El mago realista
Ilya U. Topper
Juan Marsé escribió dos novelas en su vida. Le habría bastado una para la inmortalidad.
La primera —llámenla como quieran, Últimas tardes con Teresa, La oscura historia de la prima Montse, Si te dicen que caí, Rabos de lagartija: Juan Marsé le puso todos estos nombres— es un retrato de la sociedad desde abajo, y por lo tanto fiel, verídico, veraz, ya no solo de la Cataluña de los años sesenta, no solo de la España de mediados del siglo, sino de un pueblo entero. Y entero quiere decir con sus clases bajas y sus clases altas, con su idealistas y sus buscavidas. Es el retruécano de una sociedad en la que los burgueses, es más, las burguesas, chicas del bando que ganó la guerra civil, son quienes aparecen como rebeldes y el pueblo llano, el que la perdió, como quienes la sostienen: ser delincuente, ladrón, mafioso siempre significa sostener el sistema, porque de ese sistema se vive, mal que bien.
Si existe algo así como un espíritu social y político español, algo así como un hilo rojo que une todos los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós, es Juan Marsé quien ha sabido recogerlo y condensarlo en ovillo en una única gran novela, en los personajes del Pijoaparte y Teresa: las dos Españas reflejada cada una en el cristal de la otra.
Juan Marsé es un ilusionista que ha sabido ponernos delante un espejo cóncavo el que la realidad no aparece deformada: la vemos trazada con precisión, tal cual es, solo cabeza abajo, y entendemos que el trampantojo es la realidad de nuestra historia.
Con todo, mi preferida es la otra: La muchacha de las bragas de oro.
Si Juan Marsé hizo un trampantojo con la sociedad de España en la primera novela, aquí lo hace con la vida entera
No, lo único que he visto de la película es el fotograma de Victoria Abril de espaldas en la cubierta de una vieja reedición de la novela. O igual esa fue la portada original y ni siquiera es Victoria Abril. No lo sé. A La muchacha… no le hace falta una actriz para ser una de las mejores novelas del siglo XX.
Imagino que entre un premio Planeta, desfamado como pocos, y la condición de superventas popular y libreto de cine, más de uno la habrá dejado al lado. Cierto: la novela se lee bien. ¿Cómo va a ser gran literatura algo que se lee bien? ¿Y encima con una espalda desnuda en la portada?
Pero si Juan Marsé hizo un trampantojo con la sociedad de España en la anterior novela, aquí lo hace con la vida entera. Luys Forest, escritor falangista venido a menos, escribe sus memorias y, ya que puede, las truca. Adapta el pasado a su conveniencia: ser falangista ya no está bien visto en los años setenta. Una pincelada aquí, un detalle allá para quedar un poco mejor ante la Historia. Y la Historia le responde: se transforma. Es una vida de Dorian Gray a la inversa, una en la que rejuvenece el cuadro.
Y usted, hipócrito lector, semejante de Luys, hermano, sabe que es imposible y que esto no ocurre. Pero es real. Lo podrían haber llamado realismo mágico, si la palabra no hubiera estado ya cogida para un costumbrismo latinoamericano pespunteado con la presencia de la parte del mundo que está un poco más allá de lo racional. Luys Forest no ve hadas ni existen espíritus: es la propia realidad la que se deforma en otra.
Por eso, lector, porque es real como la vida misma, usted se lo acabará creyendo, como se acabará creyendo el truco del mago en un bar, donde un as de trébol se convierte en una reina de corazones. Juan Marsé es el mago.
Hoy, el mago ha muerto. O quizás simplemente se ha ido al otro lado del espejo que manejaba con tanta maestría. Ahora nos mira desde más allá del cristal. Me gustaría saber qué ve.
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© Ilya U. Topper | Especial para MSur
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