia vive abajo. Mis hijos no pueden subir aquí. Mis hijas están bien criadas, las casé jóvenes y vírgenes. Mi marido murió, dejándome con nueve hijos. No conozco otra vida que esta. Dios me guarde”. La casa bulle de chicas jóvenes, una de ellas solo tiene 16 años. Una verdadera casa de alegría. De las relaciones se desprenden armonía y complicidad. Me siento bien dentro de ese espacio de convivencia. Estallidos de risas, se hace té, se sirven galletas. Me juro a mí misma no causarles daño, no citar sus nombres, pero informar de la realidad, su realidad, la que ellas me han confiado.
«Vengo durante mis vacaciones. Gano lo suficiente para comprar mis útiles escolares»
Cuatro de ellas viven permanentemente aquí. Visitan a sus padres en los días de fiestas religiosas, y envían dinero regularmente a través de los conductores de autobuses. Sus padres creen que ellas trabajan como criadas u obreras. Las otras chicas solo vienen a trabajar los fines de semana, que es cuando más clientes hay. Algunas viven en Meknés, otras en pequeños pueblos cercanos. Una de ellas recorre más de 350 km los viernes para poder trabajar allí el fin de semana.
Muchas chicas vienen durante las vacaciones escolares porque la clientela aumenta. Salwa, 20 años: “Me gusta trabajar durante las vacaciones escolares porque mis clientes son jóvenes educados que me respetan. Pero ellos no tienen mucho dinero, y si bien me dan cariño no llenan mi billetera”. No es nada raro que haya estudiantes que vengan a ofrecer sus servicios: “Desde hace tres años vengo durante mis vacaciones. Gano lo suficiente para comprar mis útiles escolares, mi ropa y la de mis hermanas. Mantengo a mi hermano que es discapacitado”.
Hay menores, pero también divorciadas, viudas y casadas cuyos maridos están en el paro
Entre las prostitutas hay chicas jóvenes, incluidas menores, pero también mujeres divorciadas, viudas y casadas cuyos maridos están en el paro. Algunas se prostituyen regularmente, “hasta que Dios nos otorgue su misericordia”. Otras lo hacen ocasionalmente: “Hay mujeres casadas que se encuentran sin un dírham. Ellas me vienen a ver y yo las dejo trabajar a condición de que no pasen la noche aquí. Tengo miedo de sus maridos. También hay algunas que han sido abandonadas por sus maridos, otras tienen a un marido que trabaja lejos y no les manda dinero. ¿Qué pueden hacer ellas para dar de comer a sus hijos? No puedo cerrarles la puerta”.
Ocurre que chicas o mujeres que han venido de lejos para trabajar en los campos, vienen por la noche, acompañadas de obreros: “Yo las recibo. Aquí hay muy poco trabajo, solo tratan de ganar un poco más para comprar los suministros para el invierno”.
¡El dinero! Hablemos del dinero: “20 dirham (unos 2 euros) por un servicio simple; cuanto más exigente es el cliente, más aumenta el precio. Un cliente que quiera pasar la noche pagará 100 dirham. Algunos son generosos y pagan 20 dirham más por el baño”. El verano es temporada alta: “Trabajamos mucho con los zmagra (emigrantes). Ellos no son muy cariñosos, pero pagan bien”.
«Sueño con un cristiano que me ayude a arreglar los papeles para poder salir del país»
Muy raramente vienen por aquí turistas extranjeros: “Son correctos, generosos y bien educados. La pena es que no vienen muy a menudo”. Una de las chicas suspira: “Sueño con un nesrani (cristiano) que me ayude a arreglar los papeles para poder salir del país”. Otra desde el fondo del salón le grita entre risas “Sí, ¡un nesraaaani! ¿Por qué te llevaría consigo? ¿Por lo guapa que eres? ¿Crees que tenemos todo esta saad (suerte)?”. “Si mi coño tuviese saad, yo no estaría aquí!”
“Nosotras trabajamos en periodo de cosecha con los obreros agrícolas. Ellos no se gastan más de 30 dirham. El resto del año es muy tranquilo, salvo los fines de semana. Entre semana, los que vienen aquí son en su mayoría camioneros o aquellos que vienen a los zocos. Pero esos son pobres e intentan que les demos un servicio por 10 dirham. Cuando no tenemos trabajo, aceptamos”. La señora recibe la mitad del dinero. Todas las chicas contribuyen a las comidas, que se hacen en común. También participan en las tareas del hogar.
