Emancipada pero no libre
Soumaya Naamane Guessous
Ser libre. Una expresión prohibida en femenino. Ser libre significa no estar cautiva; no ser prisionera ni esclava. Es actuar por voluntad propia, sin dominación ni arbitrariedad. Libertad no es libertinaje. Significa que una persona actúa como quiere, respetando los principios de la ética. La libertina vive en la lujuria y desprecia la moral. En nuestra cultura, ¡libertad femenina significa libertinaje! Una mujer que quiere al-hurria (la libertad) trata siempre de emanciparse: esta palabra se entiende como un ataque al pudor y a la moral.
¿Libertad o libertinaje?
La emancipación es un estado en el que la mujer se libera de una traba, de una dominación, de prejuicios, de una dependencia que frena su plenitud. La mujer puede ser libre, estar emancipada y ser virtuosa al mismo tiempo. ¿Puede una emanciparse en un entorno que reprime la libertad? La condición femenina ha evolucionado mucho desde los años 60. Las mujeres han abandonado el claustro. Destacan en todos los campos, sin haber renunciado a los roles tradicionalmente femeninos. Se han emancipado. ¿Pero son libres?
¿Cómo ser libre en una sociedad que te juzga, que interpreta tus acciones y tus gestos?
Se las acusa siempre de caer en la indecencia y manchar el honor de los hombres. Antiguamente, eran vigiladas y controladas directamente por los machos de la familia, e indirectamente por la mirada de los otros. Una presión que continúa. Tener cuidado, evitar comportamientos que puedan alimentar los cotilleos hasta el punto de caer en la paranoia… ser libre es tener la posibilidad de ser, ¡no de aparentar! “¿Cómo ser libre en una sociedad que te juzga, que interpreta tus acciones y tus gestos?”, se queja Ahlam. A una la juzgan tanto los familiares más cercanos como la familia lejana, los vecinos, los compañeros de trabajo, los desconocidos por la calle…
En las grandes ciudades, el anonimato protege, y aún así “el primo de mi marido me ha visto en una cafetería ¡y se lo ha dicho a mi marido por WhatsApp! No lo hizo para perjudicarme, pero eso hiere mi libertad.” Interpretaciones, extrapolaciones y conclusiones que colocan una etiqueta de la que es difícil librarse. En las ciudades pequeñas crecen, en nombre del honor, los cotilleos sobre las mujeres y las hijas de Fulano. La ociosidad fomenta estas actitudes indiscretas.
“Me espían. ¡Hasta el conserje se atreve a preguntarme quién es el hombre que vino a mi casa!”
Los vecinos pueden inmiscuirse en la intimidad de las mujeres, sobre todo en la de las solteras que viven solas. Wafaa: “Me espían. ¡Hasta el conserje se atreve a preguntarme quién es el hombre que vino a mi casa!” Un ataque a la integridad y a la dignidad: “Dirijo un servicio bancario mientras que en mi casa me siento como una depravada a la que hay que controlar.” Ser libre es poder circular sin problemas y con quien uno quiere: “¿Qué libertad hay cuando un policía te para solo para preguntarte quién es el hombre que va contigo y si tienes el acta de matrimonio?”
Un espacio público solo para algunos
Las mujeres son libres para salir, hacer compras o ir a trabajar. Pero los piropos y el acoso no se lo ponen fácil. Así lo denuncia Nada: “¡Emancipada pero no libre! ¡En la calle, te ves reducida a un simple objeto sexual a disposición de los hombres!” ¡Toda mujer es una presa en potencia! Caminar por la calle es un placer que te arruinan: “¡En Europa me siento liiiibre! Camino en paz durante horas. En Casablanca es imposible: los mendigos, los vendedores ambulantes, los ligones, el miedo a que te roben el bolso, el poco respeto de los peatones…” las mujeres no se han adueñado totalmente del espacio público. La movilidad, un derecho elemental, se ha visto alterada. La ausencia de medios de transporte público apropiados vuelve vulnerables a las mujeres: “Tengo que aguantar refregones en el autobús.” Una violación a la dignidad que queda impune.
“En el taxi blanco, que se comparte con desconocidos, los cuerpos se apiñan. Tengo que aguantar manoseos. En el tranvía me siento segura, orgullosa de que las leyes de mi país me protejan.” Sin coche, una mujer se expone a los abusos. Las que viven en zonas rurales son las que pagan las consecuencias: “Para ir del duar (la aldea) al pueblo, espero el autobús durante dos o tres horas. Al caer el sol, me expongo a la violación y a la agresión. Ser libre es desplazarse con seguridad.”
