El poder de los narcos
Ilya U. Topper
Han saltado todas las alarmas. Un narco que huye de la policía, se estrella con la moto, acaba en el hospital, con la pierna rota y bajo vigilancia policial, cuando aparecen veinte encapuchados, apartan a médicos, enfermeros y policías y se lo llevan. ¿Medellín? ¿Palermo? No: La Línea.
La Línea de la Concepción, esa mancha blanca de casitas bajas de pescadores acurrucadas en la playa, rodeadas de bloques de pisos elevados a lo rápido. Tan fea que hasta sus habitantes me miran mal cuando digo que no es tan fea. Territorio de traficantes. Del tabaco que llega de Gibraltar, en primer lugar. Del hachís que llega desde Marruecos, justo enfrente. Ya lo conocemos de Galicia: planeadoras potentes, coches de lujo, chalés blindados. Una policía impotente y una sociedad que colabora con los traficantes: dando el aviso, descargando, ocultando. En La Línea, la patria es el narco.
“Menos mal que yo no creo en la violencia, que si no, os mataba a todos”
Parece que nos hemos enterado ahora y parece que es de acojone. En realidad, la cosa lleva años así, décadas quizás. Si nadie ha querido mirar, tal vez sea porque no causaba alarma social: no se ha muerto nadie. O casi nadie, salvando algún accidente en una persecución policial y algún raro ajuste de cuentas. Como en Galicia. Ya lo decía el legendario capo gallego Sito Miñanco ante el tribunal que lo juzgaba en 1990: “Menos mal que yo no creo en la violencia, que si no, os mataba a todos”. La cita es de Fariña, ese genial libro de Nacho Carretero (un brindis por la juez que acordó un secuestro cautelar que no se ha producido: muy mal le tuvo que caer el demandante como para tomar una medida que informara a toda España de los antecedentes de cierto exalcalde, aparte de poner de moda informarse sobre el narcotráfico de Galicia).
Sito Miñanco fue detenido hace pocos días en Algeciras: varias veces condenado, habia sido capaz de montar nuevamente su red de traficantes desde la libertad vigilada. Se trajo su Galicia natal al Campo de Gibraltar, porque las cosas aquí funciona igual: con tranquilidad y sin disparos. Lo cortés no quita lo valiente. Se puede tener el poder y no pegar tiros. Haz el negocio y no la guerra.
Pero con lo del hospital, ahora ponen el grito en el cielo y piden, algunos, más policía, más landrovers, más lanchas para trincar a los narcos. Otros añaden que con eso no basta: mientras no surjan puestos de trabajo, sueldos dignos, colegios en condiciones, esperanzas de una vida digna en estas barriadas dejadas de la mano de dios, nada va a poder parar al narco. ¿Cómo no van a trabajar los chavales en la droga si nadie les ofrece un empleo de fontanero?
Se equivocan todos.
No es por falta de policías si abundan narcotraficantes en La Línea. Ni tampoco es por falta de empleo que los chavales descarguen fardos de hachís. Traficar no es un hobby para pasar los lunes al sol, porque no se tiene otra cosa que hacer. Es un negocio.
En el negocio hay dos factores que importan, y no son el número de policías, ni el volumen del motor fueraborda, ni la cota del salario medio en la playa de llegada, ni el nivel de estudios de la mano de obra. Son la oferta y la demanda.
El cáñamo mueve un mercado minorista por valor de 9.300 millones de euros al año
Oferta hay: el Rif da para aprovisionar medio mundo con lo que un colega mío llama el oro verde. Y demanda hay: ya España sola consume suficiente cannabis como para llenar cada semana una planeadora, de esas de dos toneladas de carga. El resto, para Europa. En la Unión Europea, así lo dice el Informe Europeo sobre Drogas 2017, el cáñamo – en forma de resina o hierba – mueve un mercado minorista por valor de 9.300 millones de euros al año. Nueve mil millones. Habría que ser tonto para no llevar la mercancía a un consumidor dispuesto a pagar tanta pasta.
No: el hachís en España no es una droga que estemos a punto de erradicar, con un pequeño esfuerzo más, atrapando dos planeadoras más en las aguas de La Línea. Las drogas no se erradican así.
Tal vez alguien crea que se erradican si la sociedad se rebela contra “el narco”. Habrá quien recuerda Érguete, fundada por madres gallegas que veían agonizar a sus hijos y fueron capaces de hacerles escraches a los capos. Es hermoso el monumento literario que Nacho Carretero les ha puesto a esta insurgencia de la sociedad civil más humilde contra el poder. Pero tiene un fallo: Los chavales se morían por la heroína. Los narcos traían tabaco y coca y hachís. El caballo de la muerte no viene tampoco cabalgando las olas del Estrecho. El hachís no mata.
“¿Cómo convencer a un niño de hoy que es mejor que estudie a que sueñe con ganar en una sola noche más euros que su profesor en un mes?” pregunta el manifiesto firmado hace días por sindicatos, policías y coordinadoras contra la droga.