En estas casas hay chicas que han huido de sus casas por conflictos familiares, pero la mayoría de ellas vienen ayudar a alimentar a sus familias: “Mi padre es viejo, mis hermanos son agricultores. Con la sequía no hay nada. Un amigo me sugirió que podía ganar algo de dinero. Ahora puedo pagar el azúcar, el té y la harina de mi familia. Guardo algo de dinero para mi ropa, el baño, el maquillaje”.
La sequía ha destruido la agricultura, único medio de subsistencia de la región
La sequía ha destruido la región que, sin embargo, es una de las más irrigadas de Marruecos. Dayat Ouwa, este inmenso lago rebosante de agua durante siglos está hoy totalmente seco. Ni una gota de agua que recuerde que hace apenas dos años era un lago. Muchos pozos y manantiales se han secado. El agua, que fue la última esperanza, escasea. La agricultura que es el único medio de subsistencia de la región no es suficiente para alimentar a la población. “No me puedo quedar de brazos cruzados mirando como mi familia muere de hambre. Me he sacrificado y así mi familia tiene harina y té en su despensa” dice F., de 18 años, que ha llegado de una tribu lejana, que vive a 250 km de aquí.
Todas las mujeres que encuentro comienzan su relato por: “No encontramos trabajo. Dónde está el trabajo? Dánoslo y nos iremos de aquí”. Y terminan su relato diciendo: “Que Dios nos saque de esta!”
Siento vergüenza de mi país, de todos los que continúan malversando nuestro dinero
Abrumada por tanta miseria, dejo la montaña de las viudas, sus cuevas, sus prostitutas y sus madames con una sensación de impotencia y con odio hacia todos los que gobiernan este país, eludiendo lo esencial. Hermosos discursos desde elegantes oficinas, cuyo costo de decoración supera con creces el presupuesto anual de docenas de familias. Vergüenza por los que no conocen la realidad porque no van al terreno. Siento vergüenza. Vergüenza por mí, que como todos los días, vergüenza de mi país. Vergüenza por todos los que continúan malversando nuestro dinero, vergüenza por aquellos que siguen chupando la sangre de esta población con impunidad…
Vergüenza por no poder hacer nada, salvo contar lo que he visto, y deseando que mi artículo no perjudique a una parte de a población a la que no le queda más que su cuerpo para sobrevivir.
Azrou. Un pequeño pueblo como cualquier otro. Una calle cualquiera. Puertas de casas que no son como las otras: puertas metálicas, cerradas, pero con una particularidad: un tragaluz, una pequeña ventana abierta en el medio de la puerta, protegida por una tupida rejilla. Pegadas a la rejilla, cabezas de mujeres. Bien arregladas, maquilladas, peinadas con gusto. Desde menores hasta mayores, la preocupación es ofrecer sonrisas y atraer clientes a los templos del sexo.
Me acerco a una de esas cabezas. Una chica de una belleza, un encanto y una gracia igual a las de las modelos más bellas. ¡Una pena! “Puedo verte para hablar un poco contigo? Quiero escribir un artículo sobre chicas que como tu tienen problemas”. “Mi problema es el trabajo. Encuéntrame un trabajo y me iré de este infierno. Que Dios me saque de aquí”. Ella me cita para mañana por la mañana. Yo insisto. «No puedo, hermana, ta natrazzaq allah (espero que Dios me procure el pan de hoy)”. Esta expresión choca a la burguesa que hay en mí. Como evocar a Dios en este lugar? Después me sentí culpable por haberla juzgado. En su lógica, Dios provee para sus súbditos. Para ellas, el sustento proviene del único camino posible, el del sexo.
«Si escribes diles que piensen en nosotras, diles que nosotras no fuimos a la escuela»
Otra cabeza aparece desde la sombra y se acerca a la rejilla. Se pega la cabeza de un bebé de tres meses: “Mira, hermana, mira lo que he ganado con esta vida. Si pudiese trabajar para alimentar a este infeliz, no estaría aquí. Dios nos guarde. Si escribes diles que piensen en nosotras, en nuestras familias, diles que nosotras no fuimos a la escuela, que no tenemos ningún diploma, que no tenemos una fábrica en la zona, diles que estando enfermas, nunca vamos al médico. Diles que no tenemos con qué alimentar a nuestros hijos y nuestros padres. Diles que el Majzén nos persigue. ¿Qué ha hecho para ayudarnos a salir de la ezzelt (pobreza)? ¡Nada, así que estamos a las buenas de Dios! Vete y ora a Dios para que nos libere”. Prometí contarlo, y lo he contado.
