Crítica

Los italianos unos

M'Sur
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· 5 minutos

Benito Pérez Galdós
De vuelta de Italia

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Género: Ensayo
Editorial: Gadir
Páginas: 126
ISBN: 978-84-9417-992-1
Precio: 12,50 €
Año: 1895 (2013 en esta edición)
Idioma original: castellano

Puede que incluso algunos fieles lectores de Galdós ignoren que el canario fue un viajero apasionado, de los que, según sus propias palabras, no dejaban pasar ningún año “sin hacer una correría por esa vieja Europa tan interesante y tan bella”. Ahí se lanzaba don Benito con su curiosidad siempre a punto, su mirada sensible y sus imprescindibles guías Baedeker, que contenían la promesa de todos los encantos de los cuatro puntos cardinales “sin anticiparse a la admiración con entusiasmos hiperbólicos”, eran insobornables ante las seducciones de los hosteleros y, sobre todo, daban información útil, sin olvidar nunca la relativa a regatear las propinas, “que es uno de los renglones más dispendiosos y molestos” en eso de deambular por el mundo.

Uno de los encantos primordiales de este De vuelta de Italia es el de no haber existido antes en libro, pues las crónicas aquí reunidas, fruto de un viaje realizado por Galdós en el verano de 1888 en compañía de su querido Alcalá Galiano, solo vieron la luz por entregas quincenales en el diario argentino La prensa. Este detalle interesa en tanto las viñetas que el escritor dedica a cada una de las ciudades visitadas tienen la frescura de quien cuenta de primera mano y sobre la marcha, pintando del natural por así decirlo. Pero también, y sobre todo, por la situación de Italia en aquel momento, cuando acababa de culminar su unificación y lucía como nación joven, siendo como fue siempre una tierra empapada de Historia.

El reto no es sencillo, porque todo el mundo sabe cómo son las ciudades italianas

Galdós nos adentra en esa “Italia una” por Roma, en plenos preparativos de los fastos con motivo de la visita del Emperador Guillermo II de Alemania. Ahí se pone de manifiesto ese sugestivo contraste entre la vitalidad de las calles y el majestuoso patrimonio italiano, ese gigantesco museo a cielo abierto donde parece imposible dar tres pasos sin tropezarse con un vestigio de varios siglos de antigüedad. El reto no es sencillo, porque –como no ignoraba don Benito, ya a finales del XIX– todo el mundo sabe cómo son las ciudades italianas.

La Capilla Sixtina, “la más hermosa página teológica que se ha compuesto en honor del dogma”; Verona y el apócrifo sepulcro de Julieta; Venecia, esa ciudad donde la vida es “como un paréntesis” al margen del resto de la Humanidad; la Florencia de Dante y de Maquiavelo, con el paisaje “triste y minucioso” que brinda el mirador de San Miniato al Monte. Padua y Bologna, con un inciso patriótico para recordar a don Gil de albornoz en el Collegio di Spagna…

Italia atravesaba su momento más decisivo en siglos, pero los mármoles acaparaban la atención

Y llegamos al fin a Nápoles, donde de pronto reparamos en un hecho curioso, que se repite a menudo en la literatura de viajes: Galdós lleva casi cien páginas recorriendo el país y contándonos sus maravillas, sin dedicar una sola palabra a los italianos. Puede que pese el obstáculo idiomático, pero después de hacer acopio de erudición histórica, artística, urbanística, literaria, pero nada sabemos de los habitantes de ese país. Como si no existieran. Italia atravesaba quizá su momento más decisivo en varios siglos, pero los mármoles –que no son mancos, salvo excepciones– acaparaban la atención.

Tienen que ser los napolitanos quienes llamen la atención del autor, si bien para precipitarlo en el tópico de la vida lenta y despreocupada, “como nuestros andaluces”. Pero al menos sentimos que el observador no camina entre los ecos de un museo, sino en una ciudad agitada, rumorosa, viva.

Algo difícil de decir del último destino del escritor, Pompeya. Una ciudad muerte que sin embargo Galdós imagina poblada, imagina “que les encontraremos a la vuelta de cada esquina, o que les veremos asomados a las puertas de sus casas”. Curioso que los italianos reales hayan sido invisibles para sus ojos, y los invisibles cobren en cambio corporeidad y animación.

Injusto sería, sin embargo, culpar al autor de Los episodios nacionales y de Miau de pertenecer a una tradición muy arraigada. Tal vez sea mejor pensar que este Viaje es un síntoma de que la vieja cerrazón española empezaba a ceder a la curiosidad hacia los vecinos, aunque el camino por andar fuera muy largo. Tanto, que es posible que todavía hoy quede un buen trecho por cubrir.

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