Las que viven en zonas rurales se ven obligadas a subirse a los coches de los jattafa, los taxis no oficiales. ¡Cuántos robos y violaciones que no salen a la luz! Souad: “Me violaron y me callé para que mi padre no me prohibiera salir.”
Las mujeres tienen que respetar un toque de queda: entrar en casa antes de que se ponga el sol. Esto tiene sentido en un entorno rural donde el espacio público no está iluminado. Pero se supone que en la ciudad una está a salvo. La posibilidad de una violación coarta la libertad femenina. Antes, la presencia de una mujer en la calle por la noche era sospechosa, pues a esa hora solo circulaban las prostitutas. Hoy las mujeres tienen ocupaciones nocturnas, pero se las sigue juzgando.
La presión islamista ha reducido la libertad. Sin llegar a ser una amenaza, reprime tácitamente
Selma: “Por la noche, en mi coche, intentan ligar conmigo más que durante el día. Una noche un coche me siguió, acudí a un policía, ¡y me dijo que una chica formal no debía salir por la noche!” Si no tienes coche, el transporte público no es garantía de movilidad, incluso en las grandes ciudades. Buscar un taxi es peligroso, a menos que se esté con un hombre. En Casablanca solo hay una empresa de taxis a los que se puede llamar por teléfono. Es un servicio defectuoso. Ser libre es poder desplazarse a cualquier hora del día.
La presión islamista ha reducido la libertad. Sin llegar a ser una amenaza, reprime tácitamente. Hind, de 58 años: “En la playa yo llevaba bañador. Hoy las mujeres ya no se bañan, o se envuelven en un pareo o se ponen un burkini que les cubre el cuerpo.” En la playa o en otro lugar, la ropa ligera atrae las miradas o provoca comentarios agresivos. “Una no es libre si no puede vestirse como quiera. No se trata de provocar con prendas demasiado ligeras. Pero tampoco de vivir con la psicosis de ser agredida. En los países desarrollados, cada uno se ocupa de sí mismo. Aquí te vistes según las normas impuestas implícitamente por quienes se autoproclaman guardianes de la religión.”
La libertad bajo el velo
Paradójicamente, el velo y el burka liberan: “Me pongo el velo para que no intenten ligar conmigo, para que me vean como una buena musulmana y me dejen en paz.” ¡Cuántas chicas se han liberado de esta forma!: “Mis padres confían más en mí. Puedo salir con la excusa de ir a reuniones religiosas, ¡incluso por la noche!” La presión islamista influye en la manera de comportarse durante el ramadán.
«En el hammam, nuestras madres y abuelas se bañaban desnudas. Hoy te piden que te tapes”
Hind: “Antes, una mujer que estuviera menstruando comía discretamente en la oficina, sin psicosis. Hoy tiene que aguantar la presión de sus compañeros de trabajo, hombres y mujeres, que la juzgan, la tratan de infiel. ¡Las mujeres comen en los lavabos! ¡Dios les da una libertad que el hombre pisotea!” En el hammam “nuestras madres y nuestras abuelas se bañaban desnudas. Hoy, en estos baños tradicionales, algunas mujeres integristas te piden que te tapes, ¡incluso cuando llevas un tanga!”
Quienes han conseguido la libertad de las mujeres han sido las feministas, la sociedad civil y cada mujer, ya sea de zonas urbanas o rurales, que lucha a diario. Cada pedazo de libertad se ha conseguido a base de conflictos, de sufrimientos, de sacrificios en la unidad familiar, en la calle, en el trabajo… Las mujeres defienden ferozmente este logro. La Constitución les concede las mismas libertades que a los hombres, insistiendo en el hecho de que “solo la ley podrá limitar el ejercicio de estas libertades” (art. 19).
Las generaciones jóvenes, hombres y mujeres, moldean una sociedad en la que la libertad individual se respeta cada vez más. Hace apenas dos décadas, a una mujer en una cafetería se la tomaba por prostituta. Hoy esto nos parece normal. Así que nada de pesimismo. ¡Tiempo al tiempo!
Primero publicado en illi | 25 Noviembre 2014 | Traducción: Idaira González León
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