La distopía ya está aquí
Ilya U. Topper
Amin Maalouf
El primer siglo después de Béatrice
Llevo años buscando ese libro que me permita decir que Amin Maalouf, aparte de ser un encantador personaje, un intelectual lúcido y un agradable narrador, es, además, un gran escritor. Para eso no basta con León el Africano, ni El Viaje de Baldassare y ni siquiera con Los Desorientados. Alguien me sopló, hace años, un título: Béatrice. Tendría que haber hecho caso antes.
Distopía: lo mismo que la utopía, pero en negativo. Un paisaje del futuro en el que recordaremos con nostalgia el maravilloso siglo XX. Ese siglo en el que, a grandes rasgos, siempre nos quedaba París. Ese siglo en el que aún había gente que luchaba a favor de la justicia social, a favor de la igualdad entre continentes, a favor de la igualdad de mujeres y hombres. Cuando aún había feministas.
Tener un hijo varón puede ser cuestión de supervivencia para una mujer
La historia arranca de forma casi modesta, con un entomólogo francés encontrándose por casualidad con una sustancia producida en Egipto con escarabajos triturados. El narrador, demasiado mayor como para aplicársele el calificativo de nerd, y capaz de decir escarabajo en lugar de coleóptero, sabe que es mentira lo que aseguran los vendedores: que si un hombre se toma este polvillo, sus hijos serán todos varones.
Desde luego es mentira, como tantos elixires de charlatanes. Pero la demanda está ahí. En los pueblos mediterráneos, sobre todo en los del sur, tener un hijo varón es la máxima dicha. Y mucho más lo es aún en grandes partes de África y en la India ya ni te digo: ahí puede ser cuestión de supervivencia para una mujer. Son ellas las primeras en buscar el milagro del hijo infalible.
La demanda está ahí, y algún día llega la oferta, producida por algún laboratorio medio clandestino, que ha descubierto la fórmula. Es barata. Se difundirá por los tres continentes sin que al principio nadie le eche muchas cuentas. Digo tres, porque en Europa, esa fijación enfermiza – o machista, que es lo mismo – en el hijo varón ya se ha dejado atrás, y el entomólogo narrador no es el único que sueña con tener una hija. Porque sí, porque adora a las mujeres, y sabe que querrá esa niña con toda su alma. Ella se llamará Béatrice.
Béatrice es un regalo de su amante: sería demasiado convencial llamarla esposa, porque la historia de amor entre el entomólogo narrador y la madre de su hija es una de las más bellas de la literatura.
Ellas, las mujeres, se han convertido en mercancía escasa, en objeto inalcanzable, fuera incluso del deseo
Pero el mundo alrededor va dejando de ser bello. Cuando la humanidad se quiere dar cuenta, ya hay toda una generación de varones sin chicas. ¿Usted se imagina lo que significa esto? Millones de adolescentes que nunca han hecho manitas, nunca han osado un beso, nunca han ligado, nunca han tenido siquiera la perspectiva de poder abrazar a una mujer. Ellas, las mujeres, se han convertido en mercancía escasa, en objeto inalcanzable, fuera incluso del deseo. Y algún día, esto tiene que estallar.
Con trazo certero y duro, Amin Maalouf dibuja una evolución ineludible, irrebatible de la rabia acumulada, su utilización por políticos de todo color, su orientación contra “los otros”, “los blancos”, aquellos pueblos que aún disponen de mujeres. El mundo ya no hay manera de compartimentarlo: la revuelta de una humanidad entera convertida en masculina se convertirá en una lenta guerra mundial, la primera verdadera del planeta, al ralentí, pero sin fin previsible. El apocalipsis viene despacio, pero no hay quien lo aparte. Ya no nos quedará ni París.
Lo terrible de esta visión no es que podría hacerse realidad en un futuro cualquiera, quién sabe si más lejano que las próximas décadas que apunta el escritor. Lo terrible es que ya está aquí.
Los periodistas nunca escribimos sobre la vida sexual de quienes enarbolan banderas de guerras santas contra “Occidente”
Sin escarabajos mágicos ni polvillos de laboratorio, la distopía ya está aquí. No hizo falta forzar la biología: bajo el yugo de una ideología fundamentada en una religión nacida en Arabia, financiada desde el desierto, ya va avanzando inexorablemente esta marea humana desfeminizada. Ya son millones, cientos de millones los habitantes de países donde la separación de sexos se ha vuelto tan estricta que pese a haber mujeres, los hombres nacen, crecen, combaten como si no las hubiera. O como si fueran un enemigo a encerrar, apartar, cubrir bajo velos y burkas.
Los periodistas nunca llegamos a escribir sobre la vida sexual de quienes enarbolan banderas de guerras santas contra “Occidente”: es inexistente. No fue casualidad si en Tahrir apenas duraron tres semanas las activistas mujeres, un breve momento de utopía, hasta que los hombres, esa masa informe de hombres convertidos en máquinas de agresión, las desterraron. Violándolas. No hace falta esperar unas décadas para ver el mundo que describe Maalouf. Basta con darse una vuelta por El Cairo.
En Taksim resistieron, sí: supieron convertir su presencia en bandera de una rebelión utópica, tan natural que quizás nadie se fijara. ¿Alguien subrayó que entre las bandas de matones que el poder acabó movilizando contra los y las manifestantes de Gezi nunca había mujeres?
Aún no nos hemos dado cuenta, pero el primer siglo después de Béatrice ya ha empezado.