Otra rejilla, otras cabezas. “Tengo ganas de hablar contigo, pero tengo que trabajar. Vuelve mañana a las diez de la mañana., pero discretamente”. Le pregunto si puedo entrar. “No puedo, hermana, si el Majzén se entera, toda la calle irá a comisaría”.
Lo intento en vano en otras ventanas. Grandes sonrisas. Discusiones cortas, similares a las otras. Se niegan a dejarme entrar.
Vuelvo al día siguiente a las diez. Ella todavía está durmiendo con un cliente. Una nueva cabeza me dice que espere discretamente a la vuelta de la esquina. Espero un buen rato. Ella sale. Una bella chica de 19 años, pulcra, elegante, con aspecto de hija de buena família: “Ayer me trajiste buena suerte. Tuve cuatro clientes después de tu visita y el quinto pasó la noche conmigo. Estaba borracho. Lo he pasado mal para echarlo. No puedo quedarme contigo, “porque el domingo hay trabajo, tengo que ir al baño. Vuelve mañana».
Le propongo pagarle el precio de un servicio. Me pide 50 dirham: “Para ti porque eres guapa y me has caído bien. Tienes el aire de una mujer de bien. Debes tener dinero y tus padres no esperan que tú los mantengas. Yo mantengo a ocho personas, ellos saben de qué los alimento. No tienen elección. Dios me guarde”.
Los viandantes y comerciantes la saludan: aquí las prostitutas son respetadas
Hablamos mientras caminamos. Los viandantes y comerciantes la saludan con respeto. Aquí las prostitutas son respetadas. Nadie las juzga: los demás simpatizan y le piden a Dios que las libere. Busco un lugar para poder hablar tranquilamente. ¿Un café? No, las mujeres no van al café. Ella tiene miedo de que la vean conmigo. Propongo el coche para hablar. Le presento a mi marido y lo echo del coche. Estás casada, tienes suerte. Yo no tengo sâad (suerte)».
Conduzco en dirección al campo. “No tengo padre, mi madre tiene siete hijos de padres diferentes. Ella está ciega y paralítica, mis hermanas se ocupan de ella. Yo envío dinero para la comida y el butano. Pero tengo cuidado, tomo la píldora. Comencé a los 14 años en Khenifra. Fue mi tío quien me dio a una mujer que acogía a las chicas del campo, a cambio de 150 dirham al mes. Estuve enferma y maltratada. Tuve dos embarazos y la Hadja me hizo abortar. Me escapé. Mi tío me golpeó. Aquí estoy bien, tengo clientes leales que vienen dos o tres veces al mes. Uno de ellos me prometió documentos falsificados para España. Estoy esperando su regreso. Ni siquiera tengo el libro de estado civil. ¿Tú me puedes ayudar a obtener un pasaporte para irme a Italia?”
Le explico que lo de el pasaporte sería posible, pero no para Italia. Su rostro se oscurece : “¿De que te sirve escribir?. Intento explicárselo, pero ella no me escucha: «Encuéntrame un trabajo entonces. ¿Pero quién daría trabajo a un burro que ni siquiera sabe cómo ‘poner’ su nombre?»
Paro el coche al borde de un campo.”Págame ahora”. Le doy un billete de 200 dirham. Ella se rie: Prefiero trabajar con mujeres como tu. Es limpio. Que Dios me guarde”.
La madame alimenta y aloja a las chicas hasta que quieran irse; ella nunca las fuerza
Lo que aprendí de N. es que en estas casas hay chicas que viven allí de forma habitual. Otras vienen de vez en cuando, enviadas por amigas. A veces, la madame acoge a chicas con problemas: “Pero ella nos las obliga nunca. A menudo recibe a chicas que no tienen techo. Ella las alimenta y las aloja hasta que quieran irse. Ella nunca las fuerza. Estas chicas no tienen otra opción. A menudo, terminan entregándose a hombres para enviar dinero a los padres, vestirse o ganar dinero para pagar el autobús y regresar a casa”.
Muchas chicas quedan embarazadas después de su primera vez. No se atreven a volver con sus familias: “La que viste ayer con su bebé es de Ouazzane. Ella planea regresar con su familia para la fiesta del cordero, pero no va a llevar al bebé. Hay chicas con dos hijos, pero sus familias no lo saben. El problema es que no pueden matricularlos en la escuela cuando crecen porque no tienen el libro de estado civil”. Le pregunto si toma precauciones cuando hace el amor: “Desde que estoy en Azrou tuve dos embarazos más. Ahora tomo la pastilla”. ¿Los clientes toman precauciones? “No todos. Algunos detestan la goma. Ellos pagan más. Cuando termino me lavo con lejía. Tengo miedo del sida”. Le explico que la lejia no protege del sida. Ella se sorprende y jura que de ahora en adelante rechazará el coito sin condones.
Salimos del auto para caminar por el barro, bajo una fina lluvia: «Mira esta tierra. Antes, ella nos hizo vivir. Ahora es estéril. Tengo que irme, estuve contigo demasiado tiempo. No cites mi nombre».
A la vuelta le suplico que me deje entrar en la casa, solo dos minutos. He comprado un pan de azúcar. Ella acepta. Negocia con la madame. La pesada puerta de hierro nos engulle. Un oscuro pasillo. En la parte inferior los utensilios de cocina, un lavabo, un pequeño butano. Dos habitaciones minúsculas con una cama de metal cubierta con piel de cordero. Mantas de lana apiladas en una esquina, un palangana con agua. Un olo rancio, a perfume barato y a fritura. Ni un rayo de luz. Una fuerte sensación de malestar, como la que se siente en las cuevas del sexo. Seis personas viven aquí permanentemente, incluido un bebé.
En temporada baja, las chicas salen al bulevar a la caza de clientes
Con las chicas que están de paso, la casa a veces contiene hasta doce personas. Cuando las dos habitaciones están ocupadas por clientes, las chicas se reúnen al final del pasillo y se turnan para vigilar: apoyar su cabeza contra el tragaluz, para atraer a un nuevo cliente y esperar hasta que una de las habitaciones quede libre. En temporada baja, las chicas salen al bulevar a la caza de clientes: “Prefiero salir a buscar clientes que no quedarme detrás de la rejilla como un pájaro en una jaula. Aunque tengo miedo del Majzén”.
El bebé grita, tiene hambre. Su madre se saca el pecho y lo alimenta. Él continúa refunfuñando tirando con fuerza del pezón. “No tengo mucha leche. Le doy té y, a veces, leche de la tienda. La leche de farmacia es muy cara”. ¡Le tengo lástima a este bebé, qué destino! Nos abrazamos calurosamente, prometo no volver, no perjudicarlas.
El Hajeb. Avergonzada, le pido a un comerciante de artesanía que me muestre la calle donde hay chicas. Sin sorpresa ni vergüenza, me señala uno de los barrios: «No hay una sola calle. Son casas en vecindarios normales. Encontrará muchas en…” Me las arreglo para entrar en dos casas. ¡Las mismas quejas, las mismas oraciones, la misma desolación! Niños enfermizos no deseados. Menores, una juventud femenina extraviada, perdida. ¡Hombres que impiden que una parte de la población muera de hambre, y se aprovechan para obtener placer! «Danos trabajo, y dejaremos esta miseria. Dios nos proteja”.
Khenifra. Demasiado donde elegir. No me entretengo. ¿Qué más tendría que aprender? Las casas de la vida alegre son vecinas de las casas normales. Otra cosa que aprendí es que podemos leer en las puertas de algunas casas: “Pareja casada”, para poder distinguirlas de las otras. La prostitución forma parte integrante de la vida de la ciudad. Se acepta con resignación y respeto.
Me dirijo a Casablanca, asqueada, disgustada, desarmada, frente a una conmovedora realidad que no cambiará, por mucho que escriba.
Ellas venden sus cuerpos con dignidad y muy a menudo por una causa noble
Lo más doloroso es que sé que no hay esperanza para esta población despojada, ninguna promesa. Pensar en todos esos niños que nacen en la privación y que estarán condenados a la pobreza, el analfabetismo, la inseguridad, la depravación, me rompe el corazón.
¿Condenar a estas mujeres? Muy fácil, cuando estamos lejos, alimentados, tumbados tranquilamente al calor de la seguridad. Ellas venden sus cuerpos con dignidad y muy a menudo por una causa noble. ¿Su culpa? La dejadez y la indiferencia de su país y sus gobernantes. Espero no perjudicar a ninguna de ellas con este artículo. Una incursión policial y la prohibición de la prostitución solo tendrían sentido en un país que ha brindado a la población un mínimo vital y le haya dado la opción de elegir su medio de subsistencia. Hacer un discurso sobre moralidad cuando uno no está involucrado está muy bonito. Ir al terreno y juzgar por uno mismo te puede convertir en cínico, pero también en realista y tolerante.
Si hay una lucha prioritaria que llevar a cabo, es respecto a la protección de menores.
¡Que Dios libere a estas mujeres condenadas a la prostitución! ¡Y que nos libere a nosotros de la ceguera!
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© Soumaya Naamane Guessous | Primero publicado en Femmes du Maroc · Febrero 2001 | Traducción del francés: Mimunt Hamido
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