¿De verdad cree alguien que creando más empleo en el Campo de Gibraltar, ofreciendo salarios de – soñemos – más de mil euros, se quedarán sin mano de obra los traficantes, que pagan eso en un día? ¿De verdad esperamos de un chaval de La Línea que rechace el dinero fácil porque prefiere ganarse la vida con el sudor de su frente? ¿Esperamos que ese chaval dé ejemplo a toda la sociedad, cuando no rechazan el dinero fácil ministros, presidentes, alcaldes, concejales y empresarios, así les espere la cárcel?
Puestos a comparar, es mucho más delito contra la salud pública privatizar un hospital que distribuir una tonelada de hachís. Descargar tabaco de contrabando ni siquiera atenta contra la salud: atenta contra el erario público. En una medida infinitamente menor que domiciliar una empresa en las Bahamas. Solo que lo segundo permite salir en portada como exitoso emprendedor.
¿Quién cree usted que paga a los narcos? Se lo diré: a los narcos los paga usted, lector
No, con la sociedad no cuenten. ¿Quién cree usted que paga a los narcos? ¿De dónde sale el dinero con el que compran sus lanchas, sus motores fueraborda, sus teléfonos móviles de uso único y sus salarios que alcanzan para que el último vigilante de playa se haga rico? Se lo diré: a los narcos los paga usted, lector.
Sí, no me mire así. El consumidor es usted. ¿Que usted nunca ha probado un canuto? Vale, se lo creo. Mire a su alrededor. Si ve a tres personas, una de ellas sí que lo ha probado. Y si ve quince, uno ha fumado durante el último mes. (Si tienen entre 15 y 35 años, es uno de cada seis en el último año). No hace falta que mire al del la pinta de hippy. Se lo digo yo: aquí fuman todos, algún finde en la barbacoa. El profesor de colegio y la abogada, el albañil, la diseñadora gráfica y el taxista, y no pondría mi mano en el fuego por la juez. Ni por quienes firman y difunden en la prensa el manifiesto contra las mafias.
Y porque eso es así, porque en Europa fuman decenas de millones de personas, las planeadoras seguirán llegando. Si La Línea entera se alzara en boicot, las lanchas irían un poco más lejos, a la siguiente playa (ya ahora, dicen, van a menudo hasta Baleares). Y no va a ser con más policía como se van a detener. Ni con más educación, más empleo, más trabajos de fontanero o de profesor de humanidades.
Las planeadoras apagarán motores en dos casos: si desaparece la demanda o si desaparece la prohibición.
La Línea no es una ciudad pobre. Es rica, de esa riqueza miserable que trae el dinero ganado en falso
Puede bajar la demanda. Ocurrió con la heroína: Si en 1995 la consumía el 0,5 por ciento de la población entre 15 y 64 años, en 2003 era el 0,1, y ahí se ha quedado. No fue por la eficacia policial. Fue porque demasiada gente vio las mejores mentes de su generación destruidas por el caballo, demasiados vieron a su amigo agonizar en la cuneta.
¿Ocurrirá con el hachís? Pregunte entre estas quince personas que tiene alrededor. Un dato: entre los menores de 18 años, la tasa de consumidores de heroína es del 0,0 por ciento. La de cannabis, del 12 por ciento. También puede usted registrar su discográfica y ponerse a su cantante favorito. ¿Le creería si se pusiera a dar un sermón contra el hábito de liarse un canuto?
Queda la otra opción. Una que ahorraría ya solo a los consumidores 325 millones de euros, que es lo que dicen que mueven al año los 30 clanes de narcos de La Línea. Piénsenlo. 325 millones que ahora mismo se gastan en lanchas, en motores japoneses, en construir chalés con doble puerta para esconder la embarcación y en pagar a chavales que, a falta de mejor cosa que hacer, se compran un porsche. La Línea no es una ciudad pobre. Es tremendamente rica, pero de esa riqueza miserable que trae el dinero ganado en falso. Esos 325 millones que no deberían estar ahí, y que condenan a la cuneta a quien no esté en el negocio. En Bulgaria, los palacetes de los narcotraficantes están directamente construidos sobre los basureros de los que viven sus vecinos. La Línea no anda muy lejos del modelo.
La Línea sería muy diferente si sus habitantes trabajaran en cultivos legales de cáñamo, como en Jerez y Málaga trabajan en los viñedos. El piloto de planeadoras, ahora sí, se haría agricultor o fontanero. A Al Capone lo enchironaron por evasión de impuestos, pero su imperio no cayó ese día, sino dos años más tarde, con el fin de la Prohibición. Porque la mafia no vive de la sustancia que vende: vive de la ley que la prohíbe.
No es el poder de los narcos en La Línea lo que nos debe preocupar. Nos debe preocupar el poder del narco en la política mundial: tiene que ser inmenso, si todavía consigue bloquear los intentos de legalización. La guerra contra las drogas solo es otro nombre para el negocio de Sito Miñanco